Gerardo Raynaud (La Opinión)
Farmacia Ruiz en la avenida 6a entre calles 11 y 12 ubicada en un
importante sector comercial de la ciudad.
Ha sido una preocupación constante, desde que el hombre comenzó a socializarse,
mantener un estado saludable, que permita el cabal cumplimiento de sus
propósitos, permitiendo otorgarles seguridades y confianza a sus allegados.
Desde las épocas más remotas, la humanidad ha sentido la necesidad de combatir
los males que le han aquejado y mucho antes de aparecer la medicina
tradicional, ya se aplicaban remedios que curaran las incipientes enfermedades
que fueron apareciendo a medida que la población se extendía.
De igual manera, fueron apareciendo métodos preventivos, simultáneamente
con el descubrimiento de las causas de las dolencias y los malestares. Por
razones como ésta, las expediciones hispánicas a los nuevos territorios,
incluían, un fraile y un enfermero, el primero, para el cuidado la salud mental
y el otro, para los padecimientos naturales propios de esas extenuantes
jornadas.
Con el pasar de los años, los conocimientos médicos traídos del viejo
mundo, combinados con las experiencias de los nativos, en lo relativo al manejo
de la salud de las personas, dieron como resultado un amplio y complejo surtido
de productos naturales de generoso beneficio para la salud, los cuales eran
recetados, tanto por conocedores como por inexpertos.
A principios del siglo pasado, en nuestra Cúcuta pueblerina, una de las
actividades de mayor prestancia y provecho, eran las boticas, farmacias o
droguerías como son más conocidas hoy en día.
Hay que recordar que en ese entonces, las medicinas eran preparadas por los
pocos farmaceutas graduados, por lo general, en el extranjero, con las especificaciones
dadas por el médico tratante. De manera que los preparados elaborados en los
laboratorios constituían una fórmula más sencilla, rápida y económica para los
boticarios, pues requerían de conocimientos mínimos, primero para ejercer la
profesión y segundo, para recetar lo necesario a sus pacientes.
En las casi diez boticas existentes en los primeros años del siglo XX, lo
más frecuente que se ofrecía eran los productos reconstituyentes,
depurativos, antiparasitarios y jarabes para combatir las enfermedades
pulmonares, al parecer los de mayor demanda, dadas las condiciones imperantes
del momento.
Pero veamos cuáles eran los más comunes. Empecemos con el Vino Nuxado, el
cual se presentaba como un tónico reconstituyente elaborado a base de extractos
de malta, nuez de kola, coca, quinidina y de los fosfogliceratos propios de la
sangre; se anunciaba como la cura de los dolores frecuentes de cabeza, de la
anemia y de las caquexias palúdicas, desvanecimientos, insomnio y debilidad
sexual. Recomendado además, como el mejor estimulante del cerebro ‘por la
cantidad de fósforo que contiene’ y remataba con “tomar Vino Nuxado es tomar
sangre pura”.
Se vendía con mucho éxito en la Botica Española del señor Díaz Soto, quien
además, se anunciaba como un “nuevo establecimiento de farmacia montado a la
moderna con un espléndido surtido de medicinas frescas, puras y legítimas”. En
cuanto al despacho de las fórmulas médicas, notificaba que éstas se elaboraban
“exclusivamente” con productos franceses y alemanes; que el recetario era
servido personalmente por su propietario que contaba con 22 años de práctica y
extensos conocimientos del ramo. Al final de sus avisos acostumbraba a recalcar
que lo que allí vendía era “todo nuevo y todo puro… y a precios bajos”. En esa
época, no era necesario indicar la dirección del establecimiento, sin embargo,
se señalaba que la botica estaba ubicada frente al Mercado y al lado de ‘El
Detal’ (en la avenida séptima de hoy, entre calles once y doce).
Por otro lado, don Zoilo Ruiz ofrecía su Jarabe Astier, una medicina
patentada del tipo ‘medicamento-alimento’ que prometía ‘dar vigor a niños,
ancianos y adultos’. En su presentación se decía que ‘por los glicerofosfatos
compuestos y por los demás elementos digestivos, tónicos y alimenticios que lo
constituyen, es la medicina ideal en la curación del agotamiento nervioso,
debilidad del cerebro, neurastenia, raquitismo, mala digestión o asimilación de
los alimentos, diarreas de los niños, impotencia prematura por recargo de
trabajos mentales, excesos genitales, etc.’ Don Zoilo no necesitaba mencionar
la dirección de su muy conocida Botica Ruiz, en aquel momento, en la esquina de
la avenida sexta con calle 12. La única advertencia que hacía sobre su consumo,
era que no requería de dieta específica.
Por su parte, en la Farmacia del Carmen, se hacía énfasis en que “en estos
tiempos es preciso estar alertas”, por esa razón, avisaban que “cuando a usted
se le presente un resfriado o un catarro con dolor de cabeza, estornudo,
pesadez y fiebre, puede usar estas dos preciosas medicinas, “Bálsamo pectoral
del Dr. La Croix” y las famosas “Obleas Carmen”. El soporte técnico explicaba
que el Bálsamo curaba rápidamente los catarros, la tos, los resfriados y el
ahoguío(sic) y las Obleas calman instantáneamente las neuralgias, las jaquecas
nerviosas y las punzadas en la espalda y los costados. Se agregaba que ‘usando
estas dos medicinas con tiempo y sin dejarse engañar con falsos remedios de
esos que dan baratos, evita usted un espantoso cataclismo, pues un catarro
descuidado es la puerta para la TISIS’. También prometían las más puras y legítimas medicinas francesas,
alemanas y americanas; podían comprarse en su local frente al Cóndor, por la
avenida séptima.
En la Botica Cogollo, se invitaba a comprar el Vino Tónico Ferro-vida por
su sabor exquisito y rápido efecto. Los avisos señalaban que el tónico debía
usarse en todos los casos de ‘debilidad general, palidez en el rostro, anemia,
extenuación, falta de fuerza, imbombera, desarrollo prematuro, ancianidad
debilitada, paludismo, etc.’ Garantizaban el producto, como todos los de esta
marca y sus componentes eran similares a los de su misma especie, solamente que
los escribían distinto; extracto de carne, Kola, Koka y hierro superior; no era
necesaria la dirección pues todos en la ciudad sabían donde quedaba.
En la parroquial Cúcuta de comienzos del siglo XX,
decíamos, que una de las mayores preocupaciones de las gentes era la de
garantizar la buena salud de sus allegados, pues era la fórmula mágica para el
cumplimiento de sus logros. De ahí que por esa época y habiéndose consolidado
la reconstrucción de la ciudad en tiempo récord, el desarrollo económico y
social fuera un atractivo para la inversión, tanto local como foránea.
La creación de nuevas fuentes de trabajo y el
crecimiento de las labores empresariales fueron ejemplo para otras ciudades del
país, en parte por la situación de nuestro vecino, cuyas perspectivas eran cada
día más prometedoras.
Desafortunadamente este impulso se vio truncado por la
Gran Guerra, que a partir del año 14 se presentó en el antiguo continente, con
el natural frenazo para la mayor parte de las actividades, toda vez que muchas
de las negociaciones se realizaban con países de ese continente.
Pero una vez pasada la contienda, las empresas fueron
retomando su ritmo, esta vez con mayor entusiasmo, de manera que la aparición
de nuevos negocios era cada vez más frecuente y con ellos, modalidades más modernas
de irrumpir en los mercados.
Botica Ayala, destacado establecimiento comercial
ubicado en la Calle 11 Av. 7a. 1916.
Esta botica fabricaba productos farmacéuticos en los
conocidos laboratorios Ayala de propiedad de Juan Ayala. 1916.
Decíamos que uno de los negocios más lucrativos de
comienzos de siglo era la fabricación y comercialización de algunos productos
farmacéuticos, aquellos denominados de amplio espectro, por su aplicación casi
universal. Sólo alcanzamos a mencionar unos pocos, habiéndose quedado en el
tintero otros igualmente interesantes tal como veremos a continuación.
Continuando con la Farmacia del Carmen, de propiedad de la sociedad
Prato & Cía., había establecido un moderno laboratorio para la elaboración de
medicamentos y los gobiernos, tanto de Colombia como de Venezuela, le habían
otorgado sus respectivas patentes, la 3.347 en Colombia y la 1.886 en el vecino
país, lo cual le permitía presentarse en las exposiciones que se programaban en
distintos países del mundo para exhibir las novedades desarrolladas.
En 1923, en la primera Gran Exposición Nacional
realizada en Bogotá, había presentado cinco de sus mejores productos
farmacéuticos y obtenido Medalla de Oro y Diploma de primera clase para sus
preparados, Depurativo Neisser, Elixir Carmen, Bálsamo Pectoral del doctor La
Croix, Obleas Carmen y las Píldoras Anti-anophelinas. Era tanta la confianza
que se tenía sobre la eficacia de sus productos que sus avisos decían que “se
vendían en todas partes y en las principales boticas”.
No faltaban los testimonios que publicaban quienes se
habían beneficiado de sus remedios, como éste firmado por don Hipólito Suárez y
fechado en la ciudad santandereana de Málaga, el 10 de agosto de 1924:
“Mi esposa Juliana
Jaimes hace dieciocho meses que sufría atrozmente, a consecuencia de un tumor;
inútiles habían sido los esfuerzos de los médicos para curarla, quienes acabaron
por desahuciarla. Afligido con semejante golpe, me resolví a emplear el
‘Depurativo Neisser’, del cual había visto buenas recomendaciones en el
periódico local y en otros órganos de la prensa.
Debo decir en honor de
la verdad y en provecho de los que sufren que con los primeros frascos no más
obtuvo tal mejoría que, abandonando la cama, pudo emprender viaje a Güicán,
haciendo dos largas jornadas a caballo y regresar de la misma manera.
Naturalmente, como apenas comenzaba la curación, se agravó de nuevo; volví a
emplear el Depurativo y con siete frascos que ha tomado, el tumor ha
desaparecido y se siente perfectamente curada.
Hagan ustedes lo que a
bien tengan de esta espontánea manifestación y sírvanse tenerme como su
agradecido estimador.”
Ante semejantes demostraciones, la Farmacia del Carmen
se posicionaba cada vez como la de mayor prestigio entre la sociedad cucuteña y
sus vecinos, quienes no escatimaban recursos para visitarlos.
En 1925, como contribución a la celebración del
cincuentenario del terremoto de Cúcuta, reorganizó “su recetario” y las
existencias de drogas y productos químicos, como solía decirse en el medio,
para lo cual dispuso de nuevos artículos importados de las mejores fábricas
alemanas y francesas, como E. Merch, Becker y Franck, Derrasse Freres, Poulenc
Freres y otros de igual renombre.
Además de un surtido de nuevos patentados, entre los
que se destacaban los jabones medicados y de tocador, polvos, pastas y cremas
para el deleite de las damas.
En sus avisos de prensa, su despedida era la usual
advertencia:”No se atenga a lo barato. Diferencia de precios es diferencia de
calidad. La Farmacia del Carmen compite en esta última forma.”
Por su parte, el laboratorio de Zoilo Ruiz & Cía.,
quienes competían con la anterior en la reconocida Droguería Ruiz, tenían su
producto estrella en el Depurativo Sulfuroso de Ricord, patentado en Colombia y
Venezuela y declarado por la Junta de Sanidad de Caracas ‘de uso popular y
venta libre’.
Según las indicaciones suministradas con el producto,
éste era un “compuesto con ingredientes completamente puros, es el específico
soberano y eficaz en el tratamiento y curación de las enfermedades de origen
sifilítico y vicios de la sangre”. Ellos mismos certificaban que millares de
personas lo han tomado y recomendaban tomarlo con toda confianza como una
medicación que cura y que no hace daño ni exige dieta de ninguna clase.
Exhortaban utilizarlo para combatir las enfermedades
de entonces conocidas como ‘malos humores, erupciones cutáneas, raquitismo, mal
de riñones, tumores o incordios, vegetaciones de la matriz, carate, úlceras
rebeldes y supuraciones’ que según sus fabricantes son “síntomas malignos
indicativos de sangre impura que pide a gritos un depurativo eficaz que
arranque esos elementos de corrupción en la sangre.”
Finalmente, no podemos olvidar uno de los males más
frecuentes del trópico y que afectaba a buena parte de la sociedad local, el
paludismo. Los productos conocidos entonces a base de quina, eran los más
comunes y solicitados, de modo que los antipalúdicos tenían una gran demanda.
Por ese motivo, el farmacéutico cucuteño José Miguel
Román, vinculado a la Botica Nacional de Bogotá, fabricaba las Píldoras
Antipalúdicas del Dr. Negrón, para curar los fríos y las calenturas del Paludismo;
doce pildoritas eran suficientes; en Cúcuta se conseguían en la Botica Ayala y
como garantía, se devolvía su valor a quien no se curara de los ‘fríos’ con
solo dos cajitas.
Hemos mencionado las preocupaciones de los habitantes
de la Villa de San José, sobre su salud y la razón por la cual habían
proliferado las farmacias y laboratorios y con ellos sus productos, que
entonces eran ‘casi’ milagrosos, en parte gracias a las declaraciones que los
beneficiados publicaban dando gracias a sus creadores por haberles recuperado
su salud.
Ahora demos un paseo sobre las otras actividades que
comenzaban a aflorar en la Cúcuta de principios del siglo XX.
Como es apenas natural, otra de las actividades propias
de los poblados que comenzaban a crecer, eran aquellas relacionadas con su
manutención y supervivencia, razón por la cual los productos de consumo diario
eran muy publicitados y bastaba la sola mención del almacén para darlo a
conocer, pues por esa época no se acostumbraba a indicar las direcciones, ya que
por el tamaño de nuestra noble villa era completamente innecesario, a pesar de
la conocida nomenclatura instaurada tan pronto la ciudad fue reconstruida.
Tampoco se anunciaba el número telefónico a pesar de
tener, la ciudad, un servicio incipiente en funcionamiento desde 1890, el cual
fue ampliado posteriormente, en 1907 con el otorgamiento de la licencia que le
permitía su explotación a los esposos Polanco Rodríguez.
Sin embargo, las razones de la exclusión del teléfono
eran varias, primero, la restricción de líneas, es decir la escasa cobertura
que existía entonces y por último, el costo relativamente alto que impedía su
masificación. Por esto, en casi ninguno de los avisos de esta época veremos la
dirección o su número telefónico.
Van Dissel Rode &
Cía ubicada en la avenida 6ª con calle 10.
En las primeras décadas del siglo XX, primaban en el
comercio las casas mayoristas alemanas, situadas estratégicamente en las
principales esquinas del parque Santander, como lo eran Breuer Moller &
Cía., Beckmann & Cía., Van Dissel Rode & Cía., la casa comercial
italiana Ríboli & Cía., ésta, ubicada en la esquina de la calle doce con
avenida quinta y posteriormente adquirida por Tito Abbo, quien le cambió su
nombre y a comienzos de los sesenta, venderla a la compañía que administraba
los Almacenes Ley.
Estos cuatro grandes almacenes ofrecían la gama más
variada de artículos, entre los que se cuentan, víveres de toda clase, la
mayoría importados, compra y exportación de café, quincallería y ferretería y
en general todas las mercancías traídas del exterior. También prestaban el
servicio de navegación fluvial por el río Zulia hasta la población de
Maracaibo.
Algunas de éstas eran también agentes bancarios, como
el caso de Breuer Moller & Cía., otra especializada en productos
farmacéuticos, como Van Dissel Rode & Cía. además, propietaria de la Botica
Alemana y otras también ofrecían servicios de papelería e imprenta; verdaderos
exponentes del gran comercio y precursores de las llamadas hoy ‘grandes
superficies’.
Compitiendo con estos grandes empresarios extranjeros
se destacaban algunos comerciantes locales, entre los que se contaban Cogollo
& Cía., Jorge Cristo & Cía., Manuel Guillermo Cabrera, lo mismo que
algunas grandes fábricas como las cervecerías Santander y Colombia, ambas
dedicadas a la elaboración de cervezas, gaseosas y a la venta de hielo en
bloques.
Las más destacadas en otras tareas eran, Arocha
&Cía. y Duplat & Cía. procesadores de toda clase de cereales, pastas
alimenticias y en especial, molienda de café.
Por aquella época comenzaba sus labores empresariales
un notorio productor, quien años más tarde se destacaría como uno de los más
aventajados exponentes del empresariado regional, don Pedro Felipe Lara.
En más pequeña escala citaremos el Casino Berti un
establecimiento dedicado a la venta de comestibles, fundado en los últimos años
del siglo anterior-1880- y luego reorganizado por su nuevo propietario a quien
llamaban cariñosamente don Vicente y se especializaba en el servicio de
‘cenas’, además de su oferta de vinos españoles y franceses, así como un
variado surtido de rancho proveniente de Europa.
Uno de sus productos más reconocidos y que fuera
exclusivamente ofrecido a los cucuteños, era la ‘Kola Champagne’, bebida
azucarada burbujeante que competía con las gaseosas de la época. Varios sabores
eran presentados a sus consumidores como limón, crema soda y jengibre.
Los domingos, el programa giraba en torno a la gallera,
a donde asistían ‘cuerdas’, como se llaman los participantes asiduos, de
la ciudad y las poblaciones vecinas, especialmente de San Cristóbal, San
Antonio y Ureña; el atractivo eran las ‘apuestas exageradas’ que dicho de otra
forma, significaba grandes sumas en juego.
Tampoco podían faltar los cigarrillos, especialmente
los de fabricación nacional. La Fábrica Nacional de Cigarrillos promocionaba el
‘Gran Colombia’ que aprovechaba el nacionalismo anunciando que “la opinión
pública aclama nuestros productos como los mejores de su clase en la
actualidad, sencillamente porque nuestra fábrica emplea en sus picaduras, hoja
de tabaco cosechadas en las más hermosas plantaciones del Norte.” Remataba como
lo hacían la mayoría de los anuncios de esos años, “de venta en todos los
establecimientos y bodegas.” Mantenían una promoción permanente en la que
cambiaban las cajetillas vacías por una llena de esta manera, quince cajetillas
grandes por una del mismo tamaño u ocho cajetillas pequeñas por una de esta
clase.
Hubo un momento en que los fumadores conocieron el
último grito de la moda en lo referente al vicio de fumar, las ‘pajillas’, que
eran cigarros en el que se utilizaban hojas de maíz como envoltorio en lugar
del tradicional papel; a Cúcuta llegaron en 1925 al Almacén Jea. La novedad
duró poco y la verdad es que no sabemos cuánto ni la razón por la que
desapareció.
Y para rematar esta crónica, una mención del trasporte
urbano. El primer automóvil había llegado algunos años antes y ya se ofrecían a
la venta, los más conocidos traídos de Estados Unidos, los Chevrolet en cuatro
modelos Sport, de Lujo, Special y Corriente.
El distribuidor era Cogollo Hermanos y los
colores de moda eran el azul oscuro o el azul Boston, el gris Ontario o el más
popular, el negro. Se anunciaba como el ‘más barato en relación con su alta
calidad’. Claro que un automóvil era entonces un lujo que pocos podían
procurarse, pero quienes querían darse su paseíto, bastaba con llamar a Eduardo
Araque al teléfono 375, que con su Hudson para 7 pasajeros lo llevaría al
destino de su preferencia por los escasos caminos que entonces existían.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
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