José
Alberto Mojica Patiño (El Tiempo)
Los estoraques de la Playa de Belén, en Norte de Santander, son un paisaje
único y sorprendente de una región que tiene sus esperanzas de progreso en la
paz y el turismo. Un paraíso inexplorado de Colombia.
A los muertos de la Playa de Belén, en Norte de Santander, los entierran
más cerca del cielo.
Para llegar al cementerio, los dolientes deben trepar una meseta de más de
150 metros de altura, con el difunto al hombro.
El funeral se convierte en una penitencia que recrea el camino de Cristo
hacia su crucifixión. Pero cuando se corona la empinada loma, el paisaje se
convierte en la mejor recompensa y en un bálsamo ante el dolor.
Aquí la vida y la muerte comparten
el mismo espacio de manera armoniosa entre tumbas blancas con cruces de hierro forjado y unos pocos árboles y
jardines que brotan inexplicablemente en medio de arena tostada, como de
desierto. Un lugar donde bien valdría la pena pasar a la eternidad.
Más allá de ser un cementerio es un mirador que permite contemplar una
grandiosa panorámica de este municipio de cerca de nueve mil habitantes,
considerado uno de los pueblos más lindos de Colombia.
Desde el cementerio se tiene una
vista privilegiada la Playa de Belén, uno de los 17 Pueblos Patrimonio de
Colombia. Mauricio Moreno y Rodrigo Sepúlveda/ EL TIEMPO
Y desde allí se revela el extraño pero bello paisaje que rodea la región: los estoraques, asombrosos gigantes de piedra
que han sido esculpidos durante miles de años por el viento y el agua.
En pocas palabras, por la erosión.
Parecen ciudades perdidas o castillos medievales amurallados. Parecen
catedrales góticas o los vestigios de monumentos griegos o romanos. Parecen
enfilados ejércitos de piedra pintados de terracota, de gris y naranja;
guardianes milenarios que miran un cielo azul y despejado. Hay una zona de
torres puntudas que, a lo lejos, se ven como los rascacielos de Manhattan. Y
otra parece el Muro de los Lamentos.
Tienen todas las formas posibles. Hay
que dejar volar la imaginación para contemplar estas geoformaciones, que datan
de hace cuatro millones de años y conforman un paisaje único y muy poco
conocido en Colombia.
La Playa de Belén, con sus estoraques, es el principal atractivo de un departamento
que poco a poco ha venido superando el dolor y los estigmas de la guerra y que
ha comprendido que el turismo es una luz y una esperanza de vida y progreso
para sus habitantes. Una zona que, poco
a poco, empieza a dejar de ser prohibida.
Los estoraques conforman laberintos,
cárcavas y murallas altísimas que evocan todo tipo de figuras. Mauricio Moreno
y Rodrigo Sepúlveda/ EL TIEMPO
De Ocaña a la Playa de Belén hay 27 kilómetros de distancia, media hora de
recorrido. Apenas se hace el desvío aparece el río Algodonal, que corre plácido
con sus aguas frescas y cenicientas; aparecen cultivos de pepino, muy verdes y
perfectamente delineados, que más bien parecen viñedos. Y entran en escena los
primeros estoraques, llamados así en tributo a un árbol que abundaba en la zona
y que fue arrasado para elaborar medicinas y perfumes.
Hoy solo queda uno, que se levanta modesto en la plaza del pueblo entre
soberbios árboles de lapacho, arrayán y guayaba.
Uno de los pueblos más lindos
Antes de llegar a la población hay que hacer una parada en la vereda El
Tunal, antecedida por varias tiendas, donde venden delicias típicas: brevas con
arequipe, cocadas, panelitas de leche y cebollitas ocañeras; estas últimas, del
tamaño de un limón, caramelizadas y enfrascadas en vinagre.
Desde allí, tras una caminata de cinco minutos, se llega a Los Aposentos,
una de las zonas donde los estoraques se dejan apreciar en todo su esplendor.
‘Este es un lugar sagrado; entra como un peregrino’, reza un aviso cerca de
un altar de piedra. A pocos metros hay una imagen de la Virgen de Belén
empotrada en un estoraque, alto y grueso, de unos seis metros, que parece una
columna salomónica derretida. Allí, el
primer sábado de cada mes, se celebra una misa en tributo a Nuestra Señora de
Belén, conocida como la ‘bella ojona’, coronada, con el niño Jesús en
brazos y custodiada por un vidrio ya opaco.
A la arena gruesa y blanca que caracteriza la región, como arena de mar, se
le debe el primer nombre del pueblo: la Playa. Y a la devoción a la Virgen de
Belén, el segundo, aunque la patrona sea la Virgen de las Mercedes.
Los Aposentos, en la entrada del
pueblo, son un santuario al aire libre donde se le rinde tributo a la virgen de
Belén. Allí, los estoraques se dejan contemplar en todo su esplendor. Mauricio
Moreno y Rodrigo Sepúlveda/ EL TIEMPO
Desde el pueblo, el cura y los feligreses caminan hasta este santuario al
aire libre que son columnas, conos, laberintos y cárcavas anaranjadas que por
un segundo hacen pensar que estamos en la ciudad perdida de Petra, en Jordania,
o en una versión natural de la Sagrada Familia de Gaudí. En otro planeta.
Vale la pena quedarse allí varias
horas para contemplar este paisaje hermoso y dramático, desolado y tranquilo. No hay turistas. No hay nada, pero
lo hay todo: la vida pura y estas piedras monumentales moldeadas como obras de
arte. Pero hay mucho más para ver.
Retornamos al camino y cinco minutos más tarde llegamos al pueblo, que es uno de los secretos mejor guardados del país.
Un pueblo pequeñito que parece una artesanía. Un pueblo colonial que apenas
son tres calles principales: de Belén de Jesús o del Comercio; la del Medio y
la de Atrás, o la carrera de San Diego.
Otras seis calles, más pequeñas, conforman esta población de arquitectura
perfectamente uniforme: de fachadas blancas adornadas con ventanales, balcones,
puertas de madera y zócalos de color marrón, cada cual con una maceta de barro
de la que cuelgan flores, novios y gloxinias de colores.
Un amanecer anaranjado en la Playa
de Belén, un pueblo de conservada arquitectura colonial que parece detenido en
el tiempo. Mauricio Moreno y Rodrigo Sepúlveda/ EL TIEMPO
Casi la totalidad de las casas (excepto una de dos pisos) son de solo una
planta. Los números de las matrículas de las viviendas están fundidos en hierro
forjado. Los techos son de tejas de barro y las paredes, de tapia pisada.
Las calles son de concreto con líneas de piedra y las pocas señales de
tránsito y los avisos de las tiendas son tajadas de troncos de madera marcadas
con el mismo elegante tipo de letra.
Un ilustre desconocido
Pero este pueblo, fundado en 1862, era un ilustre desconocido. Natalia
Bobadilla, funcionaria de la Oficina de Turismo del municipio, recuerda que
apenas en el 2005 se empezó a dar a conocer.
Entonces fue declarado Bien de
Interés Cultural de la Nación, y cinco años después ingresó a la Red de Pueblos
Patrimonio, conformada por los 17 pueblos más lindos del país.
Bobadilla cuenta que solo a partir de estos reconocimientos el pueblo
comprendió que podría tener una vocación turística. Y que así, poco a poco, han
creado varios hoteles, hostales y restaurantes, y que aunque no son tantos los
turistas, muchos de ellos vienen del exterior. Sin embargo, reconoce que falta
infraestructura en servicios turísticos, en conectividad. Aprender de la
industria. Pero sabe también que su tierra tiene lo más importante: los
atractivos y el potencial para convertirse en un gran destino.
Natalia sirve de guía para conocer un pueblo donde el único ruido es el
canto de los pájaros y el crujir de los árboles con el soplo del viento. Un
pueblo donde bien valdría la pena jubilarse.
El mirador de los Pinos es el sitio
ideal para descansar al aire libre en la Playa de Belén. Mauricio Moreno y
Rodrigo Sepúlveda/ EL TIEMPO
Y así nos lleva a la iglesia de San José, el único templo católico, con sus
dos torres blancas coronadas con cúpulas de cobre. Adentro, una imagen de
madera de José, el carpintero santo, con el serrucho en la mano, y otra de la
patrona de los playeros, Nuestra Señora de las Mercedes, traída desde Barcelona
(España).
La iglesia queda en la única plaza, en el parque Ángel Cortés, al lado de
un arco blanco bordeado por flores, que es la entrada al cementerio. Justo al
lado de la tienda donde Elba Luz López vende helados de yuca que no saben a
yuca (saben a leche condensada) y de gulupa y horchata de arroz. Y a solo 300 metros de allí queda el Área
Natural Única los Estoraques, 600 hectáreas protegidas por Parques Nacionales
Naturales.
Y aunque ya se ha dicho que en toda la región se ven estoraques, allí están
los más bellos y espectaculares. Pero, como toda joya de museo, solo se pueden
ver desde lejos.
Luis Fernando Meneses, jefe del lugar, cuenta que el parque está cerrado al
público porque los senderos están deteriorados y hay un litigio con los dueños
y ocupantes de 16 propiedades dentro del área protegida.
El Área Natural Única Los Estoraques
no solo es un espectáculo paisajístico; también es un escenario para el estudio
científico de la fauna y flora de este ecosistema. Mauricio Moreno y Rodrigo
Sepúlveda/ EL TIEMPO
Pero aclara que a finales del 2016 espera ser abierto nuevamente. En la
actualidad –cuenta– se adelantan estudios para establecer la capacidad de carga
del lugar, pues se sabe que aunque los estoraques son estructuras robustas
gracias a los minerales que los componen, el ecosistema es frágil y deben
protegerlo de un turismo masivo y depredador. Para que no desaparezcan, como el árbol que les dio el nombre. También se
delimitarán nuevas rutas y miradores.
Aunque en el pueblo hay guías que se ingenian la forma de entrar turistas
al parque, vale aclarar que de esa manera el ingreso será clandestino y que, si
le pasa algo, nadie responderá por su seguridad.
Pero tranquilo. Podrá contemplarlos desde el cementerio, o desde el mirador
de la Santa Cruz, o desde la carretera. O puede ir a los Aposentos, donde no
son menos asombrosos. Ya se ha dicho que hay estoraques en todo el pueblo,
hasta en los patios de las casas.
En la Playa todo es impecable. “No hay un solo papel en la calle”, dice la
profesora Carmenza Llaín y aclara que aquí la gente cuida el pueblo no porque
sea obligación. Lo hacen así los playeros porque les gusta vivir tranquilos y
porque son buenos vecinos.
La tranquilidad, dice, es lo que más
ama del pueblo que la adoptó hace treinta años y del que no quiere irse nunca. Ella es de la vecina Ocaña, ciudad
que crece pero que atesora sus costumbres de provincia. Una ciudad que vale la
pena conocer.
Experiencias de visitas a La Playa de Belén
Sergio Urbina, 2012:
“El viento que viene y el viento que va,
en realidad no son nada del tiempo”
E. Cote Lamus: Los Estoraques (1961-1963)
En el pasado “puente festivo”
del 15 de junio, en unión de mi señora y
una pareja de amigos, nos trasladamos en carro a la Provincia de Ocaña, con el
objetivo de conocer el bello municipio
de La Playa de Belén, sitio donde se encuentra el Parque Natural de los
Estoraques, y que al conocerlo el poeta en una correría realizada por la Provincia,
quedó tan impresionado de su extraordinaria y abrupta belleza, resultando en un
épico, emotivo, fuerte y muy elaborado poema, “Los Estoraques”, que llena un
amplio espacio de la poesía tanto nacional como internacional y que le valió
muchos elogios.
El Viaje:
Saliendo de Cúcuta, por la
vía El Zulia/Astilleros/Sardinata/La Curva/El Alto del Pozo/El Tarra/Abrego,
donde delante de este último lugar, en la vereda Chapinero se desvía la
carretera principal, para por fin llegar después de veinte minutos de viaje
lento a la población mencionada, en un
recorrido total de 195 kilómetros, duración de tres horas y media, vía en muy
buenas condiciones(por fin logramos contar con
una vía muy aceptable, ni que pensar de lo que fue, en mi primer viaje,
ya hace 45 años), totalmente pavimentada, con algunos tramos en reparación y en
construcción, en especial dos puentes volados, que hacen del viaje tranquilo y
agradable, por lo demás un poco desolada de automotores como de viviendas en su
trayecto, de variados contrastes, zonas de aridez marcada, de riscos de
arenisca ya amarilla, ora blancuzca, con otros de empinados ascensos, y otros
de verdor y belleza exuberante, (los verdes o prados de cebollas) pero bien custodiada por el ejército nacional
en varios puntos de su recorrido, lo que le brindan mayor seguridad al viajero.
La Playa de Belén:
Este municipio, es un apacible lugar encajado en un
hermoso valle, rodeado de variadas formaciones rocosas de vivo color rojizo.
Al parecer su fundación como poblado, aparece en 1857
en el paraje llamado de Llano Alto, donde Doña María Claro de Sanguino
construyó la primera casa , quien junto a los Señores Vega, Alvarez y Rueda,
fueron los primeros pobladores o fundadores.
Cuenta con una población en su cabecera, de escasos
656 habitantes y un total del municipio de 5806, con tres calles alargadas y
onduladas y otras seis menores, que definen su casco urbano, las principales
con piso en piedra y encintadas en cemento, con todas sus casas pintadas de
blanco en su exterior, adornadas en sus paredes con materas artesanales de
flores vivas y de variados colores, puertas de madera color marrón,
nomenclatura en tabletas de madera pulida, faroles de hierro forjado iluminan
sus calles, dando así, esta distribución uniforme y alineada, la impresión de
un alegre pesebre decembrino, de construcción colonial, con un hermoso templo
parroquial que sobresale como edificación principal, poca actividad comercial
y transitar de gentes por sus calles, hay
servicio de un hotel cómodo dotado de buenas habitaciones, comedor y piscina, y
de algunas casas habilitadas para alojar pocos huéspedes, algunos restaurantes,
es decir, el pueblo impresiona por su total tranquilidad, acentuada por las
noches, excepción de la gran cantidad de motos que circulan por su casco
urbano, con su consabido alto y estridente
ruido, ( mal del siglo XXI ), que no se compadece con la calidad del
poblado.
En sus alrededores se pueden apreciar numerosos
cultivos de tomates, fríjol, algodón y algunos, aunque ya muy pocos, de
cebolla, que otrora, fue el fuerte de su agricultura, producto de la intensa
sequía que data de hace ya varios años. Por Resolución 928 del 2005, del
Ministerio de Cultura, el Centro Histórico del municipio fue declarado Bien de
Interés Cultural de Carácter Nacional.
Area Natural Unica de los Estoraques:
Fue declarada como tal, por el gobierno nacional, por
intermedio del Inderena en agosto de 1988, e integrada al Sistema de Parques
Nacionales, y constituye el mayor atractivo natural como turístico de la Playa
de Belén.
Al parecer su nombre deriva del árbol nativo, ya
extinguido, “estoraques”, tiene una extensión de 640 hs., y su contenido de
formaciones frágiles geomorfológicas, rocas cristalinas meteorizadas con una
apariencia a manera de columnas y conos torrenciales, que a causa durante miles
de años de los procesos acelerados naturales de erosión hídrica, donde junto
con el viento y el agua, dan un aspecto fantasmagórico a sus diferentes
formaciones pétreas, y no es exagerado comparar esta región, con la distante de
Turquía, la Capadocia, a la que tuve
ocasión de conocer hace unos años, donde por un proceso parecido de
erosión, del viento y la formación de la turba, durante milenios, también la
roca fue tallada para aparentar figuras de grandes torres, de animales, y de
castillos, donde inclusive fueron habitadas en épocas de persecución religiosa
por los moradores de la región, y que constituye para el país un área de grueso
turismo mundial.
Está localizado a escasos
doscientos metros del casco urbano, a una altura entre los 1450 a 1700 msnm,
una temperatura de 24 Gr.C., vegetación tipo bosque seco pre montano, posee
rica fauna de aves, mamíferos y varias especies de murciélagos, además de una
significativa fuente de agua para la región, por ser un lugar de nacimiento de
varias quebradas que forman parte de la cuenca del río Playón, y otra en la
parte alta del río Catatumbo.
En la caminata que participamos, guiados por un
experto baquiano de la región, partiendo de su punto de inicio del Parque, y
por un camino empinado, pedregoso, estrecho y arenoso, fuimos ascendiendo, a la
vez que observando diferentes formaciones rocosas, de apariencia y variedad de
castillos naturales o de altísimas columnas majestuosas, las hay de catedrales
con multitud de torres, de arcos jónicos y dóricos, ventanas torneadas y
grabadas como si hubieran sido dibujadas o esculpidas por los más famosos
artistas, de un color rojizo, algunas aisladas, otras formando conjuntos que
semejan ciudades perdidas o castillos medievales, algunas coronadas de una
formación negruzca, a la que el poeta en
forma libre, les dio el nombre, del falo soberbio de las vírgenes, y las que los lugareños y otros observadores,
según su imaginación y por semejanza, les han dado nombres, como, la del camino de la Virgen, el
Paso de las ánimas, la Cueva de la
gringa, la máquina de coser, el extraterrestre, el león, el conejo, etc.
En fin, el agua, el viento y el tiempo, le han
regalado a este lugar de la Playa de Belén uno de los paisajes más hermosos del
país. Torres, columnas, cuevas fantásticas y figuras caprichosas, talladas por
la erosión han logrado un espectáculo maravilloso, que volviendo al poema
magistral de Cote Lamus, citamos:” …Aquí las ruinas no están quietas: el viento
las modela….”
Adendum:
La dirección de Parques Naturales, está en mora, como
el Departamento, de reglamentar visitas guiadas y adecuar el lugar de
comodidades para su explotación turística, con medidas preventivas para
preservarlo.
Referencias:
Red turística de Pueblos Patrimonio; Página web
del Dr. Guido Pérez Arévalo, y anotaciones personales del viaje.
Pablo Emilio Ramírez Calderón, 2018:
La Playa
de Belén
La Playa de Belén, es uno de los municipios más bellos
del departamento Norte Santander, a doscientos veinte kilómetros de su capital,
Cúcuta. Está a una altura de 1450 metros sobre el nivel del mar, y tiene una
temperatura agradable, promedio de
veinte grados centígrados.
Fue fundada por la matrona María Claro de Sanguino, el
4 de diciembre de 1862.
Es una bella población, con sus casas todas pintadas
de blanco y bonitas y alegres
artesanías, y flores que adornan las puertas y paredes, de todas ellas.
Muy cerca del centro de la ciudad, se encuentra el
parque de Los Estoraques, que definen y caracterizan la población, como ninguna
otra en el país y en el mundo.
Son aquellos, formaciones antiguas, modeladas por la
naturaleza a través del viento y el agua, dando forma a numerosas figuras de
arenas y piedras, de consistencia sólida y resistente al paso del tiempo y sus
inclemencias atmosféricas.
Centenares de estas formaciones, con diferentes
figuras aparentes, dispersas en un campo de centenares de hectáreas, que llaman
la atención de nativos y visitantes,
cada día más numerosos, y que caracterizan e identifican a la población,
que cuenta con unos siete mil quinientos a ocho habitantes, la mayoría residentes
en el campo, dedicados a labores agrícolas y pecuarias, siendo sus principales
cultivos la cebolla cabezona y el tomate.
Las formaciones
geológicas de los estoraques que le dan singularidad a la población y la
convierten en sitio turístico, único en el departamento y la nación, son formaciones
geológicas formadas lentamente por acción del tiempo, el sol, el viento y el
agua, sin intervención de ninguna mano sobre natural, que la caracteriza.
Bella es La Playa de Belén, bello y único es el parque
de los estoraques, que identifican a la población, cada día más admirada y
visitada por turistas de todo el departamento y toda la república; vemos
incrementar su turismo diariamente, lo cual obliga a mejorar y aumentar la
infraestructura de toda índole, para convertir a La Playa en polo de desarrollo
turístico del departamento y de la república.
La Playa es un remanso de paz, donde son muy escasos
los conflictos y las alteraciones del orden público, después de la agitación y
violencia, que caracterizaron a la provincia de Ocaña en tiempos pasados, que
esperamos no regresen, nunca más.
Con su agradable clima, su remanso de paz, la belleza
de su topografía, la exuberancia de sus formaciones geográficas, la
laboriosidad de sus habitantes, La Playa es un atractivo sitio para disfrutar
de unos días de descanso, después de las largas jornadas
de trabajo, que se aproximan en los primeros días del año de 2018.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
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