Ramiro Pinzón Martínez (Hno. Rodulfo Eloy)
Puente San Rafael, 1938
Después de dos días de viaje, agradable por lo novedoso, llegamos el 13 de enero de 1938 a Cúcuta. Éramos los miembros de la Comunidad de Hermanos que irían a trabajar en el Colegio del Sagrado Corazón de Jesús durante ese año de 1938. Venían entre ellos los Hermanos Domingo León, el Director; Alfonso Juan, su sucesor a partir de agosto, en la Dirección del Colegio; y Aptat Francois, quien, como Visitador, había tramitado con el gobierno departamental en 1927, el regreso de los Hermanos a Cúcuta, donde ya habían estado antes entre 1906 y 1912, inclusive los años extremos.
La entrada a la ciudad se hacía por el Puente de San Rafael sobre el río Pamplonita, para esa época inmenso río miedoso en tiempos de invierno. El Puente de San Rafael lo era para camino de herradura; había sido construido por el Dr. Francisco de Paula Andrade, el mismo que hizo el trazo de la nueva Cúcuta, después del terremoto de 1875. En 1938 la parte más importante del puente era de calicanto, con algunos remiendos metálicos que testimoniaban los furiosos embates del Pamplonita; al adaptarlo para paso de vehículos automotores, había quedado de una sola vía. Para avisar el cierre o apertura de la vía, se disponía de un servicio telefónico local de un extremo a otro, pues la longitud del puente, los árboles y las edificaciones impedían ver lo principal del trayecto. Cuando nosotros llegamos estaba cerrada la vía.
Este puente, llamado Puente Cúcuta por sus constructores, fue Puente de San Rafael desde el 24 de octubre de 1886, según Pedro M. Fuentes, porque ese día, fiesta de San Rafael, el Pamplonita lo destruyó casi totalmente. Colocose el nuevo, bajo la protección del Santo Arcángel, protector de caminantes. Según el mismo historiador Fuentes, en 1940 se lo quiso llamar Puente Eduardo Santos, pero este declinó el honor e insinuó fuera Puente Benito Hernández Bustos, en honor de este ilustre jefe liberal y exgobernador del Norte de Santander, muerto el 27 de febrero de 1940 en un accidente de aviación, no lejos de Bucaramanga; un monumento en forma de obelisco entre Bucaramanga y la Corcova, señala el sitio del trágico suceso.
El antiguo Puente de San Rafael fue en gran parte destruido nuevamente por una furiosa creciente del Pamplonita en el inverno de 1938, ya para finalizar dicho año. El puente que lo reemplazó, construido en 1939, era en realidad un puente nuevo; en efecto, no se había construido en el mismo sitio del anterior; tenía doble vía y estructura de concreto y era además una de las principales obras destinadas para conmemorar en 1940, el Primer Centenario de la muerte del General Santander. Podía, por lo tanto, recibir otro nombre oficialmente y en efecto lo recibió y desde entonces se llamó oficialmente Puente Benito Hernández Bustos, aunque las gentes sigan llamándolo Puente de San Rafael.
Cruzado el río por el Puente de San Rafael aquel 13 de enero de 1938, continuó nuestro viaje por la estrecha callejuela con que terminaba el camino de herradura que llevaba a la ciudad. Era muy sinuosa esa callejuela y se la llamaba de la Vuelta del Molino, porque la curva mayor la ocasionaba el espacio ocupado por un molino al pie de una de las colinas que cierran por el suroeste los Valles de Cúcuta.
Al oriente se extendían amplios y fértiles terrenos; dedicados a la agricultura fecundados por las aguas del Pamplonita, de su gran Brazo y de numerosos canales de riego.
La sinuosa y estrecha callejuela era también la vía del ferrocarril que entonces sólo funcionaba como tranvía en esta parte de la ciudad. Un edificio destinado a estación que existe todavía casi frente al puente de San Rafael, ostenta en su frontis, como expresión de empuje, el nombre de Ferrocarril del Sur y un poco más abajo Estación del Sur.
La Quinta Teresa
No muy lejos de la Vuelta del Molino, desemboca la callejuela en la Avenida Cuarta, a la altura de la hoy calle 18 no determinada entonces todavía. Por esta avenida se entraba a la ciudad de Cúcuta trazada octagonalmente por el Dr. Francisco de Paula Andrade después del terremoto de 1875.
Ya en la Avenida Cuarta se veía a mano derecha el Asilo Andresen que eternizaba la filantropía de los esposos Cristian Andresen Moller y Teresa Briceño. Doña Teresa había querido que ese asilo, inaugurado en 1907, don de su generoso corazón, llevara el nombre de su esposo, muerto ocho años antes en Europa, así como él había dado el nombre de Teresa a la hermosa Quinta.
Una cuadra más adelante unas rejas metálicas separaban de la calle, es cierto, las construcciones, pero sobre todo invitaban a mirar hacia adentro, donde aparecía entre verdes jardines, árboles y palmeras en todo su esplendor la Quinta Teresa. Ella era el término final de nuestro viaje.
La impresión que dejó esta primera contemplación de la Quinta Teresa, me impulsó a escribir cuarenta y un años después en Recuerdos y glorias: "llegamos a la Quinta Teresa, situada todavía en las fueras de la ciudad; de estilo hermosamente clásico con toques de arte griego en sus glorietas, era construcción reposada y serena como lo pide el clasicismo en arquitectura. Había delante un gran curapo en pleno vigor que parecía el protector de la Quinta o el centinela encargado de guardar su entrada; una fuente con surtidor frente al centro del frontis, completaba la primera visión.
Se entraba a la Quinta propiamente dicha por anchos portones; su patio interior, rodeado de amplios corredores y salas, tenía una fuente en el centro que, durante el día refrescaba el ambiente y en el silencio de la noche, con monótono ruido, invitaba al sueño".
"El inmenso patio, antes huertos y jardines, profusamente arborizado tenía hacia el centro una alberca en forma ovalada, transformada después en piscina para alumnos; en su vértice norte había un coposo ficus o caucho que, para esquivar la sombra de unos curapos, extendía hacia adelante su ramaje cubriendo con él casi la mitad de la alberca. En ciertas épocas del año, llenábase de frutas que venían a comer numerosos pajarillos".
"Habíanse colocado alrededor de la piscina algunas bancas y era sitio ideal para la lectura y también para contemplar, en pequeño, simpáticos cuadros ofrecidos por la naturaleza. Porque a ciertas horas de la tarde los pajarillos se lanzaban al agua, pasaban rozándola, humedeciendo sus plumas y posábanse luego en la orilla opuesta, para sacudirse y terminar con el pico el arreglo de su plumaje".
"A este espectáculo poético, deleite del espíritu, se unía la existencia en el inmenso patio de numerosos mangos en plena cosecha traviesa que, a impulso de los vientos, tapizaban el suelo con dorados y sabrosos frutos".
Los esposos Cristian Andresen Moller y Teresa Briceño y unos amigos en la Quinta Teresa en 1894
En la interesante fotografía tomada en 1894 y que reproducimos aquí, se puede ver consagrado el papel de distracción y entretenimiento que tenía la pileta a que nos acabamos de referir, en los orígenes, vale decir, en la mente de los autores y realizadores del proyecto.
Más tarde se adaptó para piscina y por lo menos durante 35 años desempeñó ese papel y fue origen de la actual: Cambió su forma ovalada por la rectangular y se trasladó del centro del patio, donde estaba antes, a su límite oriental; con la adquisición de las casas vecinas a la carrera 3a. y con las nuevas construcciones hoy vuelve a ocupar un puesto central esa piscina.
Vense en esta histórica fotografía, de pie, al frente, con unas matas de plátano como telón de fondo, el señor Cristian Andresen Moller, a su derecha la señora Teresa Briceño de Moller y a la izquierda una dama elegante, sin duda de alta sociedad. Sentados con ceremonioso vestido de etiqueta, cinco caballeros. Pero lo más importante, allí aparecen dos niños en una barquita, dirigidos por un joven barquero. Esos niños tomaban simbólicamente posesión, en 1894, de esa Quinta Teresa cuya principal gloria iría a ser, servir de centro educativo a muchos jóvenes cucuteños.
Más tarde, cuando se organizaron bazares para obras sociales, como misiones, el templo parroquial o la Escuela La Salle, la Escuelita como cariñosamente se la llamaba, esta pileta, ya transformada en piscina, era también medio de diversión y pequeños ingresos, según puede apreciarse por la foto siguiente.
La Avenida Cuarta
Una de las vías más importantes dentro de la ciudad de Cúcuta fue por largo tiempo la Avenida Cuarta, la Avenida de la Quinta Teresa. Varias circunstancias contribuían a aumentar o por lo menos a destacar esta importancia. En la Avenida Cuarta desembocaba naturalmente la sinuosa Callejuela de la Vuelta del Molino, única entrada por muchos años a Cúcuta viniendo del Sur, es decir, de Pamplona, Bucaramanga y en último término de la capital del país.
Esta callejuela había sido trabajada por el paso de los transeúntes que, durante años, rehuyendo las zonas planas y anegadizas, buscaron camino por el pie de las colinas que cerraban el Valle de Cúcuta hacia el Suroccidente. Y eso no sólo de los viandantes que atravesaban el Puente de San Rafael, sino de aquellos que cruzaban el Pamplonita en Los Vados y seguían por la margen izquierda del río.
Al oriente en terrenos planos y bajos se veían extensos cultivos de caña. La actual Avenida Primera se iría a definir en estas zonas, sólo después del año cincuenta.
Porque en 1949, tras fuertes arremetidas del río contra los estribos del nuevo Puente Benito Hernández Bustos, hubo necesidad de alejar las aguas de la orilla, obras que hicieron desaparecer el Brazo del Pamplonita, y las grandes extensiones que fecundizaban sus aguas se tornaron en terrenos aptos primordialmente para ser urbanizados. Con ello poco a poco fueron perdiendo importancia como vías de entrada a Cúcuta, la Avenida Cuarta y la Callejuela de la Vuelta al Molino y la fue adquiriendo la avenida primera como más natural y recta entrada a la ciudad. A esta avenida desembocarían años más tarde, a la altura de la calle 20, las avenidas segunda y tercera.
Bastantes años después con la apertura de la avenida O y las obras del Malecón, se completaría la triple entrada actual a la ciudad de Cúcuta, partiendo del Puente de San Rafael o Benito Hernández Bustos.
Todo esto restaba naturalmente si no importancia, sí vistosidad a la Quinta Teresa.
Avenida 4ª a nivel del Asilo Andresen
Otro factor que, en la primera mitad del siglo XX, dio importancia especial a la Avenida Cuarta fue el que por ella pasaba el Ferrocarril del Sur. La Compañía alemana que compró el lote, vendido después a doña Teresa Briceño, había mostrado tener gran visión, pues la Casa de Comercio que debía ser la Quinta Teresa estaba al lado de un Ferrocarril que comunicaría el Magdalena con Maracaibo, vehículo extraordinario de comercio y progreso para los Valles de Cúcuta y la región nororiental del país.
El ferrocarril de Cúcuta fue una empresa digna de admiración. Hoy se lamenta que se la hubiera dejado morir para sustituirlo por carreteras que bien hubieran podido trazarse sin acabar con él.
El Doctor Julián Caicedo Arboleda en 'Vida, Pasión y Muerte del Ferrocarril de Cúcuta', señala algunos de los golpes, no siempre leales, lanzados contra esta obra, frenando el progreso en estas regiones de la patria y no teme citar el nombre de algunos que directamente atentaron contra la obra, como el General Benjamín Herrera. El doctor Julián Caicedo, tras de pedir a la Providencia fuerzas para rematar su original estudio, dice como tributo de admiración a la obra: "Bien merece dedicar unas cuantas horas de trabajo al estudio de tan seductora obra que abría para Cúcuta, no sólo una vía al mar, sino el ejemplo de entereza de generaciones que, hoy menguadas, no hemos sido capaces de llevar a la ciudad por las senda que los progenitores nos mostraron con su ímpetu, su coraje y vida dedicados al bienestar del terruño, pese a las adversas circunstancias".
El estudio del Doctor Julián Caicedo, iniciado con un discurso académico, completado con datos tomados directamente en los archivos del Ferrocarril, fueron publicado por la Cámara de Comercio de Cúcuta en 1991.
En 1938, cuando llegamos a Cúcuta, por primera vez, frente a la Quinta Teresa pasaba por la Avenida Cuarta, principalmente como tranvía, el Ferrocarril de Cúcuta, en su sección Sur. El tranvía utilizaba los rieles y las locomotoras del Ferrocarril. Por su relación directa con la Avenida Cuarta y la Callejuela de la Vuelta del Molino, vamos a hacer una ligera referencia, en capítulo aparte, al Ferrocarril y al Tranvía de Cúcuta.
El Ferrocarril y el Tranvía
El tranvía de Cúcuta saliendo de la estación Central del Ferrocarril
El ferrocarril partía de la Estación Cúcuta, situada donde está hoy la Central de Transportes o Terminal, entre las avenidas 7a. y 8a. y desde la calle 2a., como límite al Sur, hasta el comienzo entonces de la ciudad al Norte.
Laméntase, sin duda que, con razón, la destrucción de esta Estación. En el libro ya citado del doctor Julián Caicedo, se dice a este respecto: "La ciudad nunca podrá perdonar la demolición de la Estación Cúcuta, o al menos no haber protegido los materiales de demolición, bellas columnas talladas en piedra, que reconstruidas serían hoy un espléndido monumento a quienes, hace dos generaciones, forjaron la ciudad y su desenvolvimiento después del terremoto de 1875".
Comprendía el Ferrocarril tres secciones: La Oriental que se desprendía de la actual Avenida 7a., en la calle 10; seguía por ésta hasta el brazo del Pamplonita en el límite oriental de la ciudad. Luego, bordeando cañaduzales, seguía en forma desigual, como lo señala la Avenida de la Gran Colombia, hasta el puente metálico de San Luis; y luego por la carretera de Boconó, continuaba hasta el puente internacional del Táchira, frente a San Antonio.
La sección Norte debía detenerse en Puerto Villamizar, hasta donde era fácil la navegación del río Zulia; pero hubo de prorrogarse hasta Puerto Santander, cuando se trató de su empalme con el gran Ferrocarril del Táchira. Este empalme se realizó el 24 de julio de 1912. Por este Ferrocarril se viajaba hasta Encontrados, sobre el Catatumbo; seguíase este río hasta su desembocadura en el Lago de Maracaibo y por éste Lago hasta la ciudad de Maracaibo, sede de compañías comerciales de gran importancia con sucursales en Bucaramanga, Cúcuta y San Cristóbal.
En Maracaibo tenía su centro principal la Sociedad Minlos, Breuer y Cía, propietaria de la parte más importante de los terrenos comprados en 1887 por los esposos Andresen Moller Briceño para construir la Quinta Teresa. Maracaibo fue puerta de entrada de las inmigraciones alemanas del siglo XIX. como lo había sido en 1519 cuando llegaron, entre otros, Ambrosio Alfinger y Nicolás de Federmann. En la inmigración alemana de 1871, tal vez llegó al Estado de Santander el danés Cristian Andresen Moller.
En 1940 tuvimos oportunidad de viajar por Ferrocarril desde Cúcuta a Encontrados; el viaje era lento, es cierto, pero fue lástima haber dejado morir esta empresa ferroviaria.
La sección Sur del Ferrocarril de Cúcuta tenía especial interés por ser la destinada a comunicar a Cúcuta con el centro del país. Debía conectarse con el Ferrocarril de Puerto Wilches o seguir directamente a Tamalameque, en todo caso llegar hasta el río Magdalena, arteria notable para exportaciones en los comienzos del siglo XX. Saliendo de la Estación Sur, frente al Puente de San Rafael, subía el ferrocarril por la margen occidental del Pamplonita, logrando llegar hasta El Diamante, 43 kilómetros. En este trayecto se pueden ver todavía zonas de banqueo y edificios construidos para estaciones: Importantes fueron, como estaciones especiales, La Donjuana y Bochalema, así como fue particularmente difícil el recorrido por el cañón del Pamplonita frente a Peñas Blancas.
Dentro de la ciudad tenía el Ferrocarril de Cúcuta carácter de tranvía, prestando así un servicio más o menos con el siguiente recorrido: Salía de la Estación Cúcuta; subía por la Avenida 7a., pasando por el Parque Antonia Santos, la Cárcel, el Mercado y el Edificio de la Aduana. Al llegar a la calle 10 seguía por la ruta del Ferrocarril de Oriente; al llegar a la Avenida 5a. torcía hacía el sur y continuaba por la quinta hasta la esquina de la Gobernación, en la calle 14 y por esta hasta la avenida 4a. por donde pasaba frente a la Quinta Teresa; por la avenida 4a. se unía a la callejuela de la Vuelta del Molino, hasta la Estación Sur, en San Rafael. La parte más importante de este tranvía era precisamente la que, partiendo del Parque Santander, terminaba en San Rafael. Esta sección se inauguró con toda solemnidad el 29 de octubre de 1919.
El escaso movimiento motorizado en la Cúcuta de principios de siglo, convertía el tranvía en fuente de distracción para los muchachos. Por los años 1928, entonces muchacho, trabajaba Jorge Rincón Pérez como embolador por los lados de la Aduana. Al preguntarle cuál era su mayor distracción, decía que subirse al tranvía de donde lo bajaban el conductor o la policía, o él mismo se bajaba antes de que lo hiciera bajar la autoridad. Jorge Rincón Pérez fue un buen poeta popular. Durante cerca de cuarenta años estuvo Jorge desempeñando un oficio de embolador en el Parque Santander. De ese humilde puesto de embolador, pudo presenciar muchos acontecimientos políticos sucedidos en ese Parque, analizarlos y escribir sobre ellos sus ensaladillas o poemas que, imprimía y trataba de vender.
En 1986 entregamos a la Academia de Historia, una colección de unos veinte de estos poemas o ensaladillas, acompañado de un juicio crítico y detalles recogidos de su vida. Jorge Rincón Pérez era hijo del gran poeta popular Marco Antonio Rincón, profusamente dado a conocer en nuestro libro Poesía Popular del Norte de Santander en 1940 y la ensaladilla en el folclor nortesantanclereanos, en 1969.
La presencia de Jorge Rincón Pérez, muchacho vivo e inteligente, buscando ocasión para subir al tranvía de donde lo bajaban el conductor o la policía, da un toque de vida a esa metálica armadura que conocimos en 1938, época en que todavía pasaba por la Avenida Cuarta, frente a la Quinta Teresa. Llevaba esta bella edificación ya once años consagrada a la juventud estudiosa de Cúcuta.
Don Jorge Rincón Pérez, afirmaba que una de las ensaladillas de Don Marcos Jurungo, seudónimo de su padre Don Marco Antonio Rincón, tenía por título, Cúcuta y sus moradores. Lástima que no se haya conservado. Jorge recordaba sólo los seis últimos versos en que se hace alusión a los viajes en el ferrocarril. La impresión imborrable que produjo en el poeta Marco Antonio Rincón el viaje a San Antonio y a Puerto Santander, quedó admirablemente expresada en ese llamar en forma absoluta paseos en extremo a estas excursiones. ¿Pero paseos en extremo qué? No. Paseos en extremo al punto, se diría en el actual modo de hablar corriente. Bello elogio al ferrocarril. Perdurable recuerdo conservado en la memoria de un poeta del pueblo, capaz, como poeta, de apreciar el valor de estas cosas por su aspecto agradable.
Decía Don Marco Antonio Rincón o Marcos Jurungo:
Los paseos en extremo,
a la Frontera y al Puerto,
nos dejan el campo abierto,
para poder disfrutar,
un contento singular,
cada uno en su casilla.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
Para quienes disfrutamos del Reverendo Hermano Rodulfo Eloy como discípulos, como Director del Corsaje y luego visitador de la comunidad y más aún, luego por muchos años como amigo, relator y consejero, este artículo trae una sensación de alegría, de gratitud, de admiración y de nuestra propia pequeñez ante la grandeza de este personaje y de la maravillosa juventud que pudimos disfrutar en un ambiente creado por personas como él. Gracias, Gastón, ¡he quedado verdaderamente emocionado!.
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