Siempre quiso combatir. Era su sueño de niño y se le cumplió cuando pidieron voluntarios para irse a Corea con el Batallón Colombia. La guerra estaba en pleno furor. Era noviembre de 1952. Luis Carlos Villamizar Santander tenía 16 años y ya había estado en el grupo de caballería No.2 Rendón, en Buenavista, Magdalena, preparándose, un año antes y el día que escuchó el llamado se encontraba en Barranquilla, haciendo un curso para suboficial. “Yo fui uno de esos voluntarios. Desde muy pequeño me gustaba la guerra, pero en realidad no sabía lo que era una guerra”.
El entrenamiento lo tuvo en la Escuela de Infantería en Bogotá. Y no le dieron licencia para despedirse de sus padres Trinidad Santander y Gabyno Villamizar. Pensó que era mejor así, irse sin avisar para causar menos traumas, pero después se dio cuenta que fue peor. Al fin y al cabo sus padres se enterarían el mismo día del zarpe del buque Aiken Victory, en Cartagena.
Subieron al barco y duraron 25 días y 25 noches en altamar. Las olas alcanzaban hasta diez metros de altura y ´no hacíamos cosa distinta que vomitar. Nunca antes había estado en un buque y menos de guerra de los Estados Unidos. Era inmenso, de siete pisos, con camarotes, baños, pero el mareo era persistente´. Las enfermeras y médicos tenían harto trabajo. En ese barco iban unas tres mil personas.
Llegó al puerto de Yokohama mareado, como sonámbulo y de ahí abordó un camión, con los demás de la compañía, que los trasladó, unas cinco horas de camino, al frente de combate, en Corea del Sur. ´No había una pared levantada, ni un techo, todo era desierto´. Salieron en noviembre y llegaron en diciembre, en vísperas de Navidad y Año Nuevo. ´Nos recibieron a plomo´.
Fue fatal. ´Al comienzo da terronera, pero después es una rutina diaria como en el campo, uno se levanta a molar la pala y a darle al monte, y si es cogida de café o si es alfarería a hacer ladrillos, tejas. Acá uno sabía que tocaba echar para adelante, y de uno dependía salvar la vida y la de los compañeros. No recuerdo cuántas veces disparé, pero terminé dirigiendo la escuadra´.
´Empezamos a ver los primeros muertos´. Las compañías se componían de cuatro pelotones: tres de fusileros y el otro de armas pesadas, que era el de apoyo. ´Yo estaba en el segundo pelotón, me tocaba combatir, patrullar con el uniforme americano. Nos daban diez días de descanso después de estar 20 en la refriega. Nos levantábamos a la hora que quisiéramos. La idea era descansar para regresar a la línea de bloqueo´.
Se considera un sobreviviente de la batalla más grande que hubo en Corea, la de Old Baldy, donde los colombianos mostraron su casta guerrera. La orden era combatir a pesar de ser mayor el número de chinos. ´Eran unos veinte chinos para cada soldado colombiano. Ordenaron replegar las tropas, pero mi coronel Alberto Ruiz Novoa dijo que no, que Colombia tenía que seguir ahí, y si era el caso de morir tocaba hacerlo. Por eso no abandonamos las posiciones. Fueron 14 horas seguidas cuerpo a cuerpo. Al amanecer vi los cuerpos tirados sobre las alambradas, algunos inclinados, otros debajo. El batallón que menos baja tuvo fue el Colombia, a pesar de estar en las áreas más complicadas´.
La batalla de Old Baldy marcó el inicio del fin de la guerra de Corea. El 27 de julio de 1953 se establece la línea del armisticio y se dio por terminada una guerra en la que los colombianos siempre serán recordados como “los mejores soldados del mundo”.
En el puerto de Cartagena los recibió la Banda Naval con todos los honores. A cada uno lo despacharon a sus casas de vacaciones. Después regresaron a las unidades de origen.
Continuó en el Ejército como suboficial y seis meses después lo trasladaron al conflicto armado en Tolima, a formar parte del grupo contraguerrilla. Duró seis años incrustado en el monte. Cansado de esa rutina, después de recuperar la tranquilidad, decidió retirarse.
En 1960 llegó a Sardinata y aquí le dio un viraje a su vida untándose de política. Fue secretario del directorio conservador y Luis Parra Bolívar lo nombró coordinador de la campaña presidencial de Misael Pastrana Borrero y ese fogueo le sirvió para que lo escogieran como secretario general del partido en Norte de Santander. Luego fue secretario de la Asamblea durante dos años y continuó su carrera en la Gobernación como visitador departamental de Alcaldías. Le tocó asumir, un corto periodo, como alcalde encargado de Chinácota, San Calixto y Villacaro.
También fue secretario del Concejo de El Zulia y juez promiscuo encargado. Auditor del Sena.
Secretario auxiliar de la Cámara de Representantes. Abogado procurador del ministerio de Justicia en la penitenciaría de Cúcuta y después estuvo en Caracas. Lo llevaron a gerenciar una empresa.
Empezó como portero, celador, barrendero, pasó a cuentas corrientes, subgerente y terminó de gerente general.
Hace once años se preguntó: ¿si he sido capaz de administrar las empresas ajenas por qué no la mía? Entonces abrió el colegio Gustavo Matamoros en la esquina de la calle 13 con avenida 7ª donde tenía el restaurante Don Carlos. El colegio se fue agrandando y hoy, a sus 75 años cumplidos, (es el menor de los 60 sobrevivientes de los ex combatientes de la guerra de Corea) dice lo convertirá en universidad antes de morirse. Espera vivir otros 20 años.
El Batallón Colombia
El gobierno ofreció una unidad naval a las fuerzas aliadas y dos semanas más tarde agregó a su compromiso un batallón de infantería, que aún no existía.
De los 4.314 combatientes colombianos que tomaron parte en el conflicto asiático, 111 oficiales y 590 suboficiales participaron en operaciones de guerra y el resto en la vigilancia del armisticio, recibiendo para el efecto el mismo entrenamiento intensivo de los anteriores. El saldo final de la guerra para el batallón Colombia fue de 639 bajas de combate (un poco más del 15% de los efectivos) distribuidas entre 163 muertos en acción, 448 heridos, 28 prisioneros canjeados y dos desaparecidos. Eso le permitió a Colombia en términos humanos figurar en el listado de naciones libres defensoras de la libertad y la democracia de acuerdo con el perfil político de la época. Para un ejército pequeño ese casi millar de profesionales, diseminados a su regreso por todos los cuerpos de tropas del país, significaron una importante inyección de modernidad.
En general, el nivel logístico de la actuación militar colombiana fue el más beneficiado; se subsanaron las deficiencias y carencias en términos de evacuación de heridos, muertos, material de guerra y mantenimiento de equipos, desempeño de unidades al servicio del orden público, entre otros. Todas estas tácticas y técnicas de combate puestas en práctica redundaron en beneficio del esfuerzo por controlar el orden público interior, el cual se veía seriamente afectado por el creciente bandolerismo y la formación de guerrillas y grupos de resistencia civil y armada a mediados del siglo XX.
Aparecieron numerosas publicaciones militares sobre las experiencias de la guerra, y varias cátedras nuevas en las escuelas militares a cargo de los oficiales que tuvieron la experiencia de la guerra.
Según la versión oficial de los altos oficiales de los ejércitos involucrados, y del gobierno colombiano, “La participación de los militares colombianos, fue esencial para lograr solucionar la Guerra de Corea, ellos ofrecieron sus servicios a la patria y al mundo al colaborar en esta importante misión y alcanzar la paz mundial”.
La participación de Colombia en la guerra dejó fuertes efectos internacionales en lo venidero de su relación con los Estados Unidos en el marco de la guerra fría, una de las mas grandes guerras del Batallón Colombia fue la batalla de Old Baldy.