En el barrio La Cabrera, la única que aún subsiste; en El Contento donde las instalaciones siguen en pie pero cada día deteriorándose; en el barrio Sevilla, cuyas instalaciones fueron vendidas hace algunos años y en el barrio Rosetal, exactamente en la esquina de la avenida cero con décima.
Esta última fue la que menos acogida tuvo y la que más problemas presentó, en buena parte por su ubicación debido a que cada vez que había aguaceros torrenciales como los que ocasionalmente se presentan en la ciudad, se inundaba acarreando la pérdida total de los alimentos y el deterioro de los enseres, lo que a la larga resultaba poco atractivo para los inquilinos que como se sabe son de recursos limitados en estas actividades.
Todo esto a pesar del ofrecimiento que hiciera don Asiz Abrahim de construir una moderna plaza de mercado en el mismo lote que dejó el incendio, para que el municipio se la pagara como pudiera, pero fue entonces cuando empezaron, según las noticias de entonces, las intrigas de los envidiosos, de los que ni hacen ni dejan hacer, con el pretexto que no era otro que esa persona se iba a enriquecer a costillas de los impuestos de los ciudadanos.
Esta postura solamente generó una pérdida de tiempo de varios años, sin que se pudiera disfrutar de una confortable plaza de mercado, que tan solo se dio cuando se construyó el hoy desaparecido Mercado de la Sexta.
Sin embargo, este punto o por lo menos esta zona, ubicada a la entrada de la ciudad, tenía un incentivo en el largo plazo y era que el desarrollo urbanístico, en ese momento, se proyectaba hacia el oriente y este sitio era el eje de esa proyección.
Por razones como ésta es que los emprendedores visualizan las oportunidades y tratan de aprovecharlas hasta que paulatinamente pierden interés y aquí es donde entran los jugadores empresariales a proponer sus fórmulas.
Al parecer, esta placita de mercado, de propiedad del municipio, tuvo problemas desde el mismo inicio y fueron varios los proponentes que trataron de reemplazarla, sin mayor éxito, tal como sucedió con el proyecto de la beneficencia del Norte de Santander, por intermedio de la Lotería de Cúcuta, que puso al servicio un supermercado, que tampoco resultó y tuvieron que cerrarlo al poco tiempo.
Sin embargo, el proyecto y la ubicación seguían siendo atrayentes para los negocios; recordemos que en la esquina de la primera con calle diez había un distribuidor de automotores, el más grande de la ciudad, Cumotors, que además ofrecía un servicio de restaurante con buenos resultados.
Ya pasando al tema que nos incumbe, el supermercado de Rosetal fue una idea desarrollada por don Luis Hellal a quien le agradecían que hubiera pensado en dotar a la ciudad de una plaza de mercado ‘enormísima’ aunque no tan grande como fuera lo deseable para una ciudad como Cúcuta, pero su esfuerzo representaba la culminación de un anhelo.
La descripción del negocio era bastante florida y la campaña de expectativa que se desarrolló respecto de la puesta en marcha adecuada a las circunstancias y los recursos del momento.
Decían las noticias que el local era adecuado para la venta de animales de pluma, sitio para la venta de pescado, de carnes de toda clase sobre mesones de cemento, que también habían mesas de cemento para la exhibición y venta de verduras, bastimento y pancoger, además de locales para los llamados ‘toldos’ o casas de madera para la venta de granos, arroz, fríjoles, harinas, papas y panelas, así como casetas para la venta de mercancías, zapatos y lo llamado aquí ‘chucho’, es decir, lugares para pequeños almacenes.
La construcción de este supermercado levantó los mejores elogios al punto que en algún medio local se publicó una nota que mencionaba que ‘cuánto ganaría el municipio si solicitara la experiencia, la inteligencia, su concepto práctico de las cosas y la capacidad de trabajo de don Luis Hellal y la pusiera al servicio de otras plazas de mercado similares para la necesidad de media ciudad de hoy’.
Incluso se había hablado de otro proyecto similar que en su momento fue propuesto por el doctor Miguel García-Herreros consistente en transformar la Quinta Cogollo en una especie de mini mercado como se le llama hoy, para reemplazar al que consideraban era ‘diminuto e inadecuado mercado de la Cabrera’ ubicado a escasas dos cuadras de allí.
Era interesante para entonces, conocer cuáles eran las perspectivas de desarrollo urbanístico que se tenía pensado y que no distan de lo que hoy se ha convertido la villa de Cúcuta.
Los argumentos para que se construyeran más sitios de abastecimiento se basaban, precisamente, en la tendencia que tendría la ciudad para el futuro y esta era para aquellos días la siguiente: el corazón de ciudad será dentro de unos años en los cuarteles del regimiento Santander habida consideración que las urbanizaciones comienzan en Corral de Piedra y terminan en El Resumen, de norte a sur y por el oriente, hasta el río, pero solamente desde la Quinta Bosch hasta la avenida Olaya Herrera, es decir, hasta antes de llegar a San Rafael.
Ahora bien, para terminar con esta crónica, don Luis Hellal aprovechó además, la coyuntura que se presentó a raíz del cierre de la ‘pesa’, el matadero municipal que así se llamaba, debido a la exigencia que se tenía para poder continuar con la construcción del Hotel de Turismo al que conocemos hoy como ‘Tonchalá’.
Esa situación aumentaba la afluencia de compradores, especialmente de carne, que sería uno de los productos de mayor demanda.
Se esperaba dar al servicio las instalaciones para después del domingo de Ramos y antes del domingo de Pascua; finalmente se inauguró en la Semana Santa, el sábado 17 de abril de ese año del 54, antes del domingo de Resurrección, fecha en que resultó, todo un éxito, pues ya se había superado de antemano las dificultades propias que representaba iniciar actividades durante la Semana Santa, especialmente en lo concierne al expendio de carne, por entonces, pecaminoso en extremo.