Gustavo Gómez Ardila (La
Opinión)
Escuché por ahí que algún fulano, con ganas de darse publicidad, había
escrito un listado de diez razones para irse de Cúcuta y no volver nunca más.
Espero que ya se haya ido, y como decía mi abuelo, el arriero: “con tal de que
se vaya, aunque le vaya bien”.
En realidad me tiene sin cuidado lo que digan o no digan de su mamá los malos
hijos. Cúcuta es la mamá de los que aquí nacieron, de los que aquí llegaron y
se quedaron y de los que se fueron, pero añoran a su ciudad nativa. Y es la
mamá de los que, aún siendo cucuteños, hablan mal de ella. Cada quien está en
su derecho de decir lo que le venga en gana.
Lo que yo quiero es expresar mis motivos para quedarme a vivir en Cúcuta. Son
hijuemil las razones que tengo para estar orgulloso de mi ciudad. Digo mi
ciudad, a pesar de que no nací aquí, pero me siento tan cucuteño como
mercedeño. De las hijuemil, sólo mencionaré unas cuantas, con la seguridad de
que todos ustedes, mis queridos lectores, estarán de acuerdo conmigo.
Primero, el clima, el sol, el sudor. Qué agradable dormir empeloto, con la
ventana abierta, escuchando el rumor de las palmeras y el gotear del rocío
cuando va cayendo sobre el jardín. Eso sólo se siente en Cúcuta. Al otro día,
la levantada se hace con alegría, con las pilas puestas, sin miedo al agua y
sin temblequear de frío. Es como levantarse siempre con el pie derecho.
El mono (sol en lenguaje cucuteño) madruga a llegar siempre por el lado del
cerro Tasajero. Antes de entrar a la ciudad, se pega su chapuzón en el río,
cuando apenas está amaneciendo, juega con los rastros de luna entre las aguas,
y entra muy orondo a posicionarse de su ciudad y de su gente. Y uno, a camellar
y a sudar, desde temprano. El que no se sienta a gusto, que vaya a que le
piquen caña.
Segundo, ese calor se contagia, es prendedizo. La gente cucuteña es calurosa,
amable, cariñosa, se da por entero. El calor del alma cucuteña se siente y se
riega por todas partes. Por eso los desconocidos, que por algún motivo aquí
vienen a dar, se quedan de por vida. Sólo uno, entre millón y medio de
habitantes, se queja de su ciudad.
Otro: la mujer cucuteña. Rubia, morena, india o venga en el empaque que
sea, la cucuteña es hermosa, ardiente como nuestro clima y casi tan sabrosa
como los pastelesde garbanzo. La mujer cucuteña es activa, trabajadora, echada
p´alante, se le mide a lo que sea y no se achanta ante nada, ni siquiera ante
el viento cuando le sube la falda y no faltan los mirones del parque o de la
avenida.
Los hombres cucuteños somos orgullosos de nuestras mujeres, llámense
esposa, novia, amante, amiga o la tiniebla. La cucuteña va de tú a tú, al lado
de su hombre, acompañándolo en las verdes y las maduras, sacándolo de
atolladeros y dándole la mano o lo que sea, para que siga con la verraquera que
sólo tienen los verdaderos toches. La verraquera de ellas no les sirve a los
flojos, que se retiran ante cualquier hueco o cráter de la calle.
De Cúcuta dicen que es la ciudad mejor arborizada de Colombia. Y creo que es
verdad. Hay avenidas que parecen bosques aunque sin fieras. Las fieras están en
la casa. Pero son fieras tiernas, dulces y ya mansas.
Hay árboles por todas partes: en las avenidas, en las calles, en las
callejuelas y hasta en los solares. Samanes, tulipanes y acacios urapos
florecidos, almendros y oitíes y palmas reales adornan nuestra ciudad como a
ninguna otra en el mundo.
Ciudad de los árboles, la llaman. ¿Y al tipo aquel no le gusta este
maravilloso espectáculo? ¡Vaya mucho al carajo!
¿Y qué decir del Malecón? De noche es un embrujo asistir, acompañado, a una de
las siete maravillas de Cúcuta, donde el río y la luna y la brisa se conjugan
en el más bello perfomance de la naturaleza.
Y si uno mira hacia el oriente, verá, a lo lejos, el Faro del Catatumbo, otro
bello espectáculo, donde las diosas del firmamento iluminan los caminos del mar
y de la selva para que los que por allí transitan, puedan llegar a su destino.
Esta es apenas una introducción al tratado de las cosas hermosas que tiene
Cúcuta.
El amargado, el infiel, el hijo desnaturalizado, el tal por cual, que se
largue, prontico, y bien largado. Que no nos dañe nuestra alegría de ser
cucuteños, con la hiel que le supura por las heridas que le dejó la vida en
otras partes.
Aquí seguiremos los toches, felices de nuestra ciudad, de nuestro entorno y
de nuestra gente. Amén.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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