Es de madrugada y a primera vista parece como si la arena mezclada entre piedras hablara: son los pasos acelerados de decenas de personas que salen a encontrar lo indispensable para vivir.
El sol aún no se asoma. Un gallo canta y otro contesta. Y así, uno tras otro quiquiriquí se escucha en la oscuridad que se desvanece.
5:39 a. m.: Mientras los primeros rayos de la luz del día penetran las tablas que sirven de paredes en las casas, el ruido de un segundo avión incomoda a las doce gallinas que, en medio de un gran escándalo, caen de dos árboles.
6:18 a. m.: Hoy no hay clase en el Instituto Julio Pérez Ferrero, pero a uno de los niños, de 12 años, lo espera el consejo de representantes. La solución al tablero roto del salón de séptimo es su queja.
Mientras explica cómo alegará en defensa de los suyos, el ruido de un tercer avión lo emociona. Se olvida de la queja y empieza a seguir con la mirada la aeronave que lleva como destino Bogotá.
Entonces, confiesa su más grande deseo, “Quiero ser futbolista, quiero viajar por todo el mundo”, dice convincentemente.
Su piel morena se le pone como de gallina, dice que le pasa eso cada vez que se imagina jugando como defensa en un equipo de los grandes.
7:54 a. m.: En la casa del presidente de la junta encienden la radio, el paso de cada emisora es detenido por una orden: ‘quiero oír las noticias’.
El único pato que se pasea por la casa de la familia busca entre la hierba comida, aunque debe disputar el alimento con las gallinas que en sus patas llevan el negro de las cloacas que rodean las casas.
9:45 a. m.: Una máquina de coser suena y el agua a chorros cae a menos de dos casas.
Goku, un perro pequeño y malgeniado no deja de ladrar, pero lo silencia el estruendo del avión de Vivacolombia, de 180 sillas, que llega retrasado.
A la mamá del niño de la escuela, no le gusta cuando los aviones del Ejército pasan, porque dice que esos son los más escandalosos.
“Cada vez que los aviones militares de vez en cuando aparecen, el techo suena, el piso vibra y el sonido es insoportable. Es como si fueran a aterrizar aquí mismo”.
Y es que en realidad, su casa colinda con la reja metálica del Aeropuerto Camilo Daza, que está rodeado de viviendas y que en el pasado recibía la visita de vacas en sus pistas.
Cuando ella supo de la invasión, le costó trabajo encontrarla, la maleza escondía los terrenos, y cuando por fin la halló, un hombre le cobró 200 mil pesos para limpiar.
Desde entonces, hace cuatro años de la mano de la ilegalidad llegó ella y 600 familias más en búsqueda de un pedazo de tierra para conquistar, por eso, el lugar lo llaman La Conquista, porque sus habitantes obtuvieron lo que querían.
Cada quien iba llegando y encerrando con palos y alambres para formar los ranchos.
El ruido de los aviones ya es normal en La Conquista, donde sus habitantes se han acostumbrado a ese ruidoso vecino.
Sin embargo, para los más pequeños el paso de las aeronaves es emocionante cada vez que decolan.
Un niño de 7 años, lleva un avión de palo y dice que Dios le dio la habilidad de inventar. “Yo hice mi avioncito de palo, porque Dios me dio la idea. Conseguí unos palos y luego los pinte y le puse las puntillas”, dice al reconocer que las puntillas no le quedaron bien.
Este pequeño y gracioso niño se imagina en otros países y aunque sueña con viajar, el miedo es más poderoso. Pero, de hacerlo, dice que tendría que tener más plata de la que hay en su alcancía.
Dos niños. Ambos tienen 7 años y como es momento del juego, juntos ponen a volar sus propios aviones, imitando sonidos, saltando obstáculos y de repente, sienten que se acerca la verdadera y poderosa aeronave.
El sonido cada vez es más cerca, y cuando pasa por encima de ellos, se gritan el uno al otro:
—Ese es pequeño, alega uno.
—Pensé que era el mío, el rojo grande, responde el otro.
Ambos se dispersan, no se dieron cuenta de que ya pasó la hora del almuerzo, y entonces, corren para evitar el regaño.
El viento es seco, el sol es picante y camino a casa alguien avisa a uno de los niños que una gallina puso un huevo.
1:30 a. m.: Llegó el avión rojo y grande de uno de los niños. Se trata del vuelo Bogotá-Cúcuta de Avianca que está en ruta para aterrizar. Y el niño lo saluda con la cuchara en la mano y en la otra sostiene el plato con el almuerzo.
4:34 p.m.: Ya empieza a sentirse el ambiente de viernes, tres equipos de sonido hay en una sola calle.
5:32 p.m.: Las gallinas comienzan a subir a los dos árboles unidos por un palo, que sostiene una escalera que sirve para que en cada salto suban las doce gallinas.
Una a una sube cacaraqueando, lentas y sin dejarse intimidar por las máquinas de los aires, van dejando el suelo.
6:21 p.m.: El vuelo de Avianca que va hacia Medellín, interrumpe el sueño de las gallinas más pequeñas.
8:47 p. m.: El entretenido programa de un televisor se roba la atención. Las calles son oscuras ya las puertas están cerradas.
En casa de la mamá del niño de la escuela, el sueño está a punto de vencerlos.
11:35 p. m.: Todos están en la cama.
Entre el ruido y la necesidad, se vive en La Conquista, pero siempre con el espacio de creer en un mejor mañana.
—Hasta las 4:54, dice la madre, en tono de risa.
—Hasta mañana, le contesta alguien.
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