Juan
Pabón Hernández
En sus 90 años Pablo Emilio y su esposa Mariela Gómez, rodeado de
sus hijos Emilio, Miguel y Ariana Acosta, Igor y Adriana Klein, Carlos y
Claudia Noguera, y sus nietos Timoteo, Juan Carlos, Valentín e Isabela.
La casa amplia, bonita y acogedora del Dr.
Pablo Emilio y su gentil
esposa Mariela, fue escenario propicio para una placentera conversación con
este notable nonagenario, digno de respeto y admiración: “a trancas y a mochas,
como solemos decir los campesinos, alfin arribamos a la amable edad de nueve décadas,
una menos para la centuria…no ha sido un lecho de rosas, pero no puedo
lamentarme; la vida me ha premiado con todos los dones de la naturaleza y, en
especial, con la amistad de muchas personas”.
AÑORANZAS
En la otrora sencilla y apacible Cúcuta de 1927, el 15 de
septiembre nació Pablo Emilio Ramírez Calderón, de cuna colombo-venezolana, en
El Llano. Luego, su familia se trasladaría a El Contento, otro de esos barrios occidentales,
hasta donde llegaba la ciudad.
Las calles no estaban aún pavimentadas y solo la del
centro, en el parque, tenía una cinta de cemento y piedras de río a los lados.
Los muchachos jugaban pelota de trapo y
metras, bailaban trompo y en algunas zonas elevaban cometas; iban con frecuencia
al río, “a pata”, al Pamplonita, a nadar en los pozos El Soldado o De las Cántaras,
y a sacar panches en ocasiones.
Sin embargo, él no fue en esa época, lo hizo cuando
médico con unos compañeros y se bañaron en el pozo.
Sus recuerdos de familia conmueven: cuenta de
sus hermanos eran 6 varones y 2 mujeres. Estudiaron primaria dentro de un esquema
tradicional y estricto y, en vacaciones, todos iban al campo, a acompañar a su
padre, un ganadero de esos a la antigua, trabajador y aferrado a los principios
del honor, en las fincas de los cerros de San Cayetano y Durania.
Allí pasaban
diciembre y Semana Santa. “íbamos por la carretera antigua a San Cayetano, en
un bus escalera, por el Carmen de Tonchalá y llegábamos a
orillas del Zulia donde había una tienda bar llamada Zulima, sitio obligado
para parar; luego, teníamos que caminar dos leguas. Si no alcanzábamos a avisar
a papá llegábamos a pie; si lo lográbamos, nos mandaba bestias para ir a
caballo: pasábamos todo el tiempo en trabajos de ganadería, en los potreros,
arriando, ordeñando, en fin, papá nos enseñó las labores del campo”.
EL REJO ERA “EL SOCIÓLOGO”
Los hermanos Ramírez se criaron en ambiente
sano, incluso cuando volantones, por su amor al campo y el alejamiento de las
costumbres sociales de clubes y demás cosas, sin trago ni tabaco, sin
participar en las “furruscas” de los otros.
De manera que se trataba de un ámbito
restringido, escolar, con buenas costumbres en el hogar y el arraigo al agro
que los ataba como un fuerte cordón umbilical.
El padre venía los viernes a mercar para
regresar sábado o domingo; mientras tanto, la mamá en casa llevaba las riendas:
“mi papá era el de los recursos y mi mamá era la del rejo”. Un rejito suavetón,
con dos cuerdas de cuero y “tenga”. Y cuando se toca el cinturón se ríe y dice
que era “el sociólogo”.
En el tradicional colegio de entonces, Gremios
Unidos, en la avenida 4ª con calle 13, estudió la primaria y hasta segundo
bachillerato; después en el Colegio San José de Cúcuta, de don León García-Herreros, gran pedagogo, fundador de la
Academia de Historia de N. de S., literato y culto; lo único malo era que no estaba
aprobado por el Ministerio de Educación, por lo cual debió terminar en Bogotá,
en el Colegio Nicolás Esguerra y presentar un examen de revisión.
Iban al colegio de 7:00 a.m. a 11:00 a.m.,
almorzaban y regresaban de 2:00 p.m. a 5:00 p.m., para volver a casa, hacer
tareas y estudiar las lecciones que al otro día les tomaban los maestros, uno para
cada curso, como don Rafael Rangel Durán ‘Randú’, José Francisco Soto, de San Cayetano,
muy eficiente, el poeta Daniel A. Gutiérrez, quien murió loquito, el Sr. Prada
que fundó el Colegio Caldas y el Sr. Barajas ‘El Mono’ rector de Gremios
Unidos; luego, León García-Herreros, quien murió prematuramente, Régulo y Luis,
profesores de matemáticas.
COSTUMBRES SANAS
Las niñas eran bonitas, especialmente las de
La Presentación y el Colegio Cúcuta, que quedaba en donde hoy está la Normal de
la Calle 13, eran queridas, coquetas, alegres, fiesteras, sanas, con vestidos
vaporosos, no usaban pantalones, sólo vestidos de tierra caliente a la rodilla,
de una sola pieza, camisones, con
trenzas; eran mucho más tiernas que las de hoy, sin vicios, sin tanta
disolución, amables y cariñosas.
La gran mayoría eran vírgenes (“ahora de 13
años para arriba están preñadas”), usaban rebozo para ir a la iglesia y
llevaban abanicos para aliviar el calor, almohadillas para arrodillarse: eran
muy piadosas.
Las fiestas eran sanas y se ambientaban con sifón derivado de cerveza
en cántaras, hasta temprano. Se hacían melcochas. Confiesa que no bailaba bien
y aprendió más tarde a medio bailar boleritos, bambucos, pasillos y joropos: “eso
de muchachos hasta tan tarde en las calles era una excepción”.
En general el ambiente era de familia, tranquilo, hacían
las comidas juntos y el de los Ramírez especial, dice el doctor, con los hijos
dedicados al estudio.
AMOR POR LA MEDICINA
En 1945 termina el bachillerato e ingresa a la U.
Nacional, a Medicina, en donde terminó en 1951, iniciando luego un aventajado
proceso de especializaciones, cirugía ginecológica, anestesiología, y otras, en
la universidad y en connotados hospitales capitalinos.
Hace su medicatura rural en Madrid, Cundinamarca. Estaba
de director de Salud Pública el Dr. cucuteño Jiménez Gandica. En fin, en 1956
regresó a Cúcuta a ejercer. (Como magnífico cafetero, pide más y, desde luego,
yo también, “Café negro y caliente como el infierno y amargo como el amor”,
dice).
Dejó de ejercer su profesión. Y esto lo lleva a repasar
esa época de trabajo intenso, privado (no tuvo puesto público), en un recorrido
añorante por instituciones y personas, para detenerse en un momento melancólico
en la enfermedad de su hermano Juan Agustín, por la cual se retiró del
hospital, para dedicarle más tiempo al cuidado del exalcalde, con quien era muy
fraternal. Y eso que el director, Dr. Alberto Duarte Contreras le propuso
facilidades de tiempo.
Rememora nombres y sucesos: Dr. Humberto Faillace,
ganadero de éxito, Dr. Pablo E. Casas, Dr. Sergio Lamus, titulares de Ginecología,
compañeros fraternales. Luego, Dr. Luis Figueredo, amable y respetuoso, gran
amigo, con quien trabajó muy bien, Dr. Salvador Cristancho, de Durania, Dr. Joaquin Abello, Dr. Félix Conde
“el negro”, condenillo, parrandero, Dr. Heber Suarez: todos han muerto.
Especial recordatorio hace del Dr. Ciro Jurado quien padece una enfermedad
calamitosa, el Parkinson.
“Incursionamos en el campo que, por genética, no podía
faltar y refundamos con mi hermano Juan Agustín y mi amigo y colega el Dr.
Reinaldo Omaña y después con mi hermano mayor Antonio Vicente, una finca
dedicada a la cría de ganado cebú puro, en Hato Viejo, corregimiento de
Durania, durante 27 años.
Actualmente visito los domingos, con mi hijo mayor
Emilio, una casa con solar grande que poseemos en Cedralito, una vereda de
Capacho (Venezuela), donde criamos unas pocas vacas girolandas, de selección”.
SU PARALELO CULTURAL
Empezó a formar su biblioteca hace muchos años, debe
tener 5 mil libros ahora, con libritos de Sopena, novelas, de Víctor Hugo,
etc…, por lo cual se iba aficionando a la lectura con verdadera pasión.
En el campo cultural su desarrollo fue paralelo. Ingresó
a la Academia de Historia de N. de S., presentado por Laura Villalobos, Fernando
Vega, José Luis Villamizar y Julián Caicedo, primero como Miembro Correspondiente
y, luego, de Número. Desde entonces ha trabajado mucho por la academia y fue su
presidente.
Además, ha estado vinculado a los periódicos de la
ciudad, Diario de la Frontera, con la columna La Danza del Caduceo, un nombre
combinado de dos columnas nacionales, la del Dr. Edmundo Rico, Balanza del
Caduceo, en El Tiempo y otra de Calibán, Danza de las Horas.
Tiene una columna semanal en La Opinión y es colaborador del Magazín Cultural Imágenes.
“En 1990 algunos amigos me propusieron presentar mi
nombre en una lista al Concejo de Cúcuta, y dije que no, pero al final me
convencieron: si no quiere, tendremos que seguir votando por los vagamundos y
ladrones de la ciudad; eso me impactó y acepté. Éramos concejales sin sueldo,
por amor a la ciudad, día y noche.
Logramos realizar una labor muy buena. Además, escribí un
libro sobre Bavaria”.
SU MUJERCITA COMPAÑERA
Doña Mariela es de Bochalema, su padre era cafetero y
ganadero, sobrina del Dr. Fernando Gómez Rivera, Magistrado de Pamplona que
trabajaba en la Cámara de Comercio de Cúcuta e invitó a Mariela a hacer una
pasantía y allí se conocieron. Se casaron en Bochalema a las 4:00 a.m., en
1961, después de 3 años de amores y formaron su hogar. El matrimonio lo ofició
el padre Sandalio Anaya (chocato), a esa hora porque salían para luna de miel a
Medellín y la Costa Atlántica. En casa de la mamá de la novia tuvieron un grato
“desayunito”.
Llegaron pronto los hijos, Emilio, Miguel, Igor y Carlos,
a quienes criaron con dedicación y disciplina, con “el sociólogo” de vez en
cuando.
Poseen una estrecha relación familiar, lo cual lo tiene
muy satisfecho por haber formado la familia con una mujer querida, culta,
cariñosa, tolerante, respetuosa y colaboradora y unos hijos magníficos de los
que se siente orgulloso: “más, no le puedo pedir a la vida…muchas cosas se han
logrado realizar, a través de tantos años, pero lo mejor, indudablemente, son
mi mujercita, de Bochalema, de raíces cafeteras y ganaderas como las nuestras,
a todo honor, y nuestros cuatro hijos,
nuestros nietos, a quienes queremos con todo nuestro corazón”.
EPÍLOGO
La participación del Dr. Pablo Emilio Ramírez Calderón en
el desarrollo de la ciudad ha sido tanto vital como generosa, en todos los
sentidos. Su polémica lucha por sembrar un criterio personal definido y dejar
una huella de servicio y honestidad, lo hacen un patrimonio invaluable entre los
personajes de región.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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