La
Opinión
CRONICAS DE CUCUTA Edgar E. Cortés
Una de las actividades más profundas e interesantes que
se puede hacer en una ciudad es cuando su gente se reúne para recordar sus
anécdotas, su historia, sus costumbres, y esa fue la tertulia que un jueves pasado
organizó la Fundación Cultural ´El 5 a las 5´ en las instalaciones de la
biblioteca pública se hizo de la mano de las crónicas que ha escrito para
fortuna de Cúcuta Gerardo Raynaud Delaval.
Fue un encuentro grato y maravilloso en donde
recordamos muchas anécdotas y sitios de la ciudad.
Entre otros, se mencionaron sitios de los años 50 como
la Caseta Campestre, lugar ubicado unos pocos metros más adelante en el barrio
San Luis de la Piscina Moreno, vendía comida típica cercano a otro famoso que
se llamó Rondinela.
Alguno de los presentes mencionaba los chicharrones que
se vendían. Entre las tiendas famosas de la época, igualmente se recordó Rosa
Blanca, en la esquina de la calle 10 con avenida novena en el barrio El Llano
que surtía con sus productos incluso a familias del centro.
Una de las tiendas que viene de esos años, que
sobrevive aún en la misma esquina de la segunda con 11, es la tienda de Mojica.
Se asegura que su propietario era un hombre rudo,
malhumorado que por allá en los años 70 dio lugar a una columna de Miguel
Méndez Camacho que la tituló “Haga reír a Mojica”.
Parece que algunos lo han intentado, pero sin mucho
éxito.
Un restaurante de la época, Don M, en el barrio Escobal
- le gustaba a mi padre - que aún en los años 70 llegar hasta allí era
casi un paseo.
Uno de los italianos que afortunadamente se han quedado
por estas tierras, el restaurante Don Mario en el Bosque Popular.
Alguno de los contertulios citó uno de los más típicos,
Aquí me quedo de la Turra Petra, por los lados del cementerio, no tan lejos de
otro sitio que ya no es precisamente gastronómico, pero es ya de las leyendas
de la ciudad, La sorda, que alguien también lo citó.
Cúcuta fue una ciudad que en los años 50 alcanzó a tener
2 aeropuertos.
En alguna ocasión un alemán aterrizó en un biplano en
la planicie de San Luis en una aeronave que se llamaba La Gaviota, y ahí nació
un aeropuerto en esa localidad.
Hubo espacio para recordar un accidente que impactó la
ciudad, cuando el aerotaxi HK – 559 a comienzos de 1968 se dirigía a Cúcuta con
gente reconocida en la ciudad, y cuando el avión volaba a la altura de Ocaña
proveniente de Curumaní, intempestivamente el experimentado piloto avizora mal
tiempo, y trata de regresar a la tierra de los Caro sin éxito.
Ahí fallecieron entre otros el gerente regional de
Avianca don Tulio Zambrano y Gabriel Neira Rey.
Otro accidente que conmocionó la ciudad, el día 21 de
junio de 1968 cuando las jóvenes estudiantes de las Hermanas de la Presentación
de Bochalema se estrellaron y fallecieron 21 niñas, entre ellas algunas
venezolanas.
El Mono Durán, en algún momento de la tertulia tomó la
palabra y recordó personajes y sitios que son inolvidables, como historias casi
inverosímiles en el Convento de las Clarisas, o la gallera que en algún momento
existió en el lugar en donde hoy se construye la Fiscalía.
Otro recuerdo que lo desconocía, enterarse que lo que
hoy en día es la cancha de futbol en el barrio Carora, antes había sido un
cementerio.
El médico Eduardo Delgado relató con versatilidad
algunas de las anécdotas cuando en las instalaciones de la actual biblioteca,
hace algunos años, funcionó el hospital de la ciudad. Para no olvidar por
ejemplo cuando en los años 80 hubo un fuerte temblor en la ciudad, y cuando
salió de la sala de cirugía, encontró que todos los enfermos se habían ido al
parque ante el miedo por el fuerte movimiento telúrico. Fue tan fuerte el
temblor, que “algunos enfermos con fracturas salieron corriendo al parque”.
Néstor Perozzo hizo una reflexión sobre el valor y la
importancia de la literatura, como una de las únicas opciones en las que el ser
humano se acerca a la inmortalidad.
Una vez nuevamente gracias a Patrocinio Ararat por
promover tesoneramente este espacio de reflexión y cultura, que nos permitió al
menos por unos minutos dejar de hablar de política y el Mundial, ¡y eso ya es
una maravilla!
CRONICAS SUELTAS CUCUTEÑAS Olger García
Hace algunos años, en una de las primeras Fiestas del
Libro, en Cúcuta, tropecé de manos a boca con unos libros del profesor Carlos
Eduardo Orduz, mi vecino de barrio, donde, por el título, sabía que encontraría
datos interesantes que me ayudarían a conocer la ciudad que yo ignoraba, la
misma ayuda que recibí de tantas enciclopedias publicadas por La Opinión sobre
la ciudad y el departamento.
Me imagino que es enorme el esfuerzo intelectual y económico que hace el
docente Carlos Eduardo Orduz para publicar estos libros, pues basta con
detallarlo y sorprenderse que no hay publicidad de ninguna naturaleza, lo cual
confirma el aserto. Es, lo que podría llamarse, obra de romanos.
Por ello, cada vez que me obsequia sus libros le estoy agradecido, muy
agradecido, y reprimo los deseos de leerlo de un tirón y procuro tomarme el
tiempo necesario para leerlos y digerirlos, porque sé, con certeza, que esas
crónicas cucuteñas, “sueltas” como las llama él, cuya única ilación es que
tienen la virtud de reafirmar la identidad del solar nutricio, hay que
degustarlas.
En estas crónicas Orduz nos habla de tiempos idos, lo que fue y lo que ha
subsistido en Cúcuta desde la gastronomía, empresas y empresarios, arquitectura
incipiente, inmigración sirio-libanesa y de otras nacionalidades como los
italianos, españoles y alemanes cuyas colonias se dedicaron al comercio.
Aquí puedo hacer un contraste con las mismas colonias
que conocí en Barranquilla, donde no solamente se dedicaron al comercio y la
política, donde les fue muy bien, sino que cada una de ellas, como la alemana,
por ejemplo, fundó su respectivo club social y colegio, que hoy subsisten,
donde cada una enseña su idioma, idiosincrasia, cultura y hacen intercambios de
estudiantes con sus respectivos países y convirtió a “Quilla”, como dicen los
jóvenes ahora, en una ciudad cosmopolita.
Siempre me ha gustado leer sobre la historia de la educación en Colombia, y el
último capítulo de este libro del profesor Orduz me proporciona un panorama
nítido de lo que era la educación en Cúcuta a mediados del siglo XX, donde,
según el autor, son tiempos irrepetibles que él añora por la calidad del plan
de estudios y la consagración de los docentes.
Entre muchas otras materias que Orduz seguramente estudió con interés y que
pulió con los años, como gramática, redacción, composición y ortografía, le
dieron la formación necesaria para hacer gala de sus veleidades filológicas y
lucirse en la redacción de sus crónicas y adentrarse en la etimología de algunos
vocablos que él quiere que entendamos plenamente. Felicitaciones al profesor
Orduz y no desmaye en su idea de entregarle a Cúcuta sus remembranzas
históricas.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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