Casa de habitación del doctor Gelvis en el barrio Latino
Las campañas de sanidad
Ha sido preocupación constante de las autoridades de la ciudad, el cuidado de la salud de sus habitantes. Lo evidencian las múltiples edificaciones que para la atención y el control de enfermedades han estado al servicio y para su beneficio, desde el momento de su erección como Villa, así como las contribuciones que filántropos hicieron a la ciudad en ese mismo sentido.
A medida que la ciudad crecía y progresaba, las necesidades en este campo requerían de mayor atención, de manera que los programas, especialmente los de prevención, eran determinados meticulosamente por los profesionales encargados de su dirección y orientación, en estos casos, por las Oficinas de Sanidad, que para la época de mediados de los años treinta eran administradas y gestionadas por la Dirección de Higiene del Departamento.
Existían entonces las oficinas de Sanidad del Puerto, la de Saneamiento Rural y el Dispensario Antivenéreo del Hospital, entre otras, pero no se había establecido la Dirección Municipal de Higiene, ocurriendo que era la única capital de departamento donde no existía y siendo sus funciones atendidas por la Oficina del Puerto.
Sin embargo, dentro de los proyectos a desarrollarse en el futuro próximo estaba la creación de la Unidad Sanitaria de Cúcuta que agruparía las funciones dispersadas en las oficinas antes citadas, que funcionaban con autonomía, según las disposiciones legales vigentes.
Pareciera que por esa época las funciones desempeñadas por sus distintos funcionarios no convencían a los habitantes locales quienes se quejaban de los poco eficientes resultados obtenidos, tanto en la ciudad como en las poblaciones del Departamento, según un artículo publicado en el diario Comentarios, luego de un sondeo realizado y publicado, el cual tuvo como mayor detractor al Médico Director del Hospital, el inefable doctor Miguel Roberto Gelvis.
Fue tal el alboroto suscitado por sus observaciones que tuvo que salir en defensa de sus funcionarios el mismísimo director de Higiene Departamental, el doctor Alberto Durán Durán y desmentir las afirmaciones que sobre la ineficacia de las Campañas de Higiene que se venían realizando en todas las grandes poblaciones del Departamento.
Todo porque, según el director del Hospital las Campañas no habían servido para erradicar las plagas de las enfermedades como la tuberculosis, la lepra y la sífilis, teniendo que aclararle que el inconveniente permanecería hasta tanto no se resolviera el problema de la prostitución y por la falta de acueducto y de los servicios municipales de higiene (se refería al alcantarillado y las basuras) y complementaba su respuesta que “…era lamentable que un médico cucuteño se muestre tan desorientado en asuntos de tanto interés para el porvenir de la ciudad”.
En sus explicaciones sobre las funciones que debía desarrollar la Oficina de Sanidad del Puerto, se aclaró que eran las siguientes: “… vigilar el aseo general de la población; estudiar la provisión de agua potable y los servicios de alcantarillas, excusados, depósitos de basura, etc. y hacer a las autoridades las indicaciones necesarias para mejorar estos servicios; vigilar la calidad de las bebidas y los alimentos que se expendan; ordenar la desinfección de las habitaciones contaminadas y expedir el correspondiente certificado.
Visitar por lo menos cada dos meses, los colegios, escuelas, hospitales, cuarteles, prisiones, etc. y dar informe al Departamento Nacional de Higiene sobre el estado de esos establecimientos y los resultados de las visitas; señalar los lugares en que deben situarse los mataderos, depósitos de cueros, fábricas peligrosas e insalubres, cementerios, etc. y dar cuenta a las correspondientes autoridades.
Vacunar en su oficina, una hora por semana, por lo menos, cuando no haya vacunador oficial, darán aviso al público del día y de la hora que destinen para ello; estudiar el origen y la marcha de las enfermedades infecciosas que se presenten y ordenar que se destruyan los charcos, etc. para impedir los criaderos de mosquitos, funciones que fueron establecidas en el Acuerdo 21 de 1915, reglamentario del Servicio de Sanidad en los Puertos de la República”.
Lo que encontraron los periodistas que investigaron el tema, es que el médico de Sanidad del Puerto sostenía que la única función de su oficina era únicamente la de destruir los mosquitos. Era entonces director de esta oficina de Sanidad del Puerto, el doctor Antonio José Urdaneta, quien manifestó que la misión de su oficina era la de prevenir el peligro de la fiebre amarilla y destruir los criaderos de mosquitos propagadores también del paludismo y otras enfermedades.
Ante esta controversia, la Dirección Departamental de Higiene, no obstante, que esa oficina expide las patentes de sanidad de los locales o casas de habitación, de la misma manera podría extender sus actividades a otros sectores. La propuesta se trasladó al Departamento Nacional de Higiene para que se resolviera el conflicto.
Para contribuir a resolver el problema de la erradicación del mosquito propagador de las enfermedades infecciosas en la América tropical, la Fundación Rockefeller había organizado y financiado inicialmente la Campaña contra el mosquito que posteriormente cedió al Departamento y al municipio, quienes la continuaron con éxito. Recordemos que era la época de la exploración petrolera en el Catatumbo y que eran las compañías del magnate Rockefeller las que desarrollaban su labor en la región.
De otro lado, la Campaña de Saneamiento Rural había sido reconocida como la mejor del país, según el Departamento Nacional de Higiene y tomada como modelo para organizaciones similares en otras regiones de la república. La Campaña, como su nombre lo indica, cumple su misión en las zonas rurales, tiene cuatro inspectores dedicados a los planes de saneamientos y se constituyen en verdaderos auxiliares de la higiene y aunque son insuficientes para cubrir toda la extensión del departamento, logran multiplicarse para alcanzar las metas propuestas.
Finalmente, el encargado de la Dirección Departamental de Higiene, detalló las funciones de su oficina explicando que tenía jurisdicción en todo el Departamento y era la autoridad superior en el ramo de la higiene y que a pesar de tener a su cargo únicamente tres funcionarios, lograba desempeñar a cabalidad todas las tareas que le eran encomendadas.
Conflicto en el Hospital de Cúcuta
Esta historia data del año 1942, cuando era médico director de esa noble institución el célebre y reconocido político liberal Miguel Roberto Gelvis Sáenz. El doctor Gelvis venía ejerciendo su profesión desde comienzos de la década de los años treinta y se había posicionado como un excelente galeno, además de su inclinación a la política partidista que lo llevó a ser uno de los líderes de su agrupación en el contexto local, una especie de caudillo, como bien lo describía don Antonio García-Herreros en una de sus publicaciones: “…en el doctor Gelvis hay una tremenda incongruencia.
El doctor Gelvis profesional, es abnegado, simpático, cuidadosamente interesado en sus clientes y estudioso de cada una de sus intervenciones; como político, lo hemos visto desafiante, pálido con palidez de vigilia, con el alma en estado de subversión, a la cabeza de una chusma que conserva el corazón lleno de represalia y de vindicta, cualquiera diría que, entonces, el doctor Gelvis buscaba contra quién conspirar… así sucede con los hombres que una vez anclaron en el corazón del pueblo.
A él lo incineraron simbólicamente en el Parque principal de la ciudad creyendo que con esta simbólica incineración volverían cenizas el movimiento “gelvista” o “maguista”, como despectivamente llamaban su movimiento”. Esto lo escribía, seis años después de sucedido el caso que paso a contarles.
A mediados del año de la cita se desató una agria disputa entre algunos médicos vinculados al Hospital San Juan de Dios de Cúcuta y su médico director Miguel Roberto Gelvis, pelotera que se extendió a los medios, en particular, al inter diario El Trabajo, y que tuvo que dirimirse en las altas esferas de la profesión médica en la capital de la república.
En junio de 1942, el médico Gelvis dirigió una nota al presidente de la Directiva Nacional de la Federación Médica Colombiana en la que decía: “…en mi condición de médico federado, convencido que esa directiva no puede mirar con indiferencia al cuerpo médico de Cúcuta, creo cumplir con un deber el hacerles conocer el desaliento de la mayoría de los médicos de esta ciudad, para continuar sirviendo en forma activa nuestros ideales federativos”.
En el mes de mayo anterior, Gelvis, el director del Hospital recibió una carta de uno de los médicos en la que escribía: “…desde hace varios años viene presentándose entre los médicos que ejercemos en Cúcuta una situación de pugna y enemistad, fomentada por cinco colegas, que en grupo compacto y con métodos muy astutos, han ido batiendo y tratando de anular a los demás colegas, uno por uno, para adquirir ellos una situación de privilegio, de dominio y de superioridad, la cual como es natural, habría de traducirse en beneficio de toda clase para ellos, con excepción de todos los demás.
Usted sabe cómo ese grupo ha logrado conquistar en varias ocasiones a los médicos indiferentes y despreocupados pintándoles halagüeños virajes los cuales se harían realidad al lograr dominar, vencer y anular a determinado colega”. Termina el médico diciendo que varios de ellos tuvieron que retirarse del Colegio Médico por no soportar la animadversión de ese grupito que también se había apropiado de ese centro que debiera ser ‘el lazo de unión y de confraternidad de todos los colegas’.
Termina el doctor Gelvis, su misiva a la Federación expresando que “… interesado por la suerte del Colegio Médico del N. de S. y por las obras de asistencia y previsión social de los filántropos esposos Soto Meoz, me permito pedir a la Directiva Nacional, un supremo esfuerzo para que todos los médicos que ejercemos en Cúcuta podamos continuar con gran entusiasmo en el movimiento gremial de la Federación, unidos por el más puro idealismo”.
El 17 de junio, Benjamín Otálora, Secretario Tesorero de la Federación le respondió que no habían recibido ninguna información sobre incidentes entre colegas de la ciudad de Cúcuta y hacía votos porque las diferencias se arreglaran ‘con verdadero espíritu de camaradería’.
Solamente en agosto, la Federación comunicó al doctor Gelvis que habían recibido la documentación y que se había comisionado a dos colegas para estudiar el caso y dar su concepto.
Mientras tanto, en el mes de julio, el grupo de médicos opositores al director Gelvis, solicitó al Tribunal de lo Contencioso Administrativo la suspensión del cargo del Médico Director, noticia que fue divulgada en primera página y en grandes titulares por El Trabajo, uno de los periódicos de mayor circulación de la ciudad.
Pasaron así los meses, sin que hubiera alguna clase de pronunciamiento al respecto y el 10 de noviembre, el mismo periódico publicó la noticia que el Colegio Médico Nacional había ‘expulsado o suspendido’ al doctor Miguel Roberto Gelvis.
Esta noticia llenó de ira al mencionado médico quien de inmediato escribió al director: “…a manera de rectificación y para que la opinión sana del Departamento y del país vayan informándose de actuaciones propias y ajenas, va la presente que usted deberá publicar en el mismo lugar del aludido comentario, respetando así la legislación colombiana sobre prensa”.
Como la epístola es bastante extensa, abreviaré su contenido exponiendo sólo los puntos principales. Dice Gélvis que “por lo que se refiere a la Federación Médica Nacional, quiero acompañarle las copias de cartas cruzada con ella, que desvirtúan categóricamente el fundamento de una expulsión o suspensión temporal en mi contra como miembro de ella, resolución que tan solo pudo ser tomada meses después de haber renunciado yo a ser miembro de ella”.
En cuanto a su gestión como Director explica: “…mi obra en el Hospital de Caridad de esta ciudad está sometida al análisis de cuantos lo quieran hacer, tengan o no el ánimo prevenido…pero ya que se me hace comparecer ante la opinión general, es preciso que se haga también un balance de los procederes y responsabilidades de mis enemigos…” Por ello cita los nombres de los doctores Pablo E. Casas, tesorero del Colegio Médico y Rafael Lamus Girón director de la campaña antituberculosa, para que expliquen los manejos que le han dado a los recursos por ellos manejados y finaliza solicitando al periodista que le “pase la cuenta por el exceso que haya en la publicación que haga como rectificación al comentario aludido”.
El hecho es que, a pesar de los sarcasmos utilizados tanto en las solicitudes de rectificación al periodista como en sus respuestas, las rencillas entre los profesionales de la medicina siguieron y sólo vinieron a apaciguarse con el tiempo y la renovación del personal médico.
Pelea por los auxilios parlamentarios
En la época de los auxilios parlamentarios eran frecuentes los rifirrafes entre los políticos y las instituciones que se beneficiaban de estas partidas del presupuesto que no siempre llegaban a sus arcas, sino que, a veces, se quedaban en los bolsillos de los parlamentarios. Cuando esto no sucedía, congresistas sin importar su filiación, buscaban la fórmula que les permitiera obtener beneficios, tanto económicos como políticos por su gestión.
Algo de esto sucedió a mediados de los años sesenta con el trámite de unos auxilios tramitados por uno de los congresistas más representativos de la política local, reconocido por su beligerancia y conflictividad. Médico de profesión, con vasta experiencia en el oficio, pero con una gran sensibilidad social, lo que le permitía mantener un contacto fluido y constante con la población que finalmente serían sus electores y que durante más de medio siglo sirvieron para mantenerlo en las curules de las instituciones de elección popular.
El doctor Miguel Roberto Gelvis Sáenz, a quien sus colegas llamaban, en tono burlón, “el mago”, por su propuesta de curar la enfermedad del cáncer, que además de novedosa, atraía un buen número de parroquianos, es el protagonista de esta crónica.
El doctor Gelvis, oriundo de El Zulia, en la época en que era un caserío del municipio de Cúcuta, fue un destacado dirigente liberal que por los años de este relato había migrado, como diríamos hoy, al grupo político fundado por el doctor Alfonso López Michelsen, el Movimiento Revolucionario Liberal, conocido por sus siglas MRL.
Pues bien, en 1965 se presentó una disputa entre el representante Gelvis y Gremios Unidos y la Universidad Libre, por unos auxilios parlamentarios en los cuales supuestamente, había intervenido el congresista y por los cuales estaba demandando una retribución que las instituciones de educación se negaban.
Los hechos, según consta en informaciones periodísticas, relatan que el parlamentario no sólo no hizo nada para obtener los auxilios, sino que votó negativamente su incremento, cuando éste fue propuesto por sus compañeros de representación. Además, había solicitado a las directivas de Gremios Unidos, se le otorgaran en contraprestación, unas becas para él adjudicarlas.
Esta confrontación sirvió para conocer los pormenores de otros recortes propiciados por el mismo individuo y que perjudicaban reconocidas instituciones educativas dedicadas a la formación de estudiantes de bajos recursos.
Se supo que se habían suspendido los aportes a la Escuela de Música y a la Escuela Parroquial del Espíritu Santo, que dirigía el padre Calderón, que recibían para sus gastos de funcionamiento las sumas de cien mil y setenta y cinco mil pesos, ambos establecimientos de enseñanza gratuita, que ahora tendrían que cerrar por falta de presupuesto.
Similar situación rondaba por el Colegio Municipal de Bachillerato, con lo que quedaba claramente perfilada una oscura maniobra para afectar a los principales centros de enseñanza gratuita y cuyos propósitos no eran otros que crear un estado de inconformidad para luego explotarlo en las jornadas electorales.
Tanto la Junta Directiva de Gremios Unidos como el Consejo Directivo de la Universidad Libre, expidieron un comunicado en el que expresaban la preocupación aprobada en una proposición que se le entregó, “por el insidioso proceder del que se le quiso hacer víctima (al representante Gelvis) por insólito e inmoral y deja constancia que ninguno de los parlamentarios que en los muchos años anteriores consiguieron o incrementaron los auxilios para el colegio, lo reclamó como propia y personal, y que se tiene noticia cierta que el representante Gelvis no sólo no hizo nada para obtener dicho auxilio sino que se negó a acrecentarlo cuando fue propuesto”.
La réplica no se hizo esperar y siete días después, el representante Gelvis hizo llegar a la Junta Directiva y al Consejo Académico citados, un documento en el que explicaba su posición y daba las razones de su proceder.
De acuerdo con su respuesta, les da a entender a sus interlocutores que desconocían las últimas disposiciones contenidas en la reciente Ley 20 de 1964, Ley de Presupuesto en la que se establecía las condiciones para el cobro de los auxilios nacionales a las instituciones educativas en todo el territorio nacional. Les dice textualmente que “perdieron de vista la ley mencionada para pasar a los ataques personales, que al fin de cuentas me tienen sin cuidado por cuanto comparto plenamente le espíritu de la ley”.
A continuación, cita el artículo que hace referencia a los citados auxilios: “… los auxilios destinados por la Nación, los Departamentos y los Municipios para ayudar al sostenimiento de los Institutores de Enseñanza Privada sólo podrán cobrarse mediante la comprobación de estar retribuyendo su valor con becas para la clase popular y media, de acuerdo con las tarifas normales y vigente en ellos, en los momentos de decretarse el auxilio”.
Continúa su respuesta diciendo que “…dicen que no tuve intervención en la consecución del auxilio que hoy figura en el presupuesto a favor de Gremios Unidos. Sin embargo, he de manifestarles que partidas que venían figurando en el Presupuesto Nacional para la Escuela de Música por 176 mil pesos y para la Escuela Parroquial del Padre Calderón por 100 mil pesos entre otras, no figuran en el actual Presupuesto porque juzgué conveniente que tales dineros debían aplicarse a otros sectores, y así se hizo.
Además, debo manifestarles que los auxilios para las entidades educativas no se hicieron con el criterio de que se lucren los directores sino para que se beneficie con becas el pueblo que sin recursos espera la ayuda del Estado.
De manera que la ley es la ley y si ustedes no la quieren cumplir, en mi condición de Representante y fiscal natural de la ejecución presupuestal me veré obligado a intervenir ante la Contraloría General de la República y el Ministerio de Educación para que no les sea girado el auxilio correspondiente.
Puntualiza que esa posición la ejerce en cumplimiento de su deber ajustada a la más estricta moral y que finalmente, su posición en el Congreso no se la debe a ninguna directiva ni a ninguna rectoría de colegio, sino al Partido Liberal al cual le debe su actitud como parlamentario y que en virtud de tal investidura defendió los auxilios no sólo para Gremios Unidos sino también para la Sociedad Mutuo Auxilio, entre otras y que seguirá procediendo ajustado a las normas de moralidad, democracia y servicio incondicional a los conciudadanos, sobre todo a los menos favorecidos por la fortuna.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
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