Sergio Peña Granados
Los años pasan…nos vamos volviendo viejos”. Ese
hermoso tema de Pablo Milanés, ronda nuestra mente cuando recordamos que hace
50 años, veinticinco jóvenes, coronábamos una etapa de nuestra vida, al recibir
el diploma de bachiller del Colegio Calasanz- Cúcuta.
Al volar a nuestra ciudad, luego de seis años de
ausencia, todavía con el eco de las recomendaciones: la tensión, no puede comer
dulce, nada pesado, de aquello que ya no puede, no crea que la azul le hace
milagros, a Ud. lo puede matar, de trago ni se diga, un viejo sin enfermedades
no hay.
Recuerdo que junto a Raúl Canal, Domingo Monsalve,
compañeros por toda la vida de colegio, y Pedro Villamizar, veníamos del
Gimnasio Domingo Savio, y los 4 logramos superar la prueba de admisión que en
mi caso la hizo el padre José Díaz. De ella, me acuerdo cuando me puso a hacer
el mapa de Colombia, difícil para mí, pero la superamos. Estábamos bien
preparados y dispuestos a cursar el grado cuarto de primaria en el año 1956.
El Colegio, fundado poco tiempo antes, ya tenía a mis
primos Granados-Díaz allí, y junto con el vivir mi nona materna detrás del
mismo, fueron alicientes para ser mi casa.
La verdad, lo único que nos daba
temor, era la generalizada burla por una batica que usaban los niños pequeños,
pero que fue suprimida. Lo notable es que hace años, esa batica se estila
nacionalmente.
El reto entonces, lo asumimos con toda la importancia
del caso y debo decir, que los compañeros me acogieron de una manera excelente.
Nunca conocí ni matones ni encaramadas, como le decíamos, por lo contrario,
rápidamente entramos en familia. El fútbol nos unió, la pequeña cancha en la
sede de la calle trece sirvió de punto de encuentro, aumentado por que los
balones con regularidad diaria iban parar al solar de mi nona Inés, con el consabido
grito de: ¨Nona, mándenos el balón¨.
Padres
Antonio López y Miguel García,
Bonita época, donde empieza una verdadera amistad. Se cumple
plenamente, lo dicho por Facundo Cabral: Amigo es aquel que es capaz de dártelo
todo sin esperar nada a cambio, y ese hecho, de forma recíproca, es el que lo dice
todo o que nos ratifica la muestra de calidad como seres humanos.
Detalles de eso,
fueron las escapadas al Palenque, zona cercana al colegio, que mi mamá decía que
no podíamos ir, eran bares, prostíbulos de la época, adornado de las viviendas
de negocios decentes. Vi, la cabeza sin cuerpo en una urna de cristal, misterio
imposible de adivinar, se oían las rancheras que a veces alcanzaban a amenizar
una clase.
Recuerdo el ponche comprado a la entrada del colegio, el
ir, al recién inaugurado Ley a comer perros calientes y jugos por cuenta de un compañero,
ya desaparecido, que no podía llegar a su casa con plata en los bolsillo, pues sin
que lo supiera se la prestaba al papá. Allí, escuchaba a Lucho Gatica y sus famosas
canciones como Reloj, La Puerta , etc…
Nos llevaban a cuanto desfile o procesión había, tales
como la llegada de Rojas Pinilla, las procesiones de Semana Santa, en una de
las cuales, por un incendio en el mercado ubicado muy cerca del parque
Santander, los pasos y los alumnos, corriendo abandonamos la ceremonia.
También
el Tedeum cuando llegaba monseñor Pérez Hernández como obispo de Cúcuta, por los
parlantes se escapó un gol del Cúcuta, coreado por todos los alumnos de todos
los colegios presentes.
No olvido cuando derrocaron a Rojas Pinilla y nos
mandaron para las casas, escuchado sin saber las noticias del momento. Destaco
la paseada con un lazo a manera de ahorcada el busto de Juana Rangel,
confundida con la madre de Lucio Pabón, en manifestación ideada por el gran
Milton Rodríguez Pelayo, ’Milton Erre’.
Debo destacar a los religiosos escolapios, quienes siempre
fueron nuestros amigos, trayendo a Cúcuta una educación más humana cercana a los
alumnos. Siempre lo fueron y eso frente a otras comunidades existentes en la ciudad,
nos hizo vivir una experiencia enriquecedora.
El padre Ramón Vales, con sus clases
de canto, nos enseñaba para nosotros, nuevos temas como por ejemplo ”Clavelito”
que para mi sorpresa lo encuentro en Cuba, en un CD de habaneras, todavía lo cantamos.
El padre Atilio, que nos daba geografía, con un método de pasar al frente a señalar
en el mapa, lugares, accidentes geográficos de la clase, método que usé con mis
hijos, diciéndoles, que si no sabe de qué se trata lo hablado o escuchado
estamos en nada. Fue apuñalado por un loco en una peluquería cerca al colegio,
y siempre recuerdo que el milagro para salvar la nota eran las limosnas para
las misiones.
El padre José, prefecto de disciplina, quien con su libreta, la
cual consultaba a la salida de la jornada, hacía imposible adivinar, si lo mandaba
castigado o podía salir. Sus notaciones eran sin fecha por lo tanto en cualquier
momento, la frase padre, ”pero yo no hice nada” retumbaba en el patio.
El padre
Miguel, rector que sustituyó al fallecido Miguel López Salmerón, el año en que entré,
fue mi gran rector, amigo, sabio y comprensivo con nuestra juventud, recuerdo cuando
en una celebración le llevamos a Manuel Alvarado y en el patio central interpretaba
el ”merecumbé”, ”chipi-chipi” y otros más, que todavía son éxitos.
La película de
Marcelino pan y vino, repetida por mi hace poco, es también un detalle grato.
Vive de instante en instante, porque eso es la vida, dijo Facundo Cabral, cierto
y eso hicimos.


Padres Eugenio
Cano y Rafael Peña
Nos fuimos para una nueva sede, ubicada al lado de nuestro
Pamplonita, con una capa de arena que quitaron los carros de nuestras madres cuando
nos llevaban, pero que era una alegría, en una juventud que no conocía de drogas,
sexo, trampas e hipocresías que como no había llegado la televisión, generadora
de todos los males, nos mantenía ingenuos pero sinceros.
Batallas en las
montañas del molino de arroz, entrada a perseguir murciélagos en la bocatoma
del río, capturar sardinas con las botellas, jugar fútbol luego del mediodía,
porque las jornadas eran por la mañana y por la tarde, fortalecían nuestra
amistad.
Yo soy un amigo porque me lo pide el corazón, cuando
habla el corazón, hasta se anula la razón nada más cierto, resalta Facundo.
Una pensadora dijo: Al amigo no lo busques perfecto, búscalo amigo que es el todo.
Nadie es perfecto, buscar la magnificencia para que otro sea nuestro amigo, es tarea
inútil, seremos amigos porque el destino así lo habrá querido, y si mas tarde, somos
capaces de cultivar ese tesoro que el universo nos ha regalado, es cuando habremos
logrado el más grande de los éxitos.
El padre Rafael Peña ”el primo” ocupa un lugar importante en esa etapa
de formación. Eugenio Cano, hace poco fallecido por el cigarrillo siempre en su
boca, nuestro prefecto de bachillerato, sí que nos dejó su huella, enérgico, pero
nos daba la razón, si la teníamos.
Lo maravilloso de la tercera edad que estoy atravesando
decía Facundo Cabral es haber vivido intensamente la primera y la segunda. Y yo
por suerte, fui joven irresponsable durante muchos años.
Eso es cierto, nuestras
fiestas en las casas, porque no habían discotecas, para reunir fondos, el ir
siempre juntos, en programas que nos proponíamos, tales como dotar de canchas
al colegio, pudiendo decir que las primeras fueron hechas con nuestras
ocurrencias para tal fin.
El organizar los Juegos Calasancios trayendo a los
colegios de Bogotá, Medellín y Pereira, atendiéndolos como conocidos de tiempo
atrás.
Las fiestas con las niñas del Santo Ángel, primas con quienes
compartimos las inocentes pero inolvidables reuniones. Poco de alcohol y sexo,
porque en ese entonces no teníamos las tentaciones cerca. Por ahí uno, que su
nombre no lo digo pero todos lo sabemos, los lunes nos contaba de esas hazañas.
Fueron muchos años de convivencia, que estrechaba la amistad, que es lo que
resalto, cuando ahora ni siquiera se sabe cuáles son los compañeros. Buen paseo
al Carmen de Tonchalá, programado o mejor financiado por Rondeño, donde nos
despedíamos de ese estar juntos.
El tiempo, el implacable, el que pasó, siempre una
huella triste nos dejó, que violento cimiento se forjó, llevaremos sus marcas
imborrables, nos dice Milanés en otra de sus canciones y eso pasó.
Cinco
compañeros ya están gozando de la verdadera paz y de nuestra devoción. Alberto
Soto quien al morir cuando nos graduábamos, sin querer, trastornó el gozo de la
fiesta, que habíamos labrado, el mostrar a Leonor Duplat Sanjuán, señorita
Colombia de 1963, como la madrina de la promoción, cambiar los planes a la
carrera, con dramática ceremonia de grado en el Teatro Zulima, gran capitán del
equipo de fútbol y al cual le debo el aprobar un examen de dibujo que era
pintar a Jiménez de Quezada, según muestra. Porque el dibujo y la escritura
eran mis materias de sufrimiento y el padre Luis me regalaba el tres.
En estos
días escuchaba de los programas para que la gente escribiera a mano, se olvida
escribir por los adelantos tecnológicos, el deseo porque las cartas de amor y
demás sean a mano. Como me acuerdo de la clase de caligrafía. Domingo Monsalve,
para mí, ejemplo de sinceridad, amistad y hombría de bien, cuya separación
todavía no acepto.
Oscar Saldarriaga, el paisa, que en solo un momento, nos
conquistó por su don de amigo, Mario García, quien nos salvó, en el programa de
física del profesor Hervera, cuando un presuntuoso funcionario departamental
quiso hacer real lo que no tenía razón, después fue sacerdote y peregrinó por
varias partes, hasta su muerte.
También nos dejó Asdrúbal Galeano, compañero de
los últimos años, llanero de inquieto deseos de saber, fallecido en México.
“Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío que no lo puede llenar la
llegada de otro amigo. Cuando un amigo se va queda un tizón encendido, pero no
se puede apagar ni con las aguas de un río”, Alberto Cortés, lo dijo todo.
Así,
fuimos en el grupo y por lo tanto, esos cinco, son cinco espacios de amistad,
que a pesar de todo, es y será un vacío.
El doctor Peña y el profesor Paz, capaz de aguantar
nuestras bromas de clase, pero que nos hablaba de la importancia de la
ortografía, hoy tan venida a menos.
El profesor Jaime Castro, quien logró la
clase más disciplinada, por cuanto el castigo era pasarlo al tablero a pintar
el mapa de Colombia, casi ninguno lo
sabía hacer y el temor al cero, nos volvía juiciosos, el sin par Luis Enrique
Conde Girón y su cátedra bolivariana, logró que reflexionara sobre los mitos de
nuestros héroes de barro, teniendo como texto, el libro de Endalecio Liévano Aguirre.
Ellos fueron verdaderos profesores.
Julio Alvarado, Pablo Arguijo, Raúl Canal, Eduardo Botero,
Ayala, Sergio Contreras, Marco Tulio Contreras, Rafael Bermúdez, Armando Galvis,
Fernando Gómez, Orlando González, Gerardo Moncada, Alberto Mora, Ortiz, Carlos
Páez, Iván Ramírez, Pedro León Ramírez, Camilo Suárez, Francisco Vega, mis amigos
y compañeros, como Alberto Cortés, les digo:
“A mis amigos les adeudo la ternura/
y las palabras de aliento y el abrazo/el compartir con todos ellos, la factura
que nos presenta la vida, paso a paso/ Un barco frágil de papel/ parece a veces
la amistad/ pero jamás puede con él/ la más violenta tempestad/ porque ese barco
de papel, tiene aferrado a su timón por capitán y timonel un corazón”.
Hasta siempre y tan solo queda mi petición: cuando muera,
se toque “Nonito” de Aníbal Troilo ojalá con bandoneón, y mis cenizas sean esparcidas
en el malecón de la Habana para su regreso a donde somos todos: Africa!
Porque
así lo reveló el llamado “clan de Lara”, según teoría de Bryan Sykes.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.