La verdad, lo único que nos daba temor, era la generalizada burla por una batica que usaban los niños pequeños, pero que fue suprimida. Lo notable es que hace años, esa batica se estila nacionalmente.
Nunca conocí ni matones ni encaramadas, como le decíamos, por lo contrario, rápidamente entramos en familia. El fútbol nos unió, la pequeña cancha en la sede de la calle trece sirvió de punto de encuentro, aumentado por que los balones con regularidad diaria iban parar al solar de mi nona Inés, con el consabido grito de: ¨Nona, mándenos el balón¨.
Detalles de eso, fueron las escapadas al Palenque, zona cercana al colegio, que mi mamá decía que no podíamos ir, eran bares, prostíbulos de la época, adornado de las viviendas de negocios decentes. Vi, la cabeza sin cuerpo en una urna de cristal, misterio imposible de adivinar, se oían las rancheras que a veces alcanzaban a amenizar una clase.
También el Tedeum cuando llegaba monseñor Pérez Hernández como obispo de Cúcuta, por los parlantes se escapó un gol del Cúcuta, coreado por todos los alumnos de todos los colegios presentes.
No olvido cuando derrocaron a Rojas Pinilla y nos mandaron para las casas, escuchado sin saber las noticias del momento. Destaco la paseada con un lazo a manera de ahorcada el busto de Juana Rangel, confundida con la madre de Lucio Pabón, en manifestación ideada por el gran Milton Rodríguez Pelayo, ’Milton Erre’.
El padre Ramón Vales, con sus clases de canto, nos enseñaba para nosotros, nuevos temas como por ejemplo ”Clavelito” que para mi sorpresa lo encuentro en Cuba, en un CD de habaneras, todavía lo cantamos.
El padre Atilio, que nos daba geografía, con un método de pasar al frente a señalar en el mapa, lugares, accidentes geográficos de la clase, método que usé con mis hijos, diciéndoles, que si no sabe de qué se trata lo hablado o escuchado estamos en nada. Fue apuñalado por un loco en una peluquería cerca al colegio, y siempre recuerdo que el milagro para salvar la nota eran las limosnas para las misiones.
El padre José, prefecto de disciplina, quien con su libreta, la cual consultaba a la salida de la jornada, hacía imposible adivinar, si lo mandaba castigado o podía salir. Sus notaciones eran sin fecha por lo tanto en cualquier momento, la frase padre, ”pero yo no hice nada” retumbaba en el patio.
El padre Miguel, rector que sustituyó al fallecido Miguel López Salmerón, el año en que entré, fue mi gran rector, amigo, sabio y comprensivo con nuestra juventud, recuerdo cuando en una celebración le llevamos a Manuel Alvarado y en el patio central interpretaba el ”merecumbé”, ”chipi-chipi” y otros más, que todavía son éxitos.
La película de Marcelino pan y vino, repetida por mi hace poco, es también un detalle grato. Vive de instante en instante, porque eso es la vida, dijo Facundo Cabral, cierto y eso hicimos.
Batallas en las montañas del molino de arroz, entrada a perseguir murciélagos en la bocatoma del río, capturar sardinas con las botellas, jugar fútbol luego del mediodía, porque las jornadas eran por la mañana y por la tarde, fortalecían nuestra amistad.
Una pensadora dijo: Al amigo no lo busques perfecto, búscalo amigo que es el todo. Nadie es perfecto, buscar la magnificencia para que otro sea nuestro amigo, es tarea inútil, seremos amigos porque el destino así lo habrá querido, y si mas tarde, somos capaces de cultivar ese tesoro que el universo nos ha regalado, es cuando habremos logrado el más grande de los éxitos.
Lo maravilloso de la tercera edad que estoy atravesando decía Facundo Cabral es haber vivido intensamente la primera y la segunda. Y yo por suerte, fui joven irresponsable durante muchos años.
Eso es cierto, nuestras fiestas en las casas, porque no habían discotecas, para reunir fondos, el ir siempre juntos, en programas que nos proponíamos, tales como dotar de canchas al colegio, pudiendo decir que las primeras fueron hechas con nuestras ocurrencias para tal fin.
El organizar los Juegos Calasancios trayendo a los colegios de Bogotá, Medellín y Pereira, atendiéndolos como conocidos de tiempo atrás.
Las fiestas con las niñas del Santo Ángel, primas con quienes compartimos las inocentes pero inolvidables reuniones. Poco de alcohol y sexo, porque en ese entonces no teníamos las tentaciones cerca. Por ahí uno, que su nombre no lo digo pero todos lo sabemos, los lunes nos contaba de esas hazañas.
Fueron muchos años de convivencia, que estrechaba la amistad, que es lo que resalto, cuando ahora ni siquiera se sabe cuáles son los compañeros. Buen paseo al Carmen de Tonchalá, programado o mejor financiado por Rondeño, donde nos despedíamos de ese estar juntos.
Cinco compañeros ya están gozando de la verdadera paz y de nuestra devoción. Alberto Soto quien al morir cuando nos graduábamos, sin querer, trastornó el gozo de la fiesta, que habíamos labrado, el mostrar a Leonor Duplat Sanjuán, señorita Colombia de 1963, como la madrina de la promoción, cambiar los planes a la carrera, con dramática ceremonia de grado en el Teatro Zulima, gran capitán del equipo de fútbol y al cual le debo el aprobar un examen de dibujo que era pintar a Jiménez de Quezada, según muestra. Porque el dibujo y la escritura eran mis materias de sufrimiento y el padre Luis me regalaba el tres.
En estos días escuchaba de los programas para que la gente escribiera a mano, se olvida escribir por los adelantos tecnológicos, el deseo porque las cartas de amor y demás sean a mano. Como me acuerdo de la clase de caligrafía. Domingo Monsalve, para mí, ejemplo de sinceridad, amistad y hombría de bien, cuya separación todavía no acepto.
Oscar Saldarriaga, el paisa, que en solo un momento, nos conquistó por su don de amigo, Mario García, quien nos salvó, en el programa de física del profesor Hervera, cuando un presuntuoso funcionario departamental quiso hacer real lo que no tenía razón, después fue sacerdote y peregrinó por varias partes, hasta su muerte.
También nos dejó Asdrúbal Galeano, compañero de los últimos años, llanero de inquieto deseos de saber, fallecido en México. “Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío que no lo puede llenar la llegada de otro amigo. Cuando un amigo se va queda un tizón encendido, pero no se puede apagar ni con las aguas de un río”, Alberto Cortés, lo dijo todo.
Así, fuimos en el grupo y por lo tanto, esos cinco, son cinco espacios de amistad, que a pesar de todo, es y será un vacío.
El profesor Jaime Castro, quien logró la clase más disciplinada, por cuanto el castigo era pasarlo al tablero a pintar el mapa de Colombia, casi ninguno lo sabía hacer y el temor al cero, nos volvía juiciosos, el sin par Luis Enrique Conde Girón y su cátedra bolivariana, logró que reflexionara sobre los mitos de nuestros héroes de barro, teniendo como texto, el libro de Endalecio Liévano Aguirre.
Ellos fueron verdaderos profesores.
“A mis amigos les adeudo la ternura/ y las palabras de aliento y el abrazo/el compartir con todos ellos, la factura que nos presenta la vida, paso a paso/ Un barco frágil de papel/ parece a veces la amistad/ pero jamás puede con él/ la más violenta tempestad/ porque ese barco de papel, tiene aferrado a su timón por capitán y timonel un corazón”.
Porque así lo reveló el llamado “clan de Lara”, según teoría de Bryan Sykes.
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