Pocos acontecimientos han cambiado tanto como la celebración de la Semana Santa en los últimos cincuenta años. Por lo general, la Semana Santa coincide con la época de lluvias y no fue la excepción la del 68 cuando las inundaciones y el desbordamiento del río Pamplonita sembró miedo y zozobra en las poblaciones ribereñas e igual que lo ocurrido por estos días, derrumbes y desprendimientos de rocas y tierra sobre la carretera a Pamplona; sin embargo, lo que hoy sucede no es comparable en magnitud a lo narrado, pues todavía no se sufría las consecuencias del cambio climático y aunque los fenómenos del “niño” y la “niña” han existido desde siempre, su incidencia será cada día más severa mientras no se logren avances significativos en el manejo de las emisiones que son las verdaderas culpables del calentamiento y por ende, del cambio climático.
Pero recordemos los días de la Semana Santa desde que la jerarquía católica la instituyó en nuestro medio. Los pueblos donde se concentraba la mayor actividad religiosa desde la conquista y que fueron el eje de la colonización del país, Popayán y Pamplona, muestran su arraigada tradición que aún en la actualidad sigue estando vigente y son el orgullo local. Por esta región, la Semana Santa de Pamplona ha sido tan importante que para internacionalizarla en su momento, de manera que los feligreses hermanos venezolanos pudieran asistir a los eventos religiosos, el alcalde Alejandro Delgado Canal solicitó a las autoridades aduaneras la autorización para permitir el tránsito regular a la ciudad, de los vehículos de matrícula venezolana. Recibida la petición por parte de don Jorge Sánchez Hernández, administrador de la Aduana de Cúcuta y de Javier Ignacio Sonorza del Valle, comandante del Resguardo de Rentas del departamento y luego de las evaluaciones pertinentes no dudaron en aprobar dicha solicitud, quedando de esta manera expedita la vía para dirigirse a la ciudad mitrada. Desde entonces, los vehículos de placas venezolanas pueden transitar por la vía a Pamplona sin mayores inconvenientes migratorios, pues los controles de La Donjuana y El Diamante tenían orden de dejar pasar todos los carros sin distingo de placas. Como el control migratorio se realizaba en el retén de La Donjuana, el DAS lo trasladó al retén instalado en el sitio El Oasis, jurisdicción de Mutiscua, algunos kilómetros más allá de Pamplona, sobre la carretera que se dirige a Bucaramanga.
Los días de la Semana Santa de entonces eran de verdadero recogimiento y devoción al punto de la programación radial, por ejemplo, solamente transmitía música religiosa, cantos gregorianos y música clásica con énfasis en temas religiosos. Se suspendían las radionovelas que ya comenzaban a languidecer con el avance de la televisión, todavía en blanco y negro, que a su vez ofrecía programas de contenido religioso y una que otra película de la historia sagrada que se lee en la Biblia. Como no había transmisión continua, la programación terminaba alrededor de las 11 de la noche con la entonación del Himno Nacional.
No se escuchaba música estridente en las calles; los bares, cantinas y casas de citas cerraban durante los días santos, esto es, desde el domingo de ramos hasta el martes de Pascua, lo mismo que los colegios, escuelas y demás instituciones educativas. Los teatros presentaban las mismas películas año tras año; el Santander ofrecía su estelar El Mártir del Calvario con Enrique Rambal como Jesús y Manolo Fábregas como Judas y la publicitaba como “vida, pasión y muerte de N. S. Jesucristo”;claro que durante los años anteriores esta película fue exclusiva del teatro Guzmán Berti, pero en el 68 decidió modernizarse, entre otras cosas, para subirle a la boletería que llegó a los $5 la función y en asocio con el Astral y el Mercedes presentaba, en doble, El Redentor y Fray Escoba (la vida de Fray Martín de Porres) en “majestuosos colores”.
Para compensar la repetición anual del “Mártir de Calvario”, el Santander iniciaba la rebeldía contra la curia y la presentación de películas religiosas ofreciendo la comedia Rififí con Sotana que algo de religioso tenía para no desentonar con la ocasión. Los teatros de Beneficencia, Zulima y Municipal, tenían cuatro funciones, matinal a las 8:30 a.m., matinée a las 1:30 p.m., vespertina a las 4:00 p.m. e intermedia a las 8:00 p.m. pues presentaban la película Los Diez Mandamientos, con Charlton Heston e Ivonne De Carlo. Los horarios fueron establecidos de la forma mencionada para que los asistentes pudieran disfrutar plenamente del film que era de larga duración pues la cinta tardaba 3 horas y 47 minutos, sin contar con los preliminares que por esa época se presentaban.
Las iglesias adornaban sus monumentos y se abrían al público, como es aún la costumbre, sólo que con menor afluencia. Las visitas nocturnas a las distintas iglesias sigue siendo una de las actividades más frecuentes, así como las procesiones del Jueves y Viernes Santos. Algo que no pasa de moda es el Sermón de las Siete Palabras. Al comienzo, éstas eran pronunciadas por el párroco o los sacerdotes, después, la tradición le ofreció a los dignatarios civiles o a personas prestantes. En Cúcuta fueron famosos los sermones de la Catedral de San José cuando oficiaba como párroco el reverendo Daniel Jordán, destacado orador sagrado.
Para terminar recordaremos que el año 68 fue el del Congreso Eucarístico Internacional y que el arzobispo de Pamplona Aníbal Muñoz Duque fue nombrado Administrador Apostólico de la Diócesis de Bogotá para encargarse de la organización de tan magno evento, que concluyó con la primera visita que un Papa haya realizado a un país americano y que Colombia tuvo ese privilegio. Mientras tanto en Pamplona, el desarrollo de su Semana Santa se vio perjudicada por el cambio intempestivo pues el nuevo arzobispo Alfredo Rubio Díaz no tuvo el tiempo suficiente para el desarrollo de los preparativos necesarios, razón por la cual la conmemoración no tuvo el mismo esplendor de los años precedentes.
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