PARTE II/II
Antonio García Herreros 5.- CANDELO. El popular Candelo es tan vago y tan popular como Manuel Vega Caicedo y es también indocumentado pues no tiene cédula. Nunca ha votado, ni piensa votar porque es muy pesimista del porvenir de la República. Dice que salga el que salga seguimos lo mismo.
Manuel Vega Caicedo (Candelo)
Cuando no asiste a los partidos de fútbol o de básquet a los cuales es muy aficionado, habla y camina acelerado todo el día por la ciudad. Es nadaista y cuando fuma de vez en cuando un taco de marihuana escribe sus poemas que después no los entiende, como todos los nadaistas.
Cuando pasa frente a los murales del Banco de la República o del de Bogotá se detiene mirándolos, buscándoles algún significado. Los mira por arriba, por debajo, por detrás metiendo la cabeza por entre la pared y el mural rebuscando una interpretación y exclama :Estas chatarras son como mis poemas; pura mamadera de gallo!.
Candelo tiene una cultura de 2º año de Bachillerato como la de un Concejal y comenta: Mi ignorancia no es tampoco como para morir aposta, pues ningún Concejal se ha suicidado!
6.- LOS PODEROSOS DE CUCUTA. El padre Mendoza, don Agustín Berti y don Nicolás Colmenares fueron los hombres más poderosos de la ciudad. El padre Mendoza y don Agustín Berti, vivieron en Cúcuta mandando y en continua pugna. Eran dos temperamentos antagónicos.
Don Agustín era un hombre afable, de indiscutible simpatía, quien se disputaba con el Padre Mendoza la supremacía de la ciudad. De inteligencia dúctil y sutil y sagacidad profunda. Era epicúreo. Epicúreo el filosofo griego enseñaba que el refinamiento de la buena mesa, el alegre vivir y el placer, eran el fin primordial de la vida. Era muy familiar esta expresión que era un tributo a su inteligencia: “como dice don Agustín. . . “. En su teatro Guzmán Berti, en el pórtico de escenario en grandes caracteres estaba escrita esta frase: “CANENDO ET RIDENDO CORRIGO MORES”, “cantando y corriendo corrijo las costumbres”, que era una réplica al padre Mendoza, quien desde el púlpito tronaba contra la exhibición de algunas películas.
El padre Mendoza era “el amo de la parroquia”. De una gran austeridad en sus costumbres, de un fervor extraordinario para gloria de Dios y el bien de las almas. Muy severo consigo mismo. Cuando fue trasladado a la parroquia de Chinácota solo llevo una “cuja” sin colchón, que era su única pertenencia. Al padre Mendoza, el gobernador y el Alcalde le consultaban los nombramientos y por el confesionario estaba informado de las costumbres de todas las casas de Cúcuta. Era un buen orador.
Una vez se cuchicheaba entre los fieles el sermón que iba a pronunciar el domingo en la misa mayor contra don Agustín. Llegó ese domingo, se llenó la iglesia, las mujeres con las mangas hasta la muñeca y las faldas hasta más abajo de las rodillas, porque era pecado unos centímetros menos, y piadosos los hombres entraron a la iglesia. Repletas las tres naves, llegó don Agustín, ante el general asombro y se sentó ostensiblemente frente al púlpito a donde subió el Padre Mendoza y empezó el sermón:
Amadísimos fieles,
En el santo Evangelio de San Mateo de hoy, hay una parábola muy oportuna, que debo recordárosla, ahora cuando nuestra ciudad la han vuelto repulsiva por el pecado. Salió un sembrador a arrojar la semilla. Algunas semillas cayeron junto al camino y vinieron las aves y las comieron. Otras cayeron en lugares pedregosos y tardaron en nacer y se secaron. Otras (mirando fijamente a don Agustín) cayeron entre espinas, y las ahogaron las espinan y otras cayeron en tierra buena y rindieron fruto uno a ciento. La semilla es la palabra divina. El terreno es el corazón de los oyentes y el sembrador es el sacerdote. Alguien que me escucha (mirando otra vez a don Agustín), es terreno enmalezado y lleno de espinas que pretende, simultáneamente, servir a Dios y dar satisfacción a sus pasiones. Allí, la buena semilla (mirando otra vez don Agustín), es ahogada por la maleza y las espinas de los sentimientos anticristianos.
Se acabó el sermón, se acabó la misa y don Agustín siguió a la sacristía donde el Padre Mendoza se despojaba de su vestidura y le dijo don Agustín: Padre estoy verdaderamente conmovido por el sermón tan maravilloso. ¡Qué elocuencia Padre! Goza su reverencia de ese don que hizo e irresistible la palabra de otros iluminados y que repercute y conquista la inteligencia y el corazón de quienes le oyeron. Déjeme felicitarlo con toda sinceridad.
7.- ROQUE MORA. Todos los cucuteños sabemos que con el actual Alcalde Fernando Canal, no adelantará el proyecto de la plaza de toro Corral de Piedra en el cual estuvieron interesadas las anteriores administraciones del municipio y que hubieran culminado si Fidelia no interfiere la gestión municipal con Fer.
Lo sentimos por Roque Mora, pues era su más cara ilusión. Roque ya pronunciaba las zetas como en Zaragoza y las eses como los madrileños. Como es cenceño de cara morena-agitanada, debería vestir a lo flamenco.
Una vez cuando era Director de la Imprenta Municipal, se nos quiso esconder detrás de una prensa, cuando lo sorprendimos con chaquetilla recamada de oro, con escarpines y montera, y con los pantalones de seda tan ´ceñíos´ y exigidos por detrás, que ´er bicho´ se pronunciaba como ´erguío´ como en ´bluyine de mujé´.
Esta afición a los toros, le viene desde chiquito. En el Salado cuando Roquito veía una cabra, se quitaba el pañal y la capeaba. Cuando lo encontramos en las calles de Cúcuta, llevaba siempre en la mano una copia del plano de la plaza y caminaba con la cabeza erguida, con paso arrogante y garboso, como un ´primer espada´ encabezando la cuadrilla de aguaciles, ´mataores´ peones y ´picadores´.
Cada vez que lo encontrábamos, extendía el plano y nos indicaba: ¨aquí va la presidencia, aquí son los toriles, este es el redondel, mira el callejón…Se denudaba…porque oía el clarín…Roque lleva por dentro ´er tendio´. Con un pañuelo extendido hacía pasar ´er noviyo´ junto a él, girando un poco sobre las puntas de los pies. Era la ´Verónica´ facturado como lo manda el código de la tauromaquia, que cumplen respetuosamente los toreros, pues los otros códigos, el civil, por ejemplo, incumplen primeramente las autoridades que más comprometidas están en respetarlo. Los artículos 87 y 178, verbigracia, de ese código, disponen que la mujer está obligada a vivir en la residencia del marido y seguirlo donde quiera que traslade su residencia.
Y no es que nosotros queremos que se vaya la gobernadora Fidelia, es que hacemos la observación.
Y volviendo a Roque, venía después la suerte más alegre y artística que ejecutaba con mucho alarde de lucimiento y ´való´. Con los dedos índices como palitroques, desafiando ´ar bicho´, empinándose sobre los escarpines, esperaba inmóvil la embestida. Desviaba el asalto con una pinturera flexión de caderas, con un quiebro como ´pá arborotá a tooer mundo´. Ahora la hora de la verdad. Con el plano enrollado como una muleta, con el labio inferior desencajado, ejecutada ´er naturá´ estructurando la clásica faena: templando, mandando, aguantando. Describía lentamente un cuarto de círculo, en un encadenamiento de pases, luciendo su saber, con un estilo vivo de mucha floritura: bajaba la muleta, miraba intensamente la cruz entre los omoplatos y esperaba serenamente la embestida: adelantaba el pie izquierdo para entrar a matar, logrando la más espectacular, la más peligrosa, la más difícil estocada. Se venía abajo ´er mundo de parmas´. Roque agitando los brazos por encima de la cabeza, ´aturdido´ por los ´oles´ del público enloquecido, haciendo girar el cuerpo; doblegándoles en gallardas reverencias amagaba recoger para devolver al público, botas de manzanilla y mantones de manila y peinetas y sombreros y claveles reventones…
Después, después, al encontrarse con la horrible realidad, daba un escarpinazo en la arena, digo, zapatazo en el suelo y exclamaba: ´Mardita sea este arcarde´.
8.- EL TERREMOTO. Mi tío Oscar, tenía 14 años cuando el terremoto. Era hermano de Julio Pérez Ferrero y de mi abuela Elvira. A mi tío no le interesaba otra conversación que la relacionada con el terremoto o con aquella época. Se hablaba, por ejemplo, de la falta de honradez que atosiga estos tiempos de mi tío, comentaba; ¡caracho! Y pensar que en tiempos del terremoto llegaban a puerto de los Cachos en pago de la exportaciones de Cacao grandes sumas de dinero en morrocotas (mi tío redondeaba los dedos índice y pulgar para indicar el tamaño de las morrocotas) llegaban a Puerto de los Cachos, digo, como a cuatro leguas de Cúcuta y las traían hasta acá en mulas, dentro de unos cajoncitos cuadrados, que me parece verlos. Por mas verás, una vez en el alto de las Pavas, se escabulló una mula, que por seguirla, se escabullaron las otras y como era ya de noche, se buscaron al otro día y estaban echadas en distintos lugares, con sus cargas de cajoncitos llenos de morrocotas, sin faltar ni una, ni una. . .
Cuando se comentaba la carestía de la vida, mi tío exclamaba. ¡confiro! ¡pa’ su maletera! Cuando en mis tiempos una carga de cacao valía $5.00 y era caro porque después de molerlo y empastillarlo, se hacía viajar hasta el Lago de Maracaibo por el río Zulia, para regresarlo notablemente mejorado. Con decirle que la Reina Victoria de Inglaterra, no tomaba otro chocolate que no fuera de Cúcuta y al saber la noticia del terremoto, ordenó auxiliar al hospital San Juan de Dios con mil libras esterlinas.
La tragedia del terremoto la contaba todos los días y había que oírsela.
Vengan y les cuento, decía, sentándose en una mecedora de Viena, de buena estirpe, que tenía gastados los balancines y abollado el asiento y el espaldar tejidos con paja: Alguna gente presagiaba la tragedia. Desiderio López, quien era ciego y se guiaba por las calles con una varita de cañaguate, tocando con ella el camino que seguía y que había presenciado el terremoto de Lobatera, en Venezuela en 1849, días antes de aquel 18 de Mayo, como oliendo el ambiente, inhalando el aire con estrépito, repetía: ¡ Me huele a Lobatera! Y ni riesgos que comía, ni dormía bajo techo. Estábamos almorzando a las once y veinticinco de la mañana del 18 de Mayo de 1875.
Era martes. En casa estábamos papá, mamá, José, Enriqueta, Albertina, Elvira, Luis, Hernán, Elisa, Anita, Isabel, Julio, que eran mis hermanos, la cocinera Cleotilde, un hijo de esta, como de mi edad, llamado Ramón y Eufrasia la sirvienta de adentro. También estaba en la casa Pancho, un pergüetano a quien mamá le daba todos los días la comida en el zaguán. ¡Ave María Purísima! Gritó mamá cuando oímos un ruido subterráneo, prolongado al cual siguió el primer temblor, cayéndose unos terrones sobre la mesa de comer. Yo salí corriendo hacia la calle, con una frita de maduro, pinchada con el tenedor. Mientras corría hasta la mata de limón, a la calle, temblaba la tierra y se movía como una nave. En un trís, me cae encima la pared de la calle. El ruido espantoso que producía el derrumbe de las casas y los gritos de los sobrevivientes era para enloquecer a cualquiera.
A nadie se le ocurría otra cosa que correr en cualquier dirección. Yo no veía. Una espesa nube de polvo, todo lo cubría…Cuando esclareció, mi hermana Elvira, tanteando con las manos, me tocó y se colgó de mis hombros, despavorida, llorando y temblando como la tierra. Un viento huracanado despejó la vista. Cúcuta yacía en el suelo. Me restregué los ojos y solo divisaba cerros por todos lados: el de la piedra del Galembo, el de la lomita de la Cruz, el Alto de las Pavas, el de la Batalla de Cúcuta, el de las Campanas…Para mayor consternación, veía incendios en distintas partes.
Saltando por encima de los muertos y de los escombros llegaba a la calle Ramón, el hijo de Clotilde, quien se salvó porque a aquella hora estaba encaramado en el mango que había en el solar de la casa y desde allí vio como se caían las casas “como la baraja de un naipe”. Llevando a mi hermana de la mano, corría yo sobre adobes, vigas y tejas, buscando quien me ayudara a rescatar a mamacita, a papá, a mis hermanos; nadie me oía.
En lo que había sido la esquina del almacén de don Pacho Bousquet, vi un hombre patibulario, con bigote engomado, de facciones repugnantes, como de cuarenta años, flacucho, a quien se le descolgaba el pescuezo rugoso y retráctil como el de una tortuga, tan pronto largo de un palmo, como enchufado entre las clavículas. Un rostro anguloso, con mejillas de juanete y ojos de murciélago. Después supe que lo apodaban “Piringo”, quien sin compasión saqueó las ruinas. Aquel malario cargaba el oro que rodaba dentro de árganas en un burro que se perdía, arriado por Piringo, por los lados de la Piedra del Galembo, un poco más arriba de la tienda de Casildo. Algún día, proseguía mi tío, voy a escavar por allá.
A Piringo ordenó fusilarlo el general Fortunato Bernal, jefe militar de la plaza, y la ejecución se llevó a cabo más abajito del Puente de San Rafael, debajo de una cañafístula. Cómo seria de criminal aquel hombre, que le cortó el dedo al cadáver de don Joaquín Estrada para robarle el anillo y antes le había arrancado la hebilla de oro de la correa de los pantalones, pues en aquellos tiempos las clases sociales se distinguían por la hebilla que era grande y de cobre, plata u oro, según la posición pecuniaria de cada quien, y los Estrada era de las familias cucuteñas más empingorotadas de aquella época.
Como le decía, yo corría, ni sabia para donde, llevando a Elvira de la mano. Recuerdo que caminando sobre los hombros sentí que se volvía a mover la tierra, pero era unas mulas cargadas de café, que aprisionadas debajo de las ruinas, forcejeaban contra la muerte.
A todas estas, cayó un palo de aguacero que apagó incendios y refrescó el ambiente. Así llegó la noche y después de mucho caminar en todas las direcciones, desandando lo andado llegamos a un potrero por los lados de la Garita. Allí los sobrevivientes de la familia Ferrero, bajo una carpa velaban los cadáveres de unos niños, quienes habían sido extraídos agonizantes de entre los escombros. Seguramente los enterraron en el potrero al otro día, pues de mí no supe más, desde que cuando quedé fulminado por el sueño y el cansancio.
Al otro día nos llevaron por orden militar a la Vega, más arriba del puente Cúcuta o puente San Rafael, como ahora le dicen y era una hacienda de don Vicente Galvis. Imborrable es el recuerdo de aquel camino que conducía a la Vega: trepaba, se ensanchaba a ratos, a veces se encogía, como las contracciones estertóreas de la ciudad que yacía allá abajo.
En La Vega, al lado del río Pamplonita, se levantaron las carpas agrupándolas en la loma y en el valle. Desde allí el general Bernal, impartía órdenes que se cumplían para salvaguardar lo que yacía bajo las ruinas y organizar la vida de los sobrevivientes.
Los libros del protocolo de la notaría fueron salvados por la guardia del ejército y la acuciosidad del notario, el maracucho don Juan E. Villamil quien el momento de la catástrofe compulsaba la escritura marcada con el número 225 por el cual Eusebio Aparicio vendía a Rafaela Chacón por la suma de $40.00 una casa de bareque y tela y que fue la partida de defunción de la ciudad.
9.- SERGIO ENTRENA. Salió del Banco Mercantil y se integró al grupo Menudo que visitó la ciudad el 26 de marzo de 198…, Sergio Entrena López quien ¨canta divino¨ y volvió loca a la niñería delirante, y desde entonces es protegido por una numerosa guardia que solo permite a las infantiles admiradoras tocarlo con la mera mirada.
Sergio asimiló inmediatamente los modales del grupo y dicen que la ropa le queda ¨chévere¨, pantalones de azul intenso con rayas negras, botas de gamuza y camiseta color fucsia.
Optó el nombre de Serghy para las representaciones de modo que el grupo lo componen ahora: Ricky, Johnny, Miguel, Charllie y Serghy.
Recopilado por : Gastón Bermúdez V.
No hay comentarios:
Publicar un comentario