El hecho es que desde comienzos del decenio de los sesenta, comenzaron a fomentarse otras actividades deportivas y la participación de dirigentes que a través de las diferentes ligas de los deportes más conocidos, fueron atrayendo simpatizantes y practicantes que les permitiera intervenir en los eventos que se programaban a nivel nacional. Es así como ciertas ligas empezaron a destacarse entre ellas las de Ciclismo y la de Boxeo y Lucha, que fueron las que desarrollaban sus actividades con mayor frecuencia, a pesar de las dificultades económicas, el escaso apoyo oficial y los pocos atractivos que se ofrecían para las prácticas y entrenamientos de los interesados; muy pocos manifestaban un verdadero interés y con grandes sacrificios alcanzaban alguna figuración a nivel regional y casi ninguna en el ámbito nacional. Con esta breve introducción, que sirve de abrebocas para nuestra crónica del día de hoy, espero se tenga una somera idea de lo que era, en esa época, la caracterización del deporte en la región.
Promediando el año 64, había despertado un interés inusitado la programación de las peleas de lucha libre, tanto en el país como en el exterior. Recordemos que en la televisión, especialmente la venezolana, que por entonces se recibía en blanco y negro, transmitían las veladas de lucha, que por lo general, se realizaban los días sábado en las horas de la tarde. El Enmascarado de Plata, el Tigre Colombiano y algunos otros peleadores hacían las delicias del público, más por el espectáculo que presentaban que por la práctica del deporte como tal. Entusiasmados por la popularidad de ese deporte, la Liga Nortesantandereana de Boxeo y Lucha decidió empezar una campaña de masificación de los dos deportes y contrató los servicios de sendos entrenadores que colaboraran con la formación de los deportistas de cada sección. En el segmento de boxeo no resultó tan complicada la consecución de un instructor, pero en lucha, la cosa se complicaba cada día más, pues en el país no había personajes que estuvieran dispuestos a radicarse en la ciudad para realizar este cometido. Después de algún tiempo de búsqueda minuciosa, hallaron a una persona que decidió venir a entrenar a los jóvenes interesados, pero más como una actividad marginal que como una opción profesional propiamente dicha; por eso Antonio Mussalan, un colombiano de ascendencia libanesas, profesional de la lucha libre, se convirtió en el entrenador de la liga, cuando no atendía su negocio de comidas, el Restaurante Libanés, en la calle 10 entre tercera y cuarta.
Pues bien, en los primeros días del mes de mayo, se apareció en la ciudad un luchador de esa misma nacionalidad, amigo de Mussalan, pues se hospedó en su casa y desde allí comenzó a lanzar retos a los luchadores locales para que pelearan con él. Se hacía llamar “el Tigre Árabe” y desafiaba a cualquiera que no le tuviera miedo, pues en su haber tenía muchas victorias contra los más renombrados y conocidos luchadores de su país y de Europa, de donde recién llegaba. Por medio de entrevistas en radio y prensa, lanzó su “guante” y esperaba que le respondieran el reto lo más pronto posible. Es conveniente advertir, que entonces era común y se popularizó a través de los medios, los rifirrafes previos a los combates, en los cuales cada uno de los contendores se burlaba del otro y trataba de exaltar sus ánimos, de manera que se creaba una expectativa entre el público que producía sus dividendos, tanto en ventas como en publicidad.
Tan pronto supo del reto lanzado por el Tigre Árabe, el crédito local y luchador profesional Anastasio “El Motilón” Ramírez lo aceptó. En ese momento llevaba 26 peleas realizadas, de las cuales había ganado 22 y empezaba la pelea verbal, atractivo para el desarrollo del espectáculo que se llevaría a cabo en la Plaza de Toros de Cúcuta, llamada Juan Belmonte, el domingo 17 de mayo, a las cuatro de la tarde. En el primer envión, el Motilón le dijo a su contrincante “vamos a ver si es tan bueno como dicen, no me impresiona el récord que tenga, pues para mi es un barrigón lengua larga”. La pelea fue pactada a tres asaltos de cinco minutos por uno de descanso; como árbitro se designó al señor Antonio Mussalan quien había sido maestro de Anastasio y era paisano de El Tigre Árabe y como juez se nombró una comisión de la Liga Nortesantandereana de Boxeo y Lucha.
El encuentro no contó con una asistencia de lleno total como se esperaba, razón que se atribuyó a la falta de propaganda en carteles y volantes. En desarrollo de los asaltos, el primero fue ganado por el Tigre Árabe, quien en un instante logró aprisionarlo fuertemente y aprovechando los kilos de más que le llevaba lo obligó a ceder el round. Las tarjetas de los jueces marcaron 12 para el libanés y 10 para el cucuteño. En el segundo, el local había descifrado su estrategia de ataque y con destreza y rapidez pudo llevar el tren de pelea a su antojo y en un descuido del Tigre perdió este asalto por marcador de 14 a 12. En el tercero y último, ambos luchadores buscaron cristalizar su victoria pero entre ataques y defensas se fue pasando el tiempo y al final fue el reloj quien puso fin a la pelea. Los puntajes, tanto del árbitro como del juez, resultaron igualados, lo cual marcó un empate. Al parecer, esta decisión disgustó al Tigre Árabe, quien arremetió contra el árbitro, su paisano Mussalan y luego de una breve escaramuza, los contendores fueron separados por sus ayudantes. Al día siguiente, el libanés retó públicamente al señor Mussalan para que, con un jurado imparcial y competente, aceptara una pelea en el lugar y el día que escogiera, con la cual quedaría saldada la afrenta que había sufrido por la injusta decisión del día anterior. A fin de cuentas, la pelea no tuvo lugar, pues el Tigre Árabe, continuó su recorrido por otras latitudes retando luchadores con quienes buscaba más que ganar, llevar el estilo de vida que se había impuesto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario