Todo parece comenzar a finales de 1975 e implica algunos elementos muy prestantes de la sociedad santandereana, quienes, todo señala fueron los iniciadores de la idea que comenzó a regarse como pólvora por la región, más cuanto la dependencia por esa época era angustiosamente asfixiante por parte de nuestros vecinos del sur.
Imaginémonos la escena que comenzó a despertar las sospechas de quienes habían ‘invertido’ unos pesos en un ‘negocio’ que supuestamente era de unas ‘cosechas’ que se realizaría en la región de Tibú y que, según una de las ‘socias del negocio’ era de naranjas, por las cuales pagarían intereses de entre el 10 y el 40 por ciento mensual.
Una casa modesta del barrio Alfonso López de Cúcuta era en ‘centro de pagos’ de los intereses del negocio. No me alcanzo a imaginar lo que pensarían aquellos que llegaban en sus lujosos carros, entonces de placas venezolanas, a preguntar por doña Juana a ver si ya les había llegado la ‘platica’ de los intereses de la cosechas.
Como sucede en todos estos ‘negocios’, los interés fueron pagados cumplidamente durante los primeros meses de manera que era tan buen la inversión que no tardaron en ampliar su campo de acción a otras ciudades del interior del país e incluso algunas cercanas del otro lado de la frontera.
El rumor del ‘negocio’ se esparció de tal forma que era la comidilla en las fiestas sociales y aún en las charlas de café, costumbre que se ha perdido hoy en día y como era diciembre, la algarabía en torno al tema fue creciendo como la espuma que dejó de ser prerrogativa de unos pocos privilegiados y comenzó a generar demanda hasta de algunos más humildes pero con ahorros deseosos de multiplicarlos fácil y rápidamente, algo que nos hace recordar y haría palidecer al mismísimo David Murcia Guzmán, el genio del DMG.
La inicial ‘promotora’, rezan las crónicas de la época, se aprovechó de la confianza y de los muchos años de ayuda a su familia, de la empleada del servicio que como es de suponer, mujer humilde que en compañía de su esposo quedó involucrada o más bien engañada, en el embrollo que resultó ser este azaroso episodio de su vida. Juana era su nombre y famosa llegó a ser entre lo más granado de la sociedad cucuteña de mediados del decenio de los setenta.
Le tenía total confianza pues había sido su nana, su mamá de crianza y quien la heredó cuando se casó, situación que era tradicional entre las familias pudientes de la ciudad en el siglo XX.
Sin embargo, su situación comenzó a cambiar un año antes de los sucesos materia de esta crónica, cuando a Juana empezaron a presentarle muchas señoras y gentes distinguidas, sin comentarles quien era en realidad.
Por ello, había renovado su vestuario y emprendido una trasformación de su aspecto físico, de manera que encajara en la descripción que se había inventado como ‘manejadora’ de la administración de ‘las cosechas’.
Un detalle que nunca comprendió, era que debía encerrarse en el cuarto de baño, por horas y con mucha frecuencia, bajo ningún pretexto aparente cuando le pedía textualmente, “Juana, escóndase que tengo que hablar unas cosas con una señora”.
Manifestó durante el interrogatorio, que esta situación se repitió en varias oportunidades y siempre que llegaban a casa algunas damas a quienes ella escuchaba desde su escondite, sin alcanzar a oír lo que conversaban.
Era tal su inocencia, que en la calle, a veces, se encontraba con alguna de las señoras que le preguntaban, “¿qué hubo Juana, ya llegó la platica de las cosechas? Ella sin saber qué contestar, respondía con evasivas, sin imaginarse el problema que se estaba formando.
Ante esta actitud hostil, la pareja no tuvo más remedio que retirarse atribulados y con la perspectiva poco agradable de un encarcelamiento que se produciría algunos días más tarde.
Esa sería la última ocasión en que se vieron antes del desenlace que los llevó a la cárcel por cuenta de unas ‘cosechas’ que nunca existieron.
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