El señor Guerrero quedó silencioso y luego de un par de minutos de reflexión, se dijo para sí: ¨No le creo¨. Por qué? Porque el profesional de la farmacología años antes fue Jefe Civil de Bejuma, en el estado Carabobo, Venezuela, y allí conoció al padre Obeso.
En esa ocasión metido en embrollos mayores de seducciones a chicas menores, actitud que desató violencia verbal y física, por parte de los coléricos parroquianos de la localidad. Por orden del Obispo fue enviado a Valencia y allá también encontró el campo arado para darle rienda suelta al huracán amoroso, y tres jovenzuelas, tentadas por el demonio de la carne y el instinto de reproducción, le entregaron el don de la limpieza de espíritu y de cuerpo, al Don Juan siempre listo a loar las virtudes de Cristo y María con afecto, voz nasal y dulce charla.
Obeso no sabía nada de lo que pasaba a su espalda, y cuando el pueblo se enteró de sus acrobacias del concúbito con las ex vírgenes que se le acercaron desprevenidas, ajenas a la realidad de la vida y a los recursos cautivadores del moreno y alegre sacerdote, se armó otro escándalo.
Producto de esas circunstancias llegó a Cúcuta. Mientras conquistaba a Josefina Prada Muñoz algunos de sus cercanos alcanzaron a verlo en estrecha amistad con matronas de esta calurosa urbe, donde el calor del medio día le devuelve el ánimo a las parejas, y el deseo con traje fresco y en forma de mujer sobre dos piernas, sale a exhibir sus encantos en abierto reto a los convencionalismos.
Al terminar la misa y los creyentes partían en paz, el cura llamaba a Josefina a la sacristía, contaba frente a ella la limosna, con calma le dio suficiente confianza y con ella se dirigía a la pieza arrendada en el inmueble de propiedad de Clementina Muñoz, madre de la cervatilla que caminaba sin caer en cuenta, a la piedra del sacrificio, sin apelación alguna, porque nadie se salva de la fecha y ficha para dejar el mundo.
El hombre mayor y la joven no llamaban la atención de los curiosos para nada y algunos atrevidos que pretendieron hacer blanco de la injuria al par de prójimos, recibieron la consabida reprimenda y se presentaron disputas verbales con amplia demostración de enojo por parte de los prudentes temerosos de Dios.
Los médicos que conocían de cerca al doctor Ardila Ordoñez, comentaban con sorna: ¨Vaya ironía, un masón hace tiempo se ha empeñado en curar un cura¨.
Lo mismo ocurría con el galeno Alirio Sánchez Mendoza quien saludaba al cura con venia y otras demostraciones de respeto.
También el cirujano Mario Mejía Díaz se dirigía al capellán de esa casa de salud con mucha reverencia, y los observadores, entre médicos y personal administrativo del nosocomio, anotaban que los masones comían curas pero en esa oportunidad vivían en operativa paz.
El cura a medida que ingería las medicinas engordaba, se sentía pesado, perdió movilidad pero no le quedaba otra alternativa que seguir esa curación medicamentosa, porque el problema lo atosigaba con frecuencia al punto de impedirle dormir y realizar actividades propias de su ministerio, como ir a aplicarle la extremaunción a los enfermos a su casa.
Hasta allí iban los fieles y le dejaban dinero y ayuda en especie para los pobres, por ser un hombre conocido en los lunes de cementerio, donde su voz con acento costeño se escuchaba en la tranquilidad de la necrópolis cantar responsos por la paz de los difuntos.
Fue así como apareció en escena el quinceañero Fernando Moros, dueño de un cuerpo apolíneo y poseedor de una serie de especiales costumbres, que le permitían llamar la atención de los vecinos del barrio El contento, donde vivía, y de la pequeña Cúcuta.
Fernandito, tal como llamaban al muchacho, en vez de entregarse a la diversión que proporcionan los juguetes y diversiones bruscas, se dedicaba horas enteras a hacer vestidos para las muñecas de sus amigas y aprendió conocimientos básicos de belleza que le dieron fama de meritorio en ese aspecto en la barriada.
El romance prematrimonial entre Fernandito y Josefina se oficializó y en las tardes éste iba a la casa de su novia ubicada en la calle 13 con avenida 1ª, al tiempo que pasaba por la capilla del Carmen, donde alienado por el instinto amoroso, el cura Obeso, celebraba la misa de la tarde con dulce voz mientras condenaba la infidelidad conyugal, la irresponsabilidad de algunos padres de familia y los ataques arteros del demonio de la lujuria.
Fernandito no obstante las visitas a Josefina siguió con sus pintorescas maneras, después se supo que jamás renunció a ellas y no hizo caso del comentario ajeno.
En ese instante llegó el cura, quiso hacerla suya, pero Josefina lo rechazó con violencia y lo increpó con duras frases que hicieron montar en cólera al ministro de la fe.
Fuera de sí, el sacerdote sacó una cuchilla que llevaba en uno de los bolsillos de la blanca sotana, se lanzó contra la indefensa fémina, le clavó 14 veces el arma en su blanco cuerpo y al verla herida de muerte se puso a llorar y a orar.
Cuando el cura recuperó un tanto la serenidad, salió a la calle con la sotana ensangrentada y en loca carrera se refugió en la casa cural de la iglesia San José.
Clementina, su madre, esa noche se encontraba en el Dispensario, en plan de entrenar a una substituta, porque debía ir a Ureña, Venezuela, a darse unos baños termales para aliviarse de una dolencia.
Recibió 14 certeras cuchilladas y 9 pequeñas cortaduras para un total de 23 heridas, pero el médico legista apenas reconoció 14 que le causaron la desaparición casi en forma inmediata. En el documento aparece con 19 años, pero los periódicos de la época afirman que la muerta apenas tenía 16.
El cura Obeso le contó al párroco la verdad de lo ocurrido como si se tratara de una confesión, sin esconder detalles, y en un momento de desespero y rabia el teólogo Daniel Jordán alzó por el cuello al homicida y tras regañarlo con rudeza, de un bofetón lo mandó a un rincón del patio interior del recinto.
Los protestantes intentaron forzar las puertas del inmueble y el cura Daniel Jordán, considerado en ese entonces un faro de la ciudad e insignia de la Iglesia, a puñetazos derribó a unos cuantos revoltosos que pedían la cabeza de Gabriel Francisco Obeso para lincharlo con base a la justicia popular.
El sargento quiso entrar a la fuerza para capturar al sindicado, pero corrió la misma suerte porque un golpe derecho al mentón lo mandó a tierra de donde se levantó con la boca reventada y un diente menos, hizo ademán de utilizar el arma de dotación pero el sacerdote Jordán se le adelantó y le puso un revólver en el pecho, mientras le dijo: ¨Quieto cabrón, olvida usted que la Iglesia también es gobierno; En la policía no le han enseñado que existe el Concordato y tengo autoridad sobre usted? Deje el asunto en mis manos que hoy mismo pondré al padre Obeso a órdenes de la autoridad competente y le doy mi palabra de hombre y sacerdote¨.
El cura Jordán, al parecer, luego de consultar con la Arquidiócesis de Pamplona, con las debidas medidas de seguridad policial entregó al reo al Juzgado Penal Municipal.
Fue asistido por el abogado español Marino López Lucas recién residenciado en Cúcuta.
Las idas y venidas del cura Obeso desde la cárcel al juzgado era la noticia diaria, se escuchaban denuestos con denuedo contra el investigado y la policía reforzaba a los guardianes del panóptico.
Eso hacía temer un atentado y el doctor López Lucas, a quien el pueblo llamaba San Lucas por defender al cura, empezó a analizar la posibilidad de solicitar cambio de radicación del proceso para garantizarle la vida a su patrocinado. Sólo esperaba que el negocio siguiera su curso para tomar la determinación y en su momento lo hizo.
La Iglesia a pesar de la pretensión del cura Rafael Faría de pedir la máxima condena, no lo desamparó sino que el Tribunal Eclesiástico representado por los sacerdotes Daniel Jordán, Alfonso Sarmiento y el mismo Rafael Faría, visitó al director del Hospital Mental, Mario Díaz Rueda, y le solicitó su intervención científica.
El doctor Díaz Rueda en dos etapas visitó al sindicado y en la primera entrevista el preso le gritó desde lejos: ¨Doctor, se me quitó el asma¨.
El Tribunal tornó al Hospital Siquiátrico y la primera pregunta la dirigió el cura Daniel Jordán…¨ Doctor, por qué la mató?
El doctor Díaz Rueda le dijo a los sacerdotes que el asma de Obeso constituía el resultado de la tensión mental, el estrés soportado durante tanto tiempo de delinquir en serie mediante el desvirgamiento de menores de edad. En la cárcel se entregó al castigo, a la justicia humana y consideró que había pagado sus deudas y recuperó la tranquilidad perdida.
También pidió cambio de radicación del proceso para conservar con vida al cura, y el Tribunal de Pamplona apenas le concedió la segunda solicitud.
Una condena de 15 a 24 años pendía sobre la cabeza del cura Obeso, por los agravantes de su falta, en concurso de delitos: Corrupción de menores.
A la espera de ser trasladado a otro Distrito Judicial para ser juzgado por homicidio elevado a la categoría de asesinato.
Nadie sabe lo que ocurrió pero la madrugada del 21 de mayo de 1949 un voraz incendio acabó con el mercado cubierto y dejó centenares de personas en la miseria. Apenas Daniel Coronel, Marino Vargas y Carmen de Contreras tenían asegurado los negocios por la astronómica suma de $5000 cada uno.
El cura le agradeció a Tito Abbo el presente, envuelto con protección de cartón lo metió en el bolsillo derecho de la sotana y se dirigió bajo el canicular sol de agosto la la iglesia San José.
Según él, nunca quiso hacerle daño a Josefina, el arma era para ella, pero como un regalo porque le faltaba en la cocina.
La noche del sacrificio de la joven, se dirigió a la habitación de Josefina pero al verlo entrar ésta lo recibió con insultos, puntapiés y uña. Josefina le gritó con ira términos obscenos e hirientes contra la virilidad y el cura Obeso decidió hacerla suya a la fuerza.
Forcejearon un lapso, el cura la lanzó a la cama, Josefina ofreció resistencia verbal y física, y en ese momento un brote de locura envolvió el cerebro del émulo de Otelo herido en su conciencia por lo traicionera flecha de Cupido.
El cura sacó el cuchillo y lo clavó en el suave cuerpo de Josefina sin medir las consecuencias, y lo mismo el número de veces que la hirió con sed de odio y venganza que producen los celos.
Se creía que el pueblo estaba preparado para alzarse e impedir el viaje del sindicado al saber del cambio de radicación del proceso, con tal de no concederle la libertad y no dejar en la impunidad la muerte de Josefina.
Llegó la fecha de la partida y en silencio el cura Obeso, en medio de estrictas medidas de seguridad viajó a Manizales, en avión, acompañado por el secretario del fiscal, Luis Enrique Cárdenas Villamizar, donde el juez de conocimiento fue más benévolo y le dio un asilo por cárcel.
Gabriel Francisco Obeso quedó recluido en el Reformatorio La Merced regentado por monjas, y en ese lugar, aunque cómodo, se sentía oprimido por falta de salida descansar en búsqueda de paz para su convulsionado espíritu, acosado por las circunstancias, lejos de su familia de la Costa, del calor de la gente bulliciosa y bailona siempre dispuesta a la fiesta, al ritmo, a la cumbiamba, al carnaval.
El cura entró al despacho acompañado por dos guardianes de civil y sin arma. Con mucho respeto se acercó al administrador de justicia y le entregó un memorial con su firma según el cual desistía a la apelación del auto de llamamiento a juicio interpuesta por su defensor Marino López Lucas.
La sorpresa paralizó casi en su totalidad las actividades de la casa prisión, porque el sacerdote víctima del amor, estaba muerto, entregado a su drama, reunido con su amante de 16 años.
A las pocas horas recibió sepultura, en silencio, en la misma residencia, en una tumba casi secreta en medio del comentario general: ¨Murió de repente¨.
La venerable anciana en las tinieblas de la vejez nunca se enteró de la tragedia del cura y Josefina.
La crónica fué tomada de las versiones que proporcionó el clero Cucuteño,por eso esta totalmente desnfocada. Quien quiera conocer lA realidad de los hechos le sugiero buscar en el terminal d transportes a un viejo taxísta apodado SEMAFORO. El era el monaguillo del cura,fué testigo presencial. El juicio no fue en Manizalez,sinó en Tunja. No es verdad que el cura murió en Manizalez sinó en Yopal donde fue sepultado.
ResponderEliminarCurita hdpta asesino.fornicador como muchos de estos bichos asquerosos.
ResponderEliminarEn q año naciò el cura?
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