Gerardo Raynaud
El Palacio de la Música quedaba en la esquina avenida 3ª con calle 4, hoy Universidad de Pamplona.
Hablaremos de un lugar que durante el tiempo permaneció como uno de los más emblemáticos, de la Cúcuta de principios y mediados del siglo XX.
Muchas de las iniciativas gubernamentales en el campo de la cultura o de los deportes no tienen la continuidad que merecen, en gran parte, por el desinterés o las prioridades de los mandatarios de turno.
Esta es una de las muchas razones por las cuales, proyectos y actividades culturales y deportivas mueren o pasan al olvido después de algún tiempo, cuando el entusiasmo se ha perdido y las buenas intenciones con las que nacieron se van diluyendo en el ambiente y el espacio, hasta su final desaparición.
Muchos son los ejemplos que podríamos citar, pero hoy hablaremos de uno que fue, durante el tiempo que permaneció, uno de los más emblemáticos lugares de la Cúcuta de principios y mediados del siglo veinte, aquel que en un momento se denominó ‘el Palacio de la Música’, y que en realidad era el templo de las artes en la ciudad.
Desde que se creó, mediante ordenanza 39 de agosto de 1939, la Escuela de Música, comenzó a realizar labores al año siguiente y su primer director, don Fausto Pérez, eminente compositor y artista, empezó sus tareas con la diligencia con que se emprendían entonces.
La Escuela de Música tuvo a lo largo de su existencia una especie de metamorfosis y como sucede con los seres que la sufren, finalmente mueren; lo que comenzó como Escuela de Música, continuó como Conservatorio de Cúcuta y a mediados de los sesenta se convirtió en el Palacio de la Música, que es el tema que hoy nos concierne, para finalmente terminar cerrándose, esto es, muriendo como centro de las artes líricas y convirtiéndose en un apéndice más de una de las universidades regionales.
El Palacio de la Música, siempre se destacó por su seriedad en el cultivo de la música en particular, así como de las demás artes ligadas a ésta, como los coros, la danza y el ballet.
Inicialmente, la Escuela de Música de ayer, tuvo como sus fundadores al gobernador Luis Alberto Lindarte, al periodista y abogado José Manuel Villalobos, al empresario Nicolás Colmenares y a un grupo de profesionales preocupado por darle un espacio a la cultura, entre quienes estaban Rafael Espinoza, Teodoro Gutiérrez Calderón, Fausto Pérez, Eusebio Velazco y Vicente Durán Romero.
Sus primeros maestros fueron, entre los más renombrados, Pablo Tarazona Prada, Ángel María Corzo, Luis Uribe Bueno, además de un selecto grupo de damas de reconocidas virtudes artísticas como Helena de Valera, Carmencita Soto de Ramírez, Merceditas Gandica de Alvarado y Filomena de Enríquez.
Completaban la nómina, el maestro Benjamín Herrera y el dúo de los Anselmos, Jaimes y Alvarado y cerraba el equipo, el fundador, Eusebio Velazco.
Abiertas las inscripciones y matrículas, la Escuela tuvo un éxito abrumador; algo más de noventa personas, de todas las edades y condiciones, se registraron en cuantos cursos de música se ofrecieron y se mantuvo en ascenso hasta mediados de los años sesenta, cuando el número de estudiantes llegó a trescientos, que era la máxima capacidad que podía atender.
Es interesante mencionar que entre los primeros estudiantes de la Escuela de Música figuran algunos que más tarde se destacarían en el mundo de la cultura y las artes como, Jorge Jiménez, el conocido ‘Canta bonito’, la soprano María Elena Olivares y su hermana Teresa, las hermanas Ramírez Lares –Stella, Gladys, Elena, Nelly y Lucila-, quienes protagonizaron un evento cultural en el Teatro Guzmán Berti, además de otros interesados en cultivar el arte musical, como parte de su acervo personal.
La Escuela, tuvo en sus años de esplendor, solo tres directores, el primero don Fausto Pérez, luego el maestro Víctor Manuel Guerrero y por último, a partir de 1952, el maestro Pablo Tarazona Prada, quien tenía una formación musical y académica mucho más estructurada y quien logró darle el impulso que se necesitaba para sacar adelante el proyecto cultural que sus fundadores se habían propuesto.
En un breve recuento de su trayectoria, el maestro Tarazona estudió y se graduó en el Conservatorio de Bogotá y luego de adquirir cierta experiencia, la que era necesaria para proseguir estudios avanzados en Baltimore, Estados Unidos, obtuvo su doctorado como Concertista de Órgano y Director de Orquesta y Coros.
Posesionado de su cargo de Director, el maestro se dedicó a desplegar una eficiente actividad dentro de una mística que procuraba eliminar las críticas y disolver los prejuicios y la incomprensión que algunos malintencionados buscaban anteponer al proyecto cultural que pretendía imponer.
Durante su gestión y con la ayuda de un grupo de ‘impulsadores’ compuesto por los políticos Gonzalo Rivera Laguado y Miguel García Herreros y el obispo Luis Pérez Hernández y contando con el apoyo de la Asamblea Departamental, especialmente del diputado Marco A. García Carrillo, se pudo promover y crear la Banda de Departamento, la Orquesta Sinfónica y los Coros del Conservatorio, así como varios grupos de ballet.
Durante esta etapa de la vida del Conservatorio se contaba con la colaboración de los reconocidos profesores de las artes musicales, como los maestros Ángel María Corzo, Rafael Pineda, Benjamín Herrera, Manuel Alvarado, ‘el Chato’ Simón Maldonado, Teodoro Gutiérrez Calderón y una colección de bellas damas conformado por Carmencita Soto de Ramírez, Eddy Gandica de Barrera, Teresa Olivares, Blanca de Duarte y la única sobreviviente del primer ciclo, la profesora Helena de Valera.
Pero la máxima satisfacción del maestro Tarazona, fue sin duda, la creación de la Orquesta Sinfónica del Departamento, toda vez que en muchas de las capitales intermedias del país habían fracasado en su intención de lograrlo.
Por esa razón, merece mención especial de reconocimiento, tal como lo hiciera el grupo de artistas y cultores de las artes del departamento, al doctor Lucio Pabón Núñez, por el decidido apoyo que le prestó al sueño que se materializó en la Sinfónica.
Incluso el maestro Olav Roots, director de la Orquesta Sinfónica de Bogotá, congratuló a quienes habían colaborado en su creación y especialmente al maestro Tarazona de quien hizo especial alusión como gestor y promotor de tan excepcional obra.
Vale mencionar, ya para terminar, que los estipendios económicos del maestro, eran de sólo $2.200 y debía desempeñar, además, los cargos de Director de la Banda, Director de la Sinfónica, así como de varios Coros y profesor de cátedras diversas; a manera de comparación, aunque éstas sean odiosas, el maestro Roots, devengaba $6.000 y solamente dirigía la Sinfónica.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
No hay comentarios:
Publicar un comentario