No sé. Puede ser. Mi mamá siempre me ha dicho que era Josimar Alemão. ¿No existe? No sé. En un principio yo pensé que mi nombre no era muy común hasta que me empezaron a llegar mensajes de personas llamadas Jossimar… No soy el único. ¡Je!
A ver… La casa donde viví era una casa en obra negra: tenía un baño y dos habitaciones. En una habitación estaba la cocina y unas cuerdas para extender la ropa. En la otra habitación estaban la sala, el comedor, las dos camas y la máquina de coser de mi mamá. Ahí vivimos mucho tiempo los dos, no más.
¡Je! Lo de ella siempre fue la modistería, todo el tiempo. Ella me hizo la ropa de entrenamiento, la ropa de ir al colegio, el uniforme de diario, el de educación física. Todo.
Como hasta los trece o catorce años.
Sí. Lo admiro desde chiquito. Y todavía veo algunas de sus películas. No lo recuerdo exactamente, pero pienso que eso fue lo que me motivó para entrar en el campo de la gimnasia. Yo veía todas sus películas e intentaba imitarlo. Me abría de piernas como él, me paraba de manos como él, hacía medias lunas como él. Eso me sirvió mucho para empezar en las escuelas de formación de Indenorte.
Pilar, mi profesora en la escuela de formación. Es que yo hacía todas esas cosas en su clase, me salía de la rutina y me ponía a hacer esas figuras y a ella le agradaba mucho y le causaba mucha impresión. Ella habló con mi mamá y le dijo que yo podría servir para gimnasta. Y fue ella la que cuadró una reunión con el profesor Jairo Ruiz. Al día siguiente él me hizo unas pruebas: las mismas de abrirme de piernas, parada de manos y ver qué flexibilidad tenía. Él le dijo a mi mamá: “Llévelo mañana a las siete de la mañana”. Así empecé en la gimnasia en 1999.
Leopoldo. Mi mamá trabajaba de modista en un centro comercial cerca de la catedral de Cúcuta y yo me hice muy amigo de los vigilantes porque me dejaban hacer botes. Ellos me decían “Cauchito”. Un día, Leopoldo me dijo: “Hágase de aquí hasta el otro lado del centro comercial una tanda de medialunas y le doy una moneda”. Entonces yo hice eso y él quedó impresionado. Y como hablaba tanto con mi mamá, le dijo que yo, en algunos años, iba a llegar a ser un gran campeón, que le apostara a eso.
“Yo conozco al pato en la cagada”, esa fue la frase que él le dijo a mi mamá apenas me vio. Dijo que tenía talento, que era flexible, que tenía habilidad, pero que, de pronto, lo que no tenía era fuerza.
Una nutricionista me hizo un examen y salió desnutrición crónica. Todos mis compañeros eran de escasos recursos, pero de pronto algunos sí tenían una mejor alimentación, ya que el núcleo familiar de ellos era más estable: la mamá trabajaba, el papá trabajaba. Pero en mi caso, no había papá.
Ocho o nueve años.
El profe siempre me daba el almuerzo a mí, pero yo me llenaba muy rápido. Entonces, como no acababa el plato, me ponía a dar vueltas por el coliseo para que “me bajara” y así, luego, terminar el almuerzo.
Sí. Cuatro años después entré a un tratamiento con el endocrinólogo, porque me dijo que la talla no era la que debería tener, ni el peso, ni la clasificación. Yo tenía catorce años y él decía que tenía el sistema óseo de un niño de diez. Entonces, me puso hormonas de crecimiento: cada tres meses me ponían una inyección y me hacían exámenes de sangre. Iba en ayunas, me sacaban sangre y a la hora tenía que volver. Y así.
Como año y medio. Creo que solo fueron tres inyecciones. También me mandaron unas pastillas que tenía que tomar en ayunas. Al tiempo empecé a subir de peso y mi masa muscular mejoró. Fue como a los quince años que ya empecé a tener carnecita.
Jesús Romero.
Porque mi núcleo familiar no era muy bueno. Mis papás se separaron cuando yo tenía cinco años. Y yo lo veía a él con mucha admiración. Una vez, a mi mamá la operaron de los ovarios o de la matriz, no sé, y le dieron como mes y medio de recuperación. La pregunta era quién iba a estar pendiente de mi mamá, quién la iba a cuidar, quién se iba a encargar de nuestra alimentación, quién me iba a acompañar al gimnasio. Jesús habló con sus papás y nos llevó a vivir con ellos. Esa familia fue muy linda, hasta me enseñaron a comer… Es que yo comía con la boca abierta…
A ver, él tenía dieciocho años y yo tenía siete. Me lleva once años. Todos ellos fueron muy especiales conmigo. Él me llevaba, me traía, me enseñaba todo sobre la gimnasia, me guiaba, me hacía reír. Entonces, yo lo empecé a ver como mi figura paterna y le empecé a pedir la bendición. Y todavía lo hago.
Sí.
El accidente fue en Bogotá, pero lo llevaron a Medellín, a donde viajé desde Cúcuta a visitarlo. Fue muy duro verlo conectado a un tubo para poder respirar. Colombia perdió ahí una promesa olímpica.
No me acuerdo, no sé, tenía siete años. Pero por supuesto que él siempre me ha motivado mucho. Y yo hago muchas cosas por él, porque él me ayudó, me dio la mano, ayudó a mi mamá. Me ha aconsejado en cada competencia y, cuando tengo un logro, es una de las primeras personas que está ahí para felicitarme. Es muy gratificante lo que él expresa, el cariño que me tiene; siempre ha sido muy especial, muy paternal. Yo lo quiero mucho, le tengo mucho respeto también.
Él hace parte de la Selección Colombia de boccia, que es un deporte paraolímpico de pura precisión. Esa es la disciplina de atletas con discapacidad total de sus extremidades.
Sí. En Cartagena, en 2012, tuve un accidente. Mi cabeza cayó con todo el peso del cuerpo en la barra porque no pude poner las manos y cuando caí al suelo todo traqueó. Yo dije: “Hasta aquí llegué, me pasó lo de Jesús, me llegó mi hora”. Todo era un charco de sangre y estuve un tiempo ahí paralizado, asustado. Me quedé quieto y no movía nada. Hasta que moví mis brazos y mis piernas y respiré. ¡Ufff! Es que a esa edad tenía mucho miedo de que me pasara algo así.
El miedo poco a poco fue desapareciendo. De hecho, hace un tiempo empecé a hacer el elemento [la figura] con la que él se lesionó y quedó cuadripléjico. Es un elemento muy difícil que me transmite mucho.
De niño, pasando la calle, un ciclista me rapó de la mano de mi mamá y el platón me lo enterró en la frente, me hizo una fisura en el cráneo y me tuvieron que coger diez puntos en la frente. En 2001, en la calle también, me fracturé la clavícula derecha. Estaba apostando carreritas con un amigo, él me jaló la camisa y yo, por quitarle la mano, me estrellé contra el andén y le puse la clavícula al andén. Después, en 2005, en Bogotá, me rompí el cúbito y el radio en la barra fija: se me enredó un guante, no pude muñequear y, cuando pasó mi cuerpo, el brazo se quedó y… ¡crac! También he tenido muchos esguinces en los tobillos. Es que la gimnasia es un deporte de tanta concentración y de tanta precisión que el más mínimo error lo puede sacar a uno de la competencia, y para siempre. De hecho, faltando un día para una competencia mundial casi quedo por fuera. Estaba haciendo el elemento nuevo que lleva mi nombre, el “elemento Calvo”, y me rajé la cabeza. Me di contra la paralela y ahí mismo me cogieron puntos, sin anestesia, un médico alemán me tapó la cara y ahí mismo me cogió los puntos.
El “elemento Calvo” es una salida en paralelas. Nosotros tenemos un código de puntuación que va de la A hasta la H y cada elemento que uno hace tiene un valor: algunos tienen valor de “A”, que es, digamos uno, o “B”, que es digamos dos, y así hasta la “H”, que es lo más espectacular, lo increíble. Entonces un gimnasta puede inventar un elemento en la modalidad que sea.
Porque quiere, por iniciativa de él. Es el cuento de la gimnasia de hoy, que evoluciona cada vez más y las cosas se vuelven más difíciles. Entonces uno lo inventa, filma un video y se presenta ante la Federación Internacional de Gimnasia. Ellos luego dicen si ese elemento tiene un valor de “F”, “G” o “H”. Entonces, si usted lo presenta en un campeonato del mundo y lo hace bien y lo ratifican, le dan el valor y le dan el nombre o el apellido suyo, que es lo que yo he estado buscando en paralelas.
Lo presenté en Glasgow 2015, pero no en competencia, sino en entrenamiento podio, que es una simulación de competencia, entonces le dieron el valor y ya aparece en el código.
“F”. Pero aún me falta presentarlo en competencia, que era lo que quería hacer en el preolímpico, pero me golpeé y no lo presenté.
Guerrear. A veces me tocaba devolverme a la casa a pie porque no tenía lo del pasaje. Eso por no hablar del hecho de que no tuve para una buena alimentación. Una vez nos tocó a los gimnastas pedir limosna. Fuimos al estadio de Cúcuta, el General Santander, a un partido del Cúcuta Deportivo contra Santa Fe y nos tocó ir a las tribunas a pedir monedas para que nos ayudaran. La gente no sabe, pero yo vi muchas veces al profe Ruiz dormir en un estadio, dormir en un bus, empeñar sus cosas, sus objetos personales, para poder brindarnos la posibilidad de entrenar.
Un poco en 2010, cuando empecé a recibir un sueldo del Comité Olímpico por cuenta de mis resultados. Y mucho más en 2011. Yo era un juvenil de diecisiete años que ya competía en mayores.
Cierto. Fue una experiencia muy buena para mí. Primero, porque nunca pensé en obtener ese logro. Segundo, porque era uno de los jóvenes de la delegación de Colombia y uno de los más jóvenes de la gimnasia para ese campeonato. Y tercero, porque siendo juvenil les gané a mayores de veinte años, de treinta años, a la gente con olimpiadas y campeonatos mundiales. Fue una gran experiencia para mí, porque mi meta en esos Panamericanos era estar en la final de barra fija y estar en el podio, pero mi meta nunca fue estar en la general individual, no…
Sí, hasta el día de hoy.
Eso fue en 2012, en Cartagena, cuando cumplí los dieciocho años. Me lo hizo un man, ahí en la Ciudad Amurallada. Me puse eso porque pienso que hay que creer en sí mismo para poder lograr las cosas. Así de sencillo.
Para esa competencia viajaría el mejor entre Jorge Hugo Giraldo y yo. El mejor ranqueado era el que iba a los Olímpicos. Él fue porque estuvo mejor y yo no fui porque tuve una lesión en la espalda y porque empecé a entrenar muy tarde debido a muchos eventos sociales: que condecoración aquí, que condecoración allá, todo por lo que me pasó en Guadalajara. Cómo será que el profe me dijo, antes de ir a Londres, que habían sido veintitrés actos sociales. De pronto fue una señal de Dios de que no era mi momento.
Fue en Eslovenia, en 2013, en Ljubljana. Quedé campeón de la barra fija y pasé a dos finales: paralela y barra fija. En la final de paralela tuve un imprevisto y me solté.
Sí. Empecé primero con Juegos Bolivarianos, mis primeros Juegos Bolivarianos, que fueron en Lima, Perú, en 2013. Y gané. En 2014 estuve en los Juegos Suramericanos, donde gané la general individual, la medalla de oro por equipos y fui subcampeón en barras paralelas porque me caí en la final de barra. Después estuve en los Juegos Centroamericanos de ese mismo año, 2014, donde quedamos subcampeones por equipos, quedé subcampeón en la general individual y campeón en barras paralelas y en barra fija. Ese mismo año estuve en la Copa del Mundo en Corea, donde gané barras paralelas y barra fija.
Los Panamericanos de Toronto fueron los más exitosos que tuve en mi vida: cinco medallas, tres oros y dos de bronce. Es que me preparé muy bien.
Estar bien concentrado. Para esos juegos nos concentrábamos en el hotel Bolívar de Cúcuta. Entonces era del hotel al gimnasio y del gimnasio al hotel, todo el tiempo. Fue un momento en el que todo el mundo estaba metido en el trabajo, y eso era lo que queríamos. Así hicimos la planificación, hablo de la expectativa para el campeonato, que era estar en el podio por equipos, algo que Colombia nunca había logrado y, ya en las metas personales, pelear el título de la general individual, mejorar el título de barra fija y estar en la general de paralelas. Y así fue.
En Copas del Mundo he quedado primero en el ranking mundial, pero ahorita hay un ucraniano que es muy bueno, que es uno de los mejores.
Creo que supero las doscientas, si no estoy mal. Sí, son más de doscientas contando los Juegos Nacionales, Bolivarianos, Centroamericanos, Suramericanos y Panamericanos en todas las categorías, infantil y juvenil y mayores, más las Copas del Mundo. Y a eso súmele las de los interclases.
Siete diarias, incluidos los sábados y los domingos, o sea, de lunes a domingo. De lunes a lunes, doble jornada. Menos los jueves y domingos, que va de media jornada.
Es algo que me ha ayudado mucho a centrarme en mi carrera. Yo he hecho muchos sacrificios para poder alcanzar mis metas y cumplir los sueños que me he trazado. He dejado de compartir con mi familia, de estar en fechas especiales, solo para alcanzar lo que quiero.
Sí. Desde los cinco años he estado muy metido en esto. Una niñez como tal, no la tuve. Nunca tuve mucho tiempo para poder compartir con mis amigos, para poder jugar tampoco.
Ya cuando uno se acostumbra, ya cuando uno siente que es esclavo del deporte y que no hay tiempo para el juego, pues ya no le hace falta. A mí, por ejemplo, el deporte me maduró a muy temprana edad, para mí no era tan importante jugar como, por ejemplo, asistir a un entrenamiento. Pero pues claro que sí hubo instancias en las que terminábamos los entrenamientos y agarrábamos un balón, o cualquier otra cosa que divierta.
No.
La verdad llevo dos años, casi tres, de no verlo. Y cuando nos vemos todo es muy frío: no hay llamadas, no hay conversaciones.
Sí, porque me faltó mucho la figura paterna. Hay ocasiones para las que está la mamá y hay ocasiones en las que debería estar el papá, y en mi caso no fue así. Siempre me hizo mucha falta mi papá. Al principio sí me dolía, de chiquito, pero ya de grande pienso que ya mejor no tenerle rencor y que si él hizo eso fue porque quería. No sé, no es una persona que signifique mucho en mi vida.
¿Mi mamá? ¡Todo!
Sí. Es que yo me acostumbré a dormir con mi mamá toda la vida porque antes solo había una habitación. Y desde que nos cambiamos, en 2011, a la casa nueva, que tiene más habitaciones, pues desde entonces, a veces, duermo con ella… Pero muy de vez en cuando.
Sí, claro que me la he soñado. Algunas veces estoy en los entrenamientos y como que me transporto a ese preciso momento: me imagino en el podio olímpico, con todo el mundo aplaudiendo y yo ahí emocionado, muy emocionado.
Soy muy feliz por mi deporte. Porque gracias a este deporte tengo una vida estable, porque este deporte me enseñó a ser un gran atleta y una gran persona, y porque este deporte me permite ayudar a los demás. Yo soy muy feliz ayudando a los pelados en el semillero, allá en Cúcuta. Es muy gratificante la admiración y el respeto que esos niños me tienen. Además, ¿quién quita que ahí, en uno de ellos, haya otro Jesús Romero u otro Jossimar Calvo? ¿Ah?
No hay comentarios:
Publicar un comentario