Oscar Peña Granados
Estos tiempos
de pandemia y cuarentena de verdad que son especiales.
Mi panita El Bacano perdió su negocio de venta de tintos, cigarrillos, galletas y cuanta chuchería pueda caber en dos enormes canastos y tres termos, que no sé cómo logra subir a un atestado bus de Transmilenio al comienzo y al final de su jornada. Pero la clientela ha disminuido tanto que pasaba su jornada laboral descansando a la sombra de un incipiente arbusto y comiéndose su mercancía.
Mi amigo es nacido en algún lugar del Norte de Colombia, nunca le he preguntado exactamente de dónde. Su fisonomía tiene dos características particulares: un abundante cabello crespo como recuerdo de algún ancestro africano, de color rubio que obliga a pensar en el cruce entre un ario y alguna hermosa mulata y bastante abundante para mi envidia, peinado en una cola de caballo para tratar de ponerle algo de orden.
Su otra particularidad es una acentuada cojera, que le hace más difícil manejar toda la parafernalia que constituye su negocio de rebusque, como el de muchos otros colombianos.
Pues hacía 4 meses habíamos perdido contacto a raíz de los últimos sucesos, por lo cual su llamada me sorprendió, aunque no tanto porque en esta temporada he recibido mensajes de otras personas de las cuales no tenía ninguna noticia desde hacía mucho tiempo, estando el récord actualmente en 47 años.
- Bacano,
gusto escucharlo- le dije cuando recibí su solicitud de videollamada.
-Que pasa,
calidad, no ha vuelto por estos lados. ¿No está cogiendo bus? –
Y ahí, dentro del recuadro de la imagen en mi celular, lo vi. Un viejo transistor, tipo panela, imitación o autentico Sony, con un cilindro hecho en plástico añadido a su parte posterior y que contenía tres pilas grandes, de las que ya casi no se usan, y una maraña de cables que lo conectaban al aparato, tal vez para darle mayor duración a las baterías.
- ¿Que hace Usted con ese radio viejo?
-Mi papá era celador y ese aparato además de la cojera fueron su herencia- me contesta en tono un poco irónico.
De inmediato se llena mi cerebro de imágenes, tal como en la serie de televisión de los 60 “El mundo del pequeño Adam” y se me aparece Wilbur (el chico de los anteojos que hacía la segunda en la historieta) y me dice: Eso, Oscar, es una historia.
Cada niño nace con su arepa debajo del brazo, dicen por ahí, aunque es una gran mentira. Yo la cambiaría porque en Colombia en vez de arepa traen un transistor, sobre todo en las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XX.
-Venga le
cuento lo que es la radio para los cuchos como yo, le digo a mi interlocutor.
A mi
generación cucuteña la televisión le llegó estando ya grandecitos y lo curioso
es que apareció como efecto secundario de la extensión de la señal televisiva del
país vecino y no del propio. La señal de la TV colombiana llegó más tarde
La radio nos
daba identidad con nuestro país y esa dosis de fantasía que ahora llega con más
sofisticación, con video y a través de mayor variedad de instrumentos. Su mensaje
debía ser complementado por nosotros con imágenes nacidas en nuestra
imaginación, casi de la misma manera que sucede cuando leemos. Tenía y creo que
aún mantiene la ventaja de una mayor flexibilidad para la improvisación, al no
tener que obedecer a horarios rígidos que debe respetar pues cada franja tiene
su patrocinador económico
La primera
radio que conocí tenía este aspecto, y le muestro la pantalla de mi computador
- Que dinosaurio, comenta mi interlocutor.
Por la radio volaban
las noticias, y ya sabíamos que algo especial (malo y grave casi siempre) había
sucedido cuando escuchábamos:
¡¡¡ El Repórter Esso!!!! El primero con las últimas. Extra, interrumpimos
este programa para dar una noticia de última hora.
Acuérdese de las épocas de Yamid Amat y Juan Gossain que aparecían con sus noticias en cualquier momento, se rebuscaban como pudieran la forma de llegar en directo al sitio de los acontecimientos y lograban entrevistas de gran calidad informativa y hasta literaria.
Como anécdota le cuento que Yamid Amat había salido de las páginas de un tabloide vespertino de tinte amarillento, donde era el encargado de la página de noticias de farándula, la cual siempre adornaba con la foto de una dama bastante ligera de ropas, por lo cual su encargo de la dirección de las noticias de una prestigiosa cadena radial fue muy criticado.
Ellos fueron
los pioneros de ese estilo y aún hoy es el estilo de los analistas de noticias,
algunos desdibujados por apegarse más a convicciones o conveniencias políticas
que al interés periodístico; pero en general el cubrimiento noticioso a través
de la radio ha mantenido su calidad, ¿cierto
La radio era deporte y como le contaba, teníamos que meterle imaginación a las pocas transmisiones en vivo que se hacían, así que en épocas de la Vuelta a Colombia alistaba mi triciclo, una gorra de pintor de brocha regorda y volaba por toda la casa tratando de recrear las narraciones de Don Julio Arrastia Bricca, conocido como “La Biblia del ciclismo”, compitiendo con “El colorado” Carlos Arturo Rueda C y otras figuras como Pastor Londoño y Eucario Bermúdez.
Las carreteras
en esos años 50s eran peores que ahora, eran más bien trochas un poco más
amplias y había mucha dificultad para transmitir en directo, por eso algunas veces
sonaban como cuentos escritos con realismo mágico e inventados por los
locutores, lo cual fue confirmado por alguno de ellos cuando ya estaba
retirado
La calidad del sonido inicial era regular, interrumpido por ruidos, interferencias y súbitos silencios que hacían sospechar que lo peor le hubiera sucedido al transmovil, que hubiera caído “cegados por la espesa neblina que tiñe de gris el firmamento e impide por completo la visión, a uno de los abismos insondables que se ubican cual macabros centinelas a cada lado del escabroso trayecto que recorremos” …
Pero la radio también evolucionó, las transmisiones eran cada vez más claras, mire Bacán como hacían el cambio en esa época los diferentes locutores refiriéndose a la parabólica solar, dispositivo con el que la Cadena Caracol descrestó en un año que no recuerdo:
Prevenido el Caracol Habano (tenían vehículos de diferentes colores), ¡¡¡ Conecte, Accione, Al Aire¡¡¡
La carcajada que escuché y la corronchería de mi interlocutor me hicieron sospechar el pésimo comentario:
Mi querido vejestorio, eso parece la descripción de las prácticas de Onán, el de mis lecciones de Historia Sagrada.
La radio le dio fama a muchos ciclistas, digo ignorándolo ,el mejor era Ramon Hoyos Vallejo, cinco veces ganador de la Vuelta, pero habían otros como “El Zipa Forero”, Roberto “Pajarito” Buitrago, Hernán Medina “El príncipe estudiante” ,Jorge Luque “ El Aguila Negra” pero no de las de ahora, y con el relevo generacional aparecen “Cochise” Rodríguez, “El Ñato” Suarez, Rubén Darío Gómez, Pedro J. Sánchez “El León del Tolima”, “El niño de Cucaita” Rafael Antonio Niño, ”La Bruja“ Montoya y muchos más hasta llegar a las generaciones más recientes que han competido en el exterior gracias a la fama que en buena medida contribuyeron a crear estos duros de la narración deportiva.
Y claro no podía faltar el fútbol, con el partido del Doblemente Glorioso Cúcuta Deportivo cada domingo y la transmisión del inolvidable encuentro con la URSS, en el Mundial del año 1962. Con el cuarto gol colombiano hubo una explosión de alegría general, salimos con la patota de La Playa a celebrar la hazaña.
Había también novelas, si señor, y como no había imagen entonces el tema era más importante.
- O sea que nada de “Sin tetas“ –
Correcto. Le cuento la más antigua que escuché: “Reina sin corona”. Era la dramatización de la historia del Rey Eduardo VIII de Inglaterra quien prefiere abdicar ante la imposibilidad de coronar como reina a su amada Wallis Simpson. Mire usted que la cosa en la vida real no era tan romántica como en la novela, y Doña Wallis fregaba bastante al frustrado rey, que a su vez defraudó a sus súbditos por su simpatía con el hombre del bigote durante la II Guerra Mundial.
Había una novela que todo el mundo escuchaba: Las Aventuras de Kalimán y el pequeño Solín que oía tratando de llenar las horas tranquilas en el hospital donde cumplía mi año rural y que me hace acordar de las desventuras de Pochola, el matón de pueblo más de malas que he conocido.
Resulta que Pochola acostumbraba armar tremendas peleas en cada Feria, pero escogía muy mal sus oponentes - a diferencia de un compañero mío que prefería retar a los más pequeños y ojalá con gafas, requisitos que yo cumplía cabalmente- y por lo tanto el pobre terminaba como Cristo después de los azotes y la corona de espinas.
Para completar la diversión, su familia formaba tremenda furrusca en el hospital por cualquier motivo, golpeando desde el médico hasta el perro de la ecónoma con cualquier disculpa, refrendando así su fama de bravos puesta en duda por la paliza que se había ganado uno de sus miembros.
Pues escuchaba como le digo a Kalimán cuando un pálido y tembloroso celador me susurra: “Llegaron Pochola y sus hermanos. Viene herido”.
Llegué al consultorio de urgencias a través de un pasillo tan solitario como el centro de la ciudad cuando la cuarentena inicial, la de verdad, seria y efectiva. Ni el perro se asomaba, yo iba armado tan solo de una estampa de El Señor Cautivo de Ocaña que llevo a todo sitio.
El sujeto de marras no tenía parte libre de moretones y más borracho que pizco en Navidad cuando está próximo al cadalso.
Tocó dejarlo en observación y fue mostrando síntomas de un trauma abdominal cerrado con posible sangrado a cavidad, por lo cual debía remitirse a otro centro de mayor complejidad.
Que Dios protege a sus borrachitos quedó demostrado ese día, o tal vez fue el Señor Cautivo que me salvó a mí de la venganza de los familiares en caso de una evolución fatal del paciente; de la nada aparecieron un cirujano y un anestesiólogo con todo su equipo y medicamentos que rápidamente se hicieron cargo de la situación y salvaron de esa a Pochola que tenía el bazo roto.
Y digo de esa porque a las Ferias siguientes peleó con un cazador, quien defendiéndose de las puñaladas que le mandaban, le pegó un tiro directo al corazón, terminando de esa forma con la vida y obras de Pochola.
La radio también tenía radioteatros, programas culturales y musicales en vivo. A las 8 pm comenzaba la Hora Philips con artistas invitados y cuando empezó el concurso de cantantes llamado la “Orquídea de Plata” era mayor la audiencia. En Cúcuta, cuando la participación de Jesús David Quintana, a quien todo el mundo conocía como Totoito, la sintonía era total.
Para el humor
teníamos a mediodía a Montecristo y en la noche Hebert Castro o Los Tolimenses,
vetados por groseros por las damas, y a finales de los 60’s Los Chaparrines, a
la hora de acostarse. Uno de los personajes se llamaba Mamerto Mastuerzo, y
Mamerto llaman a los simpatizantes de la izquierda, no sé con qué significado,
porque Mamerto las ganaba todas en su programa
En mi Cúcuta había tremendos locutores:
Carlos Ramírez París, conocido en sus comienzos en la ciudad como “El Maracucho” y luego como “Trompoloco”, era el propietario de Radio Guaymaral, “la chica para grandes cosas”. Organizó el primer paro cívico que recuerdo allá por los años 60 como protesta contra el pésimo servicio de energía eléctrica, esa noche el apagón fue total. Su voz y su emotividad al narrar fueron su característica principal, tuvo un triste final…
Su primo, Roberto Fuentes París en “La Voz del Norte” fue una institución en el plano artístico, allí aparecieron o se consolidaron varias figuras del canto cucuteñas: Las Hermanitas Pérez, Arnulfo Briceño y otros de igual importancia.
Y había un par, cosa especial, eran figuras no solo en el ambiente deportivo, sino que también tenían una cultura musical y literaria amplia y eran figuras en las reuniones sociales y sitios de diversión, santa y non sancta: El Mocho Barreto y Roque Mora.
Su programa de deportes se llamaba “Cornucopia (Vaso en forma de cuerno que representa la abundancia) deportiva” igualmente en La Voz del Norte.
Candentes eran sus polémicas, por ejemplo, en una ocasión se trenzó Roque Mora en tremendo duelo con otro grande de la locución: Luis Eduardo Mantilla Sanmiguel, fundador de Radio Internacional y su radionoticiero Suspenso, “principio y fin de la noticia”. A mediodía además del calor, esa batalla verbal, que afortunadamente no pasó a mayores, pero que hacía presagiar un duelo al mejor estilo de las películas de vaqueros, dejaba solo el centro de la ciudad.
Al Mocho le atribuyen la frase: “Cúcuta, la ciudad de las calles amplias como el corazón de sus gentes”.
También Sergio Luis, mi hermano, sucumbió a la tentación y desde Radio Cariongo, con sede en Pamplona, empezó a dictar sus cátedras de música que hoy nos regala en sus libros.
La radio ha sido compañera en las duras jornadas de trabajo diurno y nocturno, donde su importancia se hace mayor ya que permite permanecer despiertos o calmar el stress con música relajante. A lo largo de la geografía nacional formaba parte del equipaje de quienes enfrentamos la noche.
Y armados de este u otros modelitos similares, atacamos muchas horas de vigilia.
Un aplauso para la radio colombiana.
- Me emocionó calidad con sus recuerdos, espero verlo pronto, dice mi interlocutor.
Que así sea,
viejo man. Que Dios nos ayude.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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