Rafael Antonio Pabón (La Opinión)
Todo el mundo
me lleva la buena, estoy agradecido.
La gente se
da cuenta de que ha crecido la ciudad desde que llegué.
El hombre camina por el centro de la avenida 0. Va vestido de saco y corbata, como es su costumbre. Mira a lado y lado, y estira la mano derecha en dirección a las ventanillas de los carros. No quiere limosna, pide ayuda. Sonríe.
Los cucuteños están familiarizados con esa figura y lo saludan con aprecio. Lo miran y hacen comentarios favorables. Otros, no lo tienen en cuenta y ni se percatan de las palabras amables que siguen a la solicitud de una moneda o de un billete.
José Alcides Mosquera Peñalosa continúa el camino. Pasa la calle sin detenerse por la luz roja del semáforo. Se mueve al ritmo de los pitos de los vehículos. No tiene afán, porque el destino que lleva está en la siguiente cuadra o en los kilómetros que le faltan para cumplir la cuota diaria.
Cruza por la calle 11, en contravía. Los peatones pueden hacer estos giros sin problema. Llega a la esquina de la avenida 1, compra una bolsa de agua, con algunas de las monedas recogidas en el trayecto, saca una pastilla y se la toma para calmar el dolor de estómago que lo acosa.
– ¿Qué le pasa, está enfermo?
– Tengo un cólico. Me tomé un vasado de salpicón y quizás estaba crudo.
Se sentó en el andén. En el rostro da muestras del mal que lo aqueja. La figura andante, menuda, negra y alegre está a punto de derrumbarse. La enfermedad le resta fuerzas para completar el trayecto.
Un conductor de volquete lo reconoce y le lanza por la ventanilla el saludo jovial.
– Hola, Doctor, ayer lo vi en San Luis.
La respuesta es ligera. No tiene alientos para detenerse a mirar a ese chófer que aprovecha el rojo del semáforo para despachar la salutación. Solo muestra una mueca de desespero.
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– Este man es todo un personaje. Sí o qué.
La frase de admiración la despachó el vendedor ambulante de agua, dulces y productos de bolsita. Y lo miró como se mira a una figura pública, a un artista, a un personaje.
Los hombres y las mujeres que pasan por el lugar detienen la marcha para echarle un ojito a ‘El Doctor’. Es una buena oportunidad para conocerlo de cerca y comprobar que existe en la realidad citadina, y que no es un invento de la noche.
– En la ciudad me va bien. Todo el mundo me lleva la buena.
Es la mejor manera que tiene para agradecer la estimación que le profesan en El Malecón, en las vías rápidas, en las calles arteria, en las avenidas congestionadas, en las tiendas y en los centros comerciales.
No se considera habitante de la calle. Y pareciera molestarse con esa referencia. Cuando tiene sueño busca posada en muchos lugares, especialmente en Caobos. Matemáticamente, tiene dividido el tiempo que deambula y el que pasa como cualquier ser hogareño.
– Vivo el 20 por ciento en la calle. El otro 80 por ciento lo vivo bien, gracias a Dios. Tengo hospitalidad en cualquier lugar.
La vida la reparte entre actividades diurnas y nocturnas. Cuando el Sol lo alumbra camina largos trechos sin parar. Mientras la luna lo cobija va de un lugar a otro, sin rumbo fijo. La labor que mejor cumple en las horas que está fuera de casa es darle moral a la industria y al comercio, aquí en la frontera.
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– Camino, porque jugaba fútbol. En la actualidad me lastimé un tobillo y no puedo jugar.
También, camina para equilibrar las emociones y para estar bien de físico y de salud. En el espacio reservado para el recuerdo deportivo tiene almacenado que jugó en muchos equipos, especialmente de empresas, y que se entrenó en varios clubes profesionales. No tiene los nombres en la mente, pero sabe que lo hizo y así lo expresa sin titubeos.
De lo que sí está seguro es que el fútbol es una profesión elegante, con la que se gana buen billete y fama. Sin embargo, a su edad, próximo a cumplir 50 años, es consciente de que debe quedarse tranquilo. No aspira a pertenecer a cualquiera de las 18 nóminas del balompié colombiano. Menos del exterior.
Y como no pudo con esta profesión, optó por los estudios superiores. Asistió a la universidad, cuyo nombre no reveló, y cumplió el ciclo de preparación para obtener el título.
– Tengo mis semestres completos. Aprendí a hacer rascacielos, o sea arquitectura, eso es bueno. En la actualidad estoy laborando, estoy cuadrando la ciudad.
No se ha alejado de las aulas. Ahora, va al centro de estudios para darles moral a los estudiantes, a los que están en camino para recibir grado. Habla con tranquilidad. Las palabras no son rebuscadas. La gente pasa y le llama la atención verlo sentado, con las piernas abiertas, vestido de amarillo tenue, corbata de colores que hacen juego con la camisa y el saco.
El vendedor de agua contraataca. Pareciera ser el representante legal de Mosquera Peñalosa.
– Ese man es todo un personaje. ¿Cuándo sale en la prensa para comprarla?
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‘El Doctor’ llegó a Cúcuta en 1975. La forma elegante de vestir, el cuidado en la manera de saludar y la forma de ser le valieron el remoquete.
– Mi nombre verdadero, original, es José Alcides Mosquera Peñalosa, con cédula 6’560.000 de Zarzal (Valle del Cauca). Nací en un hospital elegante, el 10 de febrero de 1960.
Es la presentación que hace luego al estirar la mano para saludar y acceder a hablar. Les puso precio a las palabras y tras el regateo accedió a hacer la rebaja del 50 por ciento del valor propuesto.
Tuvo una infancia normal. Los padres lo cuidaron bien, le dieron estudio y todo lo necesario para vivir como un niño normal. Por esas atenciones tiene expresiones de agradecimiento para el padre y la madre.
Asistió a la escuela y al colegio. Cursó primaria y bachillerato clásico, en la natal Zarzal.
– Recuerdo cuando elevaba cometas, jugaba trompo, como siempre, los juegos de los niños.
En cuanto a deportes, practicó el fútbol y alzó pesas. Entre los amigos, su papá guarda un puesto especial, porque es el mejor.
En 1975, salió del pueblo. Tomó la determinación de recorrer el país, pero no en son de aventura. Y llegó a Cúcuta para quedarse.
– Me gustó la frontera, porque se ven los dólares. Se ve mucho movimiento de billete. Vivo agradecido de todos.
En la juventud estuvo en Venezuela y jugó fútbol. Nadie le dijo que se fuera. Un día, toma la decisión y se desplaza de un lugar a otro. De todas maneras, deja las puertas abiertas para el posible regreso.
– Todo el mundo me lleva la buena, estoy agradecido. La gente se da cuenta de que ha crecido la ciudad desde que llegué. La he ayudado a adornar. Seguiré decorando la ciudad y ayudando a los habitantes, lógico.
La obra más importante que ha emprendido aquí es el engrandecimiento de la ciudad para generar empleo, y para que si gente de otras ciudades quiere venir a vivir aquí encuentre buena vivienda.
No pasa inadvertido el asunto político. A la alcaldesa María Eugenia Riascos, que es de su color, ‘le lleva la buena’.
– Espero que a la dotora que progrese más y que en el tiempo de su gestión y mandato, ejerza la profesión bien y que no tenga detalles en ningún nivel.
Y de otro que está orgulloso es del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, que también es de su color.
– Le deseo muchos éxitos y a toda la familia que lo cuida y está con él.
El vestuario lo consigue en los almacenes de trajes. En la actualidad tiene unos 20. Las gafas oscuras también hacen parte de la vestimenta y no se las quita mientras está en la calle.
– Bueno eso es todo hasta el momento. Me siento un poquito enfermo. Párcheme con 10 luquitas.
Así dio por terminado el diálogo. Al comienzo pidió $ 20.000. Se tranzó por la mitad y se quedó sentado, adolorido, a la espera de otro cucuteño que le diga, ‘qué más Doctor’.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
Bella historia,Gracias a este personaje mi nieta Rocimar ZA participó en el 6 concurso de cuento cucuta, en la categoría juvenil quedando en el primer lugar en el norte de santander cucuta.
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