Luis Febres Cordero
Justamente alarmados los habitantes de la villa con la proximidad del ejército de la Unión, comandado por el coronel Bolívar, y con la febril expectativa que se observaba en todo el tren militar y civil que la guarnecía, alistándose unos, ocultándose otros, todos afanados, temían con fundamento un reñido combate en las propias calles de la ciudad.
Aunque no sucedió literalmente así, pudo el pueblo presenciar una violenta escena de Marte, escuchar el diálogo estruendoso de las armas que combaten, y contemplar de cerca la próspera suerte de los no esperados vencedores. Las pocas cuadras que lo separaban del teatro del suceso permitían adivinar el vario giro de la lid y seguir muy de cerca sus peripecias y accidentes.
El combate empezó al occidente de la ciudad, en la salida del camino para San Cayetano, donde se yergue una columna que la posteridad colocó allí con justicia y que no por modesta deja de despertar en el caminante una añoranza cariñosa hacia la jornada del 28 de febrero, incrustada con broche de oro en los blasones de la República.
Empezó a las nueve de la mañana y al medio día ya estaba terminado: se sostuvo en medio del “vivo fuego que por todas partes nos llovía”, combatiendo el ejército de la Unión “con tanto ardor cuanto mayor era el peligro” y el enemigo “con una ciega obstinación”, que al principio le favoreció con algunas ventajas: una carga a la bayoneta, ordenada con desesperación por el coronel Bolívar, “por haberse casi acabado las municiones de fusilería”, decidió a su favor la acción.
No fue sangrienta en realidad, porque quizá no llegaron a dos decenas los soldados que quedaron en el campo, en donde, calculando una cifra exagerada, apenas montaría a mil la suma de los dos combatientes; y parece que hubo mayor número de bajas en el ejército de Correa, “siendo por nuestra parte la pérdida tan desproporcionada, que sólo tenemos que deplorar dos hombres muertos y catorce heridos, entre ellos el valeroso Teniente de las tropas de la Unión, ciudadano Concha”.
No hay noticia en el Archivo Eclesiástico de la ciudad de estos dos próceres anónimos, pero las partidas que siguen, encontradas en el de San Cayetano, revelarán los nombres de dos de las víctimas, del encuentro del día 25 en aquella aldea: “En la Parroquia de San Cayetano, a veintiocho de febrero de mil ochocientos trece di Ecca sepultura al cadáver de Antonio García, era casado: murió de un balazo en el ataque que tuvieron los valerosos cartageneros con los maracayberos y no recibió los sacramentos. Certifico – José Felipe Durán”. “En la Parroquia de San Cayetano, a tres de marzo de mil ochocientos trece: di Ecca sepultura al cadáver de Clemente Méndez, del vecindario de Bailadores, era casado, murió de un balazo en el ataque que tuvieron los valerosos cartageneros con los maracayberos; recibió los Stos. Sacramentos. – Certifico- José Felipe Durán.
Entre los que se distinguieron en la acción, Bolívar señala al Teniente José Concha, natural del Rosario de Cúcuta: el coronel José Félix Rivas, jefe de la vanguardia: el capitán Vigil, comandante de la retaguardia; el Mayor Juan Salvador de Narváez, de Ocaña; el capitán Pedro Guillín; el ayudante Ribón: el capitán Félix Uzcátegui y el capitán Lino María Ramírez, comandante de las tropas de Pamplona, que llegó a San Cayetano a marchas redobladas en la mañana del 27, incorporándose inmediatamente a las tropas de Bolívar.
La relación de Ramírez agrega: “El Teniente Ciudadano José Concha dio unas pruebas nada equivocadas de su valor, y al concluirse la acción, llegando a la plaza, le hirieron en una muñeca, pero, aunque se le quebró el hueso. No parece tener riesgo”.
No fue importante este combate, como jornada militar, pero, en cambio, su trascendencia moral fue incalculable: el Genio la previó y la exploró enderezándola con propaganda sonora a sus vastos designios. En la proclama dirigida con fecha 1 de marzo en San Antonio del Táchira a los soldados del Ejército de Cartagena y de la Unión dice:
“Vuestras armas libertadoras han venido hasta Venezuela, que ve respirar ya una de sus villas, al abrigo de vuestra generosa protección. En menos de dos meses habéis terminado dos campañas, y habéis comenzado una tercera, que empieza aquí y debe concluir en el país que me dio la vida. Vosotros, fieles republicanos, marcharéis a redimir la cuna de la independencia colombiana, como los cruzados libertaron a Jerusalém, cuna del cristianismo”.
Con la misma data, haciendo notar su nombramiento como comandante del ejército combinado de Cartagena y de la Unión, hablaba así a los habitantes de la villa de San Antonio:
“Vosotros tenéis la dicha de ser los primeros que levantáis la cerviz, sacudiendo el yugo que os abrumaba con mayor crueldad, porque defendisteis en vuestros propios hogares vuestros sagrados derechos. En este día ha resucitado la República de Venezuela, tomando el primer aliento en la patriótica y valerosa villa de San Antonio, primera en respirar la libertad, como lo es el orden local de nuestro sagrado territorio”.
Es un detalle disonante en la actitud gallarda del General Bolívar, que, con modestia un tanto extraña en su carácter, apocando sus servicios a la Nueva Granada, no diera a la parte material del combate de Cúcuta la importancia que todos quisieran; casi se la restaba del todo, motejando despectivamente al adversario vencido.
Al contestar al Presidente de la Nueva Granada sobre el grado de Brigadier de los Ejércitos de los Estados Unidos y el título de Ciudadano Granadino, que le había discernido el Congreso, decía:
“La munificencia de V.E. ha oprimido mi corazón con el peso del reconocimiento, y me ha llenado del más sincero rubor, al contemplar que el galardón que he recibido no guarda proporción con la pequeñez del mérito que he contraído en las pasadas campañas de Santa Marta y Cúcuta, donde hemos encontrado enemigos tan despreciables que degradan nuestros triunfos”.
Es tanto más raro esto, cuanto el general Correa, le merecía al Libertador el concepto de militar noble, valeroso y perito, superior en capacidades y aptitudes a Monteverde, cuyo nombre había lisonjeado en Venezuela la fortuna de las armas.
De otra suerte, no fue tan mezquina la victoria de Cúcuta, que no dejase en poder del Ejército vencedor –según dice al parte- “la plaza, artillería, pertrechos, fusiles, víveres y cuantos efectos pertenecían al Gobierno español y a sus cómplices”. Las necesidades de la guerra hicieron apreciar estos efectos como de gran valía y consideración.
Viene a nuestro propósito mencionar el nombre de un cucuteño patriota, que prestó entonces un importante servicio a las fuerzas libertadoras: nos referimos a Eugenio Sosa, soldado humilde, que de alegre adolescente se enroló con entusiasmo al Ejército republicano.
Don Eugenio Sosa militó luego a las órdenes de Bolívar en todo el año 13 y parte del 14, y parece que terminó su servicio en el ejército del general Urdaneta en la desgraciada acción de Chitagá, en noviembre de 1815.
Al entrar a Cúcuta el ejército del Libertador, sea por la premura del tiempo, sea por el no reconocimiento de los patriotas del pueblo, no encontró casa adecuada para alojarse, habiendo tenido que plantar sus toldas de campaña en la antigua plazuela de El Cují, según es fama entre las gentes antiguas de esta capital.
Dos meses y medio permaneció el coronel Bolívar en San José de Cúcuta, en medio de una nerviosa expectativa: la de aguardar la autorización formal del Congreso granadino para llevar la guerra al dorso de los Andes. Dedicado durante este tiempo a la organización del Ejército y a la inspección y vigilancia del futuro teatro de las operaciones militares, no todo es, sin embargo, tranquilidad ni agasajos para el alma del caudillo; las luchas de la política le cercan, le torturan las intrigas de sus émulos y la insidia y la emulación le acusan como jefe de hordas.
El 14 de mayo las banderas del
Ejército Republicano se alejan con tremolar inquieto y Bolívar abandona
definitivamente los valles de Cúcuta, después de haber prestado el día 10, ante
el ayuntamiento de la ciudad, el solemne juramento de obediencia y fidelidad al
Congreso de la Nueva Granada.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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