Gerardo Raynaud (La Opinión)
Su nombre completo era Friederich Maria Wollner. Había nacido en Viena, el 21 de julio de 1925, hijo único de Ana Antonia Maria Heller y Sieghardt Wollner, judío él y católica ella. Al parecer el matrimonio no prosperó, pues se divorciaron a los pocos meses del nacimiento de su único hijo. Por otro lado, su padre dejó de cumplir con sus obligaciones que hoy conocemos como la cuota alimentaria y simplemente desapareció. A los 14 años comenzó su carrera profesional en el Grand Hotel de Viena, escalando posiciones por su talento y dotes de gente, desde ‘botones’ hasta ‘jefe de rango’.
En 1948, se vinculó como secretario de administración del hotel Beau Rivage en Lausanne, Suiza, donde conoció a la mujer que sería su esposa, también trabajadora en el mismo hotel, Marguerite Lydia Woehrel. Cuatro años más tarde, decidió tomar nuevos rumbos y dejando atrás a toda su familia, madre, abuela y a su querida Marguerite, dejando su corazón roto pero lleno de esperanzas, para enrumbarse a las Américas, su destino soñado.
El 15 de diciembre avistó por primera vez las playas de Puerto Cabello, después Maracaibo y a tierra desconocida, Colombia, según él mismo les contó años más tarde a sus hijos. A Medellín llegó vía Cartagena, en uno de los DC3 de Avianca el 21 de diciembre de 1951 con lo cual se da el comienzo de su vida en el país.
El primer cargo desempeñado en el hotel Nutibara fue de Jefe de Recepción, en el cual estuvo hasta febrero de 1953. Entretanto, su novia viajó hasta Medellín para reencontrarse y casarse el 2 de agosto de 1952, ceremonia que se cumplió con todos los protocolos del momento en la emblemática basílica de Nuestra Señora de la Candelaria de la capital de la montaña.
Esta inesperada condición llevó a don Federico, como era llamado en su ambiente laboral, a negociar un nuevo capítulo de su vida, toda vez que el salario hasta ese momento no satisfacía sus aspiraciones personales y menos las de su naciente familia, razón por la cual la administración del hotel le ofreció el puesto de Maître D’Hotel del recientemente inaugurado Grill del hotel, una moderna instalación para la celebración de los eventos sociales más distinguidos de la alta sociedad paisa, en el cual se encontró con Esteban Raynaud, quien había sido contratado como chef para su apertura oficial a comienzos de 1952. A partir de entonces comenzó una larga amistad que trascendió la geografía nacional hasta que volvieron a encontrarse en Cúcuta en 1961 cuando asumió la gerencia del hotel Tonchalá.
En abril de 1959 la familia Wollner decide empacar sus maletas y trasladarse a Bucaramanga donde le ofrecieron a don Federico, la gerencia del hotel Bucarica. Hacía parte entonces, de los icónicos hoteles de las grandes capitales del país, en conjunto con el Tequendama de Bogotá, el Alférez Real de Cali, el hotel del Prado en Barranquilla y el Tonchalá de Cúcuta, sólo que el Bucarica de Bucaramanga, era un pequeño hotel sin clientela internacional. Estuvo al frente de ese establecimiento algo más de dos años.
Durante ese tiempo tuvo ocasión de conocer al representante de la concesionaria de la Volkswagen en Cúcuta, Rudolph Osswald quien periódicamente viajaba a la capital de Santander por motivos de negocios y en una de sus visitas le insinuó la posibilidad de vincularse al nuevo hotel que se había abierto en la frontera y que por esos días estaba a la búsqueda de un gestor o gerente, pues quienes lo manejaban hasta ese momento, no tenían la experiencia requerida para administrar una institución de esa categoría.
No le requirió mucho tiempo tomar la decisión, toda vez que su experiencia en el manejo de grandes establecimientos hoteleros era su profesión y al evaluar los beneficios que se le presentaban, veía grandes oportunidades y retos a los cuales se iba a enfrentar lo que lo motivó aún más, aceptando el desafío y tomando posesión en octubre de 1961.
Sin embargo, es necesario anotar que, para la sociedad propietaria del hotel, la situación planteada por Federico Wollner era muy diferente a la tradicionalmente aceptada de contratarlo como gerente, es decir con un contrato de trabajo oficial; por el contrario, les planteó un esquema completamente novedoso y les propuso firmar un contrato de alquiler y gestión, en el cual la actividad operativa que incluía reservas, recepción, administración y caja, compras, mantenimiento, eventos, festejos, restauración, manejo de personal y servicio al cliente, eran de su manejo y responsabilidad exclusiva.
Su esposa doña Marguerite, era la encargada de los pisos, la limpieza en general, la lavandería y las habitaciones. Adicionalmente, el hotel prestaba el servicio de lavandería al vapor, a domicilio siendo el primero de su género en la ciudad. En su tiempo se recuerda la famosa camioneta verde con los emblemas del Tonchalá que circulaba por las calles llevando y recogiendo las prendas.
Cabe destacar que su exitosa gestión impulsó al Tonchalá a niveles internacionales al punto que, en 1965, tan solo cuatro años después de su posesión, se aprobó una ampliación de su capacidad de alojamiento al pasar su oferta de 75 a 100 habitaciones.
Por otra parte, el desarrollo de su vida familiar no difería de las típicas de una familia normal, así como el manejo que se le daba a la administración de una empresa en la época de los años sesenta. En lo referente al transcurrir de su familia, la vivienda asignada era dos de las habitaciones del tercer piso, una para los padres y la otra donde se alojaban los hijos de la pareja.
Recordemos que durante esos años había una gran afluencia de visitantes extranjeros, no solo de Venezuela sino muchos que llegaban a la ciudad lo hacían por vía aérea, y que en ocasiones la cancelación de vuelos en el entonces aeropuerto Cazadero era frecuente lo que ocasionaba una sobre demanda de habitaciones, razón por la cual, los “pobres chamos” se veían en la obligación de ceder su habitación para ubicar alguno de los huéspedes que por razones del destino no podían viajar.
Como buen teutón, don Federico era especialmente estricto, no sólo con su familia, sino con los empleados e incluso con sus amigos. No toleraba ni perdonaba los incumplimientos ni las faltas de respeto, supervisaba hasta los mínimos detalles para que el hotel cumpliera con las rigurosas normas que había impuesto, todo lo que se dañara o rompiera por culpa o descuido de los trabajadores era descontado de su salario en una actitud desconocida en el folclórico y “mamagallista” ambiente cucuteño y que, como veremos más adelante significaría su prematura desaparición.
Por su formación dentro del severo sistema educacional austriaco, pedía a sus hijos si querían trabajar, aunque todos sabíamos que esa no era realmente una “solicitud”. Los pequeños hijos varones en ocasiones fungían las veces de “botones” y la hija menor se encargaba de entregar las llaves a los huéspedes a su llegada, aunque sabemos que era una acción más de demostración para que los clientes se sintieran como “en casa”, puesto que la pequeña apenas alcanzaba la altura del mostrador gracias a una silla que su padre le había acomodado para tal fin.
Debo aclarar que el hotel tenía contratado sus “botones”, así que cuando los hijos del gerente obtenían algunas “propinas”, la mamá de los muchachos les entregaba a los “botones oficiales” un valor equivalente, para que no diera la sensación de aprovechamiento de su condición hereditaria. Era tal la compenetración que le vendía a sus hijos y a su personal que cuando el lustrabotas faltaba, bien por descanso o por ausencia, el hijo mayor lo reemplazaba, sin mayores inconvenientes ni lamentaciones. En todo caso no perdía ocasión para recalcarle a sus hijos: “…debéis aprender lo que son las matemáticas, contar, saber los números y conocer a los clientes en persona”.
Y estas lecciones fueron las que dejaron la honda huella en su hijo Denis, el mayor, para continuar con la profesión de su padre, quien según nos cuenta “tenía una forma muy patriarcal de educar y de gestionar, su forma de ser nos marcó a todos, aunque duro y fuerte de carácter, es algo que nos formó a todos; siempre nos decía que para lograr algo debes aprender todo desde un principio, si quieres ser hotelero la formación debe pasar por cocina, luego camarero, mantenimiento, compras, contabilidad, gestión y dirección, y así fue como yo seguí esa trayectoria”.
En aspectos que tienen que ver con el manejo logístico del hotel hay anécdotas curiosas que no resisto las ganas de contarlas; don Federico no sabía manejar y aunque quería hacerlo era tal su inseguridad que los domingos tomaba la furgoneta rosada de compras y salía por la ciudad, aprovechando el poco tráfico, para hacer sus prácticas. El hecho es que su vacilación era tal que en los cruces de las calles se bajaba del vehículo para comprobar que no venía ningún vehículo y poder avanzar.
Quienes veían lo que sucedía, sin conocer al conductor, llamaban al hotel para decirles que habían visto al conductor de la furgoneta del hotel, que era de color rosado entonces, ocasionando trancones por el centro de la ciudad. Luego de estas reconvenciones decidió contratar un instructor quien, a duras penas, logró enseñarle.
Antes de narrar el final de esta triste crónica, es conveniente dejar para la historia los gratos recuerdos de una persona que, a pesar de su rígida personalidad derivada de su sangre germana, fue un hombre de nobles atributos y generosas acciones, tal como puede deducirse de las iniciativas que realizó en beneficio de nuestra sociedad.
Fue miembro del club Rotario de la ciudad y colaboraba con los partidos de futbol de beneficencia que se jugaban entonces contra sus opositores del club de Leones, donde sobresalían más las ganas de contribuir en recolectar recursos para ayudar a los necesitados que de ganar el juego.
De igual manera contribuía con el Reformatorio de Menores situado frente al hotel, lugar al que asistía a la misa dominical en compañía de su esposa e hijos y que aprovechaba para demostrarles lo bien que vivían y la desafortunadamente condición en que se encontraban sus vecinos. Aprovechaba el día de Navidad para celebrar con los “gamines”, guardias y funcionarios del Reformatorio, ofreciéndoles una cena de navidad con todas las de la ley.
Una anécdota final, también de grata recordación, es la de los viajes a San Antonio, en la época en la que muchos productos que no se conseguían en Cúcuta y había que comprarlos allí (y traerlos de contrabando). Para entonces, había comprado un Chevrolet Impala modelo 59, que había sido el vehículo del comandante de la policía y en él se desplazaba para hacer sus compras en el vecino país; en algunas oportunidades se hacía acompañar de sus pequeños hijos para que no revisaran el carro, haciendo que aparentaran estar dormidos en la silla trasera, pero era ineludible que a veces lo detenían para la requisa de rigor lo que lo ponía más nervioso de lo usual, así que no faltaron días en los cuales por su inexperiencia chocaba con algún pilar y la autoridad viéndolo angustiado y con los hijos a bordo lo dejaban pasar sin inconvenientes.
En sus últimos años, fue instructor del SENA, donde además de sus clases, aprovechaba para entrevistar a los potenciales trabajadores del hotel.
A comienzos del año 72, tuvo la idea de ampliar su negocio y por tal motivo se contactó con la dirección del hotel Cariongo de Pamplona, con la intención de gestionar en las mismas condiciones del Tonchalá, esa nueva sociedad. Ahora como sabemos, el negocio se frustró con su prematura muerte, correspondiendo a su esposa lidiar con la terminación del proyecto.
Bueno, hasta aquí el viaje por la vida y hechos de nuestro personaje. A continuación, el recuento infausto de los hechos que llevaron a su temprana desaparición.
Según la investigación policial, en los primeros días del mes de mayo de ese año, 1972, el gerente había detectado algunas irregularidades cometidas por el señor Luis Arnulfo Basto Mendoza, quien se desempeñaba en el cargo de mesero en la sección de bar y restaurante.
El fuerte temperamento de don Federico lo llevó a destituirlo de manera fulminante, sin dar ocasión de defenderse como son las normas actuales que en aquellos tiempos no existían, como lo demandan ahora las reglas del debido proceso.
El afectado, al sentirse vulnerado, no encontró otra vía que vengarse de su antiguo patrono y por ello, inicialmente argumentó que había entrado a su oficina solo con el objeto de solicitarle una carta de recomendación, sin la cual no había podido hallar un nuevo empleo.
Es posible que conociendo el fuerte carácter del gerente y sabiendo que era posible que no cumpliera con su petición, llegó preparado. Cerró la puerta con llave desde el mismo momento que entró a la hora del mediodía y todo indica que el agresor tenía las intenciones predeterminadas de atacarlo, toda vez que ingresó con un cuchillo envuelto en una hoja de papel periódico.
Minutos después del ingreso del ex empleado a la oficina de la gerencia, comenzaron a oírse gritos y en un momento dado sonó un disparo. Don Federico habría alcanzado a reaccionar ante la agresión disparándole a su atacante, sin lograr herirlo, lo que hizo posible que éste se enfureciera y lo atacara con mayor sevicia ya que en el resultado del altercado, según las fuentes investigativas, muestran que la víctima tuvo lesiones localizadas en la espalda, al parecer en un momento de descuido cuando buscó el revólver con el que trató de defenderse, en el hombro derecho, en la pierna izquierda, en el tórax y el abdomen, un total de nueve heridas con arma corto-punzante.
Empleados del hotel finalmente pudieron entrar a las oficinas del gerente alcanzando a ver los últimos instantes de la agresión. El señor Luis Orozco, cajero principal del hotel viendo la dantesca escena, reaccionó de tal forma que alcanzó a tomar el arma que estaba sobre el escritorio y encañonar al criminal.
En ese momento, apareció el agente de la policía de servicio en el sector haciéndose cargo de la situación.
El señor Wollner fue trasladado inmediatamente al Hospital San Juan de Dios donde los médicos de turno hicieron todo lo posible por salvarle la vida pero que debido a la gravedad de las heridas resultó infructuoso y falleció pocos minutos después de su ingreso.
Hicieron el levantamiento del cadáver, el Comisario Jesús María Garay y su secretario José del Carmen Escalante.
Llevado el homicida al Permanente Central, manifestó que sólo había ido por la recomendación y que el gerente le había dicho que no se la daría ‘porque a él lo habían botado por pícaro y por ratero’.
El cadáver fue velado en la casa del doctor Luis Alejandro Bustos, presidente de la Junta Directiva de la Corporación Hotel de Turismo propietaria del Hotel Tonchalá. Las exequias se realizaron en la iglesia de María Auxiliadora del Colegio Salesiano, a las once de la mañana del 17 de mayo de 1972.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
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