Con la apertura, en 1970, de la Corporación Financiera del Oriente en la ciudad de Cúcuta, su presidente el ingeniero Gabriel Pérez Escalante, preocupado por atender al sector de las PYMES en la ciudad y dado el poco capital con que contaba para realizar ese tipo de operaciones, estableció contactos con la Corporación Financiera Popular para posibilitar el financiamiento de tan importante sector, el cual venía atendiéndose desde la ciudad de Bucaramanga con resultados que no eran del total agrado de las directivas, por cuanto el empeño puesto para ello no fue el esperado. La atención a los pequeños empresarios, por parte de la oficina seccional de Santander, era bastante deficiente y conocedor de esta situación la Corfioriente le propuso a la Financiera Popular que establecieran un convenio para atender las necesidades financieras de los más pequeños empresarios, lo cual se dio sin mucha dilación y a partir del año 1972 se comenzó a desarrollar un programa de atención a esa población, de la que era este servidor, el responsable.
Durante más de dos años, Corfioriente se fue posicionando en el sector financiero de las pequeñas empresas manufactureras de la región, aunque ésta fuera únicamente referida a la ciudad de Cúcuta, puesto que en las ciudades más remotas como Pamplona y Ocaña, los pequeños empresarios no tenían la capacidad para acceder a los créditos y debían hacerlo a través de las entidades bancarias locales, que era invariablemente la Caja Agraria.
Mediante una estrategia de divulgación, que se hizo con la colaboración de las oficinas de los bancos comerciales, que entonces no tenían forma de financiar actividades a largo plazo, salvo aquellas que realizaban utilizando los Fondos de Redescuento del Banco de la República y que, por sus trámites dispendiosos, preferían enviarlos a las corporaciones, toda vez que por los montos y cuantías, no justificaba un gasto de tiempo y recursos para obtener utilidades que consideraban muy bajas para sus expectativas.
El convenio entre las dos corporaciones duró un poco más de dos años y fue a comienzos de 1975, cuando las directivas de la Corporación Financiera Popular, autorizaron la apertura de una oficina en la ciudad de Cúcuta. Gracias a las buenas gestiones realizadas por la Corporación Financiera del Oriente, la Junta Directiva de la Financiera Popular decidió darle continuidad a la gestión realizada por este servidor y fue confirmado en el cargo de Gerente Regional, cargo que asumió en febrero del año antes mencionado.
Escindido el programa de la Financiera del Oriente, las nuevas instalaciones se trasladaron al nuevo edificio de la Cámara de Comercio de Cúcuta, en la calle diez, a una cuadra de su antigua sede. La mudanza se produjo con casi todo el personal que estaba dedicada a la misma labor, pues el programa había crecido lo suficiente y requería de personal adicional para suplir las necesidades que demandaban las nuevas operaciones. Era, además indispensable mantener un nivel alto de actividades de promoción en las otras poblaciones del departamento, para darle esperanzas a los empresarios de las provincias de Pamplona y Ocaña especialmente.
Como integrante del grupo Popular, las operaciones que excedían las atribuciones del gerente regional, se estudiaban y aprobaban en un Comité integrado por los gerentes del Banco y la Corporación y cuando éstas excedían las del Comité local, debían ser aprobadas por la Junta Directiva cuyo presidente era el Ministro de Desarrollo Económico.
Muchas pequeñas empresas fueron objeto de financiación y para ilustrar el impacto que la Financiera Popular tuvo en la región, voy a referirme a algunas de ellas y a manera de anécdotas, el curso que tomaron a medida que fue transcurriendo el tiempo; sus problemas e inconvenientes pero también los éxitos que tuvieron y algunas de las razones por las cuales permanecieron o desaparecieron.
No hay un orden o secuencia establecida para la narración que viene a continuación así que la aparición de los casos que les voy a relatar es meramente casual y arbitraria. En la medida en que vaya recordando episodios referentes a estas historias, las iré escribiendo.
Quiero comenzar con mi versión de una empresa, que no propiamente fue pequeña en su tiempo, producto del emprendimiento de dos jóvenes hermanos, cucuteños, que habían trabajado en Venezuela, en Caracas específicamente, en una gran empresa de propiedad de inmigrantes italianos que la habían forjado e impulsado y a fuerza de constancia era una de las más representativas en su sector en el país, al punto que exportaban buena parte de su producción, en una época en que era inusual ese quehacer, más en Venezuela, que no se ha destacado propiamente por ese tipo de exportaciones. Entusiasmados por el conocimiento que habían adquirido y por una buena cantidad de bolívares que tenían producto de sus ahorros y su liquidación, regresaron a su tierra con la idea de montar una empresa que emulara aquella en la que habían trabajado y fue así como apareció una nueva fábrica de calzado que le pusieron por nombre Tatabú.
Como había comentado anteriormente, los hermanos Ortega Rojas, Luis Raúl y Orlando, estaban recién llegados de Caracas, cargados con un paquete de conocimientos, experiencias y buenas intenciones y con el ánimo de montar una empresa que les sirviera de sustento y de proyección de una actividad que ha sido el motor de la industria durante los últimos años, tanto en generación de empleo como de riqueza y crecimiento económico para la ciudad. Después de algunas consultas decidieron instalarse en uno de los barrios preferidos para el desarrollo de la industria del calzado como lo es el barrio El Llano, puntualmente en la calle novena, frente a la escuela del mismo nombre, pasos antes de llegar a la avenida doce. Adecuaron una casa que había servido de vivienda en un amplio taller y comenzaron por contratar gente del sector y uno que otro profesional que los orientara en el tema administrativo y contable. En esa época, es prudente recordar, no había mucho de dónde escoger, así que la contratación se centró en algunos profesionales recién egresados de la universidad local, la única en el medio que ofrecía recursos en esas disciplinas así que apelaron a ellos para satisfacer sus necesidades empresariales. Recuerdo que tramitaron uno de los primeros créditos en la Financiera Popular, de esos que denominábamos “grandes”, algo así como cien mil pesos, que sirvieron para darle el impulso inicial que requerían para lanzarse al difícil mundo de la actividad empresarial independiente.
A ese respecto se me viene a la mente una anécdota que me sirve de ejemplo en mis clases de ingeniería industrial en la Universidad Libre, pues en desarrollo de las fases iniciales, encargaron de la producción a un profesional que no tenía experiencia en producción, pues era Administrador de Empresas y para colmo, recién egresado, quien encontró que para establecer los parámetros de una producción óptima, debía hacer un “estudio de tiempos”. Así lo hizo pero como desconocía el procedimiento, encontró que el resultado obtenido no tenía lógica toda vez que descubrió que la producción actual era mucho más alta que la obtenida en el “estudio de tiempos”, razón por la cual, fue a consultarme el motivo del resultado. El motivo era evidente, pues había realizado el estudio sin tener en cuenta los procesos que deben seguirse cuando se hace una aplicación de este género y eso sucede cuando se realizan operaciones desconociendo las disposiciones teóricas. De todas maneras, la empresa comenzó a consolidarse en el campo del calzado infantil y a competir con las empresas más reconocidas del sector como eran en ese momento, la fábrica de calzado Zapaticos Clásicos de doña Olga Ayala de Rodríguez, Calzado Bachiller de Eduardo Pineda, Calzado Pasitos de Pedro Marciales, Calzado Gran Turismo entre otras.
Lograron, eso sí, proyectar a Ansicur a nivel nacional, pues alcanzaron a realizar una de las primeras Ferias de Calzado en la ciudad de Bogotá durante el gobierno del presidente Barco, quien los ayudó como paisano comprometido con su región, evento que resultó ser todo un éxito y que los catapultó como verdaderos líderes gremiales a pesar del desastre en lo personal con sus empresas. Pasados unos años, las empresas desaparecieron así como desapareció la asociación, aun cuando siga mencionándose esporádicamente en el ámbito sectorial.
Para terminar con el recuento de este primer relato vinculado a la Corporación Financiera Popular, había prometido contarles el origen del nombre utilizado para bautizar esa empresa Tatabú. En alguna oportunidad, decidieron lanzar una campaña publicitaria, con premios a quien dijera qué significaba esa palabra. No supe si alguien lo hizo, pero algún tiempo después, intrigado por los resultados de la campaña le pregunté a Raúl, el significado y me respondió que eran las primeras sílabas que pronunciaba un niño. Que habían decidido tomar ese nombre, ya que los productos elaborados, eran para aquellos que apenas comenzaban a deambular por la vida, dando los primeros pasos y nada mejor que combinarlos con sus primeras palabras.
A partir de ese momento, una época de avances en lo político, lo económico y lo social fue apoderándose de los pueblos y naciones, a pesar del rezago que aún manifestaban algunos países vecinos. La creación e implementación del Grupo Subregional Andino, que inicialmente se denominó Pacto Andino o Acuerdo de Cartagena, marcó el comienzo de la primera intención de integración regional. Este pacto se originó en la ciudad de Bogotá después de la firma de “La Declaración de Bogotá”, (acuerdo de Colombia, Chile, Ecuador, Perú y Venezuela; para acelerar el movimiento de la Subregión a un mercado común). Este texto fue aprobado por los Ministros de Relaciones Exteriores. El Grupo Andino reúne las condiciones de una unión aduanera: liberación del comercio entre los países miembros por medio de la eliminación de las tarifas y demás restricciones al comercio y establecimientos de una tarifa externa común contra los productos procedentes de países no miembros del grupo integrado. Esta asociación fue motivada por los movimientos integracionistas del viejo continente y sus promotores aseguraban que si allí se había logrado avanzar en ese logro, a pesar de las dificultades y diferencias que de todo tipo se presentaban, en términos de idioma y costumbres, todas ellas tan diferentes en cada uno de los países que conforman el continente europeo, en Suramérica, donde estas diferencias no existían, sería mucho más sencillo, allanando un camino que no tenía que recorrerse, pues idioma y costumbres eran comunes en todos los países hispano hablantes de esta zona del mundo. Ante estas perspectivas, algunos empresarios de la ciudad visualizaron las oportunidades que se presentarían al implementarse este proyecto, de manera que fueron alistándose para enfrentar el reto que les permitiría internacionalizarse y precisamente de algunos de ellos me referiré.
A mediados de los años setenta, la ciudad se caracterizaba por su vocación eminentemente comercial al punto que era de mejor status registrarse como comerciante en el Registro Mercantil de la Cámara de Comercio local y no como industrial que era como una “rara avis”, una actividad desubicada dentro del contexto que consistía en aprovechar la ventaja comparativa de ser la zona de frontera de un país rico, al cual había que ofrecerle los productos que requería para su consumo a unos precios excepcionalmente bajos, al punto que la expresión común entre los visitantes compradores y que se hizo famosa fue aquella “ta barato dame dos”. Sin embargo y a pesar de esta situación, algunos empresarios visionarios no se ilusionaron con esta “burbuja comercial” y decidieron aventurarse, con sus productos, al mercado nacional y a otros mercados que ofrecían buenas alternativas económicas. Puedo mencionar dos empresarios que me impresionaron por su visión de negocio a pesar de los escasos niveles de estudios que tenían, lo que constituye un mal ejemplo para las actuales generaciones, en un mundo dominado por el conocimiento y por la facilidad de adquirir y procesar información, sin necesidad de asistir a las tediosas y aburridas aulas de las universidades e instituciones de educación y capacitación. Ahí no más podemos citar a Bill Gates o a Steve Jobs, quienes encarnan dos de los ejemplos más significativos de la inutilidad de estudiar en una universidad para ser un empresario exitoso. Pero este no es nuestro caso. Los empresarios que mencionaré a continuación empezaron de la nada y fueron edificando su organización a punta de esfuerzo, por el lado más complicado, el de prueba y error.
Me refiero a los dos industriales del calzado que marcaron época en el decenio de los años setenta, Alfonso Valderrama y Luis Fernando Cristancho. El primero con su marca “Calzado Valderrama” y el otro como impulsador del afamado Calzado Bacardy, una empresa que nació, creció, se desarrolló, tal vez más allá de las capacidades del empresario y desafortunadamente desapareció, después de una infortunada situación que no supo manejar, bien por falta de orientación y asesoría o de consejo sabio y oportuno.
En el caso de Calzado Valderrama, del cual pienso ampliar mis comentarios en otra crónica, quiero mencionar una reciente situación ocurrida en torno a la marca y que no ha sido mencionada ni divulgaba en los medios, creo que por razón de la superficialidad de la situación. Hace algún tiempo, después del retiro del futbol activo del “Pibe Valderrama”, éste tuvo la idea de establecer un negocio de venta de calzado a nivel nacional utilizando su apellido como marca de identificación de sus productos, con tan mala suerte que ésta ya estaba registrada desde hace muchos años (ya a comienzos de los años setenta estaba registrada en la Cámara de Comercio de Cúcuta). No sé en qué terminó el lío, pero dentro de la sana lógica creo que la propuesta del “Pibe” fue derrotada, pues del asunto no volvió a hablarse y los almacenes de Calzado Valderrama de Cúcuta y en las demás ciudades donde entonces tenía radicados sus puntos de ventas, deben seguir operando normalmente.
Mis comentarios, en esta ocasión, se excedieron explicando circunstancias que no tenía planeado narrarles, así que dejaré para la próxima, la historia de quien, en su momento, llegaron a llamar “el llanero solitario de la industria del calzado en Cúcuta”, por sus decisiones tan futuristas respecto al desarrollo de esta actividad, en la ciudad que siempre se consideró una ocupación doméstica y artesanal, razón por la cual, sus propios dueños nunca se acostumbraron a llamarlas fábricas o empresas, sino talleres, como si se tratara simples negocios de subsistencia, a pesar de generar trabajo para decenas y a veces cientos de personas.
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