Gerardo
Raynaud D.
Recién comenzaba el año, el día primero, como ocurre
en ese día de manera corriente, los accidentes de tránsito no se hacen esperar.
Don Jorge Rangel, que por entonces era el Inspector de
Tránsito, ejercía con lujo de detalles su delicada misión y aunque la cantidad
de percances no eran tantos como los de hoy, siempre se presentaban algunos que
enriquecían la crónica roja de los periódicos.
Don Jorge, como era su costumbre, tenía el sano hábito
de informar a la opinión pública, mediante breves comunicados, las incidencias
que correspondían a su cargo y por ello, puede
leerse que para los primeros días del año se presentaron tres accidentes
de ‘circulación’ como antes se decía y que se trataba de meros choques entre
vehículos, los cuales solamente dejaron algunos conductores maltrechos y una
que otra lata aporreada; tanto el señor Rangel como sus activos y subalternos,
muy juiciosos se dieron a la tarea de levantar los respectivos croquis e
impartir las multas correspondientes.
El primero de estos choques se produjo en el cruce de
la avenida sexta con calle 12, en pleno centro de la ciudad; allí, los
vehículos de los señores Alfredo Marchiani y Luis Marcucci colisionaron, sin
más consecuencias que los desperfectos de sus respectivos automóviles, pero el
chistecito les costó la suma de $3.000 en reparaciones y $50 a cada uno de
multa como sanción por haber ocasionado una congestión que mantuvo paralizado
el tránsito, varias horas.
Los otros dos accidentes ocurrieron en la afueras de
la ciudad, sobre la carretera internacional de la frontera, la que hoy
conocemos como la ‘carretera vieja a San Antonio’, uno en el sector de Lomitas
y el otro en El Escobal.
Ambos accidentes sólo dejaron algunos heridos de
consideración que fueron atendidos en el hospital San Juan de Dios y multas que
eran, como ya se mencionó, de $50.
Gran alharaca se formó entre el alcalde y el conocido
comerciante ‘ Yodoformo’ a raíz de la diferencia surgida en torno a la
negociación de un lote de terreno de su propiedad, que el municipio estaba
negociando para levantar el parque José Eusebio Caro.
El dichoso lote tenía un
área de 3.830.78 metros cuadrados y estaba localizado sobre la avenida Olaya
Herrera y para ubicar a los foráneos, quedaba frente a la capilla de la
parroquia de San Rafael (el templo conocido hoy, no se había edificado) y por
no haber llegado a un acuerdo satisfactorio y equitativo, don Numa dictó el
Decreto número 3 de 1953 mediante el cual se expropiaba esa amplia zona de terreno
y se facultaba al Personero para que llevara a cabo la diligencia de rigor.
Dicha
medida, más que disgustar a la población, fue comentada en todos los sectores
de la ciudad reconociéndole al alcalde su espíritu progresista y su valor
civil, a más del agradecimiento de los vecinos del sector.
Como era costumbre antes y ahora, no faltaban las
situaciones jocosas a las que los más veteranos ‘mamadores de gallo’ se reunían
para aprovecharse de las circunstancias que daban pie para comenzar sus poco
serias disertaciones sobre el prójimo o los prójimos a los que no perdonaban la
más mínima equivocación, sin temor a someterlos a sus burlas y sus ironías.
Por
algo se erigió el monumento al ‘gallo cucuteño’, algo que no ha pasado de moda,
ni pasará, a juzgar por las actitudes que se siguen adoptando frente a casos
que no merecen la mínima atención pero que aquí, le sacamos el provecho
necesario para reírnos de ella y olvidarnos de los problemas y las malas
condiciones.
Pues bien, aprovechándose de esta particularidad,
cierto grupo de amigos, disfrutando de la compañía de varios periodistas
deseosos de lograr para sus respectivos medios, noticias que fueran del agrado
de sus lectores, se encontraron con los comentarios de esta caterva de
personajes, que estaban discutiendo un tema de trascendental importancia: “el
peligro de los solterones en Cúcuta”.
Discutían que los solterones eran algo insólito dentro
de nuestras costumbres, que esa filosofía de vida daña el rítmico ascenso del
ritmo de población, que paralizan el progreso de Cúcuta pues los santos son los
únicos que salen ganando de toda esta táctica porque las cucuteñas se quedan
para vestirlos, algo así como violando el principio divino de “creced y
multiplicaos”.
Por eso consideraban que
debían declararle la guerra a esos “traidores” a quienes más adelante señalaban
con sus nombres y apellidos, además de retar a los periodistas a quedarse para
escuchar de quienes se trataba.
Ni cortos ni
perezosos comenzaron a deshilvanar nombres.
Constantino Méndez fue el primero de la lista y se
preguntaban, ¿cómo es que un joven que frisa los 45 años, bien presentado, bien
hablado, muy leído y muy viajado era renuente a consolidar la institución
matrimonial?
Continuaban hablando a diestra y siniestra del asunto,
cuando asomaron tres nuevos personajes, Eustaquio Sepúlveda, Manuel Gómez
Arévalo y Bonifacio Jaimes de quienes se decía que estaban en la flor de la
vida pero que le tenían pavor a la Epístola de San Pablo.
Lo interesante de la conversación comenzó a girar en
torno a las consecuencias económicas del celibato y el argumento que esgrimía
el señor Gómez era que no compartía las ideas ni las teorías de los
planificadores que cuestionan que la superpoblación es una muestra de vitalidad
de la raza.
A pesar de ello, siente nostalgias ‘femíneas incontrolables e
incontenibles, como el amanecer’, citando el poema de Pablo Neruda, pero que no
se atrevía a dar el paso. Al parecer el problema de la compañía del sujeto era
la poca propensión a compartir, especialmente los gastos.
De Bonifacio, la cosa era a otro precio, él era un
funcionario público destacado, que según las malas lenguas, añoraba un hogar
poblado de voces infantiles y que colmaba sus ímpetus paternales dirigiendo,
como un padre moderno, la juventud atlética del Departamento. También decían de
él, que el problema era de economía de bolsillo.
Sin embargo, puedo asegurar que con el tiempo, una
fémina logró burlar su desinterés y lo
conquistó hasta llevarlo al altar, no en calidad de santo sino de marido,
sumiso y obediente como lo fue hasta el final de sus días.
Claro que la charla se extendió durante muchas horas y
no al calor de unos tragos sino de unos tintos y nuevos nombres aparecieron
sobre la mesa, Eustoquio Sepúlveda, Guillermo Eslava, Juan Sarmiento, Pablo E.
Pérez, Pedro Espalza, Pedro Castro y otros que en razón del tiempo y del
espacio se quedaron en el tintero, pero que además siendo la hora de la cena,
el sol apagado y el apetito gritando las ganas de comer, se fueron alejando
cada uno a sus sitios de origen.
Una noticia que más llama la atención entre las que se
sucedieron hace más de medio siglo ocurrió en el pueblo de Ábrego en la
provincia de Ocaña.
Claro que se trataba de una de esas informaciones que
aparecen esporádicamente, sin confirmar y que con el pasar del tiempo se
desvanecen de la memoria de las personas, quedando definitivamente en el
olvido.
Días antes había pasado lo mismo en un pueblo de Boyacá y
ocasionalmente en algún pueblo recóndito del ancho mundo suele repetirse con alguna frecuencia, aunque hoy haya perdido
interés, muy de vez en cuando, se lee en alguna publicación, noticia similar.
Se trata de la aparición de un violín Stradivarius o de algún otro instrumento
de cuerda fabricado por esa familia de Luthiers italianos durante buena parte
de los siglos 17 y 18, que se distinguieron por su insuperable calidad y que
muchos trataron de imitar e incluso de falsificar.
Hoy están referenciados,
identificados y ubicados unos 500 de los cerca de mil que se fabricaron originalmente.
Pues bien, en ese año del Señor de 1953, don José
Elías Torrado manifestaba tener en su poder, no más ni menos que un violín
Stradivarius original, que al igual que nuestro amigo de Boyacá debían estar
retorciéndose de alegría, pues habrían salido de pobres fácilmente.
En esa
época, se estimaba que podrían costar, dependiendo del estado de conservación,
entre ochenta mil y cien mil dólares.
Hoy, para información de mis lectores, el último de
ellos fue subastado por la suma de 17 millones de dólares.
De haber sido cierta
la noticia, don José Elías sería uno de los personajes más célebres de la
provincia y también, posiblemente, el más ricachón.
Mientras tanto, en nuestra calurosa ciudad, varios
acontecimientos se venían sucediendo que para dicha y ventura de varios de
nuestros congéneres, constituía un escape a sus dificultades.
Era la Gran Feria
Exposición Pecuaria que se efectuaba en el recinto de la ya extinta Plaza de
Ferias Mariano Ospina Pérez. Esta se realizaba en los primeros días del año y
se invitaba a todos ganaderos y comerciantes a participar del certamen en el
cual se seleccionarían los mejores ejemplares de las razas bovinas, equinas,
mulares y porcinas y se adjudicarían todos premios.
La infaltable Caja Agraria
estaría presente, con su equipo de funcionarios, quienes serían los encargados
de atender las solicitudes y orientar a los ganaderos especialmente, en el
trámite de las operaciones para el otorgamiento de los créditos respectivos.
Tanto la Feria como su recinto están hoy desaparecidos de nuestros recuerdos y
de su presencia solamente quedan algunos muros levantados en el lugar de
siempre, a la espera de su remoción y del embate de los nuevos proyectos que se
espera, tenga la administración pública para los próximos años.
Como apenas comenzaba el año, era corriente encontrar
los avisos que promocionaban las actividades académicas, sociales, culturales y
comerciales del año por venir y por esa razón voy a mencionarles los más
destacados.
Los colegios, escasos por entonces, marcaban la pauta, como se dice
hoy, incluso se anunciaba aquellos de los municipios vecinos, pero los más
destacados eran los colegios privados de Pamplona, empezando por la sección
femenina del Colegio San José, que era dirigido por la comunidad religiosa de las
hermanas Dominicas Terciarias y se hacía especial énfasis en la importancia del
internado para las niñas que allí desarrollarían su personalidad en un ambiente
de sana religiosidad y de orientación vocacional para ser personas de bien y
útiles a la sociedad.
La fecha de iniciación se había fijado para el 10 de
febrero y cualquier inquietud que tuvieran los padres de familia sería
respondido telefónicamente marcando el número 206 de la ciudad de Pamplona.
Simultáneamente, doña Carmen R. de Holguín, anunciaba que su Liceo de Nuestra
Señora de Belén había sido aprobado por el Ministerio de Educación Nacional
mediante resolución 3353 y que las matrículas se abrirían a partir del 6 de
enero.
De igual manera y en abierta competencia, el Gimnasio Domingo Savio, de
las hermanas Helena y Sofía Cortés Gamboa, ofrecía sus servicios escolares para
los primeros años de primaria en las instalaciones de la avenida cuarta 16-82,
que fueron tradicionales en la ciudad, antes de trasladarse a las magníficas
edificaciones del barrio Colsag; atendían telefónicamente por el número 25-26
cualquier inquietud.
Por el lado de las actividades culturales e
informativas se presentaba un suceso interesante. Una publicación que llevaba
desde 1890 sirviendo los intereses noticiosos de la región, con las
dificultades propias de su tiempo y durante más de sesenta años dirigido por
los familiares de don Justo Rosas, fundador del periódico El Trabajo, que hasta
este año tuvo una periodicidad de aparición interdiaria, quizás, por limitaciones
más del tipo personal que tecnológico, toda vez que la hermana del director,
estuvo al frente del impreso y no logró superar las deficiencias de carácter
técnico que había impedido el aumento del tiraje que hasta el momento no
superaba los seis mil ejemplares.
Ahora, asumida la dirección por el señor Carlos R.
Ospina, hijo de la anterior y apersonado de las fallas técnicas que rodeaban la
empresa, logró modernizarla y ponerla al mismo nivel de los grandes periódicos
regionales con tirajes superiores a los diez mil ejemplares.
Técnicamente,
adquirió una moderna maquinaria con equipos de fotograbado y cincografía, así
como una máquina de impresión tipográfica rotoplana, lo último en tecnología
del sector.
En lo periodístico, que es lo más importante para llegar al corazón
de los suscriptores, contrató los servicios del reconocido periodista
santandereano Manuel Serrano Garzón y vinculó para orientar editorial y
políticamente al cotidiano, al representante electo a la Cámara Manuel Guzmán
Prada.
Para redondear la actividad
corporativa, decidió lanzar ejemplares diarios al mercado, que con la
colaboración de dos redactores y una cronista social, lograron poner al
periódico entre los más leídos de la ciudad, por sus amplios y diversos
servicios informativos y gráficos.
Por entonces, El Trabajo era distinguido
como el decano de las publicaciones, por su lucha en favor y en defensa de los
intereses de la ciudad y de su población, razón de más para darle el apoyo y
reconocimiento que le dieran las autoridades civiles y eclesiásticas, el día de
la bendición de sus nuevas instalaciones.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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