Cuando nació en Pamplona en 1908 el país llevaba un largo período conservador en política y en religión: así que recibió una educación en consecuencia. No debió ser fanática porque tanto él como los amigos de su infancia que conocí eran altamente tolerantes y respetuosos de otras maneras de pensar. De familia de clase media bien media, sus padres Leopoldo y Dolores vivían de producir jabón y vinos caseros en buena casa, sembrar un gran solar y la renta de algunas modestas propiedades. Su padre alcanzó a ser jefe de policía cuando estos puestos eran desempeñados por civiles reconocidos por los vecinos. Mientras estudiaba en el Colegio Provincial de Pamplona, se ganaba según me contaban sus amigos de entonces, algunos pesos ocasionales haciendo mandados para vecinos mayores y más adinerados; estos debieron apreciarlo bastante si puedo juzgarlo por el recuerdo de distinguidas matronas ancianas como las Vale Villar y ancianos caballeros como Timoleón Moncada que con exquisito afecto y cortesía preguntaban muchos años después a mi madre por él cuando visitábamos Pamplona. Julio Vale Villar, bastante mayor que él, a cuyo padre a veces hacía mandados, emparentado por matrimonio de su hermana Isabel con la distinguida familia Canal, lo quiso mucho.
Julio, mozo de alcurnia y familia adinerada, se casó con Aurora, de esclarecida familia venezolana; la vida les deparó luego una muy austera existencia llevada con la mayor elegancia, de la cual Vera Villamizar y su esposa fueron siempre soportes y amigos, lo que ellos correspondieron queriéndonos a sus hijos como propios y apadrinando a uno de ellos, Leopoldo Jorge. La distinguida familia de Domingo y Chinca Peñaloza y los hijos que quedaron en Colombia, Marco Antonio, Carmen Sofía, Víctor, Alba y Cecilia tuvieron con Vera Villamizar especial afecto mutuo juvenil, del que aún hoy gozamos todos sus hijos. Uno de sus profesores, don Rubén Contreras, gran educador por muchos años inclusive cuando yo lo conocí, director del Instituto pedagógico la Normal de Pamplona, hombre santo y sabio como pocos que yo haya tratado, continuó, en compañía de su madre, la angelical viuda doña Inés, queriendo a Carlos Vera Villamizar y a su esposa e hijos hasta la muerte. Es imposible olvidar la manera afectuosísima como su ama de llaves, la inolvidable Flor, también nos mimaba.
Para irse a estudiar a Bogotá tuvo Vera Villamizar que tomar camino de 8 días a lomo de mulas con un revólver que les daban para defenderse de atracos y el dinero para sostenerse tres meses. Sabía que no podría regresar a su amada patria chica antes de tres años. Una falla en una pregunta le dejó sin la nota necesaria para entrar a la facultad y jamás olvidó que cuando fue a buscar al profesor encargado, reconocido liberal y libre pensador cuyo nombre no recuerdo y le mostró que según algunos libros su respuesta no era errónea, éste le dio la razón y le subió la nota, con lo que reconsideraron y le dieron la entrada. Pronto se ganó por concurso una beca para sobrevivir. Y al siguiente año otra y al tercero otra, así que decía que de ahí en adelante vivió como un rey en Bogotá durante sus años de carrera.
Era un gran placer ver su cara cuando describía su regreso a la familia y los amigos y sobre todo a las amigas del pueblo tres años después de partir por primera vez. Le quedó de esa época su recuerdo de la gran amiga, familiar de los Contreras, que se fue de monja de la hoy célebre Comunidad de la Madre Laura a pesar de sus protestas, en las que le señalaba que si se iba a ir de monja lo hiciera a una comunidad más conocida; la vería de nuevo solamente veintiseis años después cuando al llevarme a Medellín para el inicio de mi carrera fuimos a visitarla a su convento, en donde era la reverendísima madre Magdalena, muy respetada sucesora de la Madre Laura como superiora general de la comunidad. Mientras ella recibía y bendecía a un grupo de novicias que se arrodillaban para despedirse, Vera Villamizar se divertía recordándole las protestas que le hizo por su decisión juvenil.
Desde su regreso de las primeras vacaciones a Bogotá hasta su grado de especialista, su carrera fue un constante cúmulo de lauros académicos. Como lo fue de esfuerzos y retribuciones sociales el resto de su vida. De esta época salieron amigos intelectuales que siempre apreció como Daniel Jordán, el invencible orador y presbítero, conciencia de Cúcuta por muchos años, y Luis Parra Bolívar, fundador del Diario de la Frontera. Copartidarios políticos ambos de Vera Villamizar, no lograron compartir sus actitudes imparciales durante las épocas en que gobernó y lo atacaron acremente. Daniel había sufrido ya persecución política y por ella no había llegado, como merecía, a obispo de Cúcuta. Fue siempre muy bueno con nuestra familia. Cuando muchas décadas después Luis Parra enfermó gravemente, tuvo junto a su lecho, por meses, la visita casi diaria de Vera Villamizar.
Tras culminar sus estudios llegaron su instalación en Cúcuta supuestamente temporal, porque siempre soñó con regresarse a Pamplona, su encuentro con Magibe que evidentemente lo fascinó según se deducía cuando lo recordaba, de la familia Cristo, prósperos comerciantes libaneses, ya muy enraizada en Cúcuta. La hija de Jorge, el abuelo del conocido médico y político asesinado hace unos años. Esta dama, educada en colegios franceses en el asiático Líbano y cristiana no católica sino de la iglesia ortodoxa rusa, aportaría a la relación y luego al matrimonio aires y criterios internacionales que el pamplonés, conservador educado en el Bogotá de don Marco Fidel Suárez absorbió con deleite.
Por cierto que se podía ver cómo era Colombia en esos años cuando Vera Villamizar contaba que de estudiante cerca de los años treinta, se encontraba con frecuencia en la calle y cedía la acera al venerable ex-presidente que paseaba solo, quien le devolvía a cambio un cortés saludo. En la Cúcuta que celebró el matrimonio de Carlos y Magibe, año 1936, comenzaba a desaparecer la ¨Belle Époque¨. Las mercancías internacionales ya no entrarían a Colombia por el lago de Maracaibo sino por la costa atlántica, lo que hizo desaparecer los grandes almacenes importadores como Brewer Moller, Jorge Cristo y compañía, y dos décadas más tarde Titto Abbo y Raffo Gavassa que resistieron heroicamente; saga que merecería un mejor relator que yo para contarla.
Ya para estos últimos tiempos existíamos los hijos que disfrutábamos esa época de ideales grandes y de parientes cercanos, líderes de actividades en la comunidad, de quienes Vera Villamizar aprendió y a quienes quiso, como Nicolás Colmenares el gran liberal, y José y Asís Abrajim los cuñados de Jorge Cristo, empresarios que pertenecían cada uno a partido político diferente. Con sus hijos y esposas se forjaron y siguen forjando nuestras vidas. Epoca de la plenitud de un padre médico que opinaba con pasión en política pero a quien solamente le interesaba lo relativo a los órganos de los sentidos. A la casa de la avenida sexta entre calles 14 y 15 (Vera Villamizar nunca quiso vivir en sectores demasiado elegantes) llegaban con frecuencia los regalos en especies de pacientes campesinos agradecidos que me producían, muchacho de 10 años, el sentimiento de que la medicina era algo casi sagrado. Como me lo producía su entrega permanente al estudio de la especialidad, su placer realizando cirugías experimentales en ojos de animales ya sacrificados y su permanente búsqueda de textos científicos. Seguramente de ahí salió mi vocación médica y la de Lepoldo J. y Bolivia, que al escoger la oftalmología también como nuestra profesión, sé que dimos a Vera Villamizar una gran alegría. Me emociona recordar su satisfacción más tarde al verme compartiendo y presentándole en diferentes estrados del mundo queridos amigos de entre los más eminentes oftalmólogos conocidos. Creo que más feliz es aún ahora al ver a Bolivia convertida en la jefe del Servicio de Oftalmología de Coria en España, su otra patria, en donde vive con Antonio su esposo y sus dos hijos. También llenan estos años sus cuñadas Zaineh y Nayibe Cristo.
Años más tarde compartiríamos el aprecio que tenían por Vera Villamizar y su señora personas tan exquisitas como Camilo Suárez el hacendado que más quería a su tierra y su esposa Mercedes, y la inolvidable amistad que nos une hoy con sus hijos; también la de nuestros vecinos Armando Cogollo y su señora Ana Josefa y sus hijos Rebeca, Beatriz, Armando e Ivonne, la de otros vecinos como Sebastián Ontiveros, su esposa Doña Celmira y sus hijos, la de Francisco Díaz el fiel alto empleado de Titto Abbo y Cía. y su esposa Enriqueta, increíbles vecinos que hicieron casi de segundos padres en la infancia de nuestra hermana menor Bolivia, así como la de doña Trina, Eumelia, Elenita, y Marina, la viuda e hijas del Sr. Polanco, el venezolano fundador de la telefonía en Norte de Santander y casi en Colombia, la de Rodrigo Peñaranda y sus hermanos y sus muy apreciables hijos y sobrinos, sobretodo Mary. Y como no, la de extranjeros residentes en Colombia, a quienes siempre apreció, en especial los Shumaker con quien tradujo un libro de oftalmología del alemán y los Wittenzellner, Hugo y Ana, cuyo hijo Eugenio sería como nuestro hermano y lo refrendaría al casarse con quien cuidaría a Vera Villamizar hasta su último día, su hija y nuestra hermana Magibe (Nena) de Wittenzellner. Especial espacio tienen en este recuerdo el obstetra y político Luis E. Moncada y desde luego nuestro bondadoso y eminente médico Pablo E. Casas y sus queridas esposas y familias. Habría muchísimos más que citar pero me es imposible.
Guardo estos nombres con especial recuerdo porque sé lo mucho que quisieron a mis padres y lo que estos los quisieron a ellos, pero sobretodo porque sentí siempre el afecto y la admiración que tuvieron por Carlos Vera Villamizar y lo mucho que alegraron su vida. De fugaz paso por Cúcuta pero inolvidable para Vera Villamizar queda el recuerdo de nuestro odontólogo de la niñez, Pedro Rojas Granados y del condiscípulo de su infancia y luego eminente médico Darío Maldonado y su familia, que después continuarían como grandes amigos desde Bogotá. A Medellín se fueron Arturo Gómez quien me ayudaría en muchas cosas en mis primeros años de estudiante de medicina y con el afecto de su señora e hijos y el gran profesor y especialista de órganos de los sentidos Carlos Vásquez Cantillo, bogotano nacionalizado paisa, íntimo amigo desde la facultad y para siempre que luego sería mi tutor y guía en la capital de la montaña. Entre los amigos más jóvenes que él, que admiró, recuerdo en especial a Eustorgio Colmenares el fundador del diario La Opinión a quien recomendaba como odontólogo estudioso, quien lo atendió con exquisitez y a quien luego respetó como político y a Alvaro Villamizar joven abogado que consideraba un ejemplar miembro de su generación y quien sé que lo recuerda con especial cariño que ha hecho extensivo a nosotros, sus hijos. Además a una de mis amigas entonces, mi actual esposa Norha San Juan, con quien disfrutaba de largos paseos y charlas cuando visitaba Medellín y a quien no se cansaba de ponderar. Ojalá tuviera espacio para hablar de otros del resto del país, fruto de una vida plena y feliz, pero no es posible.
He dejado intencionalmente para lo último a sus contertulios más frecuentes del final, Oscar Vergel Pacheco y el abogado San Miguel, eminentes juristas con quienes a diario daba largos paseos y disquisiciones alrededor del parque Santander al comenzar el anochecer. Qué bello debía ser poder hacer esta suave maratón observando la vida y la caída del sol de la querida Cúcuta todos los días. Que me sirva este marco inolvidable para conservar la imagen de esa época que Dios nos regaló. De esos últimos años y paseos, quedó una cercanía con don Roque Yáñez, quien permanecía con su taxi en el Parque Santander; testigo como pocos de la historia de gran parte del siglo XX en la frontera colombo-venezolana, este bondadoso amigo tomó especial afecto a Vera Villamizar y cuando ya los años lo postraron se presentaba a acompañarlo por muchas horas y leer junto a su lecho los periódicos y algunos libros. También la abnegación de Salua Turbay, enfermera, hija de una prima de Magibe y la de Antonio Asaff cardiólogo, los dos de origen libanés, que nos ayudaron a cuidarlo mucho más allá del cumplimiento del deber en sus últimos meses.
Dios se lo pague a ellos y a todos los demás. La forma como trataron y quisieron a Vera Villamizar y a su esposa e hijos, ha embellecido indeleblemente nuestras vidas. Que cierre además mi memoria de esta época la imagen de los tres empleados que desde mandaderos hasta capacitarse como técnicos acompañaron a Vera Villamizar en su óptica en diferentes décadas y que se habían unido luego por su cuenta para fundar una prestigiosa óptica pocos años antes de su muerte, Felipe Niño, Reyes y Luis Gil, óptica que cerraron por dos días para venir a acompañarlo sin separársele en su velorio y en su entierro, tan enaltecido este último por la presencia de todos los amigos de Cúcuta.
Vida Pública
No me corresponde en este recuerdo ocupar mucho lugar con la vida pública de Carlos Vera Villamizar, labor que en el caso de sus gobernaciones ya ha hecho el notable historiador Guillermo Solano Benítez, de Ocaña, en su libro "Cincuenta años de vida Nortesantandereana" y en el aspecto nacional como senador y como embajador seguramente habrán analizado otros estudiosos, con mejores documentos y menos prejuicio de lo que yo pueda tener. Fue el trigésimo segundo gobernador en 39 años y el cuadragésimo segundo en 48 años de vida departamental del Norte de Santander, lo que indica un promedio de poco más de un año en el mandato de cada gobernador por esas épocas. Si unimos esto a la observación que obtengo al revisar las alcaldías de aquellos años centralistas en que por razones de politiquería en las ciudades menores, para no mencionar los pueblos pequeños, la duración promedio del alcalde era de menos de 6 meses, nos podemos hacer una idea del milagro que significó el que se haya podido hacer algo por la patria así no se tuvieran en cuenta otros lastres que han plagado nuestra historia. Lo cierto es que las dos etapas en que Vera Villamizar fue llamado a la gobernación, bajo las presidencias de Mariano Ospina y Alberto Lleras coincidieron con las dos ocasiones, con diferencia de 10 años, en que en el país se presentó la decisión de interrumpir una fanática lucha partidista y tratar de gobernar en conjunto.
El Norte de Santander, particularmente aprehensivo hacia estas políticas, requirió en ambas ocasiones un gobernador militar hasta que tirios y troyanos aceptaron que el pamplonés médico y tradicionalista era de la confianza de todos. Confianza que duró 8 meses la primera vez y 22 la segunda, no porque no cumpliera sus obligaciones sino precisamente porque las cumplía, decepcionando así, como algo comenté al hablar de algunos amigos de su infancia, lo que muchos creían que el gobernador debía hacer por su partido. Que la segunda gobernación fuera tolerada más del doble que la primera dice algo de la madurez política que tanto los gobernados como el gobernante habían logrado en esos 10 años. Sobre todo si se tiene en cuenta el temperamento del gobernador que por ejemplo respondía la acusación de la duma de tiranía fiscal por vetar dos rubros del presupuesto, con la entereza de enrostrar a los diputados su incapacidad para expedir un presupuesto acorde con la capacidad económica del departamento. O en el orden anecdótico, decretaba la prohibición de instalar cantinas y juegos de azar en las fiestas tradicionales de los pueblos, por las desgracias físicas y morales que traían a los participantes. Años después comentábamos con él entre risas este decreto, que Vera Villamizar defendía diciendo que muchos campesinos le debían la vida por ello.
Más que algunas críticas demasiado agrias y quizás resentidas de sus copartidarios, muestra la realidad el documento de 1.958 en que el directorio del partido contrario pedía su remoción durante el segundo período por razones de paridad en las gobernaciones, pero tenía la elegancia de reconocer explícitamente la rectitud y honradez del mandatario para manejar los destinos del departamento. Linda época y buenas gentes. El gobierno central desestimó la petición. Lo cierto para mi es que durante su vida pública y privada Vera Villamizar guardó con sinceridad la convicción que expresó en el discurso de su primera posesión: “ me aparta por algún tiempo el excelentísimo señor presidente de la república de las labores a que venía dedicando mi vida para ponerme al servicio de vosotros….delicado encargo y alta dignidad que sobrepasan con mucho mis aptitudes y os confieso que solamente acepto por mi confianza en…. Dios y en la voluntad de mis conciudadanos”.
Así, siempre se consideró de paso por las dignidades del gobierno, admiró con sinceridad a los políticos pero nos recomendó a mí y a mis hermanos procurar alejarnos de las veleidades políticas y de mando. Años después, probando sus convicciones, en dos oportunidades que solamente ahora menciono, se sintió feliz de verme rechazar a sabiendas de mi incapacidad, ofertas hechas por su intermedio por altas personalidades para intervenir en posiciones claves del gobierno. Lo que más recuerdo desde su primer nombramiento como gobernador era su obsesión porque entendiéramos que ninguna de las facilidades del gobierno estaba a nuestra disposición para cosas hogareñas. Como la ayuda doméstica, por causa de emigración a Venezuela era escasa en esa época, yo a los doce años debía traer diariamente en portacomidas los almuerzos desde el cercano restaurante de Don Mario. Cuando el cocinero jefe se enteró con sorpresa de que era el hijo del gobernador y en nuestra casa cercana había dos policías de guardia, preguntó por qué no iba uno de ellos por el almuerzo, inquietud que transmití a mi padre, recibiendo de nuevo un sermón sobre sus convicciones y teniendo que continuar mi labor por meses. ¡Cuánto debo a esa experiencia, así fuera tan solo por haber vivido las conversaciones de hombres y mujeres empleados de la cocina y camareros de ese recordado restaurante, algunos de los cuales después fueron prósperos y buenos ciudadanos!
Quizás por eso, con característica bondad dice hoy Alvaro Villamizar, ya citado, que en sus primeras experiencias como funcionario aprendió de Vera Villamizar que los cargos públicos son para servir a la ciudadanía y a la patria y que se deben ejercer no solo con honradez sino con extrema delicadeza en el manejo de dineros, lo que ratifica con anécdotas típicos vividos en su compañía. Tal vez también de esas experiencias salió el deseo de nuestra hermana Mariam Zulima de hacerse abogada.
En la primera gobernación de Vera Villamizar era suficiente que el Banco de Colombia prestara sesenta mil pesos para hacer la carretera Cúcuta –Catatumbo; un médico rural ganaba setecientos cincuenta pesos al mes (750) y el gobernador novecientos cincuenta (950); el dólar costaba 1.05 pesos; un huevo costaba cuatro (4) centavos.
En su segunda gobernación el gobernador ganaba 2.500 pesos, el dólar costaba 2,30 y un huevo costaba ocho (8) centavos, es decir, en 10 años todo se había multiplicado más o menos por dos o un poco más.
Hoy, sesenta años después, un huevo cuesta 250 pesos es decir 6.250 veces más, un dólar cuesta 1.900 pesos es decir 1200 veces más y un gobernador gana, contando todo, unos 10 millones de pesos mensuales, es decir 4.000 veces más. Como podemos ver, es más fácil para un gobernador comprar huevos ahora que antes. Un celador diurno ganaba 260 pesos mensuales en el 58 y ahora gana más o menos 750.000 con prestaciones, casi 2.800 veces más, bastante superior a lo del dólar pero bastante inferior a lo del huevo y a lo de los gobernadores. Por ello ahora al celador le es más difícil comprar huevos que antes. He ahí un ejemplo de las razones para que los celadores estén en mayores aprietos que los gobernadores y se resientan más; no creo que nadie pueda sin embargo explicar la razón para que todos nos quejemos de los gringos en lugar de ser ellos quienes se quejen más que todos puesto que el dólar es lo que menos se ha valorizado.
Durante la primera gobernación de Vera Villamizar se incendió la plaza de mercado central de Cúcuta, episodio catastrófico para la ciudad y muchos de sus habitantes. Recuerdo la consternación de mi padre ante el hecho y la nuestra cuando llegó herido en un brazo por un leño ardiendo. Solamente ahora supe, leyendo los escritos del historiador Solano, que ello se debió a su intento por ayudar a un policía a rescatar una víctima y que curiosamente el gobernador fue el único herido en toda la conflagración. También en esos escritos he refrescado la preocupación del gobernador por conseguir ayudas y liderar una colecta pública, en la que aportó personalmente una suma igual a las que dieron las grandes empresas de la ciudad, superada solamente por tres de ellas e igualada sólo por Nicolás Colmenares y Azis Abrajim sus parientes pero adversarios políticos, ambos de mucho mejores condiciones económicas que él: 500 pesos. Recuérdese, para medir sus sentimientos, que el sueldo mensual del gobernador eran 950 pesos y véase en la misma fuente que el promedio de donación de los particulares adinerados fue de 70 pesos. Pero más que todo, acostumbrado a escuchar ocasionales críticas familiares de cierto machismo por su parte, me alegra ver en dicha lista que el único que aparece en ella dando la donación no solo a su nombre sino también en el de su esposa es el viejo conservador pamplonés.
Similar actitud es reseñada con la misma admiración y afecto por el historiador Solano ante el acontecimiento de la gran inundación de toda la vecindad del parque Colon en el 58, en la que el gobernador iba mucho más allá de lo esperado en la ayuda personal en las labores de rescate, esa vez junto al inolvidable párroco de San Antonio, el padre Calderón.
Indudablemente Vera Villamizar tuvo siempre una sensibilidad especial hacia los sufrimientos ajenos, basada en gran parte en la gratitud hacia Dios por los beneficios que le concedía, que caracterizó su ejercicio médico y su vida pública. Por eso apoyó sin restricciones a los vecinos que invadieron la zona de La Libertad durante su administración, pues la consideraba un predio baldío, granjeándose con ello la enemistad de muchos amigos políticos. Me sentí muy conmovido al recordar eso cuando hace poco tuve el privilegio de contemplar a Cúcuta desde allí en compañía de algunos amigos vecinos del lugar.
Hacer el recuento de sus gobernaciones es recordar su pasión por la educación, (el mayor presupuesto, quizás como cosa única en Colombia lo tenía el rubro de la educación), creando numerosos establecimientos educativos rurales, numerosos cursos de capacitación para maestros y empleados rurales, becas para estudiantes; por la medicina, estimulando y recibiendo reuniones nacionales e internacionales de Oftalmología, Gastroenterología y Odontología entre otras; por la organización, creando la empresa para manejar la fábrica de licores y la oficina de planeación del departamento, saneando grandemente la deuda pública, dejando superávit en las cuentas en sus dos administraciones y sobretodo reconviniendo con entereza a sus colaboradores y a la asamblea cuando consideraba que se maltrataban las finanzas del estado.
Inició durante su primera gobernación el proyecto de la irrigación del valle del Zulia y lo terminó en la segunda, afrontó con éxito admirado por todos, basado en la honestidad, dos de las elecciones de épocas más difíciles en la historia moderna del país, las de congreso del 49 cuando Ospina y del 60 cuando Alberto Lleras, convirtiendo lo que muchos creían que sería una jornada sangrienta en el departamento en un acto de indudable democracia. Actuó con firmeza aún a costo político cuando su presidente fue irrespetado por empleados de los dos partidos movidos por razones politiqueras y por el contrario fue siempre tolerante con las críticas que se le endilgaron, algunas, como aquella sobre su actuación en el incendio de la plaza de mercado, no solo injustificadas sino de alta motivación política y provenientes de fuente inesperada.
Siempre tuvo especial recuerdo por don Isidoro Duplat que lo acompañó como secretario de múltiples despachos en varias necesidades y por el abogado Antonio Cáceres, liberal que lo acompañó con afecto en la de gobierno, así como admiración a dos de sus alcaldes de Cúcuta, Luis Raul Rodríguez y Tesalio Ramírez.
Como niños recordamos en el 49 el matrimonio de Don Luciano Jaramillo a cuyo padre Vera Villamizar reconocía como uno de los banqueros que le había colaborado con préstamos para iniciar su carrera. Y la muerte de doña Amelia Meoz de Soto, esposa de don Rudensindo, grandes benefactores de la ciudad y su solemne entierro marcado por un discurso memorable del padre Daniel Jordán. Murieron también mi abuelo Leopoldo el padre del gobernador en la primera y Dolores, su madre, en la segunda administración. En esta también fue elegida Miss Norte de Santander la bella Yolanda Canal y nos conmocionó la muerte de su primo, nuestro querido amigo Josué en un accidente de tráfico en Venezuela, y la de Domingo Pérez Hernández uno de los grandes cucuteños de la época. Murió también el primer obispo de Cúcuta, el cucuteño monseñor Luis Pérez Hernández, hermano de Domingo. Gozamos la boda de nuestro primo Jorge Cristo S. nieto del gran empresario libanés con María Eugenia Bustos y la de nuestra prima Yamile Abrahim y Carlos Pérez, hijos de Azis y Domingo respectivamente y las bodas de plata matrimoniales del ilustre Carlos Ardila Ordóñez y su esposa Anita.
Uno de mis recuerdos más agradables es el viaje que hicimos con Vera Villamizar en el carro de la gobernación con su secretario de obras Germán Hernández y mi hermana Magibe a Bogotá, por la troncal del norte, (vía Chitagá –Sogamoso) sin pavimentar, sin escoltas, es decir como correspondía a la época del 58 y la visita que hicimos durante este viaje a Laureano Gómez a quien encontré un hombre excepcional.
Me confesaba en alguna oportunidad mi padre que su estadía de dos años como embajador en Holanda le había permitido aprender sin lugar a dudas que solamente la democracia podía engrandecer a los pueblos y servir para su gobierno y le había hecho modificar algunas de sus opiniones conservadoras. Pero siempre conservó lealtad hacia Laureano y hacia su hijo Alvaro por razones de convicción, libres de cálculos políticos. En Holanda dirigió una representación diplomática intelectual y elegante que le significó una buena amistad con los del Instituto hispánico de la Haya entre ellos el príncipe consorte Bernardo, quien le regaló un vaso de cristal de la familia real de despedida. El mundo diplomático holandés conocía poco de los embajadores colombianos, que acostumbraban alojarse en hoteles y dedicarse a conocer Europa, así que se encantó con las invitaciones de Vera Villamizar y su esposa, en especial los días patrios y asistía masivamente a ellas, degustando la elegante mansión en que gastaba su sueldo. Nos quedaron especiales amistades con los representantes persas, indios, yugoeslavos y argentinos. Además creó una cercana relación con los grandes oftalmólogos holandeses del momento que perduró durante muchos años.
Sus discursos de posesión y ante la asamblea podrían ser materia de algunos suplementos literarios por la densidad de ideas y la magistral composición y gramática. Uno de ellos es considerado por el historiador Solano Benítez como una de las dos piezas oratorias magistrales entre los mandatarios del Norte de Santander. Este historiador resume, con palabras similares que son un honroso legado para sus hijos, las dos administraciones de Vera Villamizar; permítaseme transcribir las de la última:
“Pase pues a la historia del Norte de Santander la administración del doctor Carlos Vera Villamizar como estrella de verdadero progreso, honradez y dignidad”.
Conclusión
Me parece que al hablar de la época de Carlos Vera Villamizar y sus contemporáneos se está recordando una Colombia y en especial una Cúcuta de ilusiones y de esperanzas que creía en sí misma. Diferentes causas, la principal una progresiva desconfianza en el valor de la justicia, la moral y los derechos humanos, fueron destruyendo estos atributos hasta un punto que nunca hubiéramos imaginado. Por afortunadas circunstancias de un liderazgo nacional excepcional se empezó a salir del abismo en que estábamos y es imprescindible aprovecharlas o regresaremos más bajo aún.
Esa figura de Carlos Vera Villamizar siempre optimista, vestido siempre de saco con corbata, que dijo en tantos discursos que la democracia consistía en no hacer a los demás lo que no quisiéramos que nos hagan a nosotros, enseñanza evangélica que Benito Juárez había convertido en la frase famosa de que la paz es el respeto a los derechos de los demás, la he recordado permanentemente, con su seguridad en que lo importante era ser auténtico, cumplir los principios, ser humilde y tratar de tener buen humor.
Curiosamente, de los artículos de prensa sobre él sólo conservaba aquellos en que se lo criticaba, que su esposa mantenía en un bonito álbum de cuero. Ocasionalmente los miraba con una cara que evoqué claramente cuando escuché a Frank Sinatra cantar la famosa canción “ A mi manera”, que traducida literalmente del inglés va diciendo así:….. “y ahora, a medida que el tiempo pasa, ¡lo encuentro tan divertido! Pensar que yo hice todo eso, y permítanme decir, sin timidez, oh si, sin timidez alguna, que lo hice… a mi manera!”.
Tengo la impresión de que papá no hubiera querido vivir todos esos años. Seguramente por eso nos dejó hace más de veinte años, sin dar ninguna razón ni ofrecer disculpa alguna. Cuando se fue había una sensación flotando en el ambiente que, semejante al verso, parecía murmurar: “se acabó el dolor, no más tristeza, no me quedan inquietudes y gozo de la serenidad de lo prometido”.
Carlos Vera Villamizar hacía parte del inolvidable ejército de titanes que empezando el siglo XX le dijo adiós a Pamplona desde los Garabatos, centinela perenne de la ciudad, para contarle al país que había nacido el Departamento Norte de Santander. Por trocha y a lomo de mula llegaron a la universidad en Bogotá, y allí muy pronto adquirieron un liderazgo que nadie se atrevió a disputarles. Su formación fue mucho más allá de su profesión convirtiéndolos en verdaderos humanistas que no temían incursionar en cualquier campo donde fueran necesarios. De regreso saludaron a Pamplona en La Vuelta de los Adioses y, a diferencia de sus hijos, se quedaron en su terruño para engrandecerlo a golpes de pico y pala. Constantes y laboriosos cubrieron el Departamento marcando una huella indeleble en su historia y haciendo de la ciudad mitrada la cuna de la dirigencia nortesantandereana. Sus poetas, escritores, pensadores y artistas, le regalaron al país el placer de soñar despierto, de navegar con los sentidos por el cauce privilegiado e interminable de la cultura.
Papá tuvo fuerzas para todo: apóstol de su medicina, resultaba casi fanático en su ejercicio dejando para ello en segundo término sus más queridos afectos. En dos oportunidades gobernador del Departamento, se alejó de su querido Hospital San Juan de Dios al que sirvió devotamente por más de cincuenta años, para entregarse con pasión a la actividad pública; nos dejó así a los médicos actuales la valiosa lección de que sin proyectar nuestro liderazgo a la causa comunal y sin creer en nuestras cualidades como dirigentes, apenas somos una triste profesión inconclusa. Parlamentario y diplomático, tuvo además tiempo para incursionar en la dirección de sociedades científicas y para ayudar, siendo gobernador, a organizar en Cúcuta el primer congreso nacional de oftalmología como especialidad pura, antes unida a todos los órganos de los sentidos.
Son múltiples sus escritos y apenas rescato la esencia de su pensamiento cuando, casi pidiendo perdón al pueblo, hablaba de su violencia diciendo: “sus manifestaciones violentas se deben a que fuimos incapaces de educarlo suficientemente y a que nunca se sintió protegido en su persona y en su hogar; tenemos que vigorizar cada vez más la voluntad de nuestros hijos, volviéndolos cada día más espirituales para que así deseen sacrificar algo suyo en provecho de otros”.
En Carlos Vera Villamizar hago además el homenaje de su esposa, Magibe Cristo Abrajim, quien con dulzura, bondad y sabiduría, construyó un hogar que le permitió dedicar su vida a los más sentidos intereses de sus pacientes y coterráneos.
Papá, mamá, feliz centenario!
Hermosa crónica. Quién no diría: Ah tiempos aquellos! Mi Cúcuta hermosa, cómo te extraño.
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