Edgar
Eduardo Cortés P.
En agosto de 1946 en
la Hacienda Campoalegre, en la recepción ofrecida con motivo del matrimonio de
Humberto Vargas Wittingham y Beatriz Caballero Lamus. En ella aparecen: Leo
Fossi, Teresita Morelli, Dr. Cuervo, Clara Laura Morelli, Carlos Mutis Duplat,
Mariela Hernández Duplat, Alfredo Cabrera Serrano, Teresita Lamus Girón, Rafael
Lamus Girón, Blanca Victoria Hernández y Benjamín Rojas Pacheco. En la otra
gráfica aparece Alfredo Cabrera Serrano con su esposa Margarita González
McCausland.
En alguna ocasión el poeta rumano Luicen Blaga decía
que “Luego de haber descubierto que la vida no tiene sentido, sólo nos queda
darle alguno”, y esto último fue lo que hizo de su vida Don Alfredo quien a lo
largo de su vida fue hombre extremadamente pulcro, exitoso empresario,
elegante, enamorado de la vida y especialmente un esposo y padre afectuoso.
Fue un hombre que amaba tanto la vida que no tenía
espacios para la melancolía ni la tristeza, y eso ya es una fortuna. Nunca le
escuché un reproche ni a la vida, ni hacia nadie, ni siquiera en los últimos
días antes de su muerte. Extrañaba sí la Cúcuta de antes.
En las tertulias que con frecuencia se hacían en el
balcón de su casa, rodeadas siempre de ese aire que cautiva las noches de
Cúcuta. Hoy recuerdo una de las últimas, quizás a principios de este año, en la
que con Memo recordamos muchas de nuestras anécdotas de París; y allí, en ese
balcón, aún veo a Tatiana, Margarita Rosa y Don Alfredo haciendo apuntes en esa
charla emotiva en la que los minutos pasaban como si la vida nunca fuera a
terminar, como seguramente debería ser cuando la vida es tan grata.
Esa noche cuando me despedí recuerdo que Tatiana me
dijo que faltaban más anécdotas por contar, que había que seguir la reunión
otro día, y Don Alfredo, en la despedida como siempre me lo hizo sentir, al
igual que Doña Margarita, su casa como si fuere la mía. De hecho por muchos
años ha sido mi segunda casa en Cúcuta.
La vida de Don Alfredo desde su niñez siempre estuvo rodeada de circunstancias
y motivos que dieron lugar para que amara la vida. En 1.930, su padre, Manuel
Guillermo Cabrera Luciani fue nombrado embajador en Venezuela, labor
diplomática que se extendió por seis años.
Por eso Don Alfredo siempre fue un Gentleman, porque
desde los primeros años de su vida frecuentó el mundo de la diplomacia y las
buenas costumbres, que después de los años en Caracas, se extendieron a Madrid
y París donde vivió algunos años.
Un recuerdo de la familia Vásquez Morelli,.
Fue tomada el 10 de junio de 1950, en el matrimonio de Camilo Vásquez y Clara
Laura y en ella recordamos, de izquierda a derecha a: Amílcar Vergel Cabrales y
Elvira Escalante (Padrinos), Cayetano Morelli (padre), Clara Lázaro de Morelli
(madre), los novios; Margarita González de Cabrera (Reina de la Marina en
Barranquilla), Alfredo Cabrera, Ana María Lázaro (tía) y Cayetano Morelli
Lázaro.
Entre Don Alfredo y Manuel Guillermo siempre hubo una
devoción, una relación muy afectuosa entre padre e hijo, y por ello hace cerca
de 30 años cuando llegamos con Memo a estudiar a París, en una noche de
invierno, antes que ir a conocer la tour Eiffel o los campos Elíseos, o igual,
antes que desviar nuestras miradas a cualquier hermosa francesa, lo primero que
fuimos a conocer en la ciudad luz fue la casa donde vivió Don Alfredo.
Yo aún recuerdo la casa y el frío esa noche, pero para
Memo seguramente uno de sus primeros propósitos de haber ido a París, ya se
había cumplido. Creo que ni siquiera sintió frío. Y la vida se encargó de hacer
muy cercana esa relación de padre e hijo a los pocos días, porque Don Alfredo
vivió en 16 avenue Kléber y a los pocos días nosotros encontramos con Memo un
apartamento para vivir en el numeral 69 de esa misma calle. Sin duda la magia
de la vida.
La escritora española Rosa Montero llegó a decir en
alguna ocasión que cuando una persona envejece descubre que uno ha vivido no
una vida sino varias, y claro, Don Alfredo vivió varias empezando desde muy
temprano la vida de la diplomacia y el mundo.
Luego vinieron los años de una Cúcuta maravillosa
llena de encantos y buenas costumbres de los años 50 y 60, en los que él fue
uno de sus mejores exponentes ya en el mundo empresarial; vendrían los años de
la familia al contraer matrimonio con quien fuera la primera reina de la
marina, Doña Margarita, con quien formó un hogar encantador.
Y como a todos nos sucede, los momentos difíciles: su
secuestro, la rápida partida de su señora, y ahora, ya en los últimos días, la
inesperada muerte de Tatiana; y como la vida continúa, de todos modos las
tertulias con Memo seguirán siendo ya sin Don Alfredo, ese bon vivant como
dicen los franceses, de quien recibí muchos consejos, y el recuerdo se
extenderá en los sitios que nos seguirán permitiendo la vida.
Luis Raúl López complementa la descripción de la vida
de don Alfredo con lo siguiente:
Cuando debió subir al carro de sus secuestradores,
furioso le dijo al tipo que con crueldad le vaticinaba días de lágrimas que le
aseguraba que nunca lo vería llorando.
El día que fue liberado mandó a llamar al fulano
secuestrador y le dijo: fíjese que le cumplí.
Esa anécdota retrata muy bien lo que fue don Alfredo Cabrera Serrano: un hombre
que honraba cabalmente su palabra en cualquier contexto, virtud que siempre le
caracterizó en el ejercicio de su actividad empresarial y en el desempeño de
sus roles de padre de familia y de ciudadano.
Será muy difícil olvidarlo, no solo por el especial afecto que le tenía, sino
por su extraordinaria personalidad, su porte de gran distinción y su talante.
Era uno de esos hombres legendarios de comienzos del siglo pasado a quienes
llamaban “gentleman”. Y a fe que lo era, tanto en sus formas como en su fondo.
Se distinguía, y mucho, por su honorabilidad y proverbial corrección en sus
negocios de comercio, gracias a lo cual continuó con éxito la empresa familiar
heredada de su padre, la que con sus cien años de existencia es, sin duda, la
más antigua de la región.
Había nacido en Nueva York y tuvo su ciudadanía estadounidense hasta que un día
lo asustaron con líos legales al regresar allá por no haberse alistado en su
momento en el ejército para ir a la guerra de Corea.
De una galantería exquisita y singular éxito con las damas, trato cálido con
sus amigos, de quienes tenía una extensa memoria de las bromas gastadas a casi
todos ellos, pues era, a fin de cuentas, uno de los mejores exponentes de la
idiosincrasia de la Cúcuta de antes: buenas maneras, gran cultura, señorío,
honorabilidad y fina mamadera de gallo.
Don Alfredo Cabrera Serrano, falleció el domingo 12 de
abril de 2015.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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