Rubén
Darío Becerra Roa
(Escritor
y poeta venezolano, publicado en el periódico El Centinela, San Cristóbal, 09/08/1964)
El poeta
Eduardo Cote Lamus falleció en la madrugada del 3 de agosto de 1964 en un
accidente automovilístico
Después de grabar algunas ideas incoherentes al saber
la trágica noticia del silencio de uno de los mejores clarinetistas de la mitad
de este siglo, perteneciente a la Sinfónica Poética Colombiana, me dirigí a la
ciudad de Cúcuta para presenciar el último viaje del Poeta.
Cuando llegué a este Centro Comercial pude observar en
las paredes de las casas, gran cantidad
de avisos indicando el luto que embargaba a los colombianos y en
especial a los lugares trajinados por el insigne bardo.
Reinaba como de costumbre en las primeras horas de la
tarde un calor sofocante y se podía notar a simple vista mayor movimiento de
vehículos motivo por el cual, los apesadumbrados peatones cruzábamos con
dificultad las calles de este pequeño volcán en el que resonaban los clamores
de la parca gris.
Pasé por la gobernación cuyas pesadas puertas se
hallaban cerradas debido a que en esos momentos el féretro descansaba en la
espaciosa catedral situada frente al parque Santander. Nunca más triste la casa
de gobierno como en esos instantes en que se reflejaba la sombra de mi
esqueleto caminando sobre sus solitarias paredes.
Las melodías sagradas entonadas por un coro del
Conservatorio de Música de Cúcuta, se mezclaban con las roncas voces de los
prelados que estaban oficiando el culto de los muertos. Como la marca de
rostros sudorosos pálidos y compungidos, me impedía el paso, me vi obligado a
esperar durante cierto tiempo, fuera de la catedral.
Por fin con incontenible ansiedad en mi espíritu,
logré contemplar la urna que guardaba los despojos venerados del Poeta en
hombros de sus familiares y amigos íntimos. Un inspirado orador dejó escuchar
su voz elocuente dominando la impaciencia de la multitud. En seguida los
clarines y el redoble opaco de tambores, saludaron en fúnebre entonación, la
presencia del Poeta.
A continuación tres detonaciones de fusil, profanaron
la atmósfera quejumbrosa, llevando el eco de la pena, hasta el cielo enlutado. Mientras
sonaban las explosiones ensordecedoras, aumentaban la claridad diurna
iluminando las columnas del templo, que estaban engalanadas con unos paños
negros de forma rectangular y con una cruz blanca que cubría de extremo a
extremo, al uniforme oscuro de las pilastras de la catedral.
Al salir del recinto sagrado, me acerqué al sitio
donde se hallaba el Poeta, pero ya lo habían acomodado en la funeraria, la cual
tenía en su costado derecho, este rótulo distintivo: FUNERARIA YAÑEZ. Detrás de
la funeraria, estaba estacionado un lujoso automóvil negro con una bella
guirnalda perteneciente a la delegación venezolana. A los pocos minutos comenzó
la marcha de la caravana, escolta taciturna hacia la ciudad de Pamplona.
Muchas personas se situaron en las esquinas de la
capital fronteriza para despedir los restos mortales del llorado trovador. El
carro en que yo viajaba se movía a una distancia de una cuadra, con respecto al
vehículo de la parca, que brillaba como un espejo negro, reflejando los rayos
solares, simuladores de la tristeza reinante en aquellos momentos.
Encabezaba el desfile fúnebre un camión del ejército
en el que iban unos cuantos soldados, creo que del batallón García Rovira de
Pamplona, a continuación, lentamente el Poeta recorría por última vez el
trayecto que tanta veces oyó su cálido acento. Detrás del Poeta muerto, como
queriendo protegerle, corría precavidamente un camión llevando en su parte
posterior a varios policías con blancos cascos y miradas vigilantes.
Dirigí mi vista hacia el resto de la caravana que nos
venía siguiendo, calculando su número en más de un centenar de automotores. En
ellos traían todas las coronas de flores naturales y artificiales que había visto a la salida de la catedral.
La marcha del interminable ferrocarril opaco se detuvo durante algunos minutos
en el sitio donde perdió la vida el estimado Cote Lamus.
Continuó su camino el Poeta hacia el pueblo amado y al
encontrarme frente al lugar de la tragedia un sacerdote estaba de pie
protegiéndose bajo la sombra del árbol fatal. Dicho árbol presentaba en su
robusta contextura, las heridas causadas por el estrellamiento del vehículo, en
el que la muerte besó fríamente en un instante, los labios de la rosa montañés.
En este lugar apacible rodeado de robustos árboles fue
donde se escondió la muerte para esperar tranquilamente al Poeta, que venía de
Pamplona, dormido plácidamente, alimentando sueños para el otro día. La Garita,
trágico escenario del último aliento del Poeta, recordará siempre a los
viajeros que crucen sus dominios, la hora negra, la culminación de la jornada
terrestre del Clarinetista Colombiano, que dejó a sus contemporáneos y a
quienes desfilamos por los senderos de luces y sombras del vasto campo de la
poesía, un pentagrama de armoniosas claves que han de estimular a los
encargados de pregonar el amor, la
amistad y la grandiosidad del universo, al que afortunadamente no ha traído al
Rey Espacial, para que entonemos los himnos musicales, que ni la misma muerte
puede hacerlos desaparecer.
De ahí que al morir un ruiseñor, las ondas sonoras
aumentan de amplitud, propagándose rápidamente alrededor del planeta y
aterrizando felizmente, en los corazones que saben sentir y amar, las
manifestaciones espirituales. La marcha del Poeta continuó paulatinamente hacia
el pueblo, en el que había pedido que guardaran sus cenizas de bohemio.
Algunos choferes imprudentes trataban de acercarse al
coche fúnebre. Debido a esto la camioneta de Circulación y Tránsito de Cúcuta,
la cual iba delante del carro en que viajaba llevando como banderas al viento a
varios agentes de camisa blanca y pantalón azul, encargados del control en la
última etapa de nuestro amigo, se vio obligada a detenerse momentáneamente para
evitar accidentes de lamentables consecuencias. Un pobre cerdo que intentó
atravesar la vía, fue golpeado salvajemente por un carro de la caravana
quedando tendido y agonizante, el infortunado animalito.
El poeta viajaba tranquilo en su lecho de madera, al
ver la serenidad y la paz que imperaba en la floresta que abrigaba sus despojos
mortales. Nos aproximamos a La Donjuana y allí saludaban por última vez a su
inolvidable gobernador. En este trayecto se elevaban al firmamento, densas
columnas de humo, transportando las canciones del Poeta que pasaba por allí.
Antes de llegar a Bochalema, el techo triste del
pueblo en esta ocasión comenzó a llorar, y las lágrimas frías golpeaban
desafinadamente la carrocería que nos protegía, viendo como los parabrisas
entonaban sordos repiques semejantes a los que resonaban en mi corazón en aquel
itinerario fúnebre. Al llegar el Poeta al ramal que une a la carretera
Panamericana con Bochalema hizo un breve
descanso, rodeado de las muchachas del colegio de La Presentación de este
pueblo, y de gran número de nativos del lugar, para despedirlo con una oración
sincera y llena de fe.
Luego continuó la carrera final del ¨Lalo¨, como le
cantara un poeta de nuestro querido terruño, y esta vez se detuvo durante
algunos minutos, en el sitio llamado El Diamante. Aquí pude observar un grupo
de máquinas amarillas con una franja negra y oscuros títulos pertenecientes al
ministerio de Obras Públicas Departamentales. El Poeta los vio muchas veces
trabajar incansablemente en la tierra amada y gobernada bajo su cetro de bondad
y poesía juvenil, e inundada de recuerdos nacionales y extranjeros, indicando
la visión panorámica de su cerebro.
Una capilla situada en un recodo de este lugar
demostraba su señal de duelo, al tener frente a la entrada un Cristo de regular
tamaño, haciendo recordar al Poeta que él también fue otro Cristo en las
tinieblas que le envolvieron en su corta existencia, pero las cuales hoy se
arrepentían de haberle producido amarguras. Dos campanas pequeñas y enmohecidas
por estar a la intemperie, lanzaban en todas direcciones lastimeros
clamores, manipuladas por un mozalbete
con aire de satisfacción al verse mirado por los ojos apagados de los que
íbamos en la caravana. Unos perros alborotados comenzaron a gritar, recitando
un poema en su lenguaje natural, cuando ya el Poeta viajaba a unos cuantos
metros de la Capilla Diamantina.
De aquí en adelante pude ver una niebla espesa que
impedía la visión de los montes que bordean la carretera. Así era el luto de la
madre naturaleza, cuando el cadáver del ave va a la tierra. El Poeta sumido en
el sueño eterno, admiraba por última vez, los fértiles campos y las reses
imperturbables que muchas veces oyeron su voz de peregrino enamorado.
Por fin pude divisar el coche fúnebre corriendo frente
a la Central Eléctrica de Pamplona, y millares de luces opacas daban un aspecto
triste a la ciudad que un día antes le había visto departir cordialmente con
sus amigos y admiradores. Al penetrar la caravana fúnebre en Pamplona los
chillidos estridentes de las sirenas y cornetas, molestaban el sueño tranquilo
del Poeta. Los habitantes en sólido bloque humano esperaban la llegada del
Poeta, para rendirle los últimos honores. Las bandas de guerra y las órdenes de
los jefes se distinguían en aquel lago de lágrimas derramadas por los corazones
melancólicos de los pamploneses. Llevaron al notable bardo hasta la casa que le
sirvió de refugio, según me contaron es de una de sus hermanas.
Me retiré a casa de unas amigas, con el fin de
recordar viejos tiempos.
Eran como las ocho de la noche y soplaba una corriente
que parecía provenir del polo ártico. Pamplona a veces parece una nevera y al
llegar el ave a su nido aumentó el termómetro bajo cero, obligando al Poeta a
regresar a su morada tan estimada por él.
A las nueve y media, más o menos, me acerqué al lugar
donde dormía el Poeta. Pero como había una cola de unas dos cuadras de
impacientes amigos y curiosos, desistí de mi intento y volví a las doce de la
noche. Entré a la casa donde vivía el Poeta y pensé que allí iba a encontrar
una tumba lujosa adornada con brillantes cortinas y luz eléctrica, como se
acostumbra en los medios de cierta categoría, en nuestro medio ambiente. Pero
sufrí una impresión contraria a la que mi cerebro forjó. La cama de madera de
sencillez poco común, coloreada en su cuerpo central de un tono caoba y morado
oscuro en las aristas, y la ancha tapa que estaba levantada para poder mirar la
figura del durmiente arrullado en las olas de la eternidad, descansaba sobre
dos caballos de madera. Pude observar en las aristas, una fila de rosas grises
que le daban un matiz más triste al féretro.
Estaba entre cuatro pálidas velas y junto a éstas,
cuatro estatuas verdes con cascos azules, fusiles al hombro, y las iniciales PM
en la parte delantera del casco y en el brazo izquierdo de la guardia inmóvil.
Cerca de los pies del Poeta, una enorme mata verde se confundía con la estatua
que se hallaba en su proximidad.
Al irrumpir en el velorio, una señora cuarentona
rezaba el rosario, coreando el murmullo una escasa concurrencia; el frío de
Pamplona obliga a buscar pronto al amigo que nos abriga en cada noche. Jesús,
su mejor amigo lo miraba fraternalmente.
La casa uniformada de blanco y con negros ventanales,
es de estilo español moderno. En el costado izquierdo, enseguida de la sala
situada a la entrada de la casa, existe un hermoso jardín de variadas y lozanas
flores, iluminado por algunos faroles sostenidos por cadenas negras de unos
cincuenta centímetros. Yo no recé el rosario, pero mentalmente elevé una
oración al estimado Poeta, que dice así:
Ya olvidé
rezar el rosario,
mas elevo al
Creador del Universo,
un poema
desprovisto de lodo
del barro de
mi corazón,
para que te
conduzca,
con luz
esplendorosa,
brotando de
su espíritu radiante,
un poemario
de rosas extraterrenales.
Así es mi
rezo, mi débil aliento,
de inveterano
poeta,
contemplando
tu rostro angelical.
Efectivamente, el Poeta sonreía extrañamente, no
parecía muerto, sino que tenía el aspecto de un niño cuando duerme al arrullo
de una canción de cuna. Se notaban las huellas en el pómulo izquierdo, la mano
derecha y en los dedos de la mano izquierda, del accidente inesperado.
La casa donde reposaba, me parecía un nido de algodón,
construido en el árbol pamplonés, que lo acogió bajo sus cálidas ramas. Era la
casa de un Poeta y por lo tanto las rosas, los libros y algunos cuadros de
personajes, en la que Estoraques estaba solitario en un rincón, al encontrarse
ausente el ser que lo trajo al mundo.
Al día siguiente martes, me levanté temprano y me
sorprendió la frescura de la mañana pensando lo bello que es respirar en un sitio
como éste. Recordé que el poeta Cote
Lamus estaba muerto entonces me dispuse convenientemente para asistir a los
honores póstumos.
El entierro comenzó como a las diez y media de la
mañana. Yo me situé en una esquina de las terciarias para poder presenciar el
último viaje del Poeta. Los colegios de la ciudad y otros que vinieron de
diversas regiones de Norte de Santander, formaron en cada acera de las calles
por donde iba a pasar el Poeta, dos largas filas, en las que habían jóvenes de
ambos sexos. Llevaron al difunto enamorado, hasta la catedral de Pamplona. Allí
repitieron lo del día anterior en Cúcuta.
Después de impaciente espera, vi venir el cortejo
rodeado de familiares, amigos y admiradores. Las bandas de guerra saludaron por
última vez al poeta montañés, recordando en
aquellos momentos, el canto del marimbero nicaragüense:
Ya viene el
cortejo!
Ya viene el
cortejo!
Ya se oyen
los claros clarines,
los claros
clarines de pronto
levantan sus
sones…
Allí se respiraban aromas de todas clases; se veían
rostros mundanos de lágrimas de espectadores de todas las clases sociales.
Funcionarios de gobierno, delegaciones de otros lugares del país y de
Venezuela, se dieron cita en esta tranquila ciudad, para dar el último adiós al
inolvidable Poeta. Gran cantidad de mujeres
enlutadas y hombres cubiertos con trajes oscuros, desfilaron ante mis
ojos atónicos, ante semejante movimiento humano.
Incluso enemigos políticos del gobernador estuvieron
presentes en la inhumación de sus restos, expresando el sentido pésame y quizás
arrepentidos de las injurias preferidas en vida contra la gaviota que nunca
guardó rencor para con ningún prójimo.
Era el mejor homenaje que estaba viendo hasta la
fecha, y que tal vez, no volveré a contemplar.
Muchas coronas, tejidas con amor y sinceridad,
adornaban al Poeta de la tierra y de las rosas. Cubría a la urna que proclamaba
la sencillez del Poeta, la bandera del tricolor patrio, dando la sensación de
que había muerto un héroe de la guerra. En realidad a su manera fue un valiente
soldado en la lucha de la vida; con su corazón de oro y su pluma ágil y
vigorosa, dejó una de las más bellas páginas de las letras contemporáneas en la
hermana república de Colombia.
Al llegar la procesión fúnebre a la iglesia del
Humilladero, más de cinco oradores conmovidos y enardecidos, vaciaron ríos de
elogios y melodías poéticas, para el Poeta de la barba de peregrino enamorado,
y la mirada profunda y filosófica.
Después de haber hablado los oradores, procedieron los
sepultureros a la operación ya conocida por todos. En el costado izquierdo
fuera de la iglesia del Humilladero, pude ver en una tumba fresca, como a dos
metros del suelo, un cuadro con mezcla amarilla, que esperaba la lápida
metálica o pétrea que dijera: AQUÍ YACE EL POETA COTE LAMUS.
Las coronas que adornaron al Poeta extinguido, fueron
llevados por los devotos, para dejarlas sobre la sepultura del querido Poeta.
Al retornar a San Cristóbal meditaba: Cote, en polvo
te has convertido, pero tú eres más que polvo,
vives en nuestro espíritu, y la muerte tiene la rara virtud de aumentar la
intensidad de tu reflector que brilla ahora en las tinieblas que nos rodean en
el presente.
Al llegar a La Garita quise mirar por última vez el
árbol que ahora es sinónimo de luto y que cobró vida, porque mató a un poeta. Lo
habían cubierto con algunas coronas colocadas en el lugar del siniestro por
allegados al Poeta, en señal al respeto y solidaridad en su viaje prematuro al
infinito.
Esto me hizo pensar que detrás de las flores se puede
encontrar la muerte. Detrás de los labios de un poeta hierve la tristeza y la
fatalidad que la mayoría de los mortales no pueden comprender, porque son
sentimientos íntimos que solo otro poeta puede interpretar a cabalidad.
Pensaba que las mejores oraciones por el alma de un
poeta, eran las palabras del amor, eran poesías que tuvieran sabor de eternidad
y aromas de primaverales jardines, que no estuviesen manchadas por las manos
sucias de los hombres.
Pensaba tantas cosa que ya no sabía lo que pensaba…
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
Hermoso blog, hermanoGastòn
ResponderEliminarAL HERMANO Y AMIGO GASTON BERMUDEZ
ResponderEliminarLE AGRADEZCO SU FELIZ INICIATIVA DE ESTE REENCUENTRO EN EL ESPACIO TIEMPO SIDERAL,EN LA EVOCACION DEL TRANSITO FINAL DEL ILUSTRE POETA COLOMBIANO ,EDUARDO COE LAMUS ,A QUIEN RENDI UN HOMENAJE POSTUMO EN SU ITINERARIO FUNEBRE , EN EL MES DE AGOSTO DE 1964...
GRACIAS HERMANO GASTON BERMUDEZ , POR LA PUBLICACION DE ESTE TRABAJO EN SU VALIOSA PAGINA DE "CRONICAS DE CUCUTA " ,COMO UN APORTE A LA MEMORIA PERENNE DE ESTE GRAN POETA QUE SE MARCHO A TEMPRANA EDAD,DEJANDO LA HERENCIA DE SU POESIA LUMINOSA A LOS HIJOS DEL PLANETA ,COMO TESTIMONIO DE SU PRECIOSA JORNADA TERRENAL.....
RUBEN DARIO BECERRA ROA
POETA SIDERAL
LOMAS DE TOIQUITO ,TACHIRA, VENEZUELA ,11 DE OCTUBRE 2016..( Fono 02763910260 )
Hermano Gastòn, te felicito ,este blog està siendo divulgado por varios poetas del Tàchira ,entre ellos, Josè Antonio Pinto ,en TACHIRA LITERARIA...Esta esta pàgina en facebook....Saludos....
ResponderEliminarCorrijo, es Josè Antonio Pulido Zambrano, quien dirige TACHIRA LITERARIA...La puedes ubicar en facebook...
ResponderEliminarODA A CUCUTA
ResponderEliminarAl amigo Gastòn Bermùdez V.
5 DE FEBRERO DE 1956.
CONOCI TU CALIDA VESTIDURA
EN EL ALBA DE MI ADOLESCENCIA
TE VI POR PRIMERA VEZ
DE LA MANO DE MI PADRE
DICIENDOME :EL CALOR
DE ESTA CIUDAD
SANA EL CUERPO Y EL ALMA
DEL VIAJERO ATRIBULADO.
CUANDO EN MI CABEZA
GIRABAN TROMPOS ,METRAS Y COMETAS ,
MI PADRE ME TRAJO DE MICHELENA
TARIBA Y SAN CRISTOBAL ,
A TU REGAZO MATERNAL
PARA DARME A CONOCER
EL NECTAR DE TUS FLORES
LA DULCE Y SEÑORIAL PAMPLONA
DE MIS AMORES ENTRAÑABLES...
TU CUERPO EXTENDIDO
EN EL VALLE JUNTO AL RIO
RECIBE EL BESO
DEL SOL ENAMORADO..
EL VIENTO CANTA EN TU PECHO
RELATANDO HISTORIAS LEGENDARIAS
DE TUS HIJOS BIENAMADOS..
TU DORADA CABELLERA
ACARICIADA POR EL SOL
ME HABLA DEL AROMA DE LAS FLORES
DEL CALOR
DE TUS HABITANTES
EN MEDIO
DE LOS ARBOLES
CANTARINOS..
CUCUTA.CUCUTA,
CUCUTA ,
HERMOSA HIJA DE COLOMBIA
ROSA PRIMOROSA DE AMERICA
PORTAL RADIANTE CONTINENTAL...
EN EL CORAZON DE MI PATRIA
REINAS POR SIEMPRE
EN ESTA CANCION SIDERAL
CON ACENTOS DE AMOR
Y RESPLANDOR UNIVERSAL..
RUBEN DARIO BECERRA ROA
POETA SIDERAL
Del libro inèdito "Cantares Michelenenses"
febrero 2008
Lomas de Toiquito,Tàchira ,Venezuela ,13-10-2016
HERMANO DR. GASTON ,EN AGOSTO NOS LLEGA CON MAS INTENSIDAD EL RECUERDO DEL GRAN POETA EDUARDO COTE LAMUS. ESPERO TENGA SALUD JUNTO A SU QUERIDA FAMILIA...VOY A BUSCAR ESTA PUBLICACION QUE USTED TUVO LA GENTILEZA DE HACER EN LA OPINION DE CUCUTA...
ResponderEliminarEL MARTES 3 DE AGOSTO 2021, EL POETA COTE LAMUS CUMPLE 57 AÑOS DE SU SENTIDA AUSENCIA....
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