Carlos L.
Vera Cristo
Palacio
de Justicia Francisco de Paula Santander, sede del Tribunal Superior del
Distrito Judicial de Cúcuta y del Tribunal Administrativo de Norte de
Santander, del Área metropolitana de Cúcuta y la Fiscalía General Seccional
Norte de Santander.
Inevitablemente el tema
trae a quienes ya éramos algo más que adolescentes por entonces una sensación
de juguetona nostalgia. Me recordé como si fuera ayer cuánto se divertía mi
padre, refutando los argumentos vehementes con que a los 12 años yo defendía que
Cúcuta tenía más derecho que Pamplona a ser sede del Tribunal Superior del Distrito Judicial.
Para todo el que se
sorprenda por tanta precocidad legal, diré que el argumento era frecuente entre
los amigos médicos y abogados que frecuentaban nuestro ambiente familiar. Y
naturalmente desembocaba en una discusión similar sobre dónde debería estar la
sede episcopal, que también ostentaba Pamplona.
Me refiero a la crónica
No. 1175, escrita por Carlos Eduardo Orduz en el interesantísimo blog CRÒNICAS
DE CÚCUTA, que recopila Gastón Bermúdez. Blog que creo ya es referencia
obligada para quienes quieran conocer la historia de nuestra ciudad. La 1175 versa
sobre la historia del finalmente logrado Tribunal Superior del Distrito Judicial de Cúcuta y ha
originado diferentes inquietudes sobre los temas de las sedes en los lectores
que la comentan.
Desde el comienzo, el
autor de la crónica deja entrever lo extraño de que se hubiera preferido a
Pamplona para ser sede de dos de las más importantes instituciones
departamentales, que casi siempre están situadas en la ciudad capital. Y con
picaresca que me hace sospechar que es pamplonés, la termina con la famosa
amenaza del respetado canónigo Rafael Faría, cumbre humanística de la diócesis
de Pamplona de la época. Quien, ante la insistencia de Cúcuta para quedarse con
el Tribunal Superior y aprovechando el hecho de que el río recibe, antes de
salir para Cúcuta, las cañerías de la ciudad mitrada, sentenció: “Si los
cucuteños siguen molestando, le cambiamos el curso al Río Pamplonita para que
tengan que ir a comer miércoles a otra parte.”
Con añoranza sincera, me gustaría
compartir un comentario que dirigí a don Gastón Bermúdez con la esperanza de
contribuir al tema.
Apreciado Gastón: Interesantísimo lo que se ha anotado sobre
el Tribunal Superior del Distrito Judicial de Cúcuta. Aún recuerdo la risa que
les causó a los estudiosos e intelectuales pamploneses la ocurrencia del Padre
Faría, autor de un reputado libro de religión que estudiábamos durante el
bachillerato de los años 50 y 60, siglo XX. Ahora bien, peor por ejemplo, les
va a los de Manaos que tienen que recibir igual sustancia de Iquitos y de
Leticia; de manera que el asunto no es para tanto.
Desde luego los pamploneses estaban muy
molestos porque el tribunal cucuteño le quitaría importancia al pamplonés. Pero
como el desarrollo exige, era apenas lógico que se creara ese Distrito Judicial,
así ello molestara a los cultos pamploneses. Entre los cuales estaba mi padre,
quien debo reconocer que a pesar de mis escasos 23 cucuteños años, me aceptó
que no podía haberse obrado de ninguna otra manera.
Por haber sido bautizado en Pamplona,
otra hubiera sido mi actitud si se hubiese pretendido quitar la sede episcopal
a la ciudad mitrada. Pero esto por fortuna ya era más difícil y desde luego
innecesario teniendo en cuenta las diferencias que hay entre lo mundano y lo
espiritual. Lo cual lleva a analizar la cuestión de por qué le dieron la sede
episcopal a Pamplona.
Yo viví allí en 1948, teniendo el honor
de estudiar en el Liceo del niño Jesús de Praga, de Doña Luisa María Cortés,
que pocos años después don Gastón Bermúdez honraría con su presencia. Y en mis
primeros 30 años de vida nunca dejé de pasar gran parte de las vacaciones en la
noble ciudad. Recuerdo de ella, dada la exquisita cortesía y calidez humana de
sus pobladores, y más aún de sus pobladoras, épocas tan felices (¿quizás más?)
como las vividas por entonces en Cúcuta.
Buscando el porqué de los hechos que
llevaron a la escogencia de sede, hay, que recordar que la historia no comenzó
en el 2017, ni en 1960, ni siquiera en 1948. Parece que se ha expresado la duda
de si Pamplona fue antes que San José de Cúcuta, así que es del caso repetir
los años respectivos de fundación: Cúcuta, hacia 1733 y Nueva Pamplona (para no
confundirla con la española) hacia 1.555.
Pero además, cuando Guasimales todavía
no sería de Doña Juana, y probablemente no habría ningún blanco por su
territorio, ya las autoridades coloniales habían definido el territorio de
Nueva Pamplona como parte de la Provincia de Tunja, una de las primeras en la
Nueva Granada. Y ya por esa época la ciudad principal de dicho territorio tenía
convento de monjas de clausura, para no hablar de parroquia, a la cual como no
hace mucho nos indicaron los historiadores de "Crónicas de Cúcuta",
pertenecería el caserío de Cúcuta.
De manera que en 1835 cuando fundaron la
diócesis, hubiera sido muy raro que Cúcuta, a pesar de su constante progreso,
hubiera tenido mucha posibilidad de haber sido escogida.
En mis primeros 18 años, no imaginé
ningún obispo distinto de monseñor Rafael Afanador y Cadena, santandereano, que
lo fue de 1916 a 1956, por mucho el más largo período entre sus pares de la
diócesis. Era un hombre de aspecto y porte extremadamente bondadosos, muy
querido por sus feligreses. En la época en que yo frecuenté y gocé esta
entrañable ciudad, el cabildo canónico estaba constituido por eminentes y
sabios sacerdotes: el mencionado Faría y los monseñores Sarmiento y Cortés
entre muchos otros, así como literatos del estilo del padre Grillo, rebelde y
dizque hasta liberal en esa época.
La diócesis era tan extensa, que luego
cedió terrenos para las diócesis de Socorro y San Gil, Barrancabermeja, Tibú,
Cúcuta y otras prefecturas que fueron convertidas en diócesis. Su merecida
promoción a arzobispado le devolvió jurisdicción sobre algunas de ellas. Varios
de sus arzobispos fueron después insignes líderes de la iglesia nacional, incluido
el antioqueño Aníbal Muñoz Duque, que llegó a primado de Colombia y creo que a
cardenal.
Siendo yo universitario que daba unas
charlas en Pamplona sobre las bondades de la justicia social predicada por León
XIII, monseñor Afanador y Cadena me hizo el honor de abrir la puerta del balcón
principal del palacio y mostrarme desde allí la plaza Agueda Gallardo. Me han
dicho que algunos preguntaban quién era el prelado que estaba ahí conmigo, pero
no me consta.
Se ha mencionado que el hecho de que la
carretera Cúcuta-Pamplona no llegaba a esta última ciudad, pudo influir en la
escogencia. Lo creo muy dudoso. Desde la colonia existía uno de los primeros
senderos nacionales, el camino
real en el centro-oriente del Nuevo Reino de Granada, que permitía
transitar sin interrupción de Bogotá a Caracas, pasando por Tunja, Soatá,
Pamplona, Cúcuta y Mérida. Bolívar lo transitó varias veces.
Según me contaban los mayores, la carretera Central del norte (también
llamada Troncal del Norte) fue
construida siguiendo los trazos de ese camino. La ordenó Don Tomás Cipriano de
Mosquera siendo presidente por 1846, (pocos años después de la creación de la
diócesis de Pamplona) pero la empezó a cristalizar el general Rafael Reyes
hacia 1916, por tramos independientes iniciados en cada una de las regiones que
surcaba, o sea Cundinamarca, Boyacá, Santander, etc…
En ese año el tramo de Cundinamarca ya
estaba prácticamente hecho, y se habían iniciado otros, incluido
Cúcuta-Pamplona, que no estaba terminado, lo que confirma que la carretera en
sus inicios no llegaba hasta Pamplona.
Pero esto fue como ochenta años después
de fundada la diócesis, hecho que ocurrió cuando el camino real unía todas las regiones
sin ningún problema. Sospecho que este camino era mejor de lo que, al menos
hasta hace unos años, estaba la mencionada troncal, muy venida a menos tras la
adecuación de la vía a Bogotá por Bucaramanga, hacia finales de los cincuenta.
Quizás algunos recuerden, como yo, que
sus padres o abuelos les hayan contado que el tren de la frontera llegaba
solamente hasta el Diamante. El camino de su carrilera persistió, entre la finca
que se llamaba "La Armenia" y puente Raizón. Conozco los datos
porque en esa finca pasábamos vacaciones de muy niños en compañía de los Casas,
del inolvidable médico doctor Pablo E. Casas. Su hijo mayor y gran amigo y
ciudadano, acaba de morir.
Me los contaron los dueños de la finca,
Don Julio Vale Villar y su esposa Aurora, venezolana pariente del obispo de
Mérida y del ministro de educación de don Juan Vicente Gómez, antes de que yo
naciera, desde luego. Digo que el pariente de doña Aurora era ministro antes de
que yo naciera, no que me los contaran antes de que yo naciera.
Además, me los contaron los campesinos
viejos de la zona y mi padre. Años después, hasta la década de los
treinta, la carretera también por bastante tiempo solo llegó hasta El Diamante.
Entre viejos papeles, encontré un
artículo del periódico El Tiempo, firmado por Félix Leonardo
Quintero, de septiembre 1 de 2002, en el que hay referencias de mucho interés
sobre las primeras vías entre Bogotá y Venezuela. Existe además una
especie de manual del departamento sobre esta carretera troncal, en el que
seguramente se pueden comprobar los datos.
Yo lo leí hace años, porque esa
carretera me es muy querida, puesto que la transité en 1958 en el carro de la
gobernación del Norte de Santander, cuando mi padre nos invitó con mi hermana
Nena a acompañarlos a él y a su secretario de obras públicas el doctor
Germán Hernández, distinguido cucuteño, hijo de don Benito Hernández Bustos,
pamplonés, que fue ministro de varias cosas durante los gobiernos de A. López
Pumarejo. Un viaje por carretera sin pavimentar, de eximios paisajes y todos
los climas, pasando por Pamplona, Chitagá, Soatá y Tunja, del cual recuerdo
tres cosas especiales:
Primera, las "sopas" o changua
con bastante pan de agua pamplonés y huevos pocheados, que tomamos en una fonda
a la salida de Pamplona. Segunda, la emotiva parada en la lápida que
conmemoraba el sitio en donde don Benito había perecido en un accidente aéreo.
Y tercera, la visita que hicimos con mi padre al Dr. Laureano Gómez, entonces
recién regresado de su exilio y convaleciente, quien, a pesar de lo que me
habían prevenido mis tíos y primos Colmenares y Cristo, me impresionó por su
amabilidad, su sapiencia y su actualización en temas de ciencia y religión que
yo creía que las personas de 78 años (nos mencionó su edad) ni siquiera
conocían.
Yo tenía entonces 19 años y el viaje por
la carretera nos tomó tres días en cada sentido, haciendo dos paradas, no
recuerdo dónde.
Durante este viaje mi padre me contó que
en 1927 todavía no existía la carretera sino el antiguo camino colonial y que
él, en compañía de varios compañeros, tuvo que recorrerlo a mula para
trasladarse de Pamplona a Bogotá a iniciar sus estudios de Medicina. Les daban
de a revólver a cada uno por si las moscas, y salían en compañía de los
arrieros en un viaje de una semana, tras lo cual llegaban a Girardot, en donde
ya comenzaba la carretera hasta Bogotá. Solamente venían a vacaciones cada tres
años.
Se me ha olvidado si me dijo cuando
quedó terminada toda la carretera. Pero si se piensa que Don Tomás Cipriano la
planeó en 1845, el general Reyes la vitalizó en 1916 y en 1927 todavía no
estaba terminada, podemos hacernos una idea de que en ese entonces también los
pobres funcionarios tenían grandes dificultades para completar sus promesas.
Me ha llamado mucho la atención que en
una entrevista televisada que me enviaron, escuché decir al doctor Juan Manuel
Santos que habían disminuido el tiempo de viaje Cúcuta-Pamplona a tres horas.
Es una buena hazaña, pero habría que cambiar el término "disminuido"
porque en 1948 yo iba con mis padres en hora 45 minutos y la última vez, en
1998, con mis hijos en hora y veinte minutos. Si costó cincuenta años disminuir
en veinticinco minutos la duración del viaje, podemos imaginarnos lo que habrá
costado aumentarle ciento treinta en solamente diez y nueve años.
El gobernador Vera de 1958 y su
secretario Hernández culminaron con éxito las gestiones que habían motivado su
viaje. Por ese entonces el Doctor Virgilio Barco Vargas era ministro de obras
públicas y se portó de manera exquisita con todos nosotros además de
facilitar en cuanto pudo, según me contó mi padre, las gestiones que ellos
iban a llevar a cabo.
Creo interesante resaltar que mi padre era
conservador y tanto el doctor Hernández como el doctor Barco eran liberales.
Por cierto, aprovecho para registrar con gratitud el hecho de que el doctor
Virgilio hubiera reinstalado la vía Medellín-Cúcuta por el Carare en lugar de
la vuelta a que nos obligaban pasando por Bogotá. Disfruté, entre los ochenta y
el dos mil, varias veces por año, esta encantadora
carretera, en compañía de mi esposa e hijos.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
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