Sara Barrera
(La Opinión)
Por primera vez, en Norte de Santander, la celebración del Día de la Madre será atípica. Las medidas adoptadas por la llegada del coronavirus a la región no permitirán las aglomeraciones en las viviendas, centros comerciales ni restaurantes, como era costumbre.
Este domingo (31 de mayo 2020), tampoco son permitidos los abrazos ni los besos u otras muestras de afecto, como consecuencia del aislamiento social y el distanciamiento físico.
La emergencia generada por el coronavirus ha hecho que nos tengamos que reinventar hasta para hacer una celebración familiar.
Sin embargo, nada puede impedir que ellas sean homenajeadas y exaltadas por su loable entrega. Su celebración no podía dejarse pasar por alto.
La Opinión les hace un reconocimiento a estas mujeres que se han tenido que reinventar para superar, junto a sus hijos, las crisis que la vida va poniendo en su camino y como era de esperarse, una pandemia no les quedó grande.
Sin importar la profesión, ellas tomaron las riendas en sus hogares, cumpliendo el rol de maestras, doctoras, enfermeras, emprendedoras y luchadoras incansables que sin importar el sacrificio que deban afrontar han decidido ponerse en primera línea de batalla contra el coronavirus por la defensa de sus hogares.
Mamá que ahora es maestra
Lidia Mercedes Padilla, es el ejemplo de miles de mamás que tuvieron que asumir nuevos retos en este tiempo de pandemia, como el de ser la maestra de su hija de seis años.
Esta aguerrida mujer, afronta con valentía los desafíos que trajo consigo el coronavirus, porque además de estar pendiente de las labores domésticas, emprender con sus ideas de negocio y ser quien edifica su casa, ahora es la tutora encargada de la enseñanza de la pequeña Carol Gabriela.
“Es cierto, es complicado porque uno estaba acostumbrado a definir el tiempo de formas diferentes para tener el almuerzo, el aseo y las otras labores que uno hacía. Pero ahora, los niños requieren una atención especial en la enseñanza y aunque nadie estaba preparado para ello, se le ha hecho frente”, cuenta Padilla.
Admite que la administración de sus quehaceres cambió de prioridad y aconseja a sus ‘colegas’ que también lo hagan, porque, aunque son tiempos distintos, la importancia de la enseñanza no solo en matemáticas, lengua castellana y sociales, sino de valores y acciones esenciales de la vida, no se deben pasar por alto, puesto que quizás la vida no vuelva a otorgarles este tiempo que ahora disfrutan con sus hijos.
Mamá en primera línea
Ana Lorena Sánchez es una heroína con careta y traje de mayo. Médica de profesión y mamá por elección, se encuentra en la primera línea de atención a los pacientes que ingresan a las unidades de cuidados intensivos.
Por más de 21 años se ha desempeñado en el campo de la medicina, en Cúcuta, tiene dos niñas una de nueve y otra de seis años, pero este 2020 tuvo que emprender dos de los más grandes retos de su vida.
El primero, atender pacientes en medio de la pandemia por la COVID-19, el segundo, ver muy poco a sus hijas para protegerlas de un posible contagio.
“Es complejo, porque uno sabe que no puede dejar de trabajar, así quisiera. Tuve que comprar mis elementos de protección, porque no me los suministraron a tiempo, esto tratando de evitar ser portadora del virus y llegar a contagiar a mi familia que es el principal temor”, asegura Ana Lorena.
Además, tuvo que adaptar nuevos hábitos a su vida. Ahora, cada vez que llega a su casa, después de extenuantes jornadas de trabajo, debe cambiar su ropa, desinfectar los zapatos y, tal vez lo más difícil, no saludar a sus hijas de beso y abrazos.
Sin embargo, Ana Lorena todos los días se desborda en agradecimientos hacía Dios, su mamá, su esposo e hijas por la comprensión y el apoyo que recibe en esta situación.
Mamás incansables
Son cientos de historias de mujeres que como lo dice el himno del departamento “de Norte bravas hijas”, con berraquera han luchado incansablemente para sacar adelante a sus hijos.
Un ejemplo de ellas es Gloria Fuentes. Esta cucuteña madre soltera de cinco hijos se ha reinventado una y otra vez para no desamparar a ninguno de ellos y ofrecerles un futuro digno.
Hoy, con 59 años y todos sus hijos ya mayores y con hogares formados, cuenta con alegría que su arduo trabajo como vendedora informal y ahora con un emprendimiento en la venta de pasteles tuvo grandes resultados. Pero en contraste con este cuadro de felicidad hay un pasaje triste ante la muerte de uno de sus hijos.
Sin embargo, esta la pérdida impulsó a llevar su negocio a casa. “Por 20 años trabajé en la antigua sexta, luego de la muerte de mi hijo decidí iniciar mi negocio en casa con la venta de pasteles y me ha ido bien, mi hija menor es quien me ha apoyado en estos últimos tiempos, aunque ellos no quieren que siga trabajando, pero si no lo hago me enfermo”, recuerda.
Gloria sigue luchando por su futuro y aunque el cansancio a veces la agobia señala que su rutina de vida debe seguir por su sustento y el de su familia.
Maestra y mamá por vocación
Laura Barrera ejerce una de las profesiones más valoradas en el mundo y que muchos padres están envidiando en este momento porque nace de la vocación: es profesora.
Mamá de una niña de ocho años, Laura, tuvo que redoblar esfuerzos durante este periodo de aislamiento obligatorio además de ajustarse a las nuevas dinámicas que implican trabajar desde casa, ayudar a su hija en sus estudios y de colaborar con los quehaceres del hogar.
La pandemia provocada por la COVID-19 trajo muchos cambios abruptos para los que la sociedad no estaba preparada, uno de ellos el cierre de los colegios y la necesidad de continuar con las clases desde casa.
“El trabajo como maestra ha traído nuevas exigencias, mayor dedicación y, en parte, se ha logrado el desarrollo de algunas competencias a través de esta mediación tecnológica”, asegura la docente.
Pero deja entrever el sinsabor de no poder traspasar barreras y ayudar a aquellos que, por distintas condiciones, familiares o económicas, hoy no pueden acceder y a la vez cumplir con las nuevas exigencias a las que nos estamos enfrentando.
La espera de ser madre en cuarentena
Cuando Amelia Leal, de 27 años, se enteró que estaba embarazada sintió que la felicidad no le cabía en el cuerpo, porque justo cuando cumplía un mes de casada, su primer propósito era realidad.
Para su esposo la dicha fue igual. Pero de pronto la pandemia lo cambió todo y por eso reconoce que su primogénito hará parte de una generación absolutamente distinta a las conocidas hasta ahora. “Mi hijo nacerá en una época difícil, a veces es imposible no sentir miedo por el futuro, pero debemos ser positivos y creer que hará parte de una nueva generación. Todo ha dejado de ser convencional. Mi trabajó lo trasladé a mi casa y salgo solo a las citas médicas de ser necesario”, dice.
En esos momentos de incertidumbre, Amelia se refugia en los movimientos que hace su pequeño dentro del vientre, que le dan esperanza y fortaleza.
“No imaginábamos que viviríamos un embarazo así, todos estábamos muy ilusionados y teníamos planes para compartir con amigos y familia, pero la vida nos tenía preparados otros planes. Afortunadamente tanto el bebé como yo, estamos bien”, cuenta.
Y es que además del aislamiento preventivo obligatorio, ha tenido que lidiar con enfermedades propias de un embarazo y que le han hecho flaquear sus fuerzas en varias ocasiones. En esos momentos de debilidad y agotamiento lo que más ha extrañado es a sus familiares y amigos a quienes solo ha podido ver a través de una fría pantalla, en ‘visitas virtuales’ por video-llamadas.
Amelia espera que antes del nacimiento pueda ver a sus padres y hermanos un poco más cerca, puesto que, aunque también viven en la ciudad, han debido mantenerse alejados de ella y del bebé en gestación, por precaución sanitaria.
En unos tres meses Amelia Leal dará a luz a su hijo. Mientras llega ese momento trata, junto con su esposo, de mantenerse lo más positiva posible y resguardase de cualquier posible exposición ante el virus.
Algo que también llegó a marcarle su vida, es que hoy será el primer Día de la Madre radicalmente distinto al de otros años, sin ninguna celebración en especial, y en el que dará gracias por estar todos sanos.
“Quizás el próximo año la vida nos permita tener una mejor celebración y, lo más importe, compartir con quienes más queremos y poderles dar un abrazo”, dice en referencia a este tiempo tan particularmente extraño en el que besar, abrazar y estrechar la mano dejaron de ser una expresión de natural de un ser social, a una acción de alto riesgo para la salud.
La travesía de una madre
Hace 19 años que desaparecieron a su hija en Ocaña y a largo de todo ese tiempo María Esperanza ha sido puntual en ir a las audiencias y citas de Justicia y Paz para preguntarles a los paramilitares por ella. Y aunque su esfuerzo ha sido infructuoso hasta ahora, dice que no cederá en esa batalla, mientras se refugia en el consuelo de vivir con su nieto, una promesa del vallenato.
El 25 de septiembre de 2001, Lady Johana salió y nunca regresó a casa. Ante esa situación, María decidió acudir al Ejército, y después de hacer algunas averiguaciones le dijeron que posiblemente los paramilitares tenían a su hija, que al parecer era la guerrilla.
“Yo la buscaba por negocios, bares, prostíbulos y nada de nada. Pasó el tiempo y yo les dejaba notas escritas a los paramilitares, en las que les preguntaba por mi hija, pero nada, no decían nada”, narra.
Después de cinco años se enteró de que, a John, el comandante de los paramilitares en Ocaña, lo habían capturado. De ahí en adelante su vida la dedicó a asistir a las audiencias y citas de Justicia y Paz, buscando que alguien le dijera dónde estaba Lady Johana.
Según María, en una de esas audiencias, John confesó que a la niña la habían matado 15 días después de habérsela llevado (el 10 de octubre de 2001), y que su cuerpo se encontraba en un predio llamado Piedra Partida, pero que él no estaba en Ocaña cuando la asesinaron, que el crimen lo había cometido Diomedes.
“Yo he ido a Piedra Partida, he escarbado y revisado y nada”, asegura María.
“Antes yo quería hasta matar a John, que es el único que vive de los que tuvieron que ver con lo que le pasó a Lady, no solo porque ellos la desaparecieron y mataron, sino porque no me entregan su cuerpo, pero el tiempo se ha encargado de cerrar las heridas y, gracias a Dios, tengo un nieto que me dejó Lady Johana, y digamos que eso me da un poco de consuelo”, admite Esperanza.
Se trata de Carlos Andrés, de 19 años, que en dos meses culmina el bachillerato. “Es cantante vallenato, un talento heredado de Lady Johana, incluso grabó un sencillo y quiere estudiar producción musical; es un buen muchacho, serio, trabajador, se gana la plata cantando”, dice orgullosa su abuela.
María Esperanza continúa con su trabajo en la Alcaldía de Ocaña, donde se desempeña como secretaria desde hace 37 años. “Colaboro con la gente haciendo tutelas, hace poco me dio por estudiar Derecho y llevo cuatro semestres en la Universidad Autónoma del Caribe, en la sede de Ocaña, aunque el último semestre me tocó postergarlo”.
Eso sí, dichas ocupaciones no le hacen olvidar la labor que lleva en el alma: seguir buscando el cuerpo de Lady Johana, la hermosa niña, inteligente, bailarina y cantante que la guerra le arrebató.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
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