Lo que no contaba Colón, era que en medio del trayecto se encontraría con un inesperado pedazo de Tierra que desagradecidamente se llamó América y no Colombia como merecía. Pero bueno, este antecedente viene a cuento para ambientar nuestra crónica que hoy se centra en una de las figuras relevantes de nuestra región y que poco se menciona a pesar de su legado espiritual y de la transparencia de sus actos, todos ellos buscando el mayor beneficio de la sufrida población de su pueblo natal. El padre eudista José Demetrio de Jesús Mendoza Rueda era el típico sacerdote que ejercía como párroco de principios del siglo veinte en las ciudades importantes de Colombia –y de la mayoría de los países hispánicos de América- en donde ejercía una autoridad, en muchos casos superior a la civil o a la militar o ambas. Dicen los historiadores, que la curia basaba sus argumentos para ejercer el poder, en la delegación que recibían de Dios directamente y que los facultaba para enviar, sin más, al infierno a quienes violaban los mandamientos o realizaban actos inmorales.
Dicen que era de carácter intransigente, pero dicha actitud la asumía cuando consideraba que tenía la razón o cuando quería imponerse a sabiendas que su propuesta era la más benéfica o la mejor para los intereses de quienes la requerían.
Una serie de anécdotas que ubicamos a mediados del año 22 del siglo pasado, que fueron de las primeras peleas que tuvo el padre Mendoza y que le representó el comienzo de sus indisposiciones, tanto con el clero como con las autoridades civiles y especialmente con la prensa, que por esos días comenzaba a tener influencia notoria en el devenir de los acontecimientos de la nación. Todo comenzó por una decisión tomada por el alcalde Tomás Jordán de desalojar a las trabajadoras sexuales, las prostitutas de entonces y confinarlas en los extramuros de la ciudad, donde al decir del periódico La Mañana estaban en situación lamentable, por cuanto las condiciones que allí tenían eran de lo peor y que tal decisión había sido impartida a petición del padre Mendoza de quien el alcalde era incondicionalmente obediente, al decir del director del periódico.
Olvidaba comentar que la tribuna de los párrocos era el púlpito y en particular el sermón dominical era de obligada asistencia para todos los feligreses. Ser mencionado en el sermón, era para bien o para mal un estigma del cual difícilmente podía escaparse. Por esas calendas, las diferencias entre liberales y conservadores generaban sermones incendiarios, particularmente contra los primeros, sin embargo, quienes defendían las actuaciones del sacerdote aseguraban que lo que pretendía, era mantener una campaña de moralidad pública y no eran insultos a la sociedad cucuteña como lo hacía ver el periodista. Lo que pasaba era que a los liberales los mencionaba con nombre propio mientras que a los conservadores solo aludía de ellos genéricamente, pero lo que más le dolía a los periodistas no eran las campañas moralizadoras sino los ataques contra el mal uso de idioma y su desconocimiento, como el caso de la expresión que se utilizaba con más frecuencia de la debida por parte del director del periódico La Mañana, que acostumbraba a decir “diaria y nochemente”.
Otro de los escándalos que fue combatido con vehemencia por el padre Mendoza en su sermón dominical, fue contra las sobrinas del entonces gobernador Francisco Sorzano, las hijas del general Josué Canal y doña Felisa Sorzano. Todo debido a la construcción que mandaron hacer de unos baños mixtos en su hacienda Villa Felisa, en tiempos donde el pudor imperaba y la convivencia de géneros no era propiamente bien vista. Sin embargo, la esposa del gobernador, doña Matilde Jiménez, se apersonó del asunto y organizó una velada artística en el Centro Católico de Cúcuta, donde logró conciliar los posibles recelos que pudieron presentarse, tanto con los periodistas de La Mañana como con las sobrinas del gobernador, convenciendo al vicario, que eran católicos ejemplares y defensores de las doctrinas del actual Papa León XIII.
Iniciado el segundo semestre del año 1922 hicieron su aparición en la ciudad los primeros pastores protestantes anglicanos quienes traían como misión divulgar el credo calvinista, por lo cual planearon construir un templo y una escuela que les facilitara la tarea de penetración de sus creencias. Se ubicaron en una casa del barrio El Llano, no lejos de la iglesia de San Antonio y el domingo 18 de agosto celebraron el primer culto. A pocos minutos de iniciado el oficio religioso, comenzó a congregarse un tumulto alrededor de la casa-templo y en actitud amenazante empezaron a hostigar a los asistentes al punto que tuvo que presentarse el gobernador en persona a prestarle apoyo y asistencia legal al pastor anglicano. Al día siguiente, La Mañana editorializó violentamente contra el padre Demetrio Mendoza, culpándolo de incitar al pueblo contra la iglesia Anglicana y en particular contra el pastor Jesús María Madrid y eso que la Constitución de la época consagraba la tolerancia de cultos y que al parecer poca importancia le prestaba el clero católico de entonces.
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