En el último trimestre del 59 no se produjo el “matrimonio del año” sino dos matrimonios del año, pues a fin de cuentas no podemos asegurar cual fue el más ostentoso, el más publicitado o el más engalanado pues ambos compartieron, en resumidas cuentas el honorífico titulo que encabeza esta crónica.
Antes de entrar en detalles de los matrimonios objeto de nuestro relato, haremos un breve recuento de los acontecimientos previos a tan espléndidos eventos.
Corría el mes de octubre y la apacible ciudad ya presagiaba una bonanza originada por la avalancha de nuestros vecinos compradores, todo ello debido a la normalización de su situación política que al igual que en nuestro país retornaba a la normalidad democrática pero con un argumento adicional que consistía en el buen momento que pasaba la economía venezolana por el auge de la industria petrolera que había atraído nuevas inversiones, especialmente de las grandes compañías americanas que ahora veían un futuro promisorio en los yacimientos del Lago de Maracaibo.
Mientras tanto, la apacible Cúcuta estaba más preocupada por la suerte que había corrido el Cúcuta Deportivo el sábado 10 de octubre, cuando se había enfrentado y perdido con el Atlético Nacional en Medellín. Pero aún más preocupado, asustado diría yo, estaba José Luis Villamizar Melo, pues al día siguiente se desposaría con quien había sido su enamorada de toda la vida, la virtuosa y espiritual señorita Luzmila Maldonado Ruiz. Recuerdo especialmente el acontecimiento, pues por alguna razón casual, días antes del evento, el novio me pidió que lo acompañara a entregarle un presente a su novia quien vivía en Villa del Rosario.
Dicen las crónicas de la época que se trató del más representativo matrimonio, no sólo por la calidad y la clase de los contrayentes sino por el posterior festejo, pues fue reconocido que “botaron la casa por la ventana”. La ceremonia se realizó en la iglesia parroquial de Villa del Rosario, como correspondía por ser la parroquia de la novia; los padrinos, fueron por parte del novio, además de sus padres, los doctores José Luis Acero Jordán y Luis Carlos Bonells ambos acompañados de sus esposas. Por la novia, lo hicieron, el médico Julio Coronel y su esposa Marina Jordán, Miguel Entrena y su esposa y cerraba el cortejo Hernán Sánchez y Rosa América Maldonado. La ceremonia la ofició el presbítero Mario Laguado Guerrero. Llama la atención que el vestido de la novia, un moderno y estilizado traje en rosamir y brocado francés hubiera sido adquirido en una afamada casa de modas del vecino país; la recepción, una vez terminada la ceremonia se llevó a cabo en el “boarding-house El Gordito” en el que ofrecieron un fabuloso buffet a cargo de su propietario Enrique López. El viaje de bodas los llevó a la costa atlántica y con final feliz regresaron a su ciudad.
No había transcurrido un mes, todavía se comentaban los detalles de último matrimonio cuando resuenan bombos, platillos y voladores anunciando el nuevo “matrimonio del año” y esta vez se trata del no menos conocido arquitecto Álvaro Riascos con la señorita Leonor Mendoza Conde. Esta vez el casorio se escenificó en la iglesia parroquial de San Antonio y fue celebrada por el entonces párroco Alfonso Blanco Ramírez, uno de los sacerdotes emblemáticos de la ciudad.
Los contrayentes, representantes de las más distinguidas familias de la región, hicieron gala de sus dotes de buen gusto, pues la formalidad con que se desarrolló el evento resultó ser de las más sobrias dentro de los cánones que estipula la etiqueta para estos casos. La recepción se cumplió en la casa de los padres de la novia, el médico Jesús Mendoza Contreras y su esposa Luisa Conde, en la avenida quinta entre calles 8 y 9.
Los novios fijaron su residencia en la ciudad después de su viaje de bodas que hicieron a norteamérica.
Hoy las costumbres han cambiado ligeramente, pero se siguen viendo, aunque con menos frecuencia, ceremonias nupciales de amplio despliegue, aún así, a todos se les desea suerte y ventura y felicidad eterna en esa nueva etapa de su vida.
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