Gerardo
Raynaud
Empresarios
del comercio y dirigentes gremiales de la ciudad a finales de la década de los
50. Son ellos, Miguel Hernández, Luis Francisco Jaimes, Marcos A. Díaz,
Rodolfo Chacón, Hugo Alfonso Ríos Omaña, Gustavo Rodríguez Duarte,
Rubén Eslava y Jesús Quintana, acompañados de las señoras, de izquierda a
derecha, Stella Ríos de Rodríguez, Nassire Safi de Ríos y Marina Barrera de
Rodríguez.
Eran
miembros de la Cámara
de Comercio de Cúcuta los más representativos comerciantes de la ciudad y la
jurisdicción de esta Cámara comprendía todos los municipios del Norte de
Santander a excepción de aquellos de la provincia de Pamplona, ya que
recientemente, se había constituido la Cámara de Comercio de la ciudad de Pamplona. Don
Nicolás Colmenares era su presidente con la suplencia de don Luis A. Contreras
Hernández, comerciante emparentado con los comerciantes Jaimes Hernández y los
Hernández Eslava, todos primos entre sí, familia que durante buena parte de los
años cincuenta y sesenta dominó la actividad comercial de la ciudad. Productos
de ferretería, maquinaria para la industria cafetera y panelera, hierros y
aceros para la construcción, así como cemento y accesorios eléctricos,
tuberías, papeles, productos químicos, hasta licores vendían unos, mientras que
otros se repartían el mercado de consumidores ofreciendo telas, cueros y sus
manufacturas, accesorios para la industria del calzado, la actividad incluía la
venta de medicamentos a través de su Droguería Eslava de propiedad de don Luis
Francisco Eslava a quienes sus amigos y conocidos habían dado por apodar
“chicuca”, parece que por su mal genio y la actitud de pocos amigos que
habitualmente tomaba cuando las cosas se le tornaban difíciles e igualmente
miembro de la junta directiva de la Cámara. Algunos miembros de la segunda generación
incursionaron en el campo del mercadeo masivo, con buen éxito al comienzo, pero
desafortunadamente no lograron acomodarse a las exigentes condiciones
necesarias en un mercado competitivo y tuvieron que resignarse a continuar
debido a dificultades que no lograron superar.
No
había en ese momento, representantes del gobierno nacional como hoy sino que
todos los miembros de la junta directiva eran comerciantes de reconocida
trayectoria y entregados a la actividad. Además de los arriba mencionados,
conformaban la junta, Francisco José Faillace con la suplencia de Francisco Hernández, el primero ganadero de
reconocida prestancia y el segundo comerciante en el ramo de la
comercialización de cueros y artículos para la industria del calzado, uno de
los primeros almacenes del sector y que estaba situado en la avenida séptima entre
calles nueve y diez vecino de la Droguería
Zulima de propiedad de don Pacho Pérez de quien hemos escrito
en oportunidades anteriores. Eran miembros también de la Cámara de Comercio de
Cúcuta, don Faustino Rodríguez, comerciante, importador y exportador de café,
su establecimiento comercial estaba ubicado en la calle doce entre avenidas
séptima y octavo, vecino por demás, de Luis A. Contreras, su compañero de
junta. Era suplente de don Faustino, José María Barbosa, comerciante en
divisas, cuando esa actividad era bien vista y no representaba las
inseguridades y los riesgos de hoy, cuando prácticamente es un quehacer
proscrito, pues ni siquiera acceso tienen al sistema financiero, por temor a la
realización de operaciones de dudosa procedencia. Aziz Abrajim, Miguel A.
Cañizares, Juan E. Rios, José Rafael
Mejía, Manuel Antonio Ruan, Pablo Álvarez, Francisco Díaz y Eduardo Silva
Carradini completaban la junta comenzando el año 56 del siglo 20.
Buena
parte de las actividades comerciales se divulgaba con mensajes publicados en
los medios escritos y algunos más, en los medios radiales, en las emisoras de
mayor audiencia como eran la Voz de Cúcuta y la Voz del Norte. A propósito de esta última, en los
primeros meses de ese año se produjo un cambio significativo en la composición
de su propiedad. Eran propietarios hasta entonces, el R.P. Daniel Jordán, los
hermanos Manuel y Jorge Jordán Pabón, Manuel Ángel y Jorge H. Maldonado quienes
decidieron disolver y liquidar la sociedad que mantenían y que le deba vida a la Voz del Norte. Sin embargo, la
emisora no se acababa y se cerraba, solamente se producía un cambio en el tipo
de sociedad y entre sus propietarios, pues el mismo día se constituyó la nueva
sociedad que se denominó La Voz
del Norte Ltda. la cual se conformó con la cesión del ciento por ciento de las
acciones del padre Jordán y de los socios Ángel y Maldonado a favor de los
hermanos Jordán Pabón. La nueva sociedad se creó con un capital de cien mil
pesos correspondiéndole una mayoría del 57.5% de la empresa al socio Manuel
Jordán y el resto a su hermano Jorge.
Decíamos
antes de esta interrupción, que empresas y productos eran anunciados en las
páginas de los principales periódicos y revistas que circulaban en la ciudad y
el país, de las cuales me permitiré recordar algunos. En Cúcuta, estaban de
moda los productos de La Cervecería Nueva
de Cúcuta y su producto estrella era la SAJONIA,
una cerveza de tipo pilsen, en presentación de 300 ml. con una concentración
alcohólica de 4%. Hago mención de esta observación toda vez que la
reglamentación vigente en la época, no permitía concentraciones mayores. Se
decía, que la norma obedecía a regulaciones de salud pública pero los
conocedores argumentaban que las grandes empresas cerveceras como Bavaria en la
capital, Cervunión en Antioquia y Aguila en la costa atlántica, presionaban al
Estado para que mantuviera ese bajo nivel alcohólico, para presionar el
consumo. La
Embotelladora de Santander que envasaba la conocida Coca Cola
en su planta del barrio Popular, mientras tanto, sólo anunciaba que su producto
era “puro y saludable”.
La
Cámara de
Comercio publicaba el siguiente aviso a manera de exhortación:
“ADVERTENCIA A LOS
COMERCIANTES:
El
comerciante o industrial que no haya inscrito su firma en el REGISTRO PÚBLICO
DE COMERCIO quedará sujeto a las sanciones que por demora al cumplimiento de
este requisito le señala la Ley
28 de 1931 y sus decretos reglamentarios”.
De
acuerdo con el aviso anterior, la reglamentación de la gestión mercantil era
mucho más seria de lo que imaginamos lo es hoy en día, sin embargo, muchos son
los cambios y las adecuaciones que ha sufrido esa profesión hasta nuestros días
y mayores los beneficios recibidos por la región cuya mayor actividad ha sido
siempre esta, la comercial.
Aunque
los avisos y en general, la publicidad no era tan agresiva como hoy, muchas
empresas habían comprendido la utilidad de darse a conocer mediante propaganda
escrita y hablada a través de diversos medios. Veamos algunos de ellos que se
veían en nuestro año 56. Hoy nos llama la atención, pues la publicidad de
cigarrillos está prohibida, pero antes podía hacerse sin ningún inconveniente y
por eso leemos, por ejemplo, que la Compañía Colombiana de Tabaco nos
recomendaba, “encienda un Pielroja, su sabor convence”.
La siguiente era la promoción de una de las más importantes empresas de la
ciudad en el ramo de los suministros de autopartes; la importadora Norsander
Ltda. propietaria del establecimiento conocido como Icoservicio en la
avenida sexta entre calles novena y décima, exactamente en el número 9-39, a
escasos metros de una droguería que ha sido emblemática en la ciudad, como lo
es la Droguería Guasimales, de la que tendremos oportunidad de escribir algún
día en estas crónicas. Decía en uno de los tantos avisos que periódicamente
publicaba en todos los medios: ”La flecha de la avenida sexta informa que
tenemos los servicios de alineación en forma gratuita para todo cliente que,
como mínimo nos compre dos llantas Icollantas”.
Las textileras de Medellín, famosas en toda la América Latina y que habían sido
establecidas desde principios de siglo, tenían en la ciudad sus representantes
y distribuidores exclusivos, una figura que era muy utilizada a mediados del
siglo. Antes de entrar a conocer quiénes eran estos comerciantes, recuerdo que
una de las principales empresas de principios del siglo pasado era una
textilera de propiedad de don Pedro Felipe Lara que en momentos de mayor
esplendor alcanzó a contratar algo más de doscientos trabajadores, todo un
récord para entonces; tengo entendido que esa empresa estaba ubicada en la
calle doce entre avenidas cuarta y quinta pero no tengo certeza de ello. En una
oportunidad y en desarrollo de alguna reunión que tuve en la ciudad de
Medellín, se tocó el tema sobre la posibilidad que esta empresa hubiese sido la
pionera de alguna de las dos empresas antioqueñas, Coltejer o Fabricato, pues
las fechas de cierre de la cucuteña coincide aproximadamente con la iniciación
o el crecimiento de las anteriores, especialmente, Fabricato. Sin embargo, no
hay evidencia documental ni de otra índole que nos permita asegurar tales
hechos, así que por ahora, dejaremos la situación en el estado en que está.
Jorge Ortiz Rodríguez era el distribuidor mayorista de Fabricato y sus
compañías asociadas, Santa Fe y Fatelares, solamente vendía al por mayor. Esto,
unido a que ni siquiera escribía dirección ni teléfono, nos lleva a pensar que
su clientela era bastante reducida –sólo almacenes- y la empresa tan conocida
que no requería mencionar la forma de contactarlo. Recordemos que Cúcuta era
entonces una pequeña ciudad de provincia, sin mayores dificultades de ubicación
de sus personas y sus empresas.
Esta
circunstancia me lleva a rememorar que por esa fecha vivíamos en El Escobal,
que era un corregimiento de Cúcuta y que allí no llegaba el correo, por lo
tanto, debíamos solicitar que la correspondencia fuera depositada en una
dirección “urbana” en la cabecera municipal; la dirección era muy fácil y sin
“pierde”, las cartas llegaban simplemente a esta dirección: Vidriería Florián,
calle 12, Cúcuta.
Pues
bien, continuando con los representantes textileros, don Bernardo Jaramillo
propietario de Bernardo Jaramillo y Cía. Ltda. era el representante de Coltejer
y las compañías complementarias como Pepalfa y Fatesa que fabricaban medias y
calcetines. Además de Sedeco, una subsidiaria especializada en la fabricación
de telas en seda. El establecimiento estaba ubicado en la avenida sexta 9-74
justo antes de llegar a “El Salón Blanco”, un pequeño supermercado –que era grande
en ese entonces-, que surtía de rancho, víveres y licores, como se decía antaño
a los productos alimenticios para el hogar. Algunos años más tarde, cuando las
empresas abandonaron el esquema de los representantes y distribuidores
exclusivos, se abrieron otros negocios en torno a los textiles, más cuando el
mercado venezolano eran uno de los atractivos, pero no de exportación sino de
venta local, ya que los vecinos venían a comprar sus “cortes” a la ciudad, con
los cuales podían elaborar sus prendas a precios mucho más económicos y de la
mejor calidad. Esa compañía se disolvió con el cambio producido y fue adquirida
por otros comerciantes paisas, entre ellos Elí Bernal, quien fue el motor de la
empresa que se llamó Distribuidora Elí Bernal y Cía. Ltda. En compañía del
empresario Germán Montoya amigo personal de Virgilio Barco Vargas que fue el
secretario privado durante su presidencia, la empresa logró posicionarse como
la distribuidora de mayor volumen de ventas en el país, hasta que la desgracia
tocó a su puerta en 1983 cuando la primera gran devaluación del bolívar inició
el derrumbe de la moneda que durante años fue símbolo de solidez y riqueza.
Eran agresivos comerciantes en esa época, más por los volúmenes de sus ventas
que por sus estrategias comerciales, entre otros, Jaimes Hnos. Ltda. quienes
poseían dos almacenes, ambos por la avenida séptima, uno en la esquina de la
calle once, en el edificio San José, una reciente edificación orgullo de la
ciudad cuya construcción había sido promovida por el municipio y financiada con
recursos obtenidos con créditos internos y externos, entre ellos con el Banco
Cafetero y el otro a media cuadra de allí en el número 10-48. Los hermanos
Jaimes eran Alfonso, Luis Francisco y Chepe – José María- y entre los tres, ofrecían
la gama más diversa de productos entre los que se contaban, artículos de
ferretería para la construcción incluido cemento gris que traían del interior
del país, la mayoría desde Bucaramanga; eran distribuidores de maquinas
despulpadoras de café y trapiches. Talvez el negocio más lucrativo, según me lo
dijeron un día era la venta de azúcar refinada, de la cual eran distribuidores
de Manuelita, entonces, el ingenio más grande Colombia y que en los momentos de
escasez habían podido obtener ganancias extraordinarias, gracias a los grandes
volúmenes que siempre mantenían en reserva en sus bodegas.
Siempre a comienzos del año, empresas y empresarios toman decisiones que
tienden a mejorar u orientar sus actividades con miras a ofrecer unos mejores
servicios o generar riqueza o producir beneficios y por tal motivo, plantean
reformas que deben ser registradas para que produzcan los efectos legales
correspondientes. La Compañía del Ferrocarril de Cúcuta, esa empresa que se
fundó algunos años después del terremoto que asoló y destruyó la ciudad en
1875, constituyéndose en la tercera empresa férrea del país, después de la
compañía del Ferrocarril de Panamá y la del Ferrocarril de Antioquia, se reunía
para elegir su Junta Directiva, ya en los estertores, cuando prácticamente sus
proyectos habían sucumbido ante la indiferencia oficial, la falta de interés de
los particulares y la miope visión de las empresas privadas. Más por protocolo
y por cumplir con las exigencias de la norma, la Asamblea General Ordinaria,
eligió a don José E. Abrajim como su presidente, siendo el secretario general
de la misma el doctor Luis Alejandro Bustos.
Los hermanos Aldana, con el objeto de garantizar la continuidad de sus negocios
y darle participación a su descendencia, se constituyeron en sociedad de
responsabilidad limitada, con lo cual, sus almacenes y demás pertenencias, en
especial, los locales que habían adquirido en el recientemente construido
edificio San José, quedarían al resguardo, para asegurarle a sus sucesores,
tanto la continuidad del negocio, como la posibilidad de un futuro sin mayores
afugias económicas.
En iguales circunstancias, modificaban sus estatutos, de manera que pudieran modernizar
su gestión y ajustarse a los nuevos escenarios, empresas como el Teatro Guzmán
Berti Ltda. que pretendía ponerse a tono con la tecnología que para esos años
ofrecían las compañías cinematográficas extranjeras y previendo la apertura de
una nueva sala que iba a constituir su principal competencia, el teatro Zulima,
no podía menos que tratar de modernizarse. Así mismo, la empresa Transurbanos
Ltda. la más grande y antigua empresa de trasporte urbano de la ciudad,
presentaba los ajustes necesarios que le permitirían actualizar su parque
automotor ante la salida del tranvía y la extensión de sus rutas a los nuevos
sitios a donde la ciudad se iría extendiendo. También entraba en la fase de
ampliación de sus estatutos la Fábrica de Oxígeno del Norte de Santander, FONOS
y el Fondo Ganadero del Norte de Santander, que buscaban adecuar sus
organizaciones de manera que tuvieran las herramientas necesarias para afrontar
las dificultades generadas por los difíciles momentos que atravesaba el país,
debido al manejo equivocado de su economía que finalmente desembocó, al año
siguiente en el derrumbe del gobierno del general Rojas, la asunción de la
Junta Militar de Gobierno y el inicio del Frente Nacional que a fin de cuentas
instituyó el verdadero comienzo de la vida democrática del país.
Era cada vez más frecuente la aparición de nuevos escenarios de trabajo, sobre
todo cuando se trata de hacerle competencia al vecino. En el edificio del
Palacio Episcopal que abarcaba buena parte del terreno circundante a la catedral
de San José, desde la calle once y luego bajando por la avenida cuarta, en el
sitio donde fue construido el Centro Comercial Plaza y el cual merece una
crónica especial, había una librería y papelería muy famosa en su tiempo, pues
allí se conseguían todos los textos escolares y los principales elementos de
oficina. Era la Papelería Luz. El negocio tenía muchos años en el punto en
mención, es más, había sido uno de los primeros ocupantes del local cuando la
curia construyó el edificio. Tenía una clientela fiel, productos de excelente
calidad y una atención a toda prueba, sin embargo, estas cualidades no fueron
óbice para que se decidiera el señor Manuel Hernández, montarle competencia
exactamente en el frente y con nuevos y mejores ofertas abrió las puertas de su
famosa –por lo menos al comienzo- Papelería y Tipografía del Comercio. Cuando
menciono, frente a la Papelería Luz, quiero significar que la dirección era
calle 11 No. 4-49. Se anunciaba toda clase de artículos para escritorio y todo
lo relacionado con papeles, cartulinas y sobres, además de artículos de regalo,
novedades y tarjetas, sin olvidar “los mejores trabajos tipográficos”. La
papelería Luz cerró sus puertas cuando monseñor Pedro Rubiano decidió tumbar el
edificio para darle paso a la modernidad y construir el centro comercial arriba
mencionado. La papelería del Comercio no aguantó mucho tiempo la embestida de
los nuevos negocios dedicados a la misma actividad corriendo la misma suerte de
su vecino.
A pesar de las dificultades, la economía local seguía avanzando lentamente, en
buena parte por la ayuda que nos proporcionaba nuestro vecino, en esos días
gobernado por un tachirense que además había estudiado en la ciudad, tenía aquí
buenos amigos y unos ingresos que constituía la envidia de los demás países de
la región. Ya lo habíamos comentado en anteriores crónicas, productos que no se
conseguían en el país o en la ciudad, los comprábamos en San Antonio o Ureña,
más caros sí pero se conseguían, por eso, nuestras perspectivas de mejoramiento
aumentaban en la medida que Venezuela crecía y de ahí el auge y la dinámica que
se veía en la ciudad. Prueba de ello eran las ofertas y los avisos donde se
anunciaban los logros y las propuestas, tanto del sector público como de las
empresas del sector privado. La Cámara de Comercio y el sector gubernamental
encabezado por la nación hacían un amplio despliegue de su más reciente
proyecto, la construcción del más moderno Hotel de Turismo de la Región, el
Hotel Tonchalá. El proyecto había sido iniciativa de José Rafael Unda Ferrero y
la realización de la Cámara de Comercio de Cúcuta, que había encabezado la
lista de los accionistas particulares. Con grandes manifestaciones se informaba
que la obra se construía sobre un área total de 9.000 metros cuadrados y tenía
un costo de $3 millones de pesos. El edificio era de siete plantas –el edificio
más alto del momento en la ciudad, más alto que el del Banco Comercial
Antioqueño- tendría 120 habitaciones, grill, aire acondicionado, piscina con
agua tratada, ascensores OTIS, jardines y cuatro frentes de acceso. El 12 de
octubre de ese año se dio al servicio aunque la inauguración oficial se realizó
el 23 de febrero del año siguiente, cuando el presidente Rojas estuvo por
última vez como primer magistrado de la nación en nuestra ciudad.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
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