La ciudad apenas tenía las principales calles que hoy identificamos como ‘el centro’; los alrededores no se habían poblado, particularmente hacia el occidente, pues allí la tierra era apta para desarrollar la industria que ha caracterizado esta región, las manufacturas de arcilla.
Aprovechando estas características, se había establecido, por los lados de la calle quince entre avenidas nueve y diez, el chircal del señor Lucas Lara y colindando con su empresa, callejones y callejas retorcidas y diseminadas por el lugar, numerosas casitas de rústica construcción, todas ellas habitadas por gentes humildes y trabajadoras; en una de ellas habitaban Roberto y Rafaela de Contreras con sus hijos.
Un buen día, un vecino, dicen que de nobles sentimientos, pudo advertir que una niña, de unos trece años permanecía encadenada por horas y por días en uno de los corredores de la casa. Sin vacilar, fue a la alcaldía y expuso su caso ante las autoridades, quienes sin dilación comisionaron a un empleado que se dirigió al lugar en compañía de dos agentes de la policía y constataron la veracidad del denuncio.
Ante este repugnante hecho, la niña narró el historial doliente y trágico de su vida. Siendo muy pequeña, al parecer por la precaria situación económica de sus padres, decidieron internarla en ‘La Casita’, una especie de asilo, que aún existe, donde se encuentran las niñas huérfanas o abandonadas y que reciben educación esmerada por parte de las Hermanitas de la Caridad de la Presentación.
Allí las niñas llevan una vida ‘hospiciana’ entregadas a la oración y al trabajo, sin embargo y luego de varios meses, diversas circunstancias confluyeron para que Ninfa Contreras, que era su nombre, no pudiera quedarse allí por más tiempo, así que sus padres no tuvieron más opciones que llevársela a su lado nuevamente, pues según las Hermanas no podían tenerla más tiempo, por ser una niña demasiado ‘inquieta’.
Estando en su casa, no se quedaba tranquila en ella sino que salía de su hogar y se lo pasaba de casa en casa jugueteando con sus compañeros de barrio, en las calles; ante casos como este, sus padres decidieron ‘castigarla’ manteniéndola encadenada y aun así, continuaba con sus travesuras, pues sus hermanitos le llevaban piedritas que iba amontonando a su lado y cuando pasaban sus vecinos se dedicaba a lanzarle una lluvia de piedras, soltando sonoras risotadas.
El problema, además del inhumano castigo, era que a veces pasaban largas horas, sin que le dieran bocado alguno y las cadenas ya comenzaban a formarle llagas, producto de la infame tortura. Cabe anotar que la noticia produjo una enorme sensación en la ciudad, hasta el punto que la prensa se agotó en tempranas horas de la mañana siguiente, todo por el deseo de conocer los detalles de este cruel suceso.
Fue tanto el alboroto causado por este atroz acto que el mismo comandante de la policía municipal, acompañado de varios agentes y por órdenes superiores, se dirigió a la casa del drama y sin liberar a la muchacha, se la trajeron con todo y cadenas, como para que no quedara duda sobre la flagrancia del delito y con la gruesa cadena todavía alrededor de sus tobillos, la llevaron ante el despacho del señor Alcalde Municipal don Agustín Guarín y allí ante la presencia de los empleados de la alcaldía y los particulares curiosos, procedieron a liberar a la desdichada Ninfa.
No fue fácil ni rápido ‘desencadenarla’, pues los eslabones estaban hechos con cabilla de media pulgada y asegurados con fuertes y grandes candados, de manera que para romper esas cadenas, tarea que realizaron el sargento primero de la policía y el secretario de la alcaldía don José María Rodríguez Rangel, fue necesario utilizar lima y alicates, teniendo especial cuidado en no lastimar la humanidad de la humilde doncella.
Una vez librada del martirio, el señor secretario procedió a notificarle, “queda usted, niña, desencadenada en nombre la justicia”. En ese momento, el ambiente de la oficina se llenó de expresiones de alegría y parecía que se estuviera oyendo aquella estrofa del himno venezolano ‘abajo cadenas’; mientras tanto Ninfa, al ser despojado del peso de los hierros que aprisionaban sus piernas, dejó escapar un suspiro, miraba lánguidamente a los presentes y movía sus brazos como queriendo expresar la alegría de su liberación. Quitadas las oprobiosas cadenas, el señor alcalde la llamó aparte, le dio unos consejos y luego ordenó a los agentes que la retornaran a su casa de habitación.
Ante estos hechos, las autoridades manifestaron en una rueda de prensa, que los padres serán sancionados severamente; las disposiciones legales contempladas en los Códigos de Policía, señalan fuertes penalidades para las autoridades que sometan a torturas, cadenas, cepos, etc., y si eso se contempla para los funcionarios oficiales ¿cómo será para los particulares que apliquen semejantes torturas a seres inocentes? se preguntaban los asistentes.
Establecidas las circunstancias y ante la evidencia de los hechos, se dispuso por parte de las autoridades, la visita domiciliaria a la casa de los esposos Contreras, con miras a su detención y presentación en el Permanente Central para efectos de la instrucción correspondiente, sin embargo, no fue posible detenerlos, pues al decir de los vecinos éstos se hallaban en la ciudad de San Cristóbal, a pesar de esta situación, se dispuso establecer en la cercanías de la casa, un servicio especial de vigilancia al cuidado de dos agentes que tienen instrucciones de detenerlos tan pronto lleguen.
Claro que al parecer, esto no sucedió pues la noticia se regó como pólvora por toda la ciudad y sus alrededores, poniendo sobre aviso a los degenerados progenitores, quienes no volvieron a aparecerse. Días más tarde, solicitaron la ayuda de sus parientes más cercanos para que se encargaran del sustento de los hijos que dejaron abandonados, con el compromiso que les enviarían los recursos necesarios para su manutención, todo con el fin de librarse de un carcelazo seguro.
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