Gerardo Raynaud
General
Gustavo Matamoros León nombrado Jefe Civil y Militar el 16 de enero de 1948
El año 48 del siglo 20 fue particularmente violento
desde sus mismos inicios. Mariano Ospina Pérez, quien había asumido en el
46, recién terminada la Segunda Guerra Mundial, venía de recibir el gobierno
del encargado Alberto Lleras Camargo, por renuncia del titular de su segunda
presidencia Alfonso López Pumarejo.
Había terminado la denominada República Liberal pero
la rivalidad partidista tomó mayor auge del esperado, pues ambos partidos
practicaban, sin ningún recato la política de exclusión, cada vez que ascendían
al poder.
Es por esta razón y por otras muchas que se
originó el periodo que pasó a llamarse la Violencia, en la que policías,
guerrilleros, campesinos, ‘pájaros’ y ciudadanos del común se dieron licencia
para matar, violar, masacrar, robar o destruir por el simple hecho de ser
liberal o conservador.
La realidad del origen del problema de la Violencia
podríamos decir que es netamente político, por lo menos a la luz de las
actuales teorías, toda vez que, después de 26 años de gobiernos liberales, la
oposición, es decir el partido conservador, llegó a manejar un país de mayorías
liberales, país que todavía conservaba las costumbres y los prejuicios de
antaño, en un entorno de dificultades económicas y sociales, lo que ayudaba a
atizar las llamas del descontento y a tratar de tomar justicia por su propia
mano.
Las regiones en donde mayor fue la incidencia de esta
guerra civil no declarada fueron Santander, Tolima, Valle, Cauca y Antioquia,
pero el detonante que prendió la chispa de la conflagración política en campos
y ciudades fue el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán y la posterior candidatura
de Laureano Gómez; por este motivo y tratando de prevenir males y dificultades
mayores, comenzando 1948, el presidente Ospina decidió blindarse contra las
actividades violentas producto de los enfrentamientos partidistas y echando
mano de los cuadros militares, nombró como autoridades políticas, en los
departamentos antes citados, gobernadores con rangos de oficiales superiores y
en algunos municipios, los de mayores problemas, oficiales y suboficiales que
manejaran con mano de hierro sus destinos.
Para Norte de Santander la designación oficial recayó en manos del general
Gustavo Matamoros León, cuyo título real era Gobernador Jefe Civil y Militar
del Departamento. Le gustara o no a la población, no era problema del gobierno
central, sino una orden que debía acatarse y cumplirse.
Una vez comunicada la misión, el militar inició su
periplo, temprano en horas de la mañana, a bordo de un avión de la Fuerza Aérea
que por cosas del destino no pudo aterrizar en Cúcuta debido a las malas
condiciones atmosféricas y tuvo que pernoctar en Barrancabermeja hasta el día
siguiente.
Tal vez, sería un augurio sobre las dificultades con
las que tendría que lidiar en adelante, pues incluso, el aeropuerto de la
nación acababa de ser clausurado días antes y la nave oficial tuvo que
aterrizar en el polvoriento Cazadero que recién había sido habilitado por
Avianca para las operaciones de sus aeronaves.
Como buen militar, apenas desembarcó, se dirigió al
palacio gubernamental, al salón principal y en el camino escogió dos testigos,
los necesarios para cumplir con el protocolo de posesión y a las once de la
mañana procedió a la juramentación; los testigos, el general Luciano Jaramillo
y el doctor Alberto Camilo Suárez firmaron las actas correspondientes y luego
de las formalidades de ley, en su discurso inicial, el general manifestó a los
concurrentes su complacencia por tan honrosa designación y agregó que había
venido a cumplir su misión en esta tierra que le era tan grata y que lo haría
con criterio de ecuanimidad y de justicia e inspirado en los más nobles
sentimientos de patriotismo.
También dijo que su paso sería efímero, pues confiaba
que la situación se normalizaría pronto y que esperaba que todos le colaboraran
para lograr la tan anhelada paz.
El acto de posesión estaba revestido de la mayor
solemnidad, con la presencia de los integrantes de los directorios de los dos
partidos políticos y de un grupo de importantes personalidades.
Terminada la alocución del militar, el doctor Virgilio
Barco, presidente del Directorio Liberal manifestó que su partido miraba con
satisfacción la presencia en el gobierno departamental del distinguido oficial
y que de acuerdo con sus atribuciones y facultades, colaboraría con él, en la
búsqueda de la paz y la armonía entre los nortesantandereanos.
El presidente del directorio conservador, el médico
Manuel Antonio Sanclemente, hizo comentarios similares, deseándole éxitos en su
gestión pero sin mayores pretensiones, toda vez que consideraba que el cargo
debía ser asumido por un integrante de su partido.
A renglón seguido, no hubo almuerzo esta vez, así que cada uno se fue para su
casita y muy puntual en la tarde comenzó a estudiar la composición de su
gabinete, que no tardó en nombrar, porque al parecer, ya había hecho los
contactos previos y los opcionados aceptaron sin mayor vacilación.
La verdad es que la administración militar comenzó con
muchas expectativas hasta cuando empezó a tomar decisiones impopulares; la
primera impresión, con los nombramientos iniciales, daba signos de tranquilidad
y presagiaba un desarrollo equilibrado en lo que sería una administración
progresista en un mar caótico.
Los nombramientos más importantes fueron: Secretario
de Gobierno, Manuel Guzmán Prada y secretarios de Educación y Obras Públicas, a
don Régulo García-Herreros y a Bernabé Pineda Ropero; como secretarios de
Hacienda y de Agricultura y Ganadería a los señores Víctor Manuel Espinel
Blanco y Ernesto Fernández Yáñez.
Así mismo mantuvo en su cargo de Secretario General al
eficiente don Luis Anselmo Díaz y como su secretario privado, al intelectual y
poeta santandereano, capitán activo del ejército Pedraza Picón.
Era un gabinete equilibrado, se habían repartido
milimétricamente los puestos, como lo harían en el futuro Frente Nacional y
además, le dio participación a las provincias por igual, de manera que no hubo
voces disonantes que abogaran por una aportación diferente a la lograda, la que
fue recibida con la mayor satisfacción política.
Pero esto es apenas el comienzo de la ajetreada
gestión del general Matamoros que dio tanto de que hablar, especialmente en la
relacionado con las drásticas medidas de censura contra los medios, que a pesar
que las órdenes venían del gobierno central, mantuvo un férreo control sobre su
cumplimiento.
Censura a la prensa
En épocas pasadas habíamos tenido la oportunidad de
tener autoridades militares rigiendo los destinos de la región; particularmente
la capital nortesantandereana fue objeto de nombramiento de un alcalde militar
por allá en el año 44 cuando se produjo el frustrado golpe de estado al
presidente López.
Con el ánimo de prevenir males mayores, el gobierno
central optó por apelar al nombramiento de autoridades militares para que
asumieran el gobierno de algunos municipios donde se produjeron intentonas golpistas
o asonadas, algunas en defensa de la institucionalidad y otras, aprovechando el
desorden para obtener beneficios políticos que afortunadamente no tuvieron
éxito.
Luego de los acontecimientos ocurridos en julio del
año en mención, el gobierno nacional, nombró al mayor Gonzalo Neira
burgomaestre, con la misión principal de restaurar el desorden que habían
creado algunos dirigentes liberales ‘en defensa de su partido’, hechos que
fueron narrados en una crónica titulada ‘Los Sucesos del 10 de julio de 1944 en Cúcuta’;
así mismo, se narran las actividades desarrolladas por este alcalde militar en
la crónica ‘Cuando había alcalde militar en Cúcuta’.
Desde entonces y hasta el establecimiento del Frente Nacional, esta medida fue
utilizada localmente, en varias oportunidades, con resultados que cumplieron
con las expectativas del gobierno y sin mayores traumatismos, fueron
restableciendo la normalidad en los lugares en los que se adoptó.
Una vez posesionado el general Gustavo Matamoros León
en los primeros días del mes de enero del 48, no tardó en establecer un férreo
régimen de control en todos los órdenes para mantener a raya el desorden que
algunos inconformes pretendían establecer con argumentos de política
partidista.
Luego de un concienzudo análisis, realizado en compañía
de sus más cercanos colaboradores, determinaron que la principal causa
generadora de la turbación del orden era la divulgación que se hacía, bien de
hechos inexistentes o bien de falsedades que buscaban producir desorden y
confusión.
De manera que, en menos de una semana, expidió una
serie de decretos de control y censura que buscaba calmar el ambiente
enrarecido conque había comenzado ese año.
Para tales efectos expidió el decreto 47, por el cual
se dictaban algunas disposiciones de orden público que, según el considerando,
era que una de las causas principales para producirse el estado actual en que
se encuentra el Departamento, ha sido la difusión de noticias falsas y que con
el objeto de volver a la normalidad decretaba que desde la fecha – 22 de
enero-, se establecía en todo el territorio del Departamento la censura de la
prensa hablada y escrita, en cuanto se relaciona con informaciones de orden
público.
En el artículo segundo, se establecía que los
originales de los artículos, comentarios e informaciones relacionadas con el
orden público, de la prensa hablada y escrita del municipio de Cúcuta, deben
enviarse a la Gobernación, para la respectiva censura; de igual manera, se
establecía que en los municipios del Departamento, diferentes de Cúcuta, esos
originales debían ser entregados a los alcaldes respectivos o a quien determine
la Gobernación.
De igual manera se establecía censura para los
corresponsales de la prensa hablada y escrita que actuaran dentro del
territorio del Departamento, quienes no podían transmitir noticias en lo
relativo con el orden público o al estado de sitio, sin que estas fueran
aprobadas previamente por el funcionario de la gobernación o la alcaldía
respectiva.
Las infracciones serían sancionadas disciplinariamente,
además de las sanciones penales a que haya lugar y con la clausura del
respectivo establecimiento. Claro que si se determinaba que las noticias eran
falsas –en lo relativo al estado de sitio o al orden público- la sanción se
basaba en el articulado definido en el Código Militar, capítulo VIII del Título
VI del Libro III correspondiéndole una pena de presidio de uno a seis años.
Iniciada la temporada con censura a bordo, ésta fue
particularmente estricta con los medios de tendencia liberal, en particular con
el periódico Sagitario, que era el más controversial y combativo de la época.
No tuvo, al parecer, mayores inconvenientes con el
diario Comentarios de igual tendencia y parece, que ninguna, con el Diario de
la Frontera, éste de reconocida afinidad con los principios y doctrinas del
partido conservador.
El encargado de la censura oficial, era en el caso de
Cúcuta, el comandante de la Policía Nacional, Alberto Lara Navarro quien no
dejaba pasar el más mínimo comentario contrario a las normas establecidas, que
se extendía a todas las formas impresas, así no fueran periódicos, como fue el
caso de un boletín impreso por la Imprenta Cúcuta, que acostumbraba a editar un
folleto con ínfulas informativas, compitiendo con sus similares, por el sólo
hecho de tener la fórmula económica que le permitía con su maquinaria realizar
un pequeño tiraje que era distribuido gratuitamente entre sus clientes y
amistades.
Fue así como don Arturo Sanjuán dueño y administrador
de la Imprenta Cúcuta, fue el primer sancionado por haber impreso el boletín
No. 3, sin la autorización de la Junta de Censura, violando así las
disposiciones dictadas por el Jefe Civil y Militar del Departamento, en el
anteriormente mencionado decreto 47. La misma Resolución No.6 de febrero 6 de
1948 que establecía esta sanción, indicaba que no había lugar a descargos, pues
la infracción estaba plenamente comprobada, así que la multa era de veinte
pesos convertibles en arresto y que en caso de reincidencia la sanción prevista
era el cierre del establecimiento.
La censura se fue ensañando de manera especial, a
partir de esta sanción al propietario de la Imprenta Cúcuta, a las
publicaciones de simpatizantes del partido liberal y en el especial con el
periódico Sagitario que ‘se lo tomó muy a pecho’, pues no escatimaba ocasión
para echarle puyas a la administración del comandante Matamoros. Al periódico,
dirigido por el periodista Montegranario Sánchez, le rechazaba hasta el más
pequeño comentario o información.
A raíz de esa situación, las relaciones con la prensa
comenzaron a ponerse tensas y los periodista de Sagitario empezaron a publicar
columnas criticando las actuaciones del Jefe Civil y Militar, por más simples
que éstas fueran y con cierta dosis de sarcasmo como las expresadas en la
sección que denominaron ‘Chismes y enredos’ que firmaba el mismo Montegranario
con el pseudónimo de Chilón Chilonides y que siempre comenzaba dirigiéndose al
gobernador como “General Matamoros:” y a continuación y sin mayores tapujos iba
descargando sus comadreos.
De igual manera, las comunicaciones que recibía de las
agencias oficiales, fueran estas firmadas por cualquiera de los militares con
autoridad y mando, las publicaba con el título de “Como ordene, mi Comandante”.
Ese incómodo ambiente se fue deteriorando cada
vez más y como la cadena se rompe por el eslabón más débil, la posición tanto
del periódico como de su director llegó a su nivel más bajo cuando el
gobernador no se aguantó más y haciendo uso de su autoridad, basado en unas
opiniones expresadas y publicadas “sin el debido visto bueno de la censura”
decidió sancionar con el cierre por el término de 15 días al periódico.
Desde
el mismo instante que el gobierno nacional, en esta época en manos del partido
conservador, tomó la decisión de nombrar gobernadores militares en algunos de
los departamentos más conflictivos del país, los dirigentes de la oposición se
hicieron a la idea que los tiempos que vendrían serían duros y difíciles de
tolerar, en especial, los medios de comunicación que se verían controlados y lo
que es peor, censurados.
Después
de posesionarse como gobernador Jefe Civil y Militar del Norte de Santander, el
general Gustavo Matamoros León, lo primero importante que hizo fue establecer
la censura a la prensa hablada y escrita. Claro está que esta decisión no fue
del agrado de ningún periodista, sin importar su filiación política, pues se
sabía cuál sería el resultado final, cuando situaciones como esta se
establecían.
Así
pues, la guerra estaba planteada y las andanadas de la prensa que hacía el
primer mandatario de los nortesantandereanos estuvo a la orden del día.
Habíamos
narrado, hechos sucedidos durante los inicios de la administración del General
Matamoros y que fueron duramente criticados por la prensa liberal, incluso
hasta el punto de retarlo, como lo escribiera en su artículo “Abajo la censura”: ‘Si le provoca, háganos un concejo(sic) de guerra verbal o mándenos a
la cárcel’.
Parece
que la petición no se hizo esperar mucho tiempo, pues semanas después se
decretaría el cierre del periódico Sagitario.
En
esa declaratoria de guerra suscrita por el director de Sagitario, llevaba todas
las de perder, pero claro está que tampoco medía los efectos de su proceder,
que podríamos decir que era terco y sin mucho sentido de sus consecuencias.
Sin
perder oportunidad y como se dice popularmente, ‘le clavaba las banderillas’, sin el menor recato, como cuando se le
enviaba para que publicara (no con carácter de obligatoriedad pero sí con la
gentil fórmula de ‘ruego a usted se digne publicar en su periódico..), los
‘Boletines de Prensa’ oficiales, y no los publicaba o los publicaba incompletos,
y cuando era reconvenido por escrito desde la misma Oficina de Censura,
argumentaba que habían prescindido íntegramente pues ‘en el llamado Boletín, no se nos proporcionan noticias de importancia
ni de trascendencia, sino datos oficiales sobre estadísticas y el andar de la
administración pública como que se votó una suma para tal escuela, que se
hicieron ciertos nombramientos,… material más a propósito para llenar las
columnas de la Gaceta Departamental que las de un diario de actividades
distintas’; así que entre éstas y las demás columnas que se escribían en
contra de lo que fuera que hiciera el gobernador, la Junta de Censura y Matamoros le fueron llenando la copa hasta
que llegó el día del ya narrado cierre de Sagitario.
También
se dijo anteriormente, que esta casual situación se produjo en los días en que
sucedió el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, lo cual le haya evitado, tal vez,
mayores dificultades a Montegranario pero también, le quitó la posibilidad de
expresar sus opiniones al respecto; sin embargo, no fue suficiente para
salvarlo del encarcelamiento que se veía venir y que sucedió, días después del
magnicidio, incluidos otros miembros que salieron a protestar y que fueron
llevados a la “guandoca” y judicializados por el juez 81 de Instrucción.
Entre
quienes estuvieron presos por los alborotos causados el 9 de abril y los días
subsiguientes, pero que fueron liberados posteriormente están entre otros,
además de Montegranario, Said Lamk, Jesús María Astidias, Antonio María Soler,
Gustavo Buenahora, Antonio Soler Duarte y otros más de cincuenta personas que
tuvieron la misma suerte.
Los detalles de los problemas con
Sagitario
Desde
el mismo momento que el gobierno nacional tomó la decisión de nombrar oficiales
del ejército en los cargos políticos del ejecutivo regional, para conjurar los posibles atropellos que se
estaban gestando por parte de algunos desadaptados, con el argumento de la
defensa de sus principios partidistas, la prensa, en particular aquella que se
alineaba con las doctrinas de la oposición, sintió que sería considerada como
el principal objetivo de sus controles y su fiscalización, elemento que
finalmente se dio y que conllevó a duros
enfrentamientos.
Aunque
desde el principio, el general Gustavo
Matamoros León, había ofrecido toda su
cooperación ‘para con esta tierra que le era tan grata y que lo haría con
criterio de justicia y ecuanimidad e inspirado en los más nobles sentimientos
de patriotismo’, esto no bastó para que la prensa liberal -recordemos que estábamos
en tiempos de la presidencia de Mariano Ospina Pérez- se sintiera acechada por
el fantasma de la supervisión y de la censura, la que finalmente se dio, apenas
unos días después de su posesión, el 22 de enero de 1948 para ser más exactos.
Los periódicos más leídos por entonces eran
Comentarios de José Manuel Villalobos y Sagitario de Montegranario Sánchez,
ambos de orientación liberal y algunos años más adelante el Diario de la
Frontera del doctor Luis Parra Bolívar, que sufriría una censura menos drástica
a pesar de su posición claramente oficialista y gobiernista.
Por
obvias razones que no son del caso mencionar nuevamente, se fue generando una
controversia entre el Jefe Civil y
Militar y el director del diario Sagitario, entre otras cosas, por los
continuos rechazos a la información que le era presentada en la Oficina de
Censura de la gobernación, norma que había sido establecida según decreto 47 de
la fecha arriba citada. En las gráficas que se anexan se pueden observar las
glosas y rechazos de las notas periodísticas que no pasaban las pruebas, así
como los visados que debían fijarse en lugares visibles de la edición que
mencionaran que la publicación había sido autorizada.
Como
los periódicos y las emisoras debían obligatoriamente publicar los documentos
que le eran remitidos por la autoridad, algo parecido a lo que sucede hoy en el
vecino país, a Montegranario no le causó la menor simpatía y siempre trataba de
atenuar el impacto que esta información traía.
Por
esta razón, comenzó a publicar columnas que satirizaban al régimen
departamental como aquella que dio por nombrar “Chismes y enredos” en la cual le informaba a “mi general Matamoros”, en tono burlón y satírico algunas de las
situaciones que se presentaban entre los funcionarios de su administración,
como estas perlas que les muestro a continuación: ’Mi general Matamoros: en la
central telefónica no hay servicio de información, porque la señorita que
desempeña el cargo está de vacaciones. Qué cosa tan condenada.’; ‘Mi general
Matamoros: la Escuela Industrial no ha podido emprender tareas porque los
servicios higiénicos no sirven para nada. Qué le parece que no estaría mal en
la Dirección de Educación un oficial del ejército acesorando (sic) a nuestro
don Régulo (se refiere a Régulo García-Herreros, secretario de Educación ) con
jurisdicción y mando militar.’ Estas columnas las firmaba con el pseudónimo de
Chillón Chilonides.
Pero
además de estas tragicómicas columnas, los remitidos, es decir, los documentos
que eran enviados a los medios para su divulgación obligatoria, eran publicados
con el titular de “Como ordene mi
Comandante”, lo que al parecer no era del agrado del gobernante, así que
cada día la relación fue deteriorándose hasta que llegó lo inevitable, la orden
de cierre por el desacato al decreto de censura, lo que sucedió el 24 de marzo,
o sea a escasos dos meses de posesionado el gobierno militar.
El
gobierno departamental encabezado por el general Matamoros y todo su gabinete
expidió el decreto 266 de 1948 (Marzo 24), en el que se lee, entre otros
considerandos, ’que según comunica la Oficina de Censura a la Jefatura Civil y
Militar, señor director del periódico Sagitario ha omitido, en tres ediciones
de su órgano periodístico, darle cumplimiento al Decreto sobre la censura de
prensa hablada y escrita, con las publicaciones: “Habla don Arturo Sanjuán”, “Y
con el Alcalde Militar” aparecidas en el número 644 del 13 de febrero; “El caso
de la censura” dado a la luz pública en el número 671 del 23 de los corrientes;
“Gobierno Homogéneo, Oposición razonable” y “Abajo la censura” insertadas en el
número 672 de esta misma fecha, decreta:
Artículo único. Conforme a los
artículos 2° y 6° del decreto 47 de 1948, originario de esta Gobernación,
suspéndase por el término de quince días a partir de la fecha la publicación y
circulación del periódico Sagitario que dirige el señor Montegranario Sánchez,
en todo el territorio del Departamento.
El
decreto tenía un parágrafo que decía que la alcaldía militar velaría por el
estricto cumplimiento de este decreto.
Este
evento oscureció el ambiente periodístico de la ciudad, incluso se le enviaron
telegramas al Ministro de Gobierno, tratando de desviar la atención pública
mediante falsedades, las que tuvieron que ser desmentidas por el mismo
Secretario de Gobierno, Manuel Guzmán Prada, en telegrama de respuesta remitido
el 1° de abril, explicando y aclarando las razones de la sanción de cierre.
Días
después, cumplidos los plazos definidos en el decreto 266, el mismo gobernador
suscribió el oficio 18.751 del 17 de abril mediante el cual se le permitía al
periódico Sagitario volver a circular en la ciudad y en todo el territorio del
Departamento, no sin antes hacerle
expresa advertencia que sus informaciones se ciñan a noticias del día, así
mismo autorizaba la circulación de las ediciones que se imprimen y publiquen de
la fecha en adelante, cuyos originales, de acuerdo con las disposiciones
vigentes, deben ser previamente visadas por la Oficina de Censura de Prensa e
Información que funciona en el Comando de la Policía Nacional.
Tal vez haya sido casualidad del destino, pero Sagitario se perdió la
oportunidad de divulgar los sucesos del 9 de abril y como por motivo de las
restricciones oficiales no podía escribir sobre sucesos pasados, buena parte de
los pensamientos de ese importante diario se quedaron en el tintero de la
historia.
El segundo
aliento
Pasado
un tiempo, cuando las aguas habían retornado a su cauce, el general Matamoros
tuvo la ocasión de recomponer su gabinete a instancias del gobierno central, en
parte, para calmar los ánimos que todavía estaban exaltados por la catástrofe
surgida a raíz del ‘Bogotazo’ que en
realidad fue un ´Colombianazo’ y que
se buscó integrar dirigentes del partido liberal en la administración nacional
y en la regionales.
Así
pues, a mediados del mes de mayo, se produjo la primera crisis del gabinete
departamental, en la cual se produjeron los siguientes cambios: Salieron los
secretarios de Hacienda y Agricultura, Ganadería e Industrias y el Director de
Educación Régulo García-Herreros; fueron ratificados el secretario de Gobierno,
Manuel Guzmán Prada y de Obras Públicas; ingresaron al gabinete, el mayor
Alejandro Campuzano en Hacienda y Camilo Suárez Peñaranda en Agricultura.
Lo
más esperado era el cambio de alcalde; al mayor Hernando Gutiérrez quien oficiaba
como alcalde militar se le declaró terminada la comisión y el gobernador
procedió a nombrar, de manera inconsulta, como era la costumbre de entonces, al
prestigioso comerciante y dirigente político liberal Nicolás Colmenares para lo
cual expidió el decreto 428 del 13 de mayo de 1948.
Pasado
un tiempo prudencial, el nombrado no dio muestras de conocer del nombramiento,
razón por la cual, el gobernador le envió una carta en la cual invocaba su
patriotismo y los sentimientos de afecto hacia esta ilustre ciudad capital e
insistía en que su colaboración sería valiosísima para el gobierno que tenía el
honor de presidir y que además sería un privilegio para Cúcuta, tenerlo al
frente de la alcaldía.
A
cuatro días de su nombramiento don Nicolás Colmenares, le responde al
gobernador de manera diplomática pero tajante en los siguientes términos:
”Personalmente abundo en las
patrióticas reflexiones de usted, sobre la singular importancia que para la
vida institucional de Colombia tiene el que todos los ciudadanos de buena
voluntad presten su decidido concurso en los diferentes cargos públicos a que
sean llamados o en su simple condición de particulares… Las directivas
liberales, a las que he de respetar y
acatar mientras sus decisiones se ajusten a los dictados de la justicia y del
patriotismo, no han autorizado la presencia de ciudadanos liberales en el
gobierno que usted preside.
Estiman esas directivas, como
inequitativa la participación por usted dada a mi partido, y por ello han
dispuesto que el liberalismo permanezca
ausente de la administración pública departamental y en los altos cargos
de responsabilidad, mientras esa situación no se modifique.
En esas circunstancias debo
abstenerme de aceptar el señalado honor con que usted ha querido distinguirme
en forma tan gentil.”
De esta manera tan prudente, se logró capotear la crisis política que se
generó después de los acontecimientos de abril, pero que sin embargo,
mantuvieron la agitación partidista latente hasta la llegada del Frente
Nacional que consiguió apaciguar, por lo menos, temporalmente los ánimos
políticos.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
Buena recopilación de la historia. Con este general se inicia la dinastía de los Matamoros en el Grupo Maza. Años después vino el hijo General Gustavo Matamoros Dacosta quien fue también ministro de defensa y de 1995 a 1997 Gustavo Matamoros Camacho.
ResponderEliminarMi abuelo Luis Alberto Gómez Serrano, era el jefe de taller de Sagitario y Oriente Liberal. Mi papá y mis tíos ayudaron mucho en el empuje de La Opinión en 1960. Incluso iban a cortar papel en la guillotina que tenía el abuelo en el barrio San Miguel.
ResponderEliminarConocí al general Gustavo Matamoros Camacho, una persona recia pero a la vez con gran corazón. Su paso por el Grupo Maza en los noventas fueron positivos en cuanto a orden público. Son una dinastía que quiere mucho a la región, y a ellos (Matamoros) se les recuerda con respeto y admiración.
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