Tal como sucedió con todas las entidades financieras del país, que vieron el potencial que les auguraba el desarrollo económico de nuestro vecino, no tardaron en propiciar los acercamientos para instalarse en la ciudad.
Apenas comenzaba la segunda mitad del siglo pasado, ya se presagiaba una estabilidad económica lo suficientemente estable para prolongar las actividades a las zonas fronterizas, alejadas de los centros de la producción y el poder, con el propósito de expandir sus beneficios a la periferia, que cada día se consolidaba más y adquiría mayor importancia.
Por estas razones, una de las novedades financieras del momento, el Banco Popular, que se presentaba como “una institución rica, al servicio de los pobres” decide establecerse en esta capital, para servirle de apoyo al comercio y a los pequeños industriales, pero especialmente a los trabajadores y empleados, que había sido el principal objetivo de su creación.
El Banco Popular, cuya creación había sido autorizada mediante decreto-ley 2143 de 1950, comenzó a operar oficialmente en diciembre de ese mismo año, en la ciudad de Bogotá, en el sitio que hoy ocupa la oficina de la sucursal de San Agustín.
Rápidamente fue expandiéndose con el apoyo del gobierno nacional que obligó a las entidades estatales a mantener depositados sus recursos en esa institución.
En Cúcuta, luego de los estudios previos a la apertura de la sucursal y temerosos de no poder lograr el éxito deseado, a pesar de las gabelas otorgadas por el Estado, pues la competencia de los bancos privados asentados desde mucho tiempo atrás, no le presagiaban mayores facilidades con el comercio y en general, con los demás sectores de la economía, por entonces incipiente.
Nombrado como gerente don Nicodemus Rangel, se dio a la tarea de promocionar los servicios del banco en el segmento para el cual había sido creado, las personas de la clase media, trabajadores y pequeños empresarios que por sus características, no habían tenido acceso a los grandes bancos.
Le habían advertido en la casa principal del banco, en Bogotá, que ese puesto era uno de los más difíciles de desempeñar, pues se necesitaba, además del conocimiento bancario, pericia, visión, tino y caballerosidad para lidiar con esa nueva clase de clientes, en una ciudad como Cúcuta donde la gente tiene un temperamento fuerte y exaltado que tiende a generar conflictos fácilmente.
Pero Nicodemus era todo un personaje, hábil en el manejo de situaciones atípicas como las que tuvo oportunidad de sortear, pues atendía más de cincuenta personas diariamente en su oficina de la avenida quinta, frente a la cual se construiría posteriormente el teatro Zulima.
En una de las primeras entrevistas que le hiciera la prensa, le preguntaban a don Nicodemus, si sentía el entusiasmo de la gente por vincularse al Banco Popular, pues se comentaba en los mentideros callejeros que no se percibía la afluencia de clientes que se esperaba; su respuesta fue negativa, dijo que la presencia de clientes solicitando la apertura de cuentas de ahorro y corrientes había superado todos los cálculos y que en cuanto a crédito se trataba, ya se habían aprobado y desembolsado un número significativo de recursos, especialmente a pequeños empresarios de la clase media, así como extendido sus beneficios a un buen número de empleados públicos y privados que venían siendo explotados por los agiotistas de turno.
En términos de captación o depósitos la suma redondeaba los dos millones de pesos, una cifra bastante generosa habida cuenta del tamaño de la población, tanto de personas como de empresas; menos de cien mil habitantes, alrededor de 95 mil para ser más exactos.
También estaban los costos para los usuarios de los créditos definidos en ese momento a una tasa del medio por ciento mensual, es decir un cómodo seis por ciento anual, tasa bastante atractiva a pesar de lo elevado que parecía ser en esos años de mitad de siglo, cuando las tasas generales eran algo más bajas, sin embargo, constituían un gran alivio para los prestatarios, quienes en manos de los usureros pagaban entre el veinticinco y el cuarenta por ciento.
Después de unos años, comenzó el auge de la construcción de nuevos edificios para las sedes bancarias y la ampliación, tanto de sus operaciones como de sus sedes físicas, de modo que con el traslado de las oficinas del Banco de Bogotá a su nuevo edificio de la esquina sur occidental del Parque Santander, el Popular se trasladó al edificio que hoy ocupa y que había sido la sede inicial del Banco de Pamplona a comienzos del siglo veinte, que posteriormente fuera absorbido por el Banco de Bogotá en su época de expansión en la década de los años treinta.
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