Alvaro Orlando Pedroza Rojas
Profesor Titular UFPS - Miembro de la Academia de Historia del Norte de Santander
Al Portón de la Frontera, al
trote, arriba la cordillera andina,
cabalga desde el Sur y se
empecina en seguir más hacia el Norte.
En Cúcuta, su rama oriental con fino porte se bifurca;
al Este, conquista a Venezuela y al Norte, la Serranía del Perijá se queda…
En la ciudad del duende, las
montañas amainan su bravura…
extenuadas de marchar, luce
su altura y escurridizo, el río por su mitad se cuela.
En la cálida ciudad de la
frontera, el sol calcina y el aire corre presto;
huyendo con afán marchan los
vientos.
Un cerro (el Tasajero) se ha
quedado viendo seguir la cordillera
como un ave en pleno vuelo,
ave viajera…
Al norte, estacionado, algo
le ocurre al cerro muy adentro,
viendo el río caminar hacia
su encuentro,
como un enamorado espera el
paso del fluido caminante por su lado;
los besos de agua fresca
harán enternecer su baricentro.
Su
núcleo del cretáceo habla de haber estado bajo el mar sumergido,
guarda
vestigios de criaturas que se han ido…
en
el ayer lejano, seres vivos, hoy fosilizados….
En
su piel se revela la historia, su pasado cuando el carbón de hoy
era
la flora florecida y, los materiales más duros, la infancia de la arcilla;
ese
barro alfarero que moldeado se convierte en hogar, templo sagrado,
bajo
el cual se guarecen las familias.
El
Tasajero es símbolo y es escudo, es punto cardinal y referencia,
es
mirador, es historia, es la herencia que tomamos en préstamo al futuro.
Deidad
de los ancestros, amantes de amor puro con la Pachamama,
su
fuente de recursos…
El
Tasajero era razón de la existencia y curso del espíritu,
morada
de los sueños, parte del cosmos del motilón cucuteño,
lugar
para sanar todo lo impuro.
Llueve,
sobre la cima, sin querer trastumbo un guijarro, rueda hacia el río
que
avanza en su danzar callado…
Desde lo alto diviso colinas, lomas, valles y los cielos nubados un poco más allá,
girando a la visual su rumbo, absorto quedo mirando el imponente faro que iza el Catatumbo.
Y,
bajo la lluvia observo el milagro del agua, movediza e inquieta...
que
ingresa y cura la áspera piel de greda, con sus heridas abiertas,
como
recibiendo un beso cicatriza … enseguida, sana la herida.
Escalar el Tasajero, coronar su cima mil metros más arriba de la orilla del mar,
es ver en su esplendor a las montañas todas en sus coronas:
como excavan el cielo y abren sus brazos gritando libertad
El Tasajero: una geoforma en triángulo isósceles parece mirado desde el sur,
y, un plegado normal se nos revela…
Ni
es isósceles, ni es normal el pliegue que éste nos ofrece.
Asimétrico
con cabeceo al norte, el cerro se devela…
Su
origen, historia, misterios y secretos son complejos:
nueve
fallas y siete anticlinales dan forma al Tasajero…
En
este Sagrado Cerro, el indígena descubre su sustento
y,
el minero tizna su alma con su corazón negro…
y,
nos cuenta aventuras vividas, perpetradas hazañas,
en
las entrañas del cerro, donde festejó su cuerpo cuando la pica golpeó la roca
que
otrora tuvo vida y salió orando por resultar ileso.
A
pesar del suéter de bosque tropical que le protege,
el
Tasajero, con su piel tostada de respirar veranos…
en sus entrañas guarda el mineral sagrado,
que teje de esperanzas al minero, por el esfuerzo de sus manos.
Sus rocas, tomaron de la noche su color y los sueños,
tiznaron el rostro y endurecieron las manos del obrero…
rocas que dan lumbre y llevan la energía muy dentro,
sueños y silencios de quien, en el socavón asume riesgos.
Tasajero llaman a quien prepara o vende sus tasajos:
trozos de carnes secas y saladas, en los dos Santanderes,
acaso ¿la vianda de ayer?
Los ancestrales indígenas, así bautizaron al cerro
que quizá les brindó suculentos placeres.
El vocablo aborigen:
Tasajero, prevalece en el tiempo;
a diferencia, en otros cerros de esta ciudad amada,
se adoptaron los nombres de los barrios erigidos…
y se olvidaron aquellos de cerros, que les dieron posada.
El cerro Tasajero está herido por dentro…
y, aun así regala a quien le inmola su carbón y su arcilla,
como si supiera que al darse le está dando al obrero:
color a su esperanza y el pan a su familia.
No da señales de dolor, solo
nos enseña su sonrisa…
En las tardes encara al
viento, lo convierte en brisa, amaina su carrera…
el viejo cerro, abiertas sus heridas, estoico mantiene su hidalguía
y, trueca el dolor por la sonrisa del minero que sale de sus entrañas cantándole a la vida.
Lo ve alejarse, sabe que al siguiente día volverá con intención voraz de hollar sus rocas.
¡Humildad y silencio del gigante!, quizá melancolía…
saber que al entrar el minero en sus heridas, cave sin querer. su propia fosa.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
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