La Opinión
El sábado 6 de agosto de 2005 la Quinta Yesmín ardió. Los bomberos llegaron cuarenta minutos después y en dos oportunidades se les cayeron las mangueras.
Hace 17 años, un viernes 12 de marzo, 1993, entrada la noche la redacción se paralizó al enterarse del atentado del que fue objeto el director y propietario de La Opinión, Eustorgio Colmenares Baptista. Fue un golpe bajo que hizo estremecer las entrañas de quienes a diario urden el periódico, de los cucuteños, nortesantandereanos y el país en general. No existían motivos que justificaran ese crimen.
El impacto fue tal que todos gritaban y corrían a una sola dirección: Clínica San José. Hasta allá fue llevado herido de gravedad, sin alientos, después de ser sorprendido a balas en la puerta de su casa donde se encontraba sentado con su esposa Esther Ossa, costumbre que solía repetir noche tras noche y que aprovechaba para saludar al transeúnte, al vecino, a quien se parara a meterle conversación. Disfrutaba un poco el aire libre antes de acostarse.
Era la primera vez que alguien se metía con el tesoro más preciado de La Opinión. Nunca antes había recibido una amenaza, ni siquiera cuando fue Alcalde en el período de 1966-70.
De esa tragedia hubo que escribir, registrarla, con el dolor más profundo para hacerlo, y ocupó la primera página. Se bajó el cabezote en señal de protesta, de repudio.
El presunto autor intelectual del asesinato del director del diario La Opinión de Cúcuta, Eustorgio Colmenares Baptista, fue capturado en Venezuela. Se trata de Pedro Tarazona Pabón, de 34 años, conocido como ‘comandante Fernando’.
La bomba
A las 12:00 de la noche del 20 de noviembre de 2002 se quiso amedrentar nuevamente al periódico. Unos hombres bajaron de una buseta, que habían robado para tal fin, cargando una maleta con 30 kilos de amonal e intentaron entrar a la vieja casona de la avenida 4 con 16. Pero el vigilante forcejeó y le ganó de antemano pudiendo cerrar la puerta principal. Los desconocidos, armados de pistolas, no tuvieron otra opción que huir. Sin embargo, dejaron abandonada la maleta negra en la reja que da a la calle.
Los celadores de turno avisaron de inmediato a la policía que al llegar a La Opinión pudieron constatar que se trataba de una maleta-bomba. La policía también aseguró que los hombres eran presuntos guerrilleros del ELN.
Para neutralizar la bomba los uniformados se valieron del robot Andro, que hacía su debut en estas tareas. Fue una noche casi toda en vela esperando a la vuelta de la esquina, que los hombres especialistas en la materia pudieran desactivar el elemento explosivo y detonarlo controladamente, cosa que se logró bien entrada la madrugada.
El incendio
Otra adversidad que pudo superar La Opinión fue el incendio de la madrugada del sábado 6 de agosto de 2005. Exactamente 37 días después de la celebración de los 45 años. Empezó a salir humo del segundo piso donde funciona la oficina de la dirección. El celador de la calle sintió el olor a quemado y le advirtió al vigilante del periódico Luis Enrique Gaitán. Miraron al techo y en efecto no sólo había humo sino una lengua de fuego que empezaba a consumir parte del mezzanine de madera, con cielo raso de esos materiales inflamables y viejas tejas españolas.
En su afán por apagar las llamas Gaitán pidió auxilio a los bomberos y al personal de rotativa que se encontraba imprimiendo y compaginando el periódico. Bajaron los extintores y subieron las escaleras. La puerta estaba con llave y se abalanzaron a romperla, pero la candela los expulsó ganándoles la partida.
Los bomberos llegaron cuarenta minutos después y en dos oportunidades se les cayeron las mangueras. El chorro de agua hizo que cayera sobre la planta baja toda esa masa de bahareque con que está construida la centenaria casona de la avenida cuarta con calle 16 y desde donde hace 45 años funciona el matutino La Opinión.
Las salas que más sufrieron con el lodo fueron las de redacción. Casi metro y medio de alto alcanzó el lodazal quedando enterrados computadores, escritorios, papeles y documentos de los periodistas. Una cadena humana se formó desde la misma mañana en que empezó la labor de limpieza. Los mismos trabajadores se arremangaron los pantalones y se dieron a la tarea de remover los escombros y como remando en el aire fueron sacando el lodo.
El fuego no bajó. Saltó, como si tuviera alas y consumió, además de la oficina del director José Eustorgio Colmenares, la de su secretaria Lilia Zambrano; los techos de las oficinas del subdirector Cicerón Flórez y de la sala contigua donde se encontraban algunos escritorios de periodistas.
Ese sábado se improvisó una sala de redacción y al día siguiente salió una edición dedicada a esa nueva amarga prueba que finalmente fue superada.
Bruno: un flash que no volvió a disparar
Por coincidencia del destino la oscuridad ha sido siempre la alcahueta de los hechos que más han estremecido a La Opinión. La noche del miércoles 19 de diciembre de 2007 fue asesinado, en su propia casa, el reportero gráfico Rafael Bruno Bruno. Acababa de entrar en su destartalado Renault 4 gris y nunca se supo si el sicario se subió antes y lo encañonó o si lo esperaron en el patio donde tenía unos bravos perros doberman.
Bruno se enquistó en La Opinión desde siempre. Se tomaba muy a pecho la reportería y nunca hizo mofa a nada que se le pidiera, ni por muy insignificante que pareciera. Acostumbró al periódico a tener exclusivas fotografías del Reinado Nacional de Belleza desde noviembre de 1967, es decir, estuvo 41 años consecutivos en Cartagena. También era el primero en armar maletas para viajar a Pamplona en Semana Santa y no se perdía posesión alguna de comandantes de Policía y Ejército.
Se desplazó hasta Tibú para captar el momento de la desmovilización del Bloque Catatumbo de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc). Incluso la mañana de ese miércoles la había pasado tomando fotos del puente de tirantas ´Eustorgio Colmenares´, que ni siquiera alcanzó a ver publicadas.
Bruno Bruno ocupó casi todas las presidencias gremiales y fue un incansable hombre de empresa. La Opinión, como ocurre en los circos donde la función nunca se detiene, le tocó nuevamente registrar este abominable hecho de sangre.
Recopilado por : Gastón Bermúdez V.
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