Oscar Peña Granados
Esquina
avenida 3ª con calle 16.
Sí, yo nací en la cuadra más chévere del Barrio La
Playa (Avenida 3 entre calles 15 a 17), ya lo había dicho y lo ratifico.
La casa
donde vine al mundo y donde también casi lo abandono, víctima de una enfermedad
que me dio un segundo tiempo, de pronto sin período de alargue, era la marcada
con el número 16-72.
Era una casa grande, de un solo piso, techos altos con claraboyas como se
acostumbraba para disminuir el calor, portón de entrada y contraportón, un gran
patio central y alrededor las habitaciones y el cuarto para los Santos (las
imágenes aclaro).
Al lado, un solar donde mi madre criaba gallinas y palomos para poder preparar
el caldo de pichón y la injundia de gallina para mi hermano mayor, asmático,
junto con las cataplasmas de Bronchodermina y un parche León bien pegado a la
piel para que su calor le aliviara los síntomas. Debo confesar que solo lo curó
la testosterona en aumento, cuando llegó su adolescencia.
El solar además de servir para la crianza de esas aves, era también espacio
para nuestros juegos y sueños y para admirar las aventuras de Carracay, el
gallo más feroz que he conocido, cumplidor con sus gallinas y celoso de sus
dominios, al punto que por años nos desterró del gallinero, hasta que cansados
de sus abusos terminó en un sancocho que nadie probó en honor al difunto.
Eran otros tiempos, estaban terminando los días
negros de la primera gran violencia del pueblo contra el pueblo. Aún quedaban
focos de bandolerismo en algunos departamentos, limitados pero siempre
mostrando esa gran capacidad para hacernos daño, premonitoria de nuevas
violencias. Sin embargo en el nuestro se respiraba un mejor ambiente.
Era gobernador
el Dr. Oscar Vergel Pacheco y gracias a él y a mi hermano Sergio, que ya
recuperado de las quemaduras que le produjeron los remedios antes mencionados,
sugirió que fuera Oscar también mi nombre y no Higinio, como me condenaba el
santoral.
En el principio de mis recuerdos oigo el sonido
acompasado de los pasos taciturnos de las vacas de doña Carlota, sobre el
empedrado de la calle, cuando en la tarde regresaban de pastar, solas, buscando
el potrero que habían acondicionado al lado de la casa situada en frente de la
mía.
¡!!Caabooon!! gritaba el bobo cuando pasaba,
montado en su burro, vendiendo el que en esa época era el combustible de las
cocinas. A veces iba tan borracho de guarapo que se caía de su montura y,
difícilmente, se levantaba ante la paciente mirada de su fiel Platero.
Pasaban también con su oferta gastronómica el de
los “coquitoos”, el de las “soolteritas”, Pinocho con su termo lleno de
‘posicles’ (riquísimos los de mantecado y
curuba), el carro de los papelones y el del ponche, donde de una llave brotaba
una burbujeante crema blanca. No me pregunten ni quiero saber los componentes.
Completando el cuadro de los habitantes de la calle,
puntualmente entre 5 y 6 de la tarde pasaba el ‘Loco Conde’, elegante en su
vestido completo, con corbata y sombrero y su bulto de periódicos al hombro;
decían que se había chiflado de tanto estudiar. Mis padres no entendían mi
interés por la medicina preventiva cuando les ponía su ejemplo ante sus
requerimientos por más juicio con los libros.
Me
olvidaba de Teléfono, era de piel negra, del mismo color de los teléfonos de la
época, pelo crespo, facciones propias de su raza acentuadas, de estatura más
bien baja, un poco obeso, mejor dicho gordo. Cojeaba al caminar y lo afligían
convulsiones que por su condición de indigencia y la época, no recibían
tratamiento adecuado, por lo cual era frecuente verlo con su ataque de
epilepsia echando espumarajos por la boca y produciendo conmoción y susto a su
alrededor, sobre todo cuando se le presentaba en plena misa del Domingo. Tenía
algo de retardo mental y de destochamiento, pero eso sí buen ojo para
seleccionar sardinas bonitas a las cuales gustaba de asustar.
Los domingos mamá abría las ventanas de par en par, dejaba que
el viento levantara las cortinas refrescando la casa y poníamos en el radio a
Roberto Fuentes París en su eterna búsqueda de una estrella: las Hermanitas
Pérez fueron uno de sus descubrimientos.
Era el día de ir, olla en mano, a comprar el mute del almuerzo
a la Lonchería Cúcuta, cruzando por la 16, con el pan blanco y, además,
quedarse con las vueltas para comprar un helado de vainilla. En Diciembre no
faltaban el pavo relleno y las hayacas.
También
por la calle 16 quedaba la Clínica Santa Ana, recuerdo en especial el día que
un astado empitonó a Curro Lara y al periodista que posesionado del momento se
paró en la puerta reclamando silencio, porque "peligra la vida del
artista”, al mejor estilo del Último Cuplé.
De la mano de mamá pasábamos la calle 16 para visitar nuestros
primos Lizarazo. Con ojos de asombro y algo de envidia miraba los juguetes que
le traían a mi primo Juan sus padres, de sus viajes al exterior. Me encantaba
explorar con él la habitación donde guardaban los colmillos de elefante, las
pieles de león y tigre, las patas de elefante adaptadas como asiento y las de
cebra como ceniceros, y muchas cosas más que su papá había traído de un safari
por el África.
Todo un tesoro para dos niños. A Juan se le ocurrió un día
echarse por encima la piel del león y salir por la calle asustando al que se
encontraba y llegar a mi casa donde casi mata de un infarto a mamá.
Mi otra diversión era escuchar a mi hermana Gilma preparar sus
clases de piano del Conservatorio; lo hacía tan bien, que muchas personas que
pasaban se quedaban escuchándola y, al terminar, había ovación general como la
que le dieron una vez en el Zulima, haciéndola repetir. Tremendo nudo en la
garganta ese día.
Poco a poco la ciudad se fue transformando, dejando su ambiente
semi rural y volviéndose más ciudad.
Se murió doña Carlota y se fue su hija, los hijos de su hija y
las vacas; también se fue mi primo y sus juguetes traídos de otros mundos y con
él, desde luego, se fueron los trofeos de caza.
Pero llegó la ampliación del alcantarillado que nos dio otros
motivos de juego, con sus profundos huecos para colocar los enormes tubos; más de
uno cayó en medio del barro que se acumulaba cuando llovía y por lo menos hubo
un brazo fracturado por caer en lo profundo de los hoyos. Al terminar los
trabajos la gran novedad, el asfalto para remplazar la piedra que cubría la
Avenida Tercera.
A la cuadra llegaron nuevos personajes: don Víctor y doña Lucrecia,
los dueños de la tienda de la esquina, él chiquito y con bigote, cascarrabias, tocaba
el violín en la Sinfónica; ella grande, enorme y amable.
Llegaron Blanca Lizarazo y sus hijos y con esta nueva amistad
la costumbre de sacar sillas al andén y chismosear incansablemente. Comprábamos
donde don Víctor cocadas recién hechecitas y dulces de guayaba que comíamos con
los mojicones, azucarados y las infaltables Club Soda de naranja o la Cola
pamplonesa, de sabor que fue imposible de imitar por las grandes compañías.
Había que esperar, eso sí, a que Laika, la perra guardián de doña Ana Paula se
durmiera, pues le encantaba perseguir a cuanto niño pasara por su horizonte e, inevitablemente tenía que pasar frente a ella.
Siguió llegando más muchachada: Llegaron los Moure, quienes
serían después artistas del teatro y la televisión; Gabriel era, además, un
aguerrido futbolista. Estaba también Iván Casanova, nuestro eterno vecino, en
su bicicleta negra.
La casa de doña Carlota la ocupan ahora los ‘turcos’ Lamk, ocho
hermanos y una mujer. El pasaje San Jorge que había sido remodelado es la casa
de los Morales, Germán Valdez gran jugador de fútbol, Tarzán- a quién llamábamos
así porque su diversión era subirse a los arboles y hacer arriesgadas piruetas
que en más de una ocasión terminaron mal- y, además, algunas hermosas niñas:
las hermanas Archila Díaz y Susanita Meneses son las que más recuerdo, que
daban el toque chic a la cuadra. Estaba, además, el ‘loco’ Jorge con su hablado
a lo Demóstenes y su permanente sonrisa, la familia Calderón y sus mujeres que
hicieron suspirar a más de uno.
Compartía
con Otto Calderón el lugar del Benjamín de la “cuerda” y el calificativo de
cuñado por los pretendientes de nuestras hermanas; él hoy es un reconocido
gastroenterólogo pediatra, ejerce en Cali.
Con todo este grupo se forma una cuerdita chévere, que toma
como sede la acera de la esquina, en frente de la tienda de Don Víctor, en
donde se juegan intensos partidos de fútbol que interrumpen la siesta del
mediodía de la pareja dispareja, siendo frecuentes los regaños a través de la
ventana . Más pacientes eran las gringas del Cuerpo de Paz, que arrendaban un
apartamento a la entrada del pasaje.
En otras ocasiones el sitio de reunión era la lechería al lado
de mi casa, a donde venían de todo el barrio La Cabrera a comprar el producto
de las fincas de los Lara.
Por supuesto que se presentaban sucesos extraordinarios: en la
casa de al lado se suicida un señor que no pudo con la pena de la muerte de su
familia en un accidente de tránsito un Viernes Santo; luego de su suicidio, su
fantasma vaga por la casa y saca despavoridos a las familias que arriendan,
posteriormente, el sitio. Fue necesaria una sesión de exorcismo para desterrarlo.
A la vuelta, por la calle 17 aparece asesinada una joven mujer
en su apartamento, su fantasma también hace correr a los que en horas de la
noche pasen por ese oscuro sitio.
El tiempo sigue pasando y los hermanos Lamk: Juan José,
Fernando y Chucho, junto a los hermanos Morales, se empiezan a destacar como
basquetbolistas. Llega el momento en que los vemos regresar como campeones
nacionales juveniles de básquet o vamos a ver sus hazañas en la Toto Hernández,
batiéndose con los morenos espigados de San Andrés, en ese equipo en que,
además, brilla Gastón Bermúdez, habitante de un barrio vecino y que se
destacaba por sus tiros fuera de la bomba, lo que hoy se llama lanzamiento de
tres puntos y se corona campeón nacional de lanzamientos libres. Muchos tratamos
de imitarlo, sin contar con su suerte en el deporte y con las más bonitas de la
cuadra.
Tratando de encontrar un sitio a nuestras tertulias se decide
fundar un club al que llaman Juventud y que los mayores encabezan dando la
presidencia a mi hermano mayor y nombrando como sede el sótano de mi casa. Su
duración es fugaz; los menores, encabezados por Chucho Lamk y Moure menor damos
golpe de estado, ocasionando la terminación del club a las 48 horas de fundado.
Este suceso fue marcando la disolución del grupo, los grandes
se marcharon a sus niversidades, los que nos quedamos preferíamos el Show de
Renny al mediodía, o los programas de la Billo’s en la noche. Oscar Martínez,
Henry Altuve y demás estrellas de la TV venezolana fueron entonces nuestros ídolos y suspirábamos ahora
por Paula Bellini y Maria Gracia Bianchi.
Nosotros también nos mudamos de esa cuadra, pero en nuestra mente
quedaron para siempre los recuerdos de esos años despreocupados, sin afanes,
con la alegre irresponsabilidad de la infancia y la adolescencia.
Por ese recuerdo he pedido que, a mi muerte, una parte de mis cenizas
sean esparcidas en esa cuadra. Quién quita que en noches de luna llena, a la
hora de un eterno conticinio, cuando no se escuche ni el ruido de las hojas de
los matarratones mecidas por el viento, pueda volver a patear el balón o
simplemente escuchar los cuentos de los otros muertos; encontrar nuevamente a
mamá y a Blanca L. sentadas a la entrada de la casa, esperando la llegada del
destartalado De Soto de mi padre para irnos a dormir. Tal vez podamos consolar
la angustia eterna del suicida o de la mujer asesinada y disfrutar la noche,
hasta que el sol del nuevo día o las protestas de los vivos nos haga callar.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
Leer estas cosas me llena de alegría, pero también de nostalgia, yo vivo por la calle 16 y nada relevante pasa. Nadie se imagina lo que añoro haber nacido en otras épocas.
ResponderEliminarMuy hermoso relato , ahora soy un nuevo inquilino de este hermoso barrio viviendo en el pasaje con las personas mas hermosas de mi vida , nacidas precisamente en este pasaje.
ResponderEliminarHola. A una cuadra del Diario La Opinión, por la calle vivió mi tía abuela Balbina Cárdenas de Cárdenas quien tuvo 2 hijos. Uno, Pedro Rafael se fue a vivir a Caracas (1950 aprox) y María casó con el señor Ramón Villamizar.. No tuvieron descendencia. Yo los visité como en 1963. ¿Sabes algo de ellos?
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