La violencia paramilitar que se vivió en Cúcuta y su área metropolitana esconde tras de sí muchas historias que parecieran ser sacadas de una novela de terror.
Uno de estos capítulos macabros, dado a conocer por los excomandantes paramilitares Jorge Iván Laverde Zapata, alias El Iguano y Ramón de las Aguas Ospino, alias Rumichaca, es el que cuenta la forma como el Frente Fronteras borró la evidencia de más de 200 homicidios cometidos entre 1999 y 2004.
Según la confesión hecha por estos dos hombres ante la magistrada Alexandra Valencia Molina, en Cúcuta fueron habilitados 8 lugares que terminaron convertidos en campos de exterminio, donde los ‘paras’ llevaban a sus víctimas para ejecutarlas y, en algunos casos, prenderles candela para desaparecer por completo sus cadáveres.
El testimonio de estos dos desmovilizados, que hoy hacen parte del proceso de Justicia y Paz, le permitió a la Fiscalía reconstruir cómo funcionaron estos lugares y cuántas víctimas fueron ejecutadas allí.
Este corregimiento de Villa del Rosario carga tras de sí el sino trágico de haber sido el lugar donde se ideó y llevó a cabo una de las prácticas más siniestras de la violencia paramilitar: incinerar cuerpos para borrar toda prueba de su existencia.
Según Laverde, Misael le sugirió a los dos jefes paramilitares que lo mejor era meterles candela a los cadáveres, así no iba a quedar ningún rastro de ellos.
“Él nos dio la idea de incinerarlos. Los primeros cuerpos los quemamos al aire libre, en la curva de El Diablo, en la vía a Juan Frío. Allí, con leña y llantas, le prendimos candela a 15 cadáveres, uno encima de otro”, sostuvo El Iguano.
Buscando perfeccionar su método, los hombres del Frente Fronteras decidieron, en otro punto, cavar un hoyo junto al río Táchira e incinerar más cuerpos. Esto fue en una finca conocida como Aguasucia, cuyos dueños, según le contó Hernán a El Iguano, habían sido asesinados por la guerrilla.
Finalmente, llegaron al horno de El Trapiche, una construcción rústica de ladrillo en la que pudieron llevar a cabo su exterminio con un poco más de sofisticación.
Según las cuentas de El Iguano, en la primera tanda de desaparición de cuerpos, mediante la incineración, Hernán le dijo que habían sido 50 las víctimas que habían ardido entre las llamas. Todos estos cuerpos eran de personas asesinadas entre 1999 y 2001.
Sin embargo, Laverde dijo ante la magistrada Valencia que, después de 2001, Hernán habría ordenado desaparecer 30 cuerpos más.
“La cifra exacta no la conozco porque después de que nosotros empezamos con eso, todos los comandantes de la ciudad llevaban hasta allá a sus víctimas, las mataban y ahí mismo les prendían candela. Pueden ser más de 100 los cadáveres que allí se incineraron”, indicó El Iguano desde la cárcel de Itagüí, donde permanece recluido.
Este corregimiento, ubicado también en Villa del Rosario, hacía parte de la zona comandada por Hernán. Según el fiscal de Justicia y Paz, Édgar Carvajal Paipa, la Fiscalía tiene establecidos 15 hechos con 28 víctimas en este lugar.
Por los testimonios ofrecidos por algunos desmovilizados que hoy hacen parte del proceso de Justicia y Paz, las muertes en este sector obedecían, principalmente, a ejecuciones que buscaban lograr el control territorial.
En la vía que de Cúcuta conduce a El Zulia, está ubicado este corregimiento que pertenece a San Cayetano y en el que antiguamente funcionaba el botadero de basuras municipal. Hasta este lugar eran trasladadas las víctimas de los ‘paras’, principalmente de Atalaya, para ser ejecutadas. Según la Fiscalía, en este sitio se ha podido determinar que ocurrieron 13 hechos que dejaron 23 víctimas.
Todas las personas asesinadas en esta zona quedaban a merced de las aves de rapiña, lo que dificultaba su posterior identificación.
Este sitio, ubicado en el barrio Sevilla, fue un fortín del Frente Fronteras desde su llegada a Cúcuta, en 1999, y hasta su desmovilización en 2004.
Por este lugar, según el testimonio entregado por Rumichaca, pasaban a diario empresarios del carbón y el arroz, ganaderos, políticos y personas del común que eran citadas por los comandantes ‘paras’, con el fin de cuadrar las cuotas extorsivas, denunciar guerrilleros, coordinar asesinatos o dirimir conflictos entre vecinos.
“Los primeros que se ubicaron en este lugar fueron Orlando Bocanegra, Arturo Núñez y Ramón de las Aguas Ospino. A ellos los conocía la gente de Sevilla porque habían vivido allí o tenían familiares en el sector. Era un sitio estratégico desde el cual se comandaba toda la ciudadela Juan Atalaya”, sostuvo El Iguano.
Sin embargo, según se desprende de las confesiones hechas por Laverde y Rumichaca, a este lugar también eran llevadas las personas que se retenían en distintos lugares de Cúcuta mientras se les investigaba su pasado.
“En unas casas que teníamos en el sector escondíamos a la gente que nos señalaban de ser guerrilleros. Si les confirmábamos la acusación, les dábamos muerte en ese lugar y después botábamos los cadáveres en la chancha de El Chulo”, precisó Rumichaca.
La importancia de este lugar, según Ospino, radicaba en la posibilidad que les ofrecía a los ‘paras’ de poder escabullirse por el intrincado mar de callejuelas que surcan el sector.
Ubicada en la parte alta de Sevilla, en el barrio Cerro Norte, este antiguo escenario deportivo pasó a la historia como el principal sitio de ejecución de víctimas paramilitares en Cúcuta.
“Cuando nosotros llegamos al sector esa cancha estaba abandonada. La habilitamos como una base cuyo principal objetivo era el de brindarnos un control de la zona por la vista que nos ofrecía de los alrededores”, contó Rumichaca.
Según Ospino, este lugar también fue el epicentro de múltiples crímenes, pues hasta allí llevaban a las personas que iban a ser ejecutadas para luego lanzarlas por un barranco o simplemente dejarlas abandonadas ahí mismo.
“Yo maté a 5 personas en la cancha de El Chulo. Luego las boté por una peña que daba al matadero municipal. Eso fue en 1999. Sin embargo, el año en el que más personas mataron en este sitio fue el 2003. Las autoridades iban casi a diario a recoger muertos de nosotros a ese lugar. Sabían que nosotros estábamos ahí pero no nos decían nada”, confesó Rumichaca.
Para El Iguano, este sitio era el escogido por los mandos medios del Frente Fronteras para refugiarse.
“A algunas de las personas que llevábamos hasta este lugar las torturábamos antes de asesinarlas. Les poníamos bolsas en la cabeza para obtener información”, indicó Laverde Zapata.
En el barrio La Ermita, de la ciudadela Juan Atalaya, funcionó otro de los campos de exterminio paramilitar.
En un paraje solitario, junto a la malla del aeropuerto Camilo Daza, murieron 5 víctimas, en 4 hechos distintos, según la Fiscalía.
Se presume que el número de víctimas ejecutadas en este sitio puede aumentar, toda vez que aún faltan testimonios de paramilitares que operaron en la zona y tendrían que ver con los homicidios que en el sector se registraron entre 1999 y 2004.
Este punto fue ante todo un sitio de reuniones de comerciantes y políticos con los hombres que operaban en la ciudad bajo el mando de El Iguano. Hasta este lugar subían a entrevistarse con Carlos Andrés Palencia González, alias Visaje, segundo al mando del Frente Fronteras y actualmente prófugo de la justicia.
También era un sitio clave para la planeación de asesinatos, guardar armas, carros y motos de las AUC. Además, según el testimonio entregado por desmovilizados de este frente, en el sitio se llevaron a cabo múltiples ejecuciones de personas que eran citadas hasta este lugar y que acudían sin saber que sería su último día de vida. El número de personas que allí fueron asesinadas sigue sin establecerse.
Esta finca, ubicada en el corregimiento de Banco de Arena, zona rural de Cúcuta, se convirtió en el campamento central del Frente Fronteras y hogar de su comandante, El Iguano.
“Nosotros ocupamos este lugar porque estaba abandonado. Cuando llegamos a la zona, nos enteramos que el dueño de la finca se había ido para Venezuela porque la guerrilla lo había secuestrado muchas veces y ya no tenían nada más qué quitarle. Ahí yo establecí mi campamento”, indicó El Iguano.
Según el excomandante del Frente Fronteras, en esta finca, junto a un caño, fueron incinerados 19 cuerpos de personas que habían sido ejecutadas en este lugar y cuyos cuerpos habían sido enterrados allí mismo.
“Después de esos primeros 19 cuerpos, incineramos 13 cadáveres más. Los apilábamos, buscábamos madera y con llantas les metíamos candela. Una vez los cuerpos se reducían a cenizas, echábamos agua y se borraba toda evidencia”, confesó El Iguano.
Laverde Zapata sostuvo ante la magistrada Valencia que en ningún momento él ni ninguno de sus hombres, le metió candela a una persona viva. “Todos eran cadáveres”, finalizó diciendo.
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