En una breve evaluación de los antecedentes que rodearon los hechos, tendremos que incluir el ingrediente político de entonces y la trayectoria y el desarrollo que hasta ahora había tenido la Universidad. En relación con el primero, el principal factor lo constituyó la terminación del periodo del Frente Nacional y el comienzo de una época caracterizada por nuevos elementos políticos, en cabeza del recientemente elegido presidente Alfonso López Michelsen, quien encabezaría un revolcón institucional que le daría a la nación un sentido diferente al que hasta ahora había tenido, en buena parte por las restricciones que habían acordado los dos partidos tradicionales con el objeto de darle tranquilidad al país. La universidad llevaba funcionando doce años, primero como institución privada y posteriormente departamentalizada, gracias a las gestiones y buenos oficios del rector José Luis Acero Jordán quien, hasta ese momento, llevaba diez años manejando los destinos de la Universidad y que había logrado obtener todos los beneficios posibles para llegar al punto donde ya la Universidad había sido, no solo reconocida a nivel regional y nacional, sino que tenía una cantidad apreciable de oferta académica para los estudiantes locales y una sede digna de las mejores universidades del país al otorgársele los terrenos del Barrio Colsag para construir allí las edificaciones necesarias para el cumplimiento de sus objetivos formativos. Hasta ahora, los profesionales que habían obtenido su título, eran básicamente tecnólogos, Delineantes de Arquitectura e Ingeniería, Topógrafos y Laboratoristas de Ingeniería quienes orgullosamente enseñaban su cartón desde al año 1965.
En agosto, el presidente López, posesionado ya de su cargo, comenzó su ‘Mandato Claro’ pidiendo a todos los funcionarios la dejación de sus puestos con el ánimo de reorganizar el Estado, según la visión que traía y que había propuesto durante su campaña electoral. Es necesario recordar que entonces todos los funcionarios del ejecutivo dependían, directa o indirectamente del Presidente y eso incluía, además de los gobernadores, alcaldes y etc. a los rectores de las universidades públicas, que entonces como hoy son nombrados por el Consejo Superior Universitario, previa consulta, que es el punto que ha variado pero que en el papel sigue siendo lo mismo.
Obedeciendo la directiva presidencial, el rector Acero Jordán pasó su carta de renuncia irrevocable al gobernador saliente Haddad Salcedo, quien se excusó de tramitarla con el argumento que correspondía al mandatario entrante, no sin antes hacer un merecido elogio de su gestión. Nombrada gobernadora la doctora Fidelia Villamizar y luego de la entrevista de rigor que hiciera al rector dimitente, en la cual le solicitó continuara en el cargo, éste manifestó su deseo de no continuar, pues estaba cansado del puesto y quería dedicarse a sus actividades particulares, a lo cual, la mandataria optó por aceptarla y de igual manera, declarar en mensaje que envió al Consejo Superior el reconocimiento por su meritoria labor ejercida durante todos esos años. Fue nombrado en interinidad, el secretario académico ingeniero César González Sabogal y a partir de ese momento comenzó el ‘tira y afloje’ por la rectoría y que pasaré a resumir muy brevemente a continuación.
Parece que desde ese instante, el cargo de rector comenzó a ser muy apetecido, pues no faltaron grupos ni aspirantes que manifestaran su interés por ocupar el puesto, desatándose una guerra sin precedentes en una institución que apenas aterrizaba en sus actividades. Los grupos políticos fueron los primeros en aparecer, esta vez, los simpatizantes del elegido presidente, con Justo Pastor Castellanos a la cabeza a quien la Asociación de Profesores expresó su total rechazo, manifestando que era ‘una amenaza originada en los intereses grupistas de un sector político’, querer apoderarse de la universidad para sus fines politiqueros. Mientras tanto, la misma Asociación se había reunido para lanzar sus candidatos, congregados en una terna conformada por los profesores considerados los más aptos para el desempeño del cargo, cuya designación recayó en los nombres de los docentes Miguel Andrade Yáñez, Virgilio Durán Martínez y el ingeniero Luis Eduardo Lobo Carvajalino. Esta vez, quienes se opusieron rotundamente fueron los estudiantes, que no estaban de acuerdo con la inclusión del nombre de Luis Eduardo Lobo, decisión a la que llegaron luego de una Asamblea General en la que remitieron por escrito a la gobernadora el comunicado con la advertencia perentoria que irían a la huelga si este candidato era nombrado oficialmente. Por otra parte, el Obispo de Cúcuta, monseñor Pedro Rubiano sentía que su presencia sobraba en ese Consejo Superior y decidió renunciar, petición que le fue aceptada sin mayores argumentos; siguiendo este mismo ejemplo, el padre Faría renunció al mismo cargo en la Universidad de Pamplona, dejando por fuera de la dirección de las universidades oficiales la representación del clero. Finalmente, el Consejo Superior resolvió de manera salomónica la difícil situación, al nombrar rector al ingeniero Senén Botello, entonces gerente de las Empresas Municipales. Y aunque se le iba generando un nuevo conflicto, al gobierno local, pues el sindicato de la Empresas no quería ‘soltar’ a su gerente estrella, en definitiva, resolvió aceptar luego de convencer a los trabajadores de las empresas, que era lo más conveniente para ambas partes.
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