Lo primero que menciona, pues fue muy importante para la coyuntura del momento, son todos los productos del exterior que llegaron a Cúcuta y que le permitieron al nortesantandereano empezar a conocer y a probar alimentos producidos por fuera del país. Esto, resultó sumamente importante en la época, pues las dimensiones que se tenían del mundo empezaron a cambiar en la frontera y se empezó a hablar de lugares antes desconocidos.
De esos días, David especialmente evoca esas llegadas de su papá a la Estación Cúcuta, a la que llegaba cansado y lleno de alimentos y objetos supremamente llamativos, por lo raros y poco comunes en la región. “Mi papá trabajaba en Tibú, en la empresa petrolera del Catatumbo y cada quince días llegaba cargado de productos americanos”. En esos arribos, emocionantes para David, no solo aparecía su padre sino que con él llegaban, entre otros, productos antes desconocidos como manís, mariscos y frutas importadas, que eran entregados por lo americanos a los trabajadores. En esos vagones, abarrotados de carga, aparecían cacahuates, pistachos, nueces, jamones, naranjas, manzanas, salchichas y una cantidad de productos, que hacían emocionante cada viaje a la Estación Cúcuta a recoger a su papá.
Hoy en día, cada vez que va a un súper mercado en el vecino país o en Cúcuta, se ríe de pensar que ya se consiguen fácilmente toda clase de manzanas californianas o vinos chilenos y que antes, lograrlo era toda una osadía. Como él dice, por medio de Venezuela, el cucuteño ha disfrutado de muchas cosas que no llegaron rápido a Colombia.
Pero no solo aparecieron productos americanos, David, también fue testigo de las llegadas de la mula de hierro, cargada de frutas y verduras, a la Estación central, en donde bajaban la carga y la movilizaban directamente a la plaza de mercado, antiguamente ubicada en el Parque Santander. En esos viajes, aparecían productos difíciles de producir en la región como la yuca, el plátano, la leche y la carne, que ayudaron a tener una buena oferta de víveres en la ciudad. Según él, uno de los principales beneficios que trajo el ferrocarril fue el excelente abastecimiento alimenticio, que mejoró la calidad de vida en la ciudad.
Echando cabeza, David se ríe y afirma que no solo aparecieron los cacahuetes y los jamones, sino que también, el ferrocarril llevo a la ciudad a la placenta de su abuela, que posteriormente le permitió a él crecer en dicha ciudad. Su abuela, proveniente de Venezuela, llegó al país por este medio como tantos extranjeros que en dicha época aparecieron en la zona. “El Catatumbo y el ferrocarril son cosas que no se pueden separar. El tren más que un destino, era un punto de partida desde y hacia todos los lugares del mundo”. Pero no todo lo que llegó fue grato para la ciudadanía, el tren, también introdujo en la ciudad una tradición detestada por las mujeres y amada por algunos hombres.
Metido en su estudio, abarrotado de libros, películas, música y recuerdos físicos, David entra en un tema que, según él es fascinante, y explica el fenómeno que se vivió en esos años en la ciudad. Para entender la aparición de prostitutas en grandes cantidades toca hablar de los obreros de las empresas petroleras, pues gracias a ellos empezó el mercado en exceso de estos servicios. “Para la explotación de petróleo en el Catatumbo se contrataron más de diez mil obreros por allá en la década del 50”. Estos, que eran personas humildes de la ciudad de Cúcuta, se transportaban a principio de semana a Tibú y vivían en los campamentos de las empresas. Cada ocho días, llegaban de vuelta a Cúcuta para saludar a sus familiares, descansar y en general, para aprovechar el tiempo libre.
Pero cada quince días, estos recibían el pago de sus salarios y se venían directamente a la capital de Norte de Santander, no precisamente a hacer visitas, sino a gastar lo que les habían cancelado. David, como si fuera ayer, tiene en su mente la imagen de la Estación del Salado atiborrada de obreros y, a la salida, de cientos de prostitutas dispuestas a irse con el mejor postor. “Ellos llegaban a Cúcuta a putiar, beber, parrandear, joder y a matarse por las mujeres que los esperaban”.
Debido al gran impacto que estas tenían en la ciudad, se decidió crear una zona de tolerancia, vista como el barrio de las prostitutas, que tal vez podía ser la más grande de Colombia y de la zona. Esto, se hizo para permitirles a estas mujeres trabajar tranquilas. Las trabajadoras sexuales, que en esa época debían cargar con licencia de sanidad, pudieron trabajar de una manera más digna y recibieron un espacio ideal para hacer su negocio. El barrio, que fue nombrado La Insula, quedaba situado justo en donde se encontraba la Estación del Salado, de la línea que iba a Puerto Santander. “Ese lugar era turbio, a veces peligroso, la luz era bajita y allí se encontraban todos los bares, puteaderos y, en general, todo lo que se necesitaba para ir a gozar. Era una especie de zona rosa, lo que pasaba, era que no era muy bien vista por algunos”.
Cuenta David, que cuando se legalizó el barrio y se dejó como una zona de tolerancia, los obreros, sin pena y dispuestos a derrochar el sueldo, aparecían en la Estación, llegando por medio del tren. Cuando hacían su arribo, la mula de hierro se veía invadida, por todos sus lados, de hermosas e imponentes mujeres que, únicamente, buscaban trabajar.
De ahí, según Bonells, es que aparece la tradición de las trabajadoras sexuales en la ciudad y por esto es que estas son tan apetecidas en la región, aun en los tiempo de hoy. “Esto ha sido una tradición histórica en la frontera”. Para él, ese barrio no ha debido desaparecer, pues era una belleza ver una zona de tolerancia de tal magnitud. Pero como sucedió con todo lo que rodeó el ferrocarril, La Insula se perdió en el olvido, sin que nada ni nadie, ni siquiera los que iban a disfrutar de lo bueno que allá se ofrecía, dijeran o hicieran algo al respecto. Pero a pesar de esta desaparición, el barrio dejó su propia historia en la ciudad y fue una de las circunstancias de más impacto que dejó el sistema. “Yo estimo que la operación del tren y todos estos pequeños detalles incidieron, grandemente, en la conformación del espacio urbano de la región”.
“No por nada somos como somos, no por nada hablamos como hablamos, no por nada bailamos como bailamos. Todo, tiene una explicación”. Así, empieza David a hablar de uno de los temas que más lo apasionan sobre la historia del tren de la ciudad. Para él, la idiosincrasia del cucuteño tiene, absolutamente, toda su razón de ser en el impacto que trajo el Ferrocarril.
Para él, el hecho de ser alegres, de bailar pegado a lo Melódicos o a lo Billos, se explica en el preciso instante en que la ciudad se conectó con la salida al mar. De ahí, es que vienen todas estas tradiciones propias del costeño, pero bien marcadas en los habitantes de este mediterráneo alejado de la salida hacia a la costa. Antes, cuando estábamos lejos del océano, la idiosincrasia era otra. Pero con la cercanía que el tren permitió, todo cambió y el cucuteño empezó a ser como hoy en día es conocido en todo el país, alegre y mamador de gallo. “Hay que mirar bien, para entender lo que significó el ferrocarril, qué iba, qué venía, qué llegaba. A través del sistema, Cúcuta empezó a crecer y el cucuteño empezó a crear un identidad”.
Cuenta David, que la mula, aparte de todo lo que trajo a nivel económico, político y urbanístico, trajo a la ciudad una forma de ser que llegó con la carga de compensación que llegaba río arriba a la ciudad. En esas llegadas, gratas como todas las que hacía el tren, fueron apareciendo muchas de las costumbres caribeñas que nos caracterizan. Dice Bonells, que a pesar de lo que todo el mundo dice y piensa, estas actitudes no son propias del clima caliente, aunque este si tiene algo que ver, sino de la cercanía que permitió el tren para ir hacia el mar, en donde las costumbres y las formas de vida son otras. “Hoy, cuando uno va al cerro Tasajero y observa el horizonte, o cuando toma un carro y sabe que a tres horas está el Lago de Maracaibo, la memoria se reacomoda y se entiende que aquello, que sucedió en esa época, no era más que el comienzo de algo, que yo llamaría la cercanía”
Con esa cercanía, el cucuteño pudo cambiar la percepción del mundo y empezó a ver todo más cerca. Es que como se sabe, antes para el oriundo de la ciudad el mar pertenecía casi a una dimensión desconocida y poco explorada.
Aunque no se atreve a enumerar las razones puntuales que hacen al cucuteño ser como es y actuar como lo hace, David, antes de concluir con este tema, sentado en su imponente escritorio, viendo un debate político, otra de sus pasiones, señala que “El tren nos unió, así como también lo hizo el río Zulia en su momento, con una dimensión supraespacial y antes lejana e irreal, como lo era el afrodisíaco mar. Es que el cucuteño pasó a saber que podía, aunque no era al lado pero si muy cerca comparativamente con el pasado, ir al mar todos los días, bien fuera por medio del ferrocarril o a través del río. Esto, condicionó enormemente el estilo de vida del nortesantandereano y lo llevo a ser lo que es”.
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