Fui a una localidad que se llamaba gramilla y quedaba muy cerca de la cancha, en sillas de madera individuales. No creo que tuviera tiempo de apreciar las jugadas, porque trataba de grabar cómo era el estadio lleno de aficionados, la pasión de la gente, el tratar de distinguir a Di Stéfano, admirar a Villaverde.
Primero salieron unos hombres pintados de negro que decían eran los motilones y todavía me pregunto, de dónde tomaron la muestra, porque los motilones no eran negros. Nadie dijo nada, ni ahora lo hacen con los adornos de los actuales motilones con plumas al estilo de los indios norteamericanos. Errores de nuestra historia. Los motilones, solo usaban guayuco, como los del padre García-Herreros.
Desde entonces, nunca he dejado de ser fiel hincha del Doblemente Glorioso, ni atendí coqueteos como los ocurridos, por buena amistad con Darío López y Zubeldía del Nacional, a quienes mandaba los videos de las fechas del fútbol español e italiano, que por Venezuela veíamos los cucuteños, y enviaba porque no habían parabólicas.
Por la ubicación de la oficina de mi padre era frecuente verlos, pues vivían al frente, en el sector de Rosetal. Conocí a Zunino, quien se casó con una linda secretaria de Cumotor; sabía de Gambetta, Tejera, dos campeones mundiales, que al momento vinieron a jugar a nuestro equipo. Cómo y por qué vinieron, sólo lo saben esos dirigentes del ayer encabezados por los hermanos Lara Hernández que lograron lo que hasta la fecha en Colombia ningún equipo lo ha hecho: Que inmediatamente fueron campeones mundiales, jugaran en equipo colombiano. Juan Carlos Toja, a quien solo muchos años después le señalé mi admiración por el gol de cabeza, casi perpendicular al gramado que le hizo a Chamorro arquero de Santa Fe. Cuando los éxitos acompañaron a los rojinegros, nos acordamos de nuestro primer encuentro con los motilones.
Así llegó el sentimiento, como lo dice Simón Díaz “cuando el amor llega así de esa manera uno no se da ni cuenta…”.
Eran los días de seguirlo diariamente por la radio. Cornucopia Deportiva con Roque Mora y Álvaro Barreto con sus “arengas” cuando se jugaba el ‘Clásico del Oriente’, que le costaron sus sanciones, Tobito Acevedo por la Voz de Cúcuta, la consecución de mis boletas participando en concursos de ‘Gramilla en el Aire’ de Jesús María Sepúlveda ‘Suso’, Cátedra Deportiva del caballero de la calle tumbacuatro de Santa Marta don Arnulfo Alarcón. El domingo a escuchar al inigualable Gilberto Maldonado, o a Gustavo Véjar. Eran mis habituales compañías en los sueños motilones.
Capítulo aparte merece Carlos Ramírez París, seguidor sin par del equipo, dirigente a veces, quien por ejemplo instalaba en el estadio unos altoparlantes para animar al equipo, en especial con ‘la Cocaleca’, tamborera panameña de Víctor Cavelli, sobre una concha de mar de color negro, de las playas del Pacífico, gustaba mucho por el sabor de su carne y, en la canción, se invitaba a su pesca, y a ver al Cúcuta, en la adaptada con letra a los motilones.
Qué bello estar en el estadio, una verdadera pasión. Recuerdo al Dr. Epaminondas Sánchez, quien inauguró la moda de los zapatos tenis o deportivos para ir al fútbol, un gringo de la Colombian animador con el clásico “come on Cúcuta, meta gol”.
Así también en esos terribles años de desorden administrativo, peleas entre grupos de dirigentes etc. que nos llevaron a la vergüenza nacional durante nueve años, nunca pensamos cambiar de equipo, lo queríamos más. Hasta que llegó el año donde logramos lo que nunca antes se dio: ¡Campeones!
Lo bello e inocente se cumplió. Nunca pedí un campeonato e igual que los niños de esas épocas, seguíamos al ‘Rojinegro’, por ser nuestro, por ser el orgullo motilón. Nada parecido a lo de esta época, donde encontramos más seguidores de otros equipos que los que tiene el local. Todavía en Cúcuta, no se da, pero….
excelente
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