En infraestructura, con su flamante diseño de amplias avenidas y calles; en vías, con el establecimientos del Ferrocarril de Cúcuta y sus líneas férreas del norte, hacia el Lago de Maracaibo y del sur, que pretendía unirnos con el interior del país, además de su moderno tranvía que recorría sus principales arterias; en industria, la que comenzaba a experimentar las innovaciones del desarrollo tecnológico conjuntamente con sus similares de Medellín, Barranquilla, Bogotá y Bucaramanga.
Eran nuevos y numerosos los proyectos que fueron aflorando y que en esta crónica pretendemos presentar para mantener la memoria de los prodigios que alguna vez hicieron de la ciudad una próspera y pujante capital.
Empezaremos por mencionar un proyecto que iniciaba apenas comenzando el año y que por iniciativa del párroco de la iglesia de San José, aún no designada catedral, el R.P. Daniel Jordán, en los días iniciales del mes de febrero se colocaba la primera piedra del que sería el magnífico templo de Nuestra Señora de la Candelaria, en el barrio Sevilla.
Esta nueva construcción se erigía como el reflejo del novel estilo arquitectónico del arte religioso católico moderno que sigue las tendencias de renovación que pretenden los jerarcas de la iglesia y que busca adaptarse a las condiciones del ambiente que caracteriza los fieles que serán los directos beneficiarios de la propuesta. Tanto la bendición como la colocación de la primera piedra fueron impartidas por el obispo de Nueva Pamplona (aún no erigida arquidiócesis) S.E. Norberto Forero y García.
El Preventorio Juvenil
Por aquellas calendas era queja generalizada de las familias cucuteñas, los varios centenares de jovencitos o ‘pibes’ como eran llamados por los hinchas futboleros, que deambulaban por las calles de nuestra capital, sin Dios ni ley, a cualquier hora del día y de la noche, visitando casas de lenocinio y durmiendo en zaguanes y que no podían ser llevados al Amparo de Niños, porque no lo eran, ni al Reformatorio de menores, pues debían tener ‘un sumario a las costillas’ y una boleta de un juez de menores, así que nuestro reconocidísimo alcalde Numa Pompilio Guerrero, se las ingenió para crear una institución que pudiera albergar esa ‘población intermedia’ y brindarles una vida digna y una ayuda en educación que les sirviera como medio de sostenimiento para la vida.
La noble institución le fue otorgada a la comunidad de los Hermanos Oblatos del Corazón Doloroso de María y el Buen Pastor, comunidad fundada en Bogotá por el antiguo eudista fray Pablo del Buen Pastor, con el permiso y la autorización del obispo auxiliar de aquella época en la capital, monseñor Luis Pérez Hernández y ampliamente estimulado por la Santa Sede en manos de monseñor Samoré, conocido como el Nuncio Peregrino, de mucha recordación en nuestra región, a tal punto que se le concedió el mérito de haber contribuido con la evangelización de una zona inhóspita de nuestro territorio, por lo cual, una vereda del municipio de Toledo lleva su nombre en agradecimiento.
La noche del 25 de febrero fueron recogidos 35 menores ‘vagos’ en distintos sitios de la ciudad y fueron llevados a un salón especialmente acondicionado en la cárcel municipal para ser entregados a los Hermanos Oblatos, así pues, se rescataban para la sociedad, al decir de la prensa de entonces ’35 futuros hampones’, que a partir de ahora serían útiles a la familia, a la patria y a la sociedad. Adicionalmente es necesario reseñar que los Hermanos Oblatos habían sido traídos a Cúcuta para encargarse del Amparo de Niños, que provisionalmente funcionó en la Fundación Barco, por iniciativa de doña Inés de Moncada, mientras se adecuaban las instalaciones de la hacienda de La Garita.
También es conveniente recordar que la comunidad de los Oblatos fue fundada específicamente para la dirección de cárceles, panópticos, reformatorios, atención de moribundos y para enterrar los muertos de los anfiteatros y de las cárceles. De esta manera, los reverendos Oblatos manejaron durante un tiempo las dos instituciones, durante el cual recibieron múltiples expresiones de cariño y de colaboración de la ciudadanía por su encomiable labor en favor de los menesterosos y los delincuentes presos.
El Ingenio Azucarero de UREÑA
Mientras esto sucedía en la Perla del Norte, en la vecina San Juan de Ureña se estudiaba la posibilidad de aprovechar las extensas tierras del valle del río Táchira.
El año anterior, ya una comisión de técnicos franceses habían visitado la zona para determinar la viabilidad de establecer un planta procesadora de caña de azúcar y su dictamen era positivo, siempre y cuando se utilizaran las dos riberas del río limítrofe y además, se proyectara una represa que regulara las aguas y sirviera para irrigar los cultivos y adicionalmente suministrara el líquido a las poblaciones vecinas.
Decidida la iniciación del proyecto, la Corporación Venezolana de Fomento definió la comisión que procedería a organizar la empresa y para tal fin, designó al Teniente Coronel Guillermo Isea Chuecos como director encargado de la misión y se asignó una partida presupuestal de dos millones de bolívares.
Simultáneamente fue invitado el ministro de agricultura colombiano José Cabal Cabal, para dar a conocer la proyección de la idea y definir la participación del país en la construcción de la represa anteriormente mencionada.
Todas las concepciones establecidas en el plan fueron seguidas al pie de la letra, pues se disponía que la ubicación de la planta fuera instalada en la aldea ‘Tienditas’ entre Ureña y San Antonio y que allí se desarrollaría un gigantesco plan para crear una economía dulcera en el estado Táchira.
En ese entonces, los recursos estaban disponibles y la CVF no escatimó esfuerzos para disponer todos los medios que fueran necesarios para iniciar, como así se hizo, la primera molienda con la zafra del año 1955.
La construcción y el montaje de las instalaciones estuvo dirigida por el ingeniero puertorriqueño Antonio Ortiz Toro quien tenía una vasta experiencia en ese campo, toda vez que había dirigido en años anteriores proyectos similares en Venezuela, específicamente los ingenios de Cumanacoa y El Turbio. La capacidad de producción se calculó entre 750 y mil toneladas diarias.
Para poder satisfacer esta demanda, se debía iniciar las siembras con más de un año de anticipación y contar además, con la participación de los cañicultores de la margen izquierda del río Táchira, es decir, con los agricultores colombianos, con los cuales, en primera instancia, se suscribió un convenio de canje de caña por azúcar, convenio que se mantuvo inalterable durante varios años hasta que el gobierno venezolano decidió privatizar la empresa, la cual fue adquirida por un consorcio colombiano, hasta que el gobierno del presidente Chávez decidió expropiarla con el peregrino argumento de preservar la independencia alimentaria del país.
Por consiguiente y teniendo en cuenta las circunstancias, la Junta Directiva, emprendió la difícil tarea de evaluar las propuestas que habían presentado cuatro de los más representativos constructores que tendrían la misión de erigir el mejor teatro que tendría la ciudad.
Presentaron sus proyectos las firmas Ibáñez y Manner, quienes habían licitado la construcción del edificio comercial del antiguo lote donde funcionó, años atrás, el mercado de la ciudad, que posteriormente construyeron y que hoy es conocido como el Edificio San José; La firma de ingenieros constructores de Bucaramanga INGARCO y en representación del sector constructor de Cúcuta, las firmas ASICON y la empresa de los hermanos Morales, Rodrigo y Rogelio, arquitectos contratistas de amplio reconocimiento en la ciudad, miembros de la Sociedad de Arquitectos de Colombia y quienes habían participado de la construcción del recientemente inaugurado edificio de la Lotería.
Asignado el presupuesto y decidida la obra, su construcción duró algo más de un año y el 17 de septiembre del año siguiente se inauguró con la exhibición de la película “El Manto Sagrado”; para ese día se estableció una tarifa de entrada de $5 y la respuesta del público fue notoria, al punto que las boletas se agotaron en cuestión de minutos.
Merece recordar que el Teatro Zulima era una de las dos salas más modernas del país, con todos los equipos innovadores de la época pero lo que más llamaba la atención era la comodidad de la silletería americana del tipo reclinomático, que fue por muchos su característica distintiva.
La Botica del Táchira
En este año y para regocijo de nuestras gentes, cumplía sus bodas de plata comerciales el distinguido empresario farmaceuta Dióscoro Méndez God.
Se había iniciado en esta actividad en el puerto de Encontrados y ampliado la cobertura de sus negocios de comercialización de productos farmacéuticos, industriales y de perfumería a la ciudad de San Cristóbal y posteriormente a Cúcuta, todas bajo la razón social de Dióscoro Méndez God & Cía y los establecimientos comerciales se denominaban Botica Vargas, así funcionaban y eran reconocidos en los tres lugares.
En Cúcuta, participaba del negocio en asocio con Martín Hernández P. apreciado caballero de grata recordación entre sus paisanos por sus dotes personales.
Pero su principal ocupación se centraba en la fabricación de los productos que expendía en su nuevo local comercial de la avenida séptima entre calles 10 y 11.
De su laboratorio, ubicado unas cuadras más abajo, al que se identificaba como Laboratorios Diosmengod, era para él la “joya de la corona” de la cual estaba orgulloso, pues no era para menos, ya que los visitadores del Ministerio de Higiene habían conceptuado, en reiteradas ocasiones, que era el mejor instalado de los Santanderes.
Coincidencialmente, su producto estrella era el Ponche Crema Diosmengod distribuido exclusivamente por las Rentas Departamentales de Antioquia, pues a través de las rentas regionales no le fue posible concretar ninguna negociación.
Cuando la Botica Vargas fue adquirida por la firma Edmundo Mora & Cía. don Dióscoro fundó “La Casa del Niño”, un establecimiento que buscaba satisfacer las necesidades de la madre y el niño, almacén que se constituyó en el precursor de su conocida Botica del Táchira.
El establecimiento funcionó hasta el año 2012, administrado por sus sucesores y posteriormente absorbido por las actividades comerciales aledañas, sin que haya sido modificada su estructura, manteniendo las mismas características con las que fue construida hace casi noventa años.
Muy buenas tardes, un cordial saludo desde San Cristóbal, gracias por la reseña de Don Dióscoro Méndez God. En el Cementerio Municipal de San Cristóbal existe el Monumento funerario de la familia Méndez God Russ, agradecemos si tiene información de los sucesores, motivado a que el Estado Táchira será sede el 2do Encuentro Nacional del Patrimonio Funerario, Valoración y Gestión de los Cementerios Patrimoniales, ago - sept 2018. Este Monumento será la imagen central del evento, por su valor histórico, arquitectónico y de autenticidad que se conserva inalterado después de 80 años.
ResponderEliminarPor favor comunicarse al correo jonnyarojasd@gmail.com, patrimonioculturaltachira@gmail.com, muchas gracias Gastón Bermúdez Vargas.