Gerardo
Raynaud D.
Solamente comenzando el presente siglo las actitudes
tolerantes empezaron a florecer, en unos sitios más que en otros.
Las
desigualdades de género en los países islamistas siguen siendo el lastre en
términos de paridad de derechos de género; pero no se crea que en nuestro
medio, situaciones similares lleven mucho tiempo.
Recordemos que el voto
femenino fue establecido hace un poco más de cincuenta años, así que apenas
estamos empezando a modernizar nuestras actitudes en relación con el
tratamiento que se les deben prodigar a los demás, sin importar las
diferencias.
Pues bien, estos procederes eran bien distintos hace poco menos de
medio siglo y en esta ciudad de calles anchas como el corazón de sus
habitantes, se presentaban casos realmente sorprendentes que a veces rayaban en
lo ridículo, por lo menos, desde la perspectiva que tenemos hoy.
La historia que voy a narrarles el día de hoy
aconteció en la Cúcuta de mediados del siglo 20 y fue un suceso que hizo correr
‘ríos de tinta’ y unas cuantas horas de radiodifusión, tal vez por lo
estrambótico de lo sucedido, pero que a raíz de las presiones que se ejercían
desde las altas esferas religiosas, las autoridades no tenían más opciones que
plegarse a las voluntades de los jerarcas que entonces detentaban una gran
influencia sobre las decisiones administrativas, políticas, sociales y hasta
judiciales.
Cierto día de comienzos de año del medio siglo,
vecinos del barrio El Páramo, escandalizados por el supuesto ‘bochinche’ que se
armaba, especialmente en las horas de la noche, en una casa de la calle 16 a la
que la prensa de la época optó por llamar ‘la casa X’, dieron una voz de alarma
a la que respondió con premura un pelotón de la policía departamental al mando
de un oficial.
Cuando llegaron a la residencia en mención encontraron lo que
definieron en sencillas palabras como una casa de ‘cita’ y de ‘trata de
blancas’, sitio al que acudían, según lo expresado por los curiosos y vecinos
del lugar, bellas jovencitas de esta ciudad.
En general, la prensa hizo un gran
despliegue de la operación policial y del desarrollo posterior que tomaron los
acontecimientos, toda vez que el proceso tomó unos rumbos inusitados, en buena
parte, por el desconocimiento de los procedimientos que debían emplearse en
estos casos, por parte de las autoridades municipales y por entrar el asunto en
choque de jurisdicciones.
Se lee en las actas del sumario que en la casa X que
está ubicada en la calle 16 No.--- (se evitó la identificación para evitar
perjudicar la investigación) habitaba su propietaria, una señora viuda y que a
dicha casa concurren, ‘previo llamatos telefónicos’ grupos de primorosas
muchachas que trabajan en diversas oficinas y establecimientos comerciales de
la ciudad y que, lo más grave, sus nombres están ‘ya chequeados por la
policía’.
En el Permanente Central, se identificaba la casa descrita como un
sitio donde funcionaba ‘comercio ilícito de trata de blancas’ y de citas
clandestinas, toda vez que estas actividades estaban autorizadas pero en
lugares específicos de la ciudad y prohibidos en las zonas residenciales.
Aunque ‘la profesión más antigua del mundo’ no
constituía delito, si lo era ofrecer estos servicios por fuera de las zonas
previamente establecidas para tales fines y esta fue la única razón que
argumentó la policía para proceder a las acciones represivas incluido el
allanamiento.
En la descripción posterior que presentaron las autoridades se
lee que tanto las muchachas como los clientes, libaban licores y fomentaban escándalos
nocturnos, que por lo tanto y respondiendo al clamor de la vecindad, para
restablecer la calma y el buen nombre del barrio, el domingo 24 de febrero, los
agentes 33516, 34215 y 34310 al mando del teniente Buchelli y un alto
funcionario Departamental designado por el director del Permanente Central,
llegaron sorpresivamente y constataron el ‘tráfico de blancas’ y de ‘citas’ así
como requirieron a los clientes que allí se encontraban en ese momento.
Llamó la atención, que un reconocido propietario de un
salón de belleza, de mucha prestancia, estuviera en el lugar. Todos fueron
trasladados al Permanente en la ‘lora’ que era por esa época, la equivalente a
la radio patrulla de hoy y sancionados; así mismo, la dueña de la casa multada.
Pocas horas más tarde ya en la noche de ese domingo, todos retornaron a sus
sitios de origen a continuar con su rutina diaria y preparándose para comenzar
la semana que se les presentaba casi de inmediato.
Sin embargo, parece que no hubo mayor arrepentimiento
por parte de los integrantes de la casa X ya que el lunes siguiente, es decir
al otro día y habiendo transcurrido menos de 24 horas, la Departamental, como
le decían a la policía, rodearon la casa y sorprendieron ‘in fraganti’ al mismo
sujeto del salón de belleza pero esta vez, con dos agraciadas muchachas de 19
años, Luz Marina y Dora, quienes acaban de llegar de Bucaramanga.
Nuevamente lo
trasladaron en la ‘lora’ al Permanente para ser reconvenido por haber
reincidido y a las dos muchachas, bien trajeadas, las llevaron a la cárcel
municipal.
En este punto del proceso, es que comienzan a
desarrollarse las escaramuzas jurídico- administrativas que degenerarían en un
novelón risible y que diera para inventarse chistes y anécdotas que tuvieron
recibo en todos los corrillos de la ciudad.
El alcalde don Numa P. Guerrero se encontraba fuera de
la ciudad, en gestiones propias de su cargo en la capital y había sido
encargado de la alcaldía a don Arturo Bueno Esparza, un simpático y eficiente
funcionario, de gran confianza de don Numa, pero de pocos conocimientos legales
que le permitieran capotear la elemental controversia que se había suscitado en
torno a la problemática de la casa X, a pesar de haber sido secretario de la
rama judicial por varios años; por ese motivo y tal vez aconsejado por algunas
personas de su entorno, le ordenó telefónicamente al jefe del Permanente,
pusiera en libertad de manera inmediata a las dos damitas llegadas de la
capital de Santander, a lo cual, éste se negó rotundamente, por estar bajo su jurisdicción
y haber sido sancionadas con una multa de $30 cada una, multa que no había sido
cubierta y que hasta tanto esto no se produjera se quedarían en calidad de
detenidas.
El jefe del Permanente se mantuvo en su enérgica
posición y en este estado no les quedó más remedio que regresar a la cárcel de
donde habían salido.
Poco tiempo más tarde, se apareció el dueño del salón de
belleza, que en mi opinión debía ser el mandamás de la casa X, y pagó los
sesenta pesos, valor de las dos multas, inmediatamente las dos muchachas fueron
liberadas.
Ante esta novedad y por razones que no son claras, el
alcalde encargado Arturo Bueno, expidió un decreto de extrañamiento de las dos
chicas, en el que fijó un término de 6 horas para que salieran de Cúcuta.
En
ese tiempo, cuando sucedían estos eventos, los implicados se dirigían a los
municipios aledaños o a San Antonio o Ureña, como lo hacen aún hoy.
El problema
fue que la providencia del alcalde era antijurídica, según lo expresó el
Personero Municipal Fernando Balaguera y según el mismo funcionario, se
constituyó en una tropelía ilegal que no tenía antecedentes en el país.
La
falta que se les acusaba a las chicas no configuraba delito alguno y además,
como se diría hoy se les violó el debido proceso, pues no hubo diligencia
básica alguna para proceder al extrañamiento.
Entre tanto, el proceso continuó y la dueña de la casa
X fue multada con la suma de $500.
Las dos bellas corsarias, como se dieron a
llamarlas después de estas peripecias, no se fueron a Venezuela como se había
dicho, sino que se encontraban escondidas, evitando las miradas indiscretas de
los caballeros que ahora estaban intrigados y más interesados en conocerlas y
departir con ellas.
Pero atérrense que quien suministró esta última información
fue una dama de reconocida elegancia quien argumentó que estaban en una casa
vecina a la suya en un elegante barrio de la ciudad; posiblemente conseguido
por el dueño del salón de belleza de marras.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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