Casi todas las fundaciones de pueblos, villas, aldeas o ciudades se hacían con el siguiente ritual: El fundador desenvainaba la espada con su mano derecha (a menos que fuera zurdo), daba tres pasos al frente, hincaba la rodilla del mismo lado, y con la otra mano tomaba la cruz que le facilitaba el cura más cercano, para decir, a grito entero por falta de micrófono: En nombre de los reyes de España y de Dios, tomo posesión de estas tierras y fundo la ciudad de...
En Cúcuta todo fue distinto. Nadie tomó posesión de las tierras, nadie se adelantó al frente, nadie se arrodilló y nadie fundó nada.
La historia fue como sigue:
Al hacerse efectiva la reducción de los indios (en el pueblo de Cúcuta), el cura doctrinero exigió que, para convertirlos al cristianismo, necesitaba una capilla. De modo que los indios tuvieron un lugar de oración, no así los colonos. Éstos debían atravesar el río todos los domingos y fiestas de guardar para ir a misa, exponiéndose a los ataques de los Cúcutas y a las crecidas del río, que, cuando se ponía furioso, se llevaba puentes, el Malecón, personas y otros animales.
Con esos dos argumentos le llegaron, muy temprano, un día de junio de 1733 a doña Juana (en lugar de decirle señorita Joana ya le decían doña Juana, menos romántico, pero más efectivo), para pedirle la donación de los terrenos necesarios.
¿Está doña Juana? -le dijeron los vecinos a la criada que salió a recibir la comitiva.
Salió la doña, los hizo seguir a la lujosa sala, les ofreció café negro porque aún no habían ordeñado las vacas, hablaron del clima, de los calores tan machos, del precio del bolívar y de las exportaciones de cacao. Cuando fueron al grano, le contaron, exagerando un poco la nota, lo que debían sufrir para cumplir con el mandamiento que ordena ir a misa los domingos. Pasar el río en invierno era una odisea. Y la posibilidad de un ataque indígena era un riesgo, casi un suicidio. Por eso veían como única solución que doña Juana les donara tierras suficientes para construir pueblo, plaza, escuela e iglesia con el fin de solicitar la erección de una parroquia.
Doña Juana utilizó su calculadora digital -del meñique al pulgar-, sumó, restó, multiplicó y dividió, sacó raíz cuadrada, elevó potencias y al final les respondió, deteniendo las zancadas frente al retablo de San José:
Dicen los economistas - mal pensados que son algunos de ellos- que el raciocinio de doña Juana fue claro y decisivo: "Si regalo unas pocas tierras y allí hacen un pueblo, las otras se me valorizan.
Cuando a los tres días llegaron los colonos, doña Joana les dijo:
- Ya sabíamos que usted no nos iba a fallar- le dijeron.
Donación, acto que se considera como la fundación de Cúcuta, aunque algunos opinen lo contrario.
"...Meció tu cuna una matrona
¿FUNDADORA O QUÉ?
Ese es un punto en el que los historiadores no se han puesto de acuerdo: ¿Fue doña Juana Rangel de Cuéllar, en realidad, la fundadora de Cúcuta? Si hablar de fundación significa cumplir con el ritual descrito en el capítulo anterior, la respuesta necesariamente es negativa. Doña Juana no juró, no besó la tierra, no proclamó la fundación de ninguna ciudad ni aldea. Pero si fundar es dar vida a algo, doña Juana es la fundadora de la ciudad. Con su donación hizo posible que Cúcuta naciera. Le dio vida. La fundó. Sentada. Muy oronda y muy maja. Le dio tanta importancia al acto, que se vistió con sus mejores galas, y para firmar no utilizó un vulgar kilométrico, ni lapicero desechable, de los que regalan algunas empresas en navidad, sino pluma de gallina criolla.
El alcalde de Pamplona, capitán Juan Antonio Villamizar y Pinedo, se trasladó a Tonchalá para protocolizar la escritura de donación con testigos, firmas y huellas dactilares. Doña Juana tuvo que demostrar, para efectos legales, que con la donación no quedaba en la miseria, ni sus herederos iban a aguantar hambre. También debió demostrar que ningún embargo pesaba sobre aquellas tierras, ni las tenía hipotecadas, ni empeñadas.
Presentado que hubo el certificado de libertad y tradición, procedieron a la elaboración de la escritura donde dona "media estancia de ganado mayor", avaluada en 50 patacones.
El alcalde de Pamplona también debió comprobar que doña Juana, a pesar de sus 84 años, estaba en sus cabales, que no se le corría la teja, ni sufría de pérdida de la memoria, no fuera a suceder que después se arrepintiera de lo donado, alegando que no se acordaba de la firma aquella.
Llenos los requisitos, se realizó la ceremonia. Después vendrían el brindis, el almuerzo y el bailoteo. Se decretaron tres días de fiestas junianas (que después serían julianas), se ordenó izar el pabellón nacional y la bandera del lugar, hubo corridas de toros, riñas de gallos, carrera de encostalados y vara de premios, pólvora al medio día y rosario de aurora. Por la noche, los clubes Motilons Corporation, Cúcuta Zapateado Club y Cachuchas Amarillas abrieron las puertas a sus afiliados, mientras que el pueblerío debió apiñarse a escuchar conjuntos vallenatos por los lados del Canal Bogotá.
Después del guayabo, pero con la escritura firmada y protocolizada, los vecinos pudieron entrar a solicitar la creación de la parroquia, con lo cual quedaban definitivamente desligados del Pueblo de Cúcuta.
SAN JOSEPH, ORA PRO NOBIS
Dentro de los colonos había quizá muchos llamados José, porque ese fue el nombre que buscaron para la parroquia, cuya erección estaban solicitando ante la Real Audiencia de Santafé. Veamos algunos: Juan José de Colmenares, Joseph de Figa, José García, Joseph Ramírez, Joseph Gómez de Figueroa...
Sin embargo, algunos dicen que ya en 1587 existía en el valle de Cúcuta un puerto sobre el río Pamplona, llamado Puerto del Señor San José.
Ocho días después de otorgada la escritura, es decir, el 25 de junio de 1733, los vecinos del valle de Cúcuta solicitaron formalmente, por medio de abogado, la erección de parroquia. Los argumentos ya se han dicho: el río con sus crecidas de invierno impedía el paso de los blancos hacia el pueblo de Cúcuta, donde estaba la capilla. Los puentes Elías Mauricio Soto y Jorge Gaitán Durán, que conducen hacia San Luis (pueblo de Cúcuta), aún no se habían construido por estar demorada la licitación. Y la belicosidad de los motilones que, cuando amanecían con el guayuco al revés, no dejaban acercar a ningún blanco. A veces, no sólo no los dejaban acercar, sino que iban hasta ellos y les derribaban las casas y les destruían las cosechas. ¡La furia motilona!
El memorial petitorio (no confundir con la petitoria de cabrito, apetitoso plato que se consigue en restaurantes criollos), dirigido a la Real Audiencia y al Arzobispo del Nuevo Reino de Granada, decía, palabras más, sílabas menos: "... por quanto son agregados al pueblo de Cúcuta, en donde se les administran los santos sacramentos por el cura doctrinero del dicho pueblo y hallándose con recelos y bastantes motivos para segregarse del dicho pueblo, por los tumultos que cada día levantan los yndios del dicho pueblo contra los vecinos de este dicho valle y personas españolas...,se sirva su señoría ilustrísima de concederles erección de parroquia, en el sitio del Guasimal, en términos de este dicho valle, con el título del glorioso señor San Joseph".
Se comprometían los vecinos a construir la iglesia, dotarla y mantenerla con lo necesario (pan, vino, cáliz, custodia, ornamentos, incensario y campanas), sostener al cura con generosas limosnas (el que trabaja en el altar debe vivir del altar), y que le quedara algo para pagar al sacristán, al cantor, a los monaguillos y a la señora del aseo, y algo para abrir una cuenta de ahorros debajo del colchón. Se comprometían, además, a fundar las congregaciones o cofradías que toda parroquia debe tener: Hijas de María, Madres Católicas, Adoradoras del Santísimo, Nazarenos, Hermanos de San José...
El 13 de noviembre de 1734, el Arzobispo del Nuevo Reino aprobó la erección de la parroquia de San Joseph, lo que contó con el visto bueno del presidente de la Real Audiencia. De nuevo se organizaron fiestas con música, pólvora y procesiones.
Desde entonces nos ha quedado la costumbre de hacer festejos por cualquier motivo. De modo que las rumbas y las quema s de pólvora no han faltado, afortunadamente, en este valle de Guasimal, protegido por nuestro patrono San José.
MUY NOBLE, MUY LEAL Y ADEMÁS, VALEROSA
El maestro Jorge Villamil, médico y compositor huilense -nada de cucuteño, sólo su corazón- le dedicó a Cúcuta una de sus más hermosas canciones, Portón de la frontera, en la que le canta al título que los reyes de España le dieron a nuestra villa:
Villamil aprovecha la oportunidad para echarle algunos piropos a la ciudad y a sus mujeres:
El cielo claro es en Cúcuta bonita
Pero el compositor no se queda ahí. Viaja a algunos pueblos vecinos y a ellos los mete en el mismo
Portón de la frontera
El hombre no podía dejar por fuera a la cuna de Santander, adornada de historia y de palmeras:
En Villa del Rosario,
Bien por el maestro Villamil, y bien por los cucuteños que, por los años de 1790, anhelaban que la corona española tuviera en cuenta el crecimiento del pueblo y el auge económico de la comarca.
El 18 de mayo de 1792, Carlos IV de España, después de minuciosos estudios y sesudas consultas, concedió la gracia solicitada, otorgando a San José del Guasimal, mediante cédula real, el título de "Muy noble, valerosa y leal villa", lo que le dio derecho a la parroquia a tener corregidor.
Fue en ese entonces cuando empezamos a ser ciudad: Hubo concejales o cabildantes, nombrados por el alcalde de Pamplona, cuya función era organizar la vida de la Villa: escuela pública (el primer maestro fue don Felipe Antonio de Armas) , expendio de carnes y comestibles, trazado y empedrado de calles, fijación de impuestos, evangelización de los indios, control de los vagos, a los que había que "espantarles la pereza", no dándoles limosna sino poniéndolos a trabajar, y algo muy importante:
"Noble, leal y valerosa
(Del Himno de Cúcuta)
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