PORTAL CRONICAS DE CUCUTA: Estandarte cultural de historias, recuerdos y añoranzas cucuteñas…

PORTAL CRONICAS DE CUCUTA: Estandarte cultural de historias, recuerdos y añoranzas cucuteñas…

TERREMOTERO -Reconocimiento, enero 2018-

Apasionantes laberintos con inspiraciones intentan hallar rutas y permiten ubicarnos en medio de inagotables cascadas, son fuentes formadas por sudores de ancestros. Seguimos las huellas, buscamos encontrar cimientos para enarbolar desprevenidos reconocimientos en los tiempos. Siempre el ayer aparece incrustado en profundos sentimientos.

Corría finales del año 2008, Gastón Bermúdez sin advertir y sin proponerlo, inicia por designios del destino la creación del portal CRONICAS DE CUCUTA. Parecen haberse alineado inspiraciones surgidas por nostalgias. Gran cúmulo de vivencias, anécdotas, costumbres y añoranzas, fueron plasmadas en lecturas distintas.

Ya jubilado de la industria petrolera venezolana, recibió mensaje que expresaba una reunión de amigos en Cúcuta. Tenía más de cuatro décadas ya establecido de forma permanente, primero en la ciudad del puente sobre el Lago y después en la cuna del Libertador. Viajó ilusionado, acudió puntual a la cita desde Caracas. Encontró un grupo contemporáneo, conformado por amigos ex-jugadores de baloncesto y ex-alumnos del Colegio Sagrado Corazón de Jesús.

La tierra cucuteña levantada desde primeras raíces plantadas, siempre acompañó todos los hijos ausentes. Cuando encontramos distantes los afectos, creemos separarnos de recuerdos. Nos llevamos al hombro baúles de abuelos, cargamos con amigos del ayer, empacamos en maleta la infancia y juventud. Muchas veces una fotografía antigua, atrapa y confirma que nunca pudimos alzar vuelo.

Entonces por aquellos días apareció publicado ´La ciudad de antaño´, parido desde generosa pluma con sentido de identidad comprometida, fue el mártir periodista Eustorgio Colmenares Baptista dejando plasmados recuerdos de finales de los 50 y años 60. Sin querer, esas letras fueron presentación inaugural de CRONICAS DE CUCUTA. Los Inolvidables sentires viajaron al modesto grupo de amigos y abrieron compuertas para afianzar arraigos de infancia. Don Eustorgio culmina la crónica con frases retumbando las memorias: “Había muchos menos avances tecnológicos a disposición de la comunidad, pero vivíamos como si nada nos faltara. Nos bastaba con vivir en Cúcuta”.

Sentires intactos, ahora plasman recuerdos en calles transitadas por niños que fuimos. Nuevamente los arraigos hacen despejar las avenidas a los rieles del antiguo ferrocarril. Nos bastaba con vivir en Cúcuta. Asoman madrugadas entre indetenibles remembranzas y añoranzas.

Sin planificar nada, Gastón compartía vía internet las crónicas del Diario La Opinión aparecidas cada ocho días en lecturas dominicales. Sin saber, creció el portal CRONICAS DE CUCUTA. Cada acontecimiento recopilado se convertía en homenaje In Memoriam para hombres y mujeres que dejaron muy alto el Valle de Guasimales. Igualmente, exalta la dignidad con reconocimiento a grandes glorias del ámbito artístico, cívico, periodístico, religioso, deportivo, cultural, social y político.

Oficialmente se convierte en PORTAL WEB el 7 de octubre 2010. En forma admirable acumula ya 1.329 recopilaciones tipo crónicas, casi todas extractadas de periódicos y publicaciones locales, libros populares, escritos nacidos de historiadores, periodistas, inéditos autores y muchos escritores del Norte de Santander. El portal permite hallar el original ADN ancestral y ubica el sentido innato de pertenencia cucuteña. Llegó un día a la vida de todos los internautas, igual como aparecen las buenas nuevas, sin avisar, sigilosamente introduciéndose en las cortezas que somos y las venas que siempre fuimos. Su creador, nunca imaginó un buscador que tocara el alma y menos tallar imborrables despertares en ávidos ojos de lectura.

Aparece ahora como paso determinante para navegar en referencias de Cúcuta. Asegura a nuevas generaciones herramientas para afianzar valores jamás perdidos. La perspectiva futura para ámbitos históricos, culturales, sociales y deportivos, harán necesario considerar el Portal como insigne buscador de consulta e informativo. Importante archivo tecnológico para infantes en colegios y escuelas. Podrá acceder directamente cualquiera a profundos arraigos allí recopilados. Casi imperativo considerarlo como salvaguarda del sentido de identidad y pertenencia.

CRONICAS DE CUCUTA se convirtió en sugestivo repaso de acontecer histórico, recopilado en 19 capítulos o clasificaciones. Portal libre, siempre abierto a todo aquel deseoso por descubrir datos históricos, biografías, nombres de grandes personajes, fechas emblemáticas, sucesos de vida social, cultural, deportiva, religiosa, artística y política. Formidable vía adentrándose en acontecimientos del siglo XVIII hasta nuestros días. Todo expedicionario oriundo se encontrará representado en cada letra, apellido, dato, foto y fecha. Todos volverán a observar las luces de la gran ciudad en medio de rutas por hallar orígenes.

CRONICAS DE CUCUTA no debe tener como destino el olvido, deberá asegurar a nietos de nuestros nietos, inquebrantables lazos surgidos de nostalgias, recuerdos y añoranzas. CRONICAS DE CUCUTA es herramienta tecnológica para demarcar el hilo conductor entre hoy y ayer. Parece luz encontrada en días oscuros, nos abre el entendimiento. Pulsar la tecla nos lleva a destinos con encuentros pasados. Valiosa información contenida en páginas adornadas con sentimientos profundos.

CRONICAS DE CUCUTA garantiza el resurgir de valores originarios que parecían adormecidos por culpa del avasallante mundo moderno. CRONICAS DE CUCUTA llegó para quedarse, igual que mares inundados por recuerdos. CRONICAS DE CUCUTA confirmó la premisa donde las nostalgias se convierten en vehículos para transportar la historia. Una enciclopedia virtual presentada por nuestras gentes con sencillo lenguaje.

Anclados quedarán por siempre nuestros sentires, intactos los arraigos, despiertas las añoranzas y vivas las costumbres intactas. Ahora aseguramos el reguardo de raíces que retoñan desde cenizas del ayer. Dios jamás declaró desértico el Valle Arcilloso, siempre fue bendecido, tampoco declarado deshabitado para la vida del hombre.

Fueron creciendo raíces en medio de cenizas y milagrosamente reverdecieron los gigantescos árboles frondosos. CRONICAS DE CUCUTA reafirma lo que somos. Seguiremos siendo aquello que siempre fuimos, nada cambió, solo algunos pañetes y varios techos distintos.

Todo estará por volver, todo por crecer y todo por llegar. Nunca estaremos solos. Cada generación hará brotar nostalgias por siempre convertidas en historias llenas de arraigos.

Nos bastaba con vivir en Cúcuta…

jueves, 21 de junio de 2012

192.- MODISMOS CUCUTOCHES I


PARTE I/II

Carlos Humberto Africano

INTRODUCCION

Después de la acogida que tuvo el Diccionario Cucutoche —el cual seguirá apareciendo en próximas oportunidades—, les expuse a mis amigotes la idea de recoger dichos y modismos cucuteños. Y me agarraron la flota.

En una de las tantas tertulias de La Campiña salió a relucir el tema, y ¡vaya si fue productiva!: en menos de lo que canta un gallo, la cosecha fue de algo más de 90 dichos en una sola sesión. Con este capital, el diccionario de modismos abrió su cuenta en el banco de las letras. Cuenta que sigue aumentando su flujo de caja y en la actualidad contiene más de 230 dichos, faltando “los votos del Cincho” y “datos de otros municipios”.

Era la intención publicarlos con un corto comentario pero, por esas vainas de los amigotes que le dan coba a uno, me engrupieron a que con “mi vena poética” les pusiera algo más. También les agarré la flota, retomando la idea de desarrollar los valores culturales regionales, prioridad que debe ser de la Universidad.
    
Este es mi cuento, que será narrado a través de pequeñas historias en cada uno de los modismos.

Seguramente, algunas con aquel sabor picante del apunte cucuteño, algunas con la remembranza del pasado, otras con la chispa crítica, las de más allá con el sabor del costumbrismo criollo o con el recuento histórico, pero todas con el deseo imperecedero de mirar los valores y aciertos del pasado para hacer del futuro, un mundo mejor.

VAYA (VAMOS) PARA DONDE APUNTA EL INDIO
Esta expresión nace de la imaginería y de la mamadera de gallo del cucuteño. Cuando se hizo el Terminal de Transporte, que fue el primero en Colombia (en Cúcuta se dice “El Terminal”, masculino, mientras en todas partes es “La Terminal”), también se arregló la redoma que queda al norte del Terminal, donde remata la Diagonal Santander, una de las grandes avenidas de la ciudad. Al oeste de la redoma se levantó un monumento en homenaje a la raza motilona: un gigantesco indio motilón con un gran arco y una flecha que, por su ubicación, quedó apuntando hacia el norte. Ocurre que en esa dirección y hacia las afueras de la ciudad quedaba el muy recordado y desaparecido “barrio de tolerancia” La Ínsula. De modo que con la picardía popular empezó a correr el dicho de que el indio apuntaba e indicaba con su flecha hacia donde estaban “las chicas”.

La expresión se hizo popular en ese tiempo del auge del bolívar, cuando los venezolanos invadían la ciudad los fines de semana y gastaban sin tasa ni medida sus marrones. El marrón era el viejo billete de cien bolívares. Buena parte de aquel dinero se quedaba en La Ínsula, lugar muy prestigiado en el vecino país por sus lujos y sus mujeres. De modo que los venecos llegaban como locos preguntando: “Mira chico, ¿cómo se va para donde las nenas?”. “Vaya para donde apunta el indio”, era la respuesta común. Las reacciones eran de todo tipo. Había los que, por no conocer el chiste, se enojaban y protestaban porque no trataban bien a los turistas. Los había que con mucha malicia encontraban que en la respuesta había una broma y pedían explicaciones, y también los que ya la conocían y, para hacerle la broma a sus amigos, preguntaban para oír la respuesta chistosa “vaya para donde apunta el indio, a gozársela”.

En Cúcuta, además del monumento al indio motilón, están la estatua de Cristo Rey, al sur, y la estatua de la Virgen de Fátima, al oeste, sobre columnas de más de treinta metros de altura en colinas que dominan la ciudad. Un chiste de la época sobre el tema, no apto para Carbuco: que Cristo Rey, quien tiene los brazos extendidos, le pregunta a la Virgen: “¿Mami: cómo se va para donde las guarichas?”. Y que la Virgen le contesta: “Vaya, mijo, para donde apunta el  indio”.

Otro cuento de la época es que los maridos oprimidos, y perdonen el pleonasmo, hablaban en clave frente a sus cónyuges: “vamos para donde apunta el indio”, decían, creyendo que no serían pillados, como si las cucuteñas fueran tan zoquetas. El remate del cuento es que alguno de ellos contestaba con una pregunta: “¿A Santa Rosa o al charco?”, expresión que normalmente se usa cuando se ha tomado una decisión atrevida, con la cual confundían a la culebra —como también le decimos a las legítimas—, pues la expresión no tenía aquel sentido literal sino el significado en clave que entendían los varones, porque “Santa Rosa” y “El Charco” eran dos metederos de La Ínsula.

El cucuteño usa el término “metedero” como un eufemismo, con toda la malicia y suspicacia, para nombrar aquel sitio donde se va a hacer el amor pagano, (es decir: pagando). Así que expresiones como: “vamos para el metedero de la coja Delia”, “para el metedero de la sorda Esther”, “para el metedero de Esther Mantilla” (muy ponderado, por cierto), “para el metedero de la Tariáculi”, “para el metedero de la Fatal”, eran corrientes. Y después del parrandón, se iba al cenadero de la “Turra Petra”, en el camellón del cementerio, o al cenadero “Montes de Oca”, en la calle 10, o a cualquier merendero o comedero nocturno de la ciudad; o, si ya era de madrugada, a un desayunadero, mientras el carro se estaciona en un parqueadero. (Con esa costumbre que tenemos los cucutoches de acuñar palabras así.)

VOY A TANQUIAR
5 a.m. Hoy me levanté con las pilas puestas. Como cualquiera de los habitantes de Cúcuta que hacemos quórum —porque somos la mitad más uno los que tenemos la dicha de tener un cacharro con placas de nuestra tía y vecina Venezuela—, el día que le toca el pico y placa para tanquiar la carcacha debe ponerse las pilas de la paciencia, madrugar y echarse la rodadita hasta el otro lado de la frontera bien temprano, antes de que lo agarre la cola en alguno de los puentes internacionales de San Antonio o de Ureña, además de encomendarse a las once mil vírgenes para que la cola en las bombas no esté tan larga y para que haya un guardia-nacional buena papa que nos permita la tanquiada.

Aquí entre nos, no sé cuál es la vaina que se traen los coicos, o reinosos o enruanados, con la bendita xenofobia hacia nuestros vecinos y hermanos venezolanos, mostrando un odio visceral, por demás gratuito, hacia ellos.

Odio gratuito, con el que los únicos afectados hemos sido nosotros, quienes estamos hermanados social, cultural y económicamente, pues cualquier acción que se haga u ocurra a un lado de la línea fronteriza, afecta por reacción inmediata el otro lado de la línea, imaginaria, además, porque ni para el cucuteño ni para el tachirense existe, ni física ni socialmente.

Odio visceral que han extendido hacia nosotros, y que ha llevado a los coicos a expedir leyes que sólo ha hecho daño a esta frontera, como: la ley que prohibió la exportación de café por estos puertos; la ley que nacionalizó y acabó con el ferrocarril de Cúcuta, que empalmaba con el gran ferrocarril del Táchira, único ferrocarril internacional que ha tenido Colombia; la ley envidia, sobre internación de vehículos, cuatro veces expedida, tres veces derogada por inoperante; la ley gato en mochila, o ley sobre zonas de frontera; la ley conejo amarado, o ley sobre las ZEEE (zonas económicas especiales de exportación); la ley tetas de hombre, o ley de zonas francas; y, en los últimos tiempos, la ley mamadera de gallo, o ley de integración fronteriza; y la ley que tal vez se llevó las palmas en todo esto que puede ser la más grande ignominia, despropósito y abandono a pueblo alguno: la ley oso de Uribe Vélez, o ley de contrabando oficial de gasolina venezolana.

¿Por qué los... “mucho lo uis” reinosos no nos dejan que sigamos nuestro propio destino? ¿Por qué no nos permiten que nos abandonemos a nuestra propia idiosincrasia? Si nuestro destino no es, nunca ha sido, desde que el mundo es mundo, el reino, sino la cuenca del Catatumbo. Y nuestra salida al mar, a diferencia de Macondo, hace tiempos que la hallamos, porque nuestra única salida es p’allá, pa’l oriente, siguiendo la corriente del río, como la naturaleza lo dispuso y como lo vieron nuestros antepasados, desde el príncipe Guaimaral, porque para el otro lado nos limitan 4.000 metros de altura y 20 ó 30 millones de voluntades caprichosas.

5:30 a. m. Mientras tomaba mi primera taza de café, del mismo que se exportó por esta zona de frontera y por primera vez en Colombia, pensaba que tendría que darme prisa si quería llegar al puente antes de que se formara la cola de carros cuyos dueños, igual que yo, lo van a tanquiar, o a hacer mercado, o a traer o llevar artículos de cualquier tipo, como se ha hecho, también, desde que el mundo es mundo.

Todos los días es la misma vaina. Las colas de vehículos para pasar a San Antonio o a Ureña son interminables, mortificantes, tediosas. En los años 60 y 70 se hacían porque se traían artículos de allá; en los 80, porque se llevaban de aquí; y ahora, porque se llevan y se traen; pero, en fin, para conseguir la gasolina a precio de gallina flaca, no importa lo que haya que hacer, hasta madrugar en un día de fiesta.

Por eso me voy a tanquiar antes de que se acabe la gasolina y, si no la consigo en San Antonio o Ureña, me echo el viaje hasta “El Paso Andino” o hasta Capacho, porque nosotros, calentanos alegres, con ese desparpajo guapachoso del que hacemos gala, hasta en la forma de hablar somos diferentes a los reinosos y decimos: “voy tanquiar a la bomba”, y no como los coicos enruanados que, con el dedito parado, graciosamente dicen: “Alash, mi reysh, me dirijo a la eshtación de shervicio a poner combushtible al vehículo”.

LE VOY A DAR UNA MECHONIADA
La fama de arrechos, y pa’ lo que salga, de los santandereanos (del norte y del sur) es bien conocida. Desde la colonia ha sido así. Fue desde Charalá de donde salió la primera revolución: la de los Comuneros. Fue en Pamplona de donde salió el grito de independencia total de España, el 4 de Julio de 1810, antes que de Cartagena, Tunja o Bogotá. Fue de Villa Rosario de donde salió el injustamente vituperado general Francisco de Paula Santander, el hombre de las leyes, hacedor de la república. Fue en Villa Rosario donde nació la gran nación que después se la tiraron los coicos: la Gran Colombia. Fue en Cúcuta donde se gestaron las expediciones del general venezolano Cipriano Castro —con el apoyo del general revolucionario colombiano Rafael Uribe Uribe— y de su homólogo y paisano Juan Vicente Gómez, para llegar al poder en Caracas (Venezuela). Y así, otras tantas gestas las han originado hombres de estas tierras con la valentía de que también hacemos gala.

Además, el santandereano tiene fama de ser atravesado, irreverente, altanero y malgeniado. Pero, ¡qué va!, pura fama, cuento chino. “A otro perro con ese hueso”, decimos aquí. Porque, para arrechas, las santandereanas; esas sí que baten candela. Pero, además, debemos reconocerlo, también son un dechado de virtudes, como decía mi nona Justina.

Si bien es cierto que el santandereano es ingenioso, emprendedor y también altanero, irreverente, gritón y malgeniado, lo es fuera de casa; porque, cuando tiene “la culebra” (la “legítima” o consorte) enfrente, se le sale la piel de oveja. Dejémonos de vainas, ¿sí? Pa’ qué nos andamos con tapujos. Lo que siempre ha habido aquí, es un perenne matriarcado que lo sienten todos, pero que nadie tiene el valor de reconocerlo por aquello del machismo, que tratamos de mostrarlo en todas sus manifestaciones, mientras no tengamos “la aplanadora” enfrente.

Si la liberación femenina es invento de las santandereanas, que no se la dejan montar. El cuento, a lo mero macho, tal vez por influencia del cine mexicano, de que “en mi casa mando yo”, es pura paja, cuento y embuste, porque sí es cierto que mandamos en la casa, “pero la mano al bolsillo”, decimos.

Para suavizar la vaina, porque aquí sí que nos tocó hacer de Jalisco, hemos tenido que inventar eufemismos chistosos para llamar a la legítima: la cuchilla, la culebra, la aplanadora, Anabel, Patico... y con ese humor negro y recurrente, algunos nos relatan cuentos de cómo hacen para escurrir el bulto.

Un profesor de la UFPS, cuyo nombre es mejor dejarlo en el anonimato, nos dijo un día, en un parrandón de los poquitos que hacemos: “Me voy. Porque, si no, Anabel se arrecha”.

               —Cómo así —le preguntamos—, ¿su mujer no se llama Gloria?
—No. Anabel. Es que es un cruce de ANAconda con cascaBEL.

Y a otro más, le preguntamos por qué llamaba cariñosamente “Patico” a su mujer.

—Porque es una combinación de PAntera, TIgre y COcodrilo —nos respondió.

De modo que cuando a alguna santandereana se le totean los ojos y se le alborotan las mechas, es porque en realidad está bejuca. Y aunque el santandereano es juicioso, serio, responsable y fiel, no deja de haber alguno que tenga algún desliz y, cuando lo pillan, lo sentencian: “Dónde está la india esa, que le voy a dar una mechoneada”. Y si está jartando y se pasó más de la cuenta, váyase rapidito, no vaya y sea que su Anabel también le dé una mechoneada.

BÁÑESE CON ZORRUNO
Tiempos aquellos en que se tenía el médico en la casa y el remedio a la vuelta de la esquina. Las nonas cucuteñas, por tradición, fueron los mejores médicos que yo he conocido. Todavía quedan algunas que lo siguen siendo. Sus remedios caseros eran verdaderas  fórmulas mágicas para cuanto achaque se presentaba. El emplasto de eucalipto, para la tos; el agua de hierbabuena, para la fiebre; el azul de metileno, para el mal de tierra; el permanganato potásico, para los hongos; las hojas de llantén, para las heridas; los cristales de sábila para las quemaduras; y faltaba más que no nombrara el zumo de paico, para las lombrices.

Ah, sí, porque también tenían sus manías. La de mi nona Justina, por ejemplo, era la del purgante. Cualquier síntoma de mal que yo presentara, verdadero o supuesto por ella, era motivo para que me recetara un purgante.

—Este chino amaneció muy imbombo. Eso es falta de un purgante —decía a menudo.
—Este muchacho está comiendo más que incendio en loma seca. Eso es la solitaria que lo tiene                    comido —sentenciaba.
—Lo que le hace falta es un purgante —continuaba.
—Ya no quiere comer nada este carajito —decía otras veces.
—Eso es que está lombriciento. Habrá que meterle un purgante —remataba.

Purgante al terminar el año escolar, para que estuviera bien para las fiestas de diciembre; purgante antes de entrar de nuevo a la escuela; purgante en las vacaciones de mitaca, antes de mandarme a temperar al campo. Y así me recetaba purgantes para cuanto achaque se presentaba o me veía.

Por supuesto que la purga era con aceite de quenopodio o con Vermífugo Nacional, comprado en alguna de las boticas: la Táchira, de don Dióscoro Méndez God; la botica Americana, de don Numa Pompilio Guerrero; la botica Lázaro, del señor Marcos Lázaro.

De pequeño siempre me asusté cuando tenía que ir a alguna botica. Todas eran iguales. Eran lo más parecido a lo que yo creía que era el infierno. Su olor extraño, que se me hacía como el del azufre; su ambiente fantasmal, en donde el tiempo se queda detenido; y el nombre bien extraño de los dueños, que lo asimilaba con el de Belcebú, además de que, como siempre, era a mí a quien le tocaba hacer el mandado de comprar los purgantes. Con el terror que ya llevaba por lo que nos esperaba al otro día, que era el de la purga, me dejaron esa sensación de que entraba a los mismísimos infiernos.

El día de la purga era todo un espectáculo de circo. (Que será narrado en otro cuento).

Pero también, nuestras nonas eran expertas en formular baños y agüitas para toda suerte de males y achaques, tanto del cuerpo como del alma. De eucalipto y limoncillo, para la gripe; de hierbabuena, para la fiebre; de caléndula, para el mal de estómago; de toronjil y valeriana, para los nervios; de naranjo, para el descanso; de cidrón, para dormir; de mirto, para espantar los malos espíritus; de pétalos de rosa, para el amor; y el baño de las siete yerbas: ruda, altamisa, geranio, albahaca, mirto, estragadera y, desde luego, zorruno, como elemento principal, para la buena suerte.

El zorruno es plantica muy común en esta región. Como no soy biólogo, no sabría decirles si pertenece o no a una familia vegetariana aristocrática, como las solanáceas o las papaveráceas.

Tal vez por lo común, o porque el nombre no es muy sonoro, de aquel baño de las siete yerbas, lo que uno recuerda para espantar la mala suerte es un bañito de zorruno. (Los nombres de las siete yerbas me los dio un amigo yerbatero del mercado “Cenabastos” a quien consulté). De modo que cuando alguien se queja de que le cayó pava, le va mal en los negocios, en el amor o ha sufrido continuas desgracias, la fórmula no es sino una: báñese con zorruno, para espantar la mala suerte.

Pero como todo se moderniza, en la época en que San Antonio (del Táchira, Venezuela) era la vitrina de la China y de la Cochinchina, llegó a esta tierras, desde aquéllas, un perfume para dama: el kariakito morado, cuyo gancho publicitario era “para la buena suerte”, que además, decían, era extraído del té. Gente crédula se comió todo el cuento y, como en Cúcuta no hay té, pero sí una plantica muy parecida de hojas menudas y con una flor de color morado, resolvieron darle a esa matica el nombre de kariakito morado. Ahora el dicho “Báñese con zorruno”, que puede sonar un tanto ordinario y muy seguramente por el snob de lo nuevo, fue cambiado por: “Báñese con kariakito morado para que espante la pava”.

SE QUEDÓ CON EL BURRO ENFLORADO
El cucuteño no tiene frustraciones, no se achicopala (palabra que tomamos del cine mexicano) ante aquellos embates del destino. Con su fino humor, rápidamente se repone; y con su mamadera de gallo, sencillamente dice que: se quedó con el burro enflorado.
           
La expresión debería ser de San Antero (departamento de Córdoba), donde se realiza el “Festival del Burro” y se premia a la burra mejor adornada y al burro mejor dotado.
           
Este dicho es bastante antiguo y, por lo que parece, en alguna época anterior, tal vez en las fiestas julianas, aquí en Cúcuta ocurría lo que en San Antero. Probablemente alguien adornó un burro para las fiestas pero no pudo ir y, entonces, con la gracia sutil del fino humor cucuteño, enseguida le sacaron el dicho y con sorna le dijeron: se quedó con el burro enflorado.
           
Era la época en que había cabras y burros en Cúcuta (de cuatro patas, claro; porque, de dos, los sigue habiendo).

Los últimos burros que se vieron en Cúcuta fueron los de Luis Enrique “la Marrana”. Salía todos los días desde su casa en el barrio Magdalena, con su recua de burros cargados de carbón de leña, a recorrer la ciudad, ofreciéndolo. En las tardes, después de la venta y con el producto de ella, paraba en cualquier tienda de alguno de los barrios de occidente a tomarse unas amargas. Se pegaba unas perras del carajo. Lo curioso es que Luis Enrique despachaba los burros desde donde estuviera y los muy vergajos llegaban sin desviarse a la casa del barrio Magdalena. Todos conocían la recua de burros y nadie osaba robárselos.

Algunas veces le hacían la broma de escondérselos para ver a “la Marrana”, desesperado, recorrer las calles en busca de sus burros. Podía ocurrir que por averiguaciones los encontrara, o que por la angustia de su dueño, se los soltaran. Entonces, el reencuentro era un idilio de tórtolas. Si esto no ocurría, Luis Enrique los llamaba y los burros le contestaban. Como par de enamorados que han sufrido una cruel separación por culpa de unos insensibles al amor, los lamentos eran doloridos y, cuando se reencontraban, eran reemplazados por idílicos rebuznos.

Todo el bochinche empezaba cuando a la patota de zánganos les daba la ventolera de querer echar un cacheteo en burro. Trataban de embozalar alguno para montarlo, pero qué va: los burros eran muy ariscos. Era imposible acorralarlos. Tiraban pata a lo desgualetado. El griterío que se armaba era fenomenal: “¡Atájenlo, que se va!”, “¡Agarren a ese!”, “¡Cuidado, que lo patea!”. Si alguien lograba agarrar uno y montarlo, era todo un espectáculo de rodeo, por lo que era mejor dejarlos ir. Salían desmachetados, con el griterío de la muchachada detrás. Con lo desgaritados que iban, fácil era que ellos mismos se metieran en la boca del lobo de un garaje o de un taller de mecánica al aire libre, de los muchos que había en los barrios de occidente. En ese momento la misión cambiaba de objetivo: el cacheteo se convertía en un “secuestro de burros”. La patanería era fenomenal. Todos en el barrio, donde ocurría el espectáculo, salían a patiarse la pernicia y ayudaban con sus gritos: “¡Déjenlos ir!”, “¡Los van a matar!”. Y no se sabía si los posibles muertos eran los muchachos o los burros y naturalmente, con ese estruendo, todos sabían dónde estaban los burros, así que a Luis Enrique le era relativamente fácil encontrarlos.

Hoy la expresión “Se quedó con el burro enflorado” se usa en un sentido figurado, pero con el mismo dejo bromista, cuando un evento, previsto y seguro, no se puede realizar. Así, en Cúcuta no existen los crespos hechos, sino burros enflorados. Al novio o novia que no le cumplen la cita, se queda con el burro enflorado. Si llueve y no puede salir al parrandón, su mujer le dice: “Te quedaste con el burro enflorado”. En Cúcuta, la novia a la que no se le apareció el marrano para echarle la soga al cuello, no la dejan plantada: simplemente se queda con el burro enflorado. Y en esta ciudad ningún político se quema después de las elecciones, sólo se queda con el burro enflorado; como se quedaron Chuky, el muñeco diabólico (un tal Juan Manuel), y los opositores de Hugo Chávez Frías.

Pero, ¿quién no se ha quedado con el burro enflorado alguna vez? En Colombia han sido fenomenales los burros enflorados. El general Rojas Pinilla se quedó con el burro enflorado cuando, el 19 de abril de 1970, según el comentario popular, entre Carlos Lleras Restrepo y el tigre Noriega le tumbaron las elecciones para presidente en favor de Misael Pastrana Borrero. Al hijo de éste, el delfín Andrés, como novia fea, lo dejó Tirofijo con el burro enflorado. Que mal se veía, como bobo sin mama, solitario en la mesa del Caguán.

Grandioso burro enflorado fue el Maracanazo, de Brasil. Se estrenaba el estadio “Maracaná”. Era la final del campeonato mundial de fútbol de 1950 entre Uruguay y Brasil. Se daba por descontado que Brasil sería el campeón. Se dice que hasta la copa Jules Rimet estaba marcada con su nombre. En un excitante partido, Uruguay le ganó por marcador dos a uno. Cuentan que el estadio quedó vacío antes de terminar el partido y que a los uruguayos les tocó recoger la copa, solos.

ESE ES BUQUIADO
Guasimales es y seguirá siendo una cuidad sui géneris debido a su situación de frontera. Esto ha hecho que el modelo social sea complejo y bien diferente al de las ciudades del interior, generando un comportamiento social, que unido a la “indiosincracia”, a la malicia indígena, a la audacia de la raza caribe de estas tierras, algunos delitos tipificados en los códigos, se vieran y aún se vean como simples pecados veniales.

Uno de ellos era el robo de vehículos desde el país vecino con el que colinda el poblado. Común era ver en aquella ciudad vehículos de prohibida importación, verdaderas naves de gran tamaño, a las que se les llamaban buques, circulando por sus calles. Eran los preferidos, por lo grandes, para otra actividad tipificada como delictiva, pero que en Guasimales siempre se vio como “próspera actividad económica”: el contrabando de toda suerte de artículos de uno y otro lado de la frontera.

Al margen del cuento también, en Guasimales, como la tierra del olvido, ¿quién está libre de pecado? Bueno, que tire la primera piedra. Aquellos que pregonan el cumplimiento de la constitución y las leyes ¿no son los mismos que conducen un carro extranjero, lo tanquea en el vecino país y hacen semanalmente el mercado con él y en el país de origen del carro?
Pues bien, “aquellos pecadillos” fueron y siguen siendo muy comunes.

Lo del robo de vehículos fue otra cosa. Bandas organizadas se jalaban aquellos buques del país vecino y era común que a cualquiera le metieran gato por liebre, que lo tumbaran  con aquellas gangas que ofrecían y común era también que alguien le advirtiera: ojo que ese es un buque, ojo que ese es buquiado, significando que tal vez era un carro robado. Hoy la expresión se sigue usando en el mismo sentido ya sea en broma o en serio. Si va a comprar carro en Guasimales, asegúrese que no sea buquiado y cuando llegue a chicaniar por el último modelo que adquirió al otro lado de la línea fronteriza, no se altere por la broma: ese es un buque. Los guasimaleños son así.

Por esa época de bárbaras naciones surgió un personaje y una banda que se dedicó al robo de vehículos en Guasimales. Era conocido como “Mister Fox”. Personaje de película real, cuya identidad la escondía, no tras una máscara, como cierto héroe de película virtual, sino tras de su propio alias. Nadie llegó a conocerlo. Quienes digan que conocieron a “Mister Fox”, están mintiendo. Su identidad quedó a buen resguardo hasta que se retiró de “la actividad”. De pronto, simplemente desapareció y su banda se desintegró.

Según consejas, “Mister Fox” no participaba en los robos, sus secuaces eran los que hacían el trabajo cuando se jalaban los carros mal parqueados. Su modus operandi era el robo habilidoso, que luego convertían en un “secuestro de carro”, pues el robo lo hacían para pedir rescate por el vehículo. La afligida víctima, empezaba a buscar, no el carro, sino al mister. Como previamente había sido identificada, recibía una llamada para una cita. Siempre se presentaba un “mister” distinto, un sujeto que ni siquiera era de la banda, sino un “payaso”, casi siempre, un cascarero de poca monta en el bajo mundo, que decía saber, por hacerle el favor a cambio de una recompensa, donde estaba el carro. Concertado y pagado el rescate, le indicaban el sitio.

Los detalles los conocí por un conocido personaje de la ciudad de Guasimales a quien le jalaron su carrito. Creyendo hacer más, se llevó al sitio del rescate a la autoridad. La dicha le duró menos que un merengue en la puerta de una escuela, en menos de que canta un gallo, volvieron a jalarle su cacharro y esta vez, ni mister, ni carro, hasta el sol de los venados.

¡PÓNGASE MOSCA!, ¡COMA AVISPA!, ¡AVÍSPESE!, ¡MOSQUÉESE!
Cúcuta es una ciudad sui géneris, tal vez por estar en la frontera. Como tal tiene su propio comportamiento y su propia idiosincrasia, hasta su propio sistema de medidas y su propio sistema de información. (Ver “Cúcuta desmedida y “Cúcuta criolla. El correo de las brujas”).  Como zona fronteriza, vive al vaivén de lo que ocurra a ambos lados de la línea y su economía gira en torno a ello. Buena parte a través de la economía informal y el contrabando.  Por eso, los datos del DANE en relación con esta ciudad resultan falseados por este sesgo.

Curiosamente para el cucuteño, y como en el tiempo de antes no había una legislación tan rígida como ahora, el contrabando siempre ha sido una actividad connatural con el medio, jamás se le da la connotación de delito que los gobiernos centrales le dan. Como la frontera es abierta, esta actividad se ejerce en uno u otro sentido, según el vaivén de la economía hacia donde sea más favorable.

Por aquella época de auge del bolívar, en que se conseguían todas esas cosas bellas y ricas en Venezuela, importadas de todos los lugares del planeta y restringida su importación en Colombia, era muy común traer toda suerte de electrodomésticos, herramientas, materiales y productos comestibles enlatados. De aquí se llevaba ropa y alimentos. Hoy, aunque la moneda está casi a la par, se sigue con este intercambio de productos por cuestiones de calidad.

Por aquel tiempo fue muy común el contrabando en grandes proporciones hacia Bogotá, Medellín y Cali. Para sortear los avatares del largo viaje y sobre todo, para detectar las patrullas móviles de la aduana, viajaba adelante del camión matutero un carro pequeño, era “la mosca” o “la avispa”, así se le llamaba.

De aquí nacieron aquellos modismos: “¡póngase mosca!”, “¡Mosquéese!”, “¡coma avispa!”, “¡avíspese!”, para indicar: esté alerta, vigilante, despierto.

HAGAMOS (VAMOS A) UN SANGAPURÍ

En la Cúcuta de antes, “cuando aún se podía pescar de noche”, expresión del doctor Darío Echandía para referirse a aquellos tiempos que eran tan sanos que hasta pescar de noche se podía, era costumbre en esta ciudad el paseo con olla, al río.

Para celebrar cualquier evento familiar (bautizo, cumpleaños), se hacía el paseo a alguno de los ríos cercanos a la ciudad, ya al Pamplonita, ya al Zulia o al Peralonso, con olla incluida. Es decir, la fiesta se celebraba alrededor de la olla del sancocho santandereano. Del mismo modo, para “sacar el ratón” el día de Navidad o el 1° de enero —o ambos días—, y para rematar las fiestas navideñas o la del seis de enero —o ambas fiestas—, la gente se desplazaba a los ríos a hacer el sancocho.

Hoy esa costumbre quedó reducida a la rampuchada, que es el viaje al vecino municipio de El Zulia, o a Cornejo —corregimiento del municipio de San Cayetano, al sur de El Zulia—, a comer rampuche. De otra parte, el Pamplonita está contaminado y los ríos Zulia y Peralonso, de aguas claras que bajan de la montaña, están disminuidos y la ciudad tiene sed. Es deber urgente de los nortesantandereanos cuidarlos.

Así las cosas, con ese buen humor ancestral y con fina sutileza, a algún gracioso se le ocurrió acuñar el acróstico “SANGAPURÍ”, cuando planeaban una celebración y al no ponerse de acuerdo, soltó su iniciativa: “Hagamos un sangapurí”. “¿Y eso, qué es?”, le preguntaron. “Pues: un SAN-cocho de GA-llina con PU-tas en el RÍ-o”. Risotada y fin de la reunión.

La palabreja cundió y ahora, en cualquier reunión donde haya discusión acalorada y no se logra el acuerdo, no deja de salir alguien con la charada: “Hagamos un sangapurí”. Generalmente, el humor calma los ánimos. Pero además, la palabreja se sigue usando en el mismo sentido original, aunque con otra connotación. A cualquier fiestón o francachela, entre amigos, lo llamamos “sangapurí”.

De esa manera corriente de hablar, surge una anécdota en la UFPS. Llegó nombrado, de Bogotá, un nuevo rector. Por lo que sabíamos, era un personaje muy serio, de palabras y modales muy refinados. Todo un cachaco. Para recibirlo, se organizó una reunión social en la terraza del edificio de Enfermería. La reunión era bien amena y el nuevo rector quería conocer a todos los profesores. A un corrillo se acercó a departir y comentó lo animado de la fiesta. En una de esas salidas rápidas que tenemos los cucuteños, un profesor le dijo:

    —Y ahora viene lo bueno, porque nos vamos a un sangapurí. Lo invitamos, señor rector.

     —Con mucho gusto. Pero, ¿qué es un sangapurí? —preguntó el rector.

         Ya lanzado al agua, el profesor se lo soltó:

     —Un sancocho de gallina con putas en el río.

Y no esperó respuesta, salió como peo de bruja a perderse. El rector, prevenido, como seguramente lo estaba, comentó: “Estos cucuteños y su particular sentido del humor”.

Pero aquella noche otras habían de pasarle. Más tarde, en otro corrillo, comentó lo buena moza que era alguna profesora o secretaria, no recuerdo. Un profesor le dijo:

     —Ah, sí, señor rector: ese es el segundo mejor culo de la universidad.

     —¿Si? ¿Y cuál es el primero? —cometió el error de preguntar.

     —El tuyo, papito —le dijo el profesor y salió a perderse.

Y faltaban más. En esa misma reunión, pasaron a saludar al rector, coincidencialmente, dos profesores. Se presentaron con sus nombres:

     —Winston Churchill, señor rector —le dijo el primero.

     —Adolfo Hitler, señor rector —le dijo el segundo.

Con las dos que le habían pasado, no estaba para más chistes. Así que un tanto contrariado, y en un tono un tanto severo, los reprendió:

     —Déjense de bromitas, que ya está bueno de ellas.

     —No son bromas, señor rector, es que nuestros nombres son esos —le dijo Adolfo, y una vez más se presentaron, mostrándole sus respectivos carnés de la Universidad, para confirmarlo: Winston Churchill Méndez Contreras, el primero; y Adolfo Hitler Ibarra Romero, el segundo.

Contagiándose del buen humor de los cucuteños, el rector les dijo:

     —En ese caso, no me vayan a armar otra guerrita aquí.




Recopilado por : Gastón Bermúdez V.


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