En Oklahoma y en Texas se produjeron las primeras grandes explotaciones y le siguieron las exploraciones que las grandes compañías iban realizando a medida que tomaban experiencia y recogían los dólares producto de su transformación, originalmente primaria y luego, cada vez más sofisticada, con la obtención de los subproductos, todos los días más novedosos y de mayores y más extensas aplicaciones. Las compañías fueron expandiéndose al sur del continente, primero a México y luego a Venezuela.
A comienzos de siglo se produjeron los primeros hallazgos en la zona del Lago de Maracaibo. Las exploraciones iban avanzando alrededor del lago hasta llegar al extremo sur y en cada perforación los resultados eran exitosos. Hacia los años veinte, las exploraciones se fueron acercando a la frontera con Colombia y en el pueblo de Casigua, en Venezuela, se descubrieron yacimientos importantes. Los estudios geológicos del momento extendían estos yacimientos por toda la zona de la cuenca del río Catatumbo, especialmente en la zona que hoy se conoce apropiadamente con el nombre de Petrolea.
En los albores de los años treinta comenzó en firme la explotación petrolera en ese lugar, por parte de la compañía que se constituyó para tal efecto y que se denominó Compañía Colombiana de Petróleos, pero no se confundan que se trataba de la Colombian Petroleum Company y no de la muy nuestra que hoy se identifica con una iguana, símbolo ecológico de sana explotación del medio ambiente.
Aunque para los cucuteños, los campamentos iniciales quedaban totalmente alejados y la comunicación era casi inexistente, el traslado del personal y de los equipos se hizo por la vía del Lago de Maracaibo, primero marítima, luego fluvial siguiendo el Catatumbo hasta Encontrados y de allí por el Ferrocarril de Cúcuta, hasta la ciudad, para quienes venían a ella o a lomo de mula, los equipos y las personas que cumplirían las tareas en la empresa petrolera. Al comienzo todo era norteamericano: materiales, equipos, ingenieros, técnicos, artesanos, administradores, cocineros, obreros rasos y hasta personal armado. No era para menos, era la época de la Gran Depresión y el país del norte vivía la peor crisis de desempleo hasta ese momento.
Esta situación cambió radicalmente la realidad económica de la ciudad. Por esos días, el Norte de Santander y Cúcuta en particular, eran “lugares apacibles cuya modorra era sólo interrumpida por el traqueteo del Ferrocarril” como lo describiera Alfredo Molano en una de sus crónicas en la que se refería al Catatumbo.
La creciente demanda de personal para la ejecución de las labores de explotación petrolera de la Colombian, así como la construcción del oleoducto a Coveñas que desde Tibú construyó en una longitud de 420 kilómetros la South American Gulf Oil Company, más conocida como SAGOC, requirió del empleo de alrededor de cuatro mil trabajadores colombianos y cerca de trescientos técnicos gringos. Todos ellos vivían, junto con sus familias en la ciudad más cercana, Cúcuta, con una característica adicional, los excelentes salarios de “La Compañía”. Hasta ese momento, los mejores sueldos los devengaban los trabajadores de la empresa del Ferrocarril de Cúcuta, pero nada que ver con los de la petrolera que pagaba entre cuatro a cinco veces más.
“La Compañía”, como todas en esa época y aún hoy, se encargaba de sus trabajadores y sus familias de manera integral. En la ciudad, construyó barrios enteros para su personal, el Colsag, cuyo nombre recuerda la unión de las dos compañías, la Colombian y la SAGOC y el barrio Colpet, pero de esto hablaremos en la próxima crónica. Por ahora continuaremos narrando cómo “La Compañía” realizaba sus operaciones y a la vez, se defendía de los aguerridos motilones que hostigaban su trabajo con silenciosos flechazos. Aún recuerdo, a principios de los cincuenta, a quienes llegaban a la clínica de la Colombian en la avenida cuarta, frente al colegio Sagrado Corazón, atravesados por “paletillas” que eran unas flechas elaboradas en madera de macana, duras como el acero. Si bien los motilones no diferenciaban los trabajadores extranjeros de los nacionales, pues para ellos todos eran “blancos” invasores, se constituyeron en el símbolo del terror para todos ellos.
Para “La Compañía” mantener el control de todas las actividades de la región era prioritario, pues ejercía un severo monopolio sobre ellas, toda vez que se trataba de una economía de enclave y por lo tanto, todo en la región era vigilado cuando no realizado por “La Compañía”.
La frontera de la selva del Catatumbo fue paulatinamente empujada por efecto del avance de la colonización, no sólo de “La Compañía” sino de los colonos que fueron asentándose en los contornos, pues en su mayoría eran gentes que venían en busca de oportunidades de empleo en la petrolera y al no conseguirla no tenía más opción que “tumbar monte” y dedicarse a subsistir con la explotación de la tierra; otros eran desplazados, campesinos que huían de la violencia partidista que azotó particularmente al Norte de Santander, especialmente a las poblaciones de El Carmen, Cucutilla, Salazar, Gramalote, a raíz del cambio que se produjo cuando la República Liberal reemplazó a la Hegemonía Conservadora. Lo positivo de la colonización fue la red de carreteables que se construyó, en su mayoría por parte de “La Compañía”, para el traslado del personal y los materiales y que era igualmente utilizado por los colonos para el trasporte de sus productos a los mercados más cercanos.
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