Volviendo al tema que nos incumbe, a mediados del siglo XIX se genera, en la Alemania del príncipe Otto von Bismarck, un gran despliegue económico al producirse la consolidación del imperio alemán, lo que induce a la nación a buscar las materias primas necesarias para abastecer su aparato productivo. A mediados de ese período, un grupo relativamente numeroso de jóvenes decide emigrar y establecerse en América, no solamente en busca de fortuna, sino de un plan de vida que le permita escapar de las inclemencias y las incertidumbres que se cernían sobre la población del viejo mundo, agobiado por las guerras y las rencillas entre las distintas naciones, producto del régimen feudal reinante durante siglos. Hacia 1850 ya se tenían avanzadas las relaciones comerciales entre las dos regiones, pues casas comerciales alemanas se habían instalado en América, específicamente en Venezuela como cabeza de lanza para vender sus mercancías manufacturadas y a la vez, intercambiarlas por los bienes primarios que ofrecía el nuevo mundo. No es necesario adivinar la causa por la cual se escogió la ciudad de Maracaibo como la sede americana de las casas de comercio alemanas, pues además de ser el mayor puerto continental después de Cartagena de Indias, era el camino más corto, tanto para penetrar a tierra firme como para trasladarse desde el viejo continente. Así pues, comenzó la inmigración alemana a la Nueva Granada confirmación hecha, por demás, en el magnífico texto de Horacio Rodríguez Plata, historiador santandereano, conocedor del tema y explicado con lujo de detalles en su libro “La inmigración alemana al Estado Soberano de Santander en el Siglo XIX”. Los alemanes se irrigaron por la región conocida hoy como el Gran Santander, primero en Cúcuta y luego a Bucaramanga. Algunas otras poblaciones fueron atendidas, digamos que con menos entusiasmo, como San Cristóbal, en Venezuela y la villa de El Socorro en Santander. En Cúcuta, fueron especialmente dinámicos en las compras de cacao y café, así como en la venta de sus productos para la industria y el hogar. Alrededor del parque Santander se ubicaron las casas de comercio, que eran establecimientos de venta, tanto al detal como al mayoreo y baste decir que cada día crecían económica y socialmente, al punto que de las cinco casas de dos pisos que había el día del terremoto, tres eran de propiedad de alemanes y una, la Botica Alemana, quedó en pie después de las sacudidas que fueron del orden de los nueve grados, en la escala de Mercali.
Sin embargo, después de tantos años transcurridos no quedan vestigios del paso de estos notables comerciantes, salvo algunas esporádicas menciones que no tienen relación con la actividad que ejercieron sino con el altruismo que manifestaron, como es el caso del Asilo Andresen que fue más una decisión de su viuda que de él en particular, sin quitarle los méritos que lo rodearon.
Siempre creí que la partida de los germánicos se había producido a comienzos del siglo XX, particularmente por la declaratoria de guerra en su contra por parte de Colombia a raíz de la Primera Guerra Mundial, pero no. El problema se remonta muchos años antes y la historia es mucho más apasionante que el desarrollo de las atrocidades que se presentaron durante esa denominada “Gran Guerra”.
Para ambientar el tema, comencemos por anotar que los migrantes alemanes no tenían características comunes sino que se habían conformado grupos con intereses similares, los cuales se fueron identificando y consolidando a medida que lograban sus propósitos. Por esta razón, las comunidades locales habían identificado las diferencias entre los grupos que se ubicaban en una ciudad con respecto a las demás. Se supo, posteriormente claro está, que los más notables y los de mayor prestancia estaban residenciados en Maracaibo y sólo de manera esporádica viajaban a las sucursales de las ciudades del interior, como Cúcuta o Bucaramanga a realizar operaciones o controles para mantener la vigilancia de sus transacciones. Hay que considerar, que de todas formas, las condiciones de viaje eran completamente diferentes a las que estaban acostumbrados en Europa y no era atractivo y además de peligroso, cualquier incursión por fuera de los límites de las ciudades. En Cúcuta, el grupo de ciudadanos alemanes, en su mayoría eran de los países conquistados por el imperio, como Dinamarca por ejemplo, además que eran pocos en número, pues la mayoría estaba más interesada en regiones de mayores desarrollos y de mayor potencial por lo cual, gran parte de estos europeos prefirió establecerse en Bucaramanga. Allí se pudieron identificar dos grupos de alemanes, uno con una clara tendencia a las actividades mercantiles, a quienes los locales llamaron “el comercio” y otro, más académico, con inclinación científica que se dedicó a promover la investigación y a encontrar alternativas de solución a problemas que para ellos eran desconocidos y que constituía un estímulo a sus capacidades innovadoras y creadoras.
Explicadas brevemente las diferencias, veremos cómo ellas influyeron definitivamente en la partida de nuestros personajes y en el desvanecimiento de logros tan importantes en la consolidación de la región.
Es interesante conocer el desarrollo de comunidad alemana en Bucaramanga, pues la evolución que allí se presentó, se diferenció de las de otras ciudades y regiones. Pareciera que hubiera sido al revés y que fueron los hábitos y costumbres locales las que permearon a los alemanes, pues aprendieron todas las artimañas, picardías, supercherías y trampas, muy probablemente adquiridos durante la larga ocupación hispánica y que se fue acentuando una vez se logró consolidar la independencia.
La colonia alemana de Bucaramanga estaba claramente diferenciada en dos grupos, bastante disímiles, pues mientras que unos se dedicaron a cultivar las ciencias, las artes y en general, la cultura y su divulgación, el otro grupo se inclinó por el comercio que había sido el verdadero objeto de su presencia en esas tierras. De hecho, el pueblo los conocía e identificaba como “El comercio” al referirse a ese grupo en particular y lo hacían con desprecio, pues los culpaban del monopolio de la riqueza junto a sus socios locales. Claro que esta animosidad se acrecentó con la aparición de las sociedades de artesanos, que comenzaron a formarse alrededor de la década de 1860 y en las cuales se predicaban las teorías socialistas políticas y económicas, además combatían las tesis del libre cambio y solicitaban al gobierno de turno el regreso al proteccionismo y la implantación de políticas nacionalistas que generaran igualdad social. Era, en realidad, el producto del surgimiento del movimiento de las clases trabajadoras motivadas por las nuevas teorías esbozadas por el Manifiesto que habían escrito Marx y Engels ante el florecimiento de lo que se llamó la “Revolución Industrial”.
En 1864 se conformó la Sociedad de Artesanos, así a secas, pero que sus adversarios denominaban “Culebra Pico de Oro”, peyorativamente, que buscaba el mejoramiento de las condiciones económicas de sus afiliados pero que adicionalmente perseguía privilegios y ventajas políticas, pero además y con cierto resentimiento social y un poco de preservación de las antiguas costumbres, atribuía a los alemanes y a sus asociados el deterioro de las relaciones dado el grado de hostilidad y antagonismo que se generaba entre los dos grupos. Para 1879 la situación se había tornado insostenible y explosiva, toda vez que el enfrentamiento no era ya entre las clases educadas y las menos educadas sino entre pobres y ricos o mejor dicho, entre las clases económicamente fuertes y las económicamente débiles.
Contradictores de los alemanes los tildaban, entre otras cosas, de obscenos por cuanto, decían, las paredes estaban llenas de láminas que presentaban “lúbricas escenas que ni la imaginación más atrevida alcanza a imaginar, para mantener latente a todas horas la pasión de la lujuria que los domina”; tales cuadros, se supo más tarde y que tanto ofendían el pudor, eran reproducciones de desnudos de la pintura clásica que no podían aceptar gentes acostumbradas a adornar sus casas con vitelas religiosas o románticos cuadros de escenas de caza. En otros hechos que consideraban lesivos para las buenas costumbres era la costumbre de ofrecer licores, una práctica muy europea, cuando se trataba de iniciar una conversación referente a un negocio pues se consideraba que era una forma de influir en las gentes, es decir de comprarlos o comprometerlos.
Mencionados estos antecedentes y conocedores de las intervenciones que los extranjeros hacían en la política parroquial, quienes no se privaban de ello, haciéndolo abiertamente para adquirir ventajas e influencias en los círculos de poder, se presenta un hecho que aunque fortuito y aislado repercutirá algunos días más tarde, en los hechos que serían conocidos como los “sucesos del 7 y 8 de septiembre”. En agosto de 1879, el coronel Pedro Rodríguez, jefe departamental de la Provincia de Soto tuvo un altercado con el ciudadano alemán Albert Fritsch por una deuda que el político no quería reconocer y quería que se le condonara dada su condición de gobernante. Después de una acalorada discusión se fueron a las manos y aunque no pasó a mayores, si se produjo un ambiente enrarecido que duró hasta el día de los sucesos arriba mencionados. Parece que la deuda no se pagó y este hecho mantuvo la situación tirante hasta el 7 de septiembre, día de elecciones de Presidente de la Unión y de Cabildantes. A continuación, los detalles del trágico acontecimiento que generó gran preocupación entre las autoridades nacionales, por las serias implicaciones que se suscitaron en las relaciones con el Imperio Alemán.
Para abreviar la historia, al día siguiente, a las cuatro de la tarde, durante los oficios religiosos se producen unos hechos de sangre dentro de la misma iglesia, sucesos que desencadenan una serie de amotinamientos en toda la cuidad. Fue una verdadera lucha sin cuartel la que emprendieron los dos bandos en la que resultaron muertos y heridos varios de los más ilustres personajes de la política y la economía. Las calles aledañas a la iglesia eran un campo de batalla mientras que en el resto de la ciudad las señoras clamaban por sus esposos y sus hijos, las gentes corrían en diferentes direcciones sin que se les pudiera detener para que dieran razón de lo ocurrido. Entre tanto, el Alcalde Pedro Collazos, avisado por sus amigos, enviaba un grupo de policías a detener el motín, mientras que un grupo de enfurecidos “democráticos” atacaba la residencia de Albert Fritsch, quien según nuestro relato anterior, había tenido un altercado con el Jefe Departamental Pedro Rodríguez por una deuda, y quien no se encontraba en la ciudad, pues había sido invitado de honor como padrino a la boda de un familiar en la vecina Tona. El asalto a la casa del alemán pudo ser controlado con la ayuda de unos amigos quienes lo apoyaron pero no sucedió lo mismo con los asaltos y saqueos que la turba enfurecida realizó en las casas de algunos otros alemanes y varios de los socios de El Comercio y las de algunos almacenes entre ellos, los de Koppel & Schrader, así como el del respetable señor Lengerke, quien era considerado el fundador de la actividad comercial alemana en Bucaramanga y que milagrosamente resultó ileso del ataque. Sin embargo, en desarrollo de estos acontecimientos, dos ciudadanos alemanes resultaron muertos, Cristian Goelkel y Hermann Hederich, el primero, comerciante de alta credibilidad, quien fue asesinado defendiendo sus propiedades y el señor Hederich que en ese momento ocupaba el puesto de Director del Banco de Santander. Tanto el banco como el consulado alemán, según las crónicas de la época, no fueron atacados, pero es difícil de creer, por cuanto el escudo del Imperio resultó abollado, según dicen, por algunos pedruscos que se desviaron en el fragor de la protesta.
El representante alemán, embajador del momento, redactó una acalorada protesta al gobierno del Estado Soberano de Santander, así como al Gobierno de la Unión, por la aleve agresión que sufrieron los súbditos del Imperio y los símbolos de esa nación. Afortunadamente, la situación se calmó y la representación del Imperio aceptó las disculpas del gobierno. Localmente, se tomaron medidas estrictas, primero respecto de las autoridades locales que fueron incapaces de mantener el orden y quienes fueron destituidos de sus cargos, el alcalde Collazos y el Jefe Departamental Pedro Rodríguez, así como, los responsables de las acciones delictivas a quienes apresaron y posteriormente condenaron.
La breve reseña de los sucesos del 7 y 8 de septiembre de 1879 nos ilustra sobre el primero de los motivos que llevaron a la deserción de los alemanes del país. Los hechos narrados, aunque sucedieron de manera aislada en Bucaramanga repercutieron en todas las ciudades del país e incluso en Venezuela.
EL JUDIO-ALEMAN SR. KOPPEL, PARECE DEJO UNA CONSIDERABLE DESENCENDENCIA.
ResponderEliminarbuenos días. quisiera poder saber mas del barrio el callejón nací allí en 1964 y alli pase mis primeros años. por temas familiares , salí de cucuta con mis hermanas y no volvimos. soy y seré cucuteño toda la vida.
ResponderEliminarEs una pena que se hayan marchado, los alemanes son generadores de desarrollo a donde quiera que vayan, en Cúcuta es significativa la huella que han dejado ilustres personajes que en antaño lucharon por el desarrollo de estas tierras.
ResponderEliminar