PARTE I/II
Revista Epika/José Juvenal Granados
Los cucuteños nacidos, criados, hicieron estudios y han trabajado por años en la ciudad de sus amores, recordamos con mucha nostalgia como era nuestra patria chica. Cuan distinta más acogedora, más pequeña pero más la propia naturaleza la ha tratado mal. En la arborizada ciudad de antaño, recordamos como nuestros padres y parientes mayores usaban traje completo confeccionados en fino casimir inglés por don Daniel Coronel. El sastre que lo viste bien allá en la calle 12.
Las señoras muy bien ataviadas con finos vestidos hechos por modistas de la ciudad, tan profesionales como cualquiera de las diseñadoras que hoy tienen fama en todo el mundo.
Se hacían compras en el almacén, Tito ubicado en la calle 12 con Avenida 5ª. También se compraban todo tipo de quesos, productos de mar y pollos en el salón Blanco de la calle 10 con Avenida 6ª esquina. En las frescas tardes se degustaban tazas de café en el Rialto frente al parque Santander por la calle 10. Los más jóvenes comían cortados, tonchaleros y arrastrados, allá donde los Olivares.
En las mañanas se saboreaba el masato y los tradicionales pasteles de yuca y garbanzos, por las noches los pocicles de guanábana, mora, guayaba, y mantecados en casa de las Lindarte de la calle 8, en la Princesita diagonal a la iglesia de San Antonio o en la casa de los Becerra por la Avenida 10.
Si alguno de éstas exquisiteces no lo complacían, se iba a casa de la familia Hernández en la calle 10 para saborear los deliciosos dulces de platico.
Al comenzar la noche, las familias se sentaban en las glorietas de las casas , una especie de bahías que se hacían frente a cada residencia sobre la calle, mientras el joven de cada familia era enviado a la panadería la Realidad o la Fragancia de los hermanos Díaz donde eran muy cotizados los azucarados , los mojicones, las semas , los turcos y pare de contar, eran como dicen ahora bancas de apetecidos panes.
Todas estas vivencias tan originales en la Cúcuta de antaño nos llenan de nostalgias y añoranzas.
Dice José Juvenal Granados en su escrito REFLEXIONES : Leí de primera mano un artículo de un amigo haciendo algunas consideraciones sobre la época de vacaciones; comparando las de tiempos pretéritos con las del presente, y obviamente me identifique con sus hermosos recuerdos ya que el hecho de ser coetáneos nos conduce a recordar lo bello y apacible de aquellos días de niñez, adolescencia y temprana juventud , sin la carga preocupante de peligrosidad en muchos sentidos para los jóvenes, y la intranquilidad para sus progenitores cuando los hijos salen de rumba.
Rebusqué en mis archivos y releí un correo guardado, seguramente escrito por un coetáneo, pues sus lamentaciones venían de comparar tiempos ya idos con los momentos del presente. Sus recuerdos, prácticamente eran mis recuerdos… el goce de las cosas simples: patear un balón, jugar a las escondidas, las metras, el runcho y el trompo, ver como se elevaba la cometa y con ella nuestra imaginación vagando por los cielos. Sudorosos correr a la esquina y saborear un poscicle (léase helado) todo sin sobresaltos, pues un policía amable y conocido nos vigilaba. Las casas no tenían barrotes y el concepto de familia se tenía muy claro; se respetaba y obedecía a los padres, pues ellos a su vez respetaban a nuestros abuelos. Se iba y se regresaba solo y las expectativas de un futuro halagüeño se daban por descontado.
Las preguntas de mis coetáneos, y por supuesto, la mías son: ¿Qué nos pasó, en qué momento cambiamos tanto? ¿Por qué la pérdida de valores? ¿Dónde está la honestidad? ¿Qué pasa con la unidad familiar? Llama la atención el desinterés por lo social, por los derechos del otro, el quebrantamiento de las normas, aún las más elementales y recordadas, como las señales de tránsito, el sentido de las flechas, las cebras y el daltonismo voluntario con las luces de los semáforos. Nos maltratan los tímpanos con los pitazos involuntarios, y que no decir de los equipos a todo volumen, o el vecino con su fiesta de música estridente pasada de decibeles, igual que de palabrotas propias de cantina de mala muerte.
Es cierto que progresamos, y que no podíamos quedarnos en la época de los pica piedras. Había que evolucionar; sin embargo nos duele haber perdido el encanto de las cosas simples. La tecnología nos abruma, e igual que los libros de caballería trastornaron el seso a Don Quijote, los Black Berry nos cortaron el dialogo ameno y frentero.
Los alucinógenos pululan, el dinero fácil es una meta, la T.V. en pos de grandes audiencias, convierte a los villanos en héroes. Inteligencias perversas que mediante el sicariato disponen de la vida a su antojo. Sobra hablar de la corrupción y nuestra impotencia ante ella.
Cambiar es la meta y solo nos queda rogar al cielo para que la justicia sea inmaculada, eficaz, e incorruptible, así tengamos que batir el record en instituciones carcelarias; de lo contrario tendremos que repetir con Cambalache: “Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé”.
Recopilado por : Gastón Bermúdez V.
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